22 de enero de 2024

Theatrum: CRISTO DEL HUMILLADERO, la expresión del pathos como recurso dramático




CRISTO DEL HUMILLADERO

Anónimo (seguidor de Alonso Berruguete)

Primera mitad del siglo XVI

Madera policromada

Iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz, Valladolid

Escultura manierista. Escuela castellana





     El Cristo del Humilladero, por sus características estilísticas, es una de las representaciones cristológicas más atípicas de cuantas permanecen al culto en la ciudad de Valladolid. De tamaño sensiblemente superior al natural, representa a Cristo crucificado con una anatomía atormentada y zigzagueante que responde a una concepción manierista en la plasmación del tormento de la cruz. El cuerpo es extremadamente enjuto y con todos los elementos en tensión minuciosamente descritos, con la cabeza inclinada hacia la derecha, los hombros remarcados y a diferentes alturas, los brazos con los músculos resaltados, el vientre hundido, las piernas estilizadas y flexionadas hacia la derecha y el pie derecho remontando de forma forzada el izquierdo, contribuyendo al movimiento general de la figura el dinamismo del paño de pureza, pegado al cuerpo pero con un anudamiento en la parte izquierda que produce una efectista agitación producida por una inexplicable brisa que origina en el paño ondulaciones con un ritmo serpentiforme.

En líneas generales, su estilo refleja el influjo de los recursos manieristas desplegados por Alonso Berruguete en su taller de Valladolid, tanto en su tensionada y nerviosa anatomía como en algunos detalles descriptivos, como la agitación del perizoma, ya experimentado por Berruguete en el Calvario que corona el ático del Retablo de la Epifanía, realizado en 1537 para la capilla del cambista don Diego de la Haya en la iglesia de Santiago de Valladolid. Herencia berruguetesca es también el tratamiento de los mechones de la melena, largos y afilados, que con rizos calados y serpenteantes se deslizan sobre el pecho. Incluso la disposición corporal y la envergadura del crucifijo rememora en cierto modo el monumental Cristo del Calvario del Retablo de San Benito (1526-1532) que se conserva en el Museo Nacional de Escultura, cuya anatomía se despega de la cruz recordando el empuje del viento sobre la vela de un barco, lo que tensiona todas las partes del cuerpo.

     Pero sin duda, la mayor influencia de Alonso Berruguete es la expresión del pathos en el agónico rostro, un recurso que al maestro palentino le causó impresión cuando conoció el grupo escultórico de Laocoonte y sus hijos durante su estancia en Roma y cuyos componentes dramáticos aplicaría posteriormente con asiduidad en sus obras como emotivo recurso facial para acentuar el dramatismo, repitiendo las cejas inclinadas, los ojos hundidos y dilatados, la mirada perdida, la colocación de la boca entreabierta sugiriendo una súplica o el último suspiro y los cabellos y barbas con decididos contrastes de luces y sombras. De modo que el pathos del Laocoonte también aflora en la dramática cabeza del Cristo del Humilladero, lo que induce a pensar que su autoría corresponde, sin duda, a un seguidor de Alonso Berruguete, que lo habría tallado poco antes de terminar la primera mitad del siglo XVI.

La composición del crucifijo es completamente asimétrica, su policromía presenta una encarnación mate y, como era común en el tiempo en que fue realizado, los ojos no llevan aplicados postizos de cristal, sino que van tallados con los párpados y pintados. 

     En lo alto de la cruz aparece un rótulo con la inscripción “Jesús nazareno rey de los judíos” en hebreo, griego y latín. El hecho de que la escultura no tenga tallado el dorso, testimonia que no fue concebida con fines procesionales, sino para presidir el retablo de la ermita del Humilladero, de la que toma su nombre.

