LA INMACULADA
Juan Martínez Montañés (Alcalá la
Real, Jaén, 1568 – Sevilla, 1649)
Hacia 1625
Madera policromada, 1,41 cm
Iglesia parroquial de San Julián,
Sevilla
Escultura barroca. Escuela
sevillana
En tiempos del barroco hispano, en el campo de la escultura destacaron como
creadores dos grandes maestros: Gregorio Fernández en Castilla y Juan Martínez
Montañés en Andalucía. Ambos fueron quienes aportaron nuevos arquetipos
iconográficos de tipo religioso cuya especial aceptación serviría de fuente de
inspiración a sus seguidores e imitadores, que atenderían los encargos de
repetir sus modelos. Entre ellos se encuentra la representación de la Inmaculada
Concepción, de la que ambos crearon arquetipos muy diferentes.
La encendida
controversia
Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción de María no fue oficialmente
proclamado hasta el 8 de diciembre de 1854 por el papa Pío IX en su bula Ineffabilis
Deus, esta devoción mariana venía existiendo en España desde siglos
anteriores. La creencia de que la Virgen estuvo libre del pecado original desde
el momento de su concepción fue defendida con pasión por franciscanos y
jesuitas, por las capas populares, por la monarquía española y por destacados
pensadores frente a los detractores que postulaban lo contrario, entre los que
se encontraban los frailes dominicos.
En esta controversia, la mecha se encendería en Sevilla alrededor de
1603, año en que numerosos cronistas aludieron al sermón poco respetuoso que
escandalizó a los oyentes, realizado por un clérigo dominico, al parecer del
convento Regina Angelorum, que llegó a comparar el pecado original de la Virgen
con el del mismísimo Martín Lutero. Al levantarse un clamor popular, en
septiembre de 1613 fue el dominico fray Domingo de Molina, prior de aquel
convento sevillano, el que defendió en público la teoría maculista, que de
forma encendida fue respondida por Álvaro Pizaño, canónigo de la catedral de
Córdoba.
Como los ánimos se iban tensando, el pueblo sevillano tomó partido con
una respuesta masiva que cristalizó en una procesión solemne a favor de la
Inmaculada, llevada a cabo el 29 de junio de 1615 por las calles de la ciudad.
No obstante, fray Domingo de Molina acudió a pedir auxilio a la Corte,
departiendo el caso con el Duque de Lerma, valido de Felipe III. Otro tanto
hicieron el músico Bernardo de Toro y el canónigo Mateo Vázquez de Leca, que
como emisarios de Pedro de Castro, arzobispo de Sevilla desde 1610, fueron
recibidos en audiencia por el propio rey en Valladolid, al que expusieron las
ideas contrarias a las de fray Domingo de Molina.
Ante este tipo de enfrentamiento, el monarca envió una delegación a la
Santa Sede, donde, aunque no se logró declarar el dogma de la Inmaculada
Concepción, sí se consiguió que Paulo V publicara el decreto papal Sanctissimus
Dominus Noster, por el que se prohibía afirmar en público que la Virgen fue
concebida en pecado original.
Al hilo de este relato, conviene recordar que en el ambiente sevillano el
impulsor de la iconografía de la Inmaculada fue el pintor y tratadista
Francisco Pacheco, en cuyas representaciones inmaculistas llegó a incluir en la
escena al poeta Miguel Cid, al músico Bernardo del Toro y al canónigo Mateo
Vázquez de Leca.
El modelo iconográfico de la Inmaculada Concepción de Juan Martínez Montañés Ajustándose a las instrucciones establecidas por Francisco Pacheco, en las primeras décadas del siglo XVII aparecen en la escultura en madera policromada las aportaciones iconográficas de Juan Martínez Montañés sobre la Inmaculada, en un momento condicionado por los postulados de la Contrarreforma.
El escultor alcalaíno establece la figura de la Virgen en bulto redondo,
con aspecto adolescente, en posición de pie y descansando sobre un simbólico
escabel con forma de media luna en el que se integran, según las diferentes
versiones, de una a tres cabezas de querubines alados. La imagen se presenta en
posición frontal, con un movimiento que viene determinado por la disposición
corporal en contraposto, de modo que el peso del cuerpo descansa sobre la
pierna izquierda permitiendo la flexión y un ligero adelantamiento de la pierna
derecha, un recurso clásico con el que se rompe el hieratismo y el estatismo.
El escultor acentúa el dinamismo con la colocación flexionada de los brazos a
la altura del pecho y las manos juntas en actitud orante (más separadas del
cuerpo en la versión más evolucionada de “La Cieguecita”) desplazadas hacia la
izquierda, mientras gira la cabeza suavemente hacia la derecha.
Al movimiento también contribuye la disposición de la indumentaria,
reducida a una túnica de tejido liviano que, fruncida al cuello, con mangas
anchas y formando pliegues verticales en su caída, se remata con su
alargamiento en la parte inferior formando numerosos pliegues naturalistas,
permitiendo adivinar los pies y fundiéndose con las cabezas de los querubines.
Más dinámico es el manto, apoyado sobre los hombros y, según las versiones,
sujeto por un broche, un tirante o libre. Mientras por la parte izquierda cae
en forma vertical, en la parte derecha se cruza hasta la cintura estableciendo
al frente una forma en diagonal y un juego de drapeados muy efectistas que
proporcionan un marcado efecto de claroscuro, efecto que se refuerza con el
arqueamiento del manto —como insuflado por una brisa mística— alrededor del
brazo derecho, con lo que el equilibrio de volúmenes se muestra perfecto.
