Dejé por ti
mis bosques, mi perdida
arboleda,
mis perros desvelados,
mis
capitales años desterrados
hasta casi
el invierno de la vida.
Dejé un
temblor, dejé una sacudida,
un resplandor
de fuegos no apagados,
dejé mi
sombra en los desesperados
ojos
sangrantes de la despedida.
Dejé palomas
tristes junto a un río,
caballos
sobre el sol de las arenas,
dejé de oler
la mar, dejé de verte.
Dejé por ti
todo lo que era mío.
Dame tú,
Roma, a cambio de mis penas,
tanto como
dejé para tenerte.
RAFAEL ALBERTI (1902-1999)
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