Del mismo modo, la Inmaculada montañesina presenta un esmerado
trabajo creativo en su cabeza. Su cuello es alargado y el rostro oval, con una
frente muy despejada, ojos entornados en forma de media luna y la mirada
dirigida hacia abajo, larga nariz recta y una boca pequeña de labios finos y comisuras
marcadas, configurando una expresión intimista plena de serenidad. Luce una
larga melena con raya al medio, cuyos característicos mechones ondulados de
deslizan por la espalda y al frente sobre los hombros, en la versión más
avanzada con algunos mechones calados y despegados del cuerpo. En el trabajo de
la cabeza Martínez Montañés establece un arquetipo femenino que sería
compartido tanto por Alonso Cano como por su discípulo Juan de Mesa.
Este modelo de la Inmaculada se completa con una excepcional
policromía, notable en los delicados trabajos de dorado, estofado y encarnado.
Como recomienda Francisco Pacheco, habitual colaborador de Martínez Montañés y
al que se debe la policromía de algunas de sus obras más conocidas, presenta en
las cenefas de los mantos los elementos decorativos más elaborados y vistosos.
Asimismo, el escultor hace constar en los contratos que las carnaciones deben
de ser mates para conseguir el mayor naturalismo, abandonando el acabado a
pulimento que utilizaban algunos policromadores. En efecto, consciente de que
el juicio del espectador dependía en gran medida no solo de su trabajo, sino
también de la más o menos acertada intervención del pintor, Montañés incluye en
los contratos cláusulas pormenorizadas sobre la intervención del pintor sobre
la escultura, con frases de este tipo: “Se an de aparejar con tanto primor y
curiosidad que paresca que no se a hecho el tal aparejo sino que esta como
quando salio de las manos del escultor”.
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La Inmaculada en su altar de la Real iglesia parroquial de San Julián, Sevilla |
La
Inmaculada de la Real iglesia parroquial de San Julián de Sevilla
Todas estas características citadas, que definen el modelo de Inmaculada
creado por Martínez Montañés, confluyen en la talla que inicialmente recibiera
culto en la antigua iglesia sevillana de Santa Lucía hasta que, durante la
Revolución de 1868, la Junta Revolucionaria, alegando el exceso de parroquias
en Sevilla, clausuró el templo y lo puso en venta para particulares, siendo
enviada la imagen de la Inmaculada, junto a una serie de objetos
litúrgicos, a la iglesia parroquial de San Julián, donde permanece al culto en
un altar de la nave, ostentando la titularidad de la Hermandad de la Hiniesta.
En la madrugada del 8 de abril de 1932 esta iglesia sufrió un incendio
provocado, siendo la imagen rescatada por fray Sebastián de Ubrique, guardián
del Convento de los Capuchinos, cuando ya había sufrido daños, especialmente en
las manos. Afortunadamente, fue restaurada con éxito.
Esta talla de la Inmaculada se engloba en la serie que durante
treinta años el escultor realizó para varias iglesias y conventos sevillanos.
Entre las versiones más destacadas se encuentran la de la Iglesia de Nuestra
Señora de la Consolación de El Pedroso (Sevilla), realizada entre 1606 y 1608,
con 155 cm de altura; la de la Iglesia parroquial de San Andrés, elaborada
hacia 1620, con 172 cm; la del Convento de Santa Clara, datada entre 1621 y
1625, con 168 cm; la que tratamos de la Iglesia parroquial de San Julián,
procedente de la antigua iglesia de Santa Lucía, realizada hacia 1625, de 141
cm; finalmente la conservada en la Catedral de Sevilla, conocida popularmente
como “La Cieguecita”, realizada entre 1629 y 1631 y con una altura de 164 cm.
La obra, que ha venido siendo atribuida por diversos historiadores a
Alonso Cano, ha sido restituida a Martínez Montañés por el historiador Emilio
Gómez Piñol1 en base a determinadas referencias documentales y a
inconfundibles rasgos estilísticos, como la sugestión corpórea de las telas
curvas que se insertan en la peana, el refinado modelado de las cabelleras de
los querubines, el rostro con la mirada imbuida del ideal montañesino de
“humildad y modestia”, la acentuada belleza plástica de los paños y los característicos
pliegues invertidos, etc.
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FRANCISCO PACHECO Izda: Inmaculada con el canónigo Mateo Vázquez de Leca, 1621 Colección particular, Sevilla Dcha: Inmaculada con el poeta Miguel Cid, 1619 Catedral de Sevilla |
Informe: J. M.
Travieso.
Notas
1 GÓMEZ PIÑOL,
Emilio: Inmaculada. Catálogo de la exposición Montañés, maestro de
maestros, Museo de Bellas Artes de Sevilla, Junta de Andalucía, 2019, pp.
251-253.
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MARTÍNEZ MONTAÑÉS Izda: Inmaculada, 1606-1608, iglesia de Ntra. Sra. de la Consolación, El Pedroso (Sevilla) Dcha: Inmaculada, h. 1620, iglesia de San Andrés, Sevilla
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MARTÍNEZ MONTAÑÉS Inmaculada, 1623-1624, Convento de Santa Clara, Sevilla |
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MARTÍNEZ MONTAÑÉS Inmaculada, 1623-1624, Convento de Santa Clara, Sevilla |
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MARTÍNEZ MONTAÑÉS Inmaculada, "La Cieguecita", 1629-1631, Catedral de Sevilla |
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MARTÍNEZ MONTAÑÉS Inmaculada, "La Cieguecita", 1629-1631, Catedral de Sevilla |
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GREGORIO FERNÁNDEZ, arquetipo de INMACULADA Inmaculada Concepción, 1625, Catedral de Astorga |
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GREGORIO FERNÁNDEZ Inmaculada, 1625, Catedral de Astorga |
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