Aquella pequeña construcción había sido levantada con fines penitenciales, por la Cofradía de la Vera Cruz, próxima a salida de la Puerta del Campo y enfrente del Hospital de la Resurrección (en el arranque de la actual Acera de Recoletos), según figura en un auto fechado en 1498, en que los cofrades piden ayuda al Corregidor y Regidor de Valladolid para su edificación.

Allí permaneció hasta 1681, año en que la Cofradía de la Vera Cruz había terminado la construcción de su iglesia penitencial, al final de la calle de la Platería, donde fue instalado un magnífico retablo mayor, posiblemente realizado por Alonso del Manzano, autor de los dos retablos colaterales del mismo templo, a cuya hornacina central —en forma de camarín— fue trasladado el Cristo del Humilladero, que estaba acompañado de las esculturas de la Virgen y San Juan colocadas a los lados conformando un Calvario, obras de un escultor desconocido, también autor del grupo en altorrelieve, situado en el ático, que representa a Santa Elena y Constantino sujetando la Cruz, según la leyenda del hallazgo de tan sagrada reliquia.

     Años más tarde, en 1757, la Cofradía de la Vera Cruz tomó el acuerdo de separar la Dolorosa que formaba parte del paso del Descendimiento, realizado por Gregorio Fernández entre 1623 y 1624, para ser colocada en el camarín del retablo mayor y ser venerada como Virgen de los Dolores, convirtiéndose en la imagen titular de la Cofradía. Por este motivo, el Cristo del Humilladero fue retirado y colocado al culto en un altar de la nave de la epístola acompañado del marco, con arco de medio punto, que disponía en el retablo mayor, decorado con motivos vegetales dorados y una serie de veinticuatro espejos ovalados, con un remate en el que figura el emblema de la Cofradía de la Vera Cruz.

Así permanece el Cristo del Humilladero en nuestros días, que solo ha abandonado esta ubicación en contadas ocasiones, como cuando era trasladado hasta la primitiva ermita (que fue demolida en 1809 por motivos urbanísticos) con motivo de rogativas para implorar lluvia para los campos, cosechas abundantes y protección en las pestes y calamidades que asolaron Valladolid, así como cuando se produjo un incendio en la iglesia a comienzos del siglo XIX, en que fue recogido temporalmente en el convento de San Francisco. 


Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

























Izda: Cabeza de Laocoonte, siglo I, Museos Vaticanos
Dcha: Cabeza del Cristo del Humilladero, iglesia de la Vera Cruz, Valladolid





















Alonso Berruguete. Calvario del Retablo de la Epifanía, 1537
Iglesia de Santiago, Valladolid









Izda: Alonso Berruguete. Cristo del Calvario del Retablo de San Benito, 1526-1532, Museo Nacional de Escultura
Dcha: Seguidor de Alonso Berruguete. Cristo del Humilladero, primera mitad del XVI, iglesia de la Vera Cruz, Valladolid

 









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8 de enero de 2024

Visita virtual: SANTOS FRANCISCANOS Y SAN JOSÉ, la excelencia en la escultura granadina







SANTOS FRANCISCANOS Y SAN JOSÉ

Alonso Cano (Granada, 1601-1667)  y 

Pedro de Mena (Granada, 1628-Málaga, 1688)

1653-1657

Madera policromada

Museo de Bellas Artes de Granada (Procedentes del desaparecido Convento del Santo Ángel)

Escultura barroca. Escuela andaluza

 

 






Sala del Museo de Bellas Artes de Granada

    En 1652 Alonso Cano regresaba a Granada y establecía su taller en el barrio del Albaicín. Quedaba atrás todo un periplo profesional que había comenzado con su aprendizaje en su ciudad natal junto a su padre, Miguel Cano, maestro ensamblador de retablos, sillerías de coro y sagrarios. En Granada comenzó colaborando con los escultores Pablo de Rojas, Bernabé de Gaviria, Diego de Navas y Diego de Aranda, así como con el pintor Juan García Corrales. Ceán Bermúdez afirma que fue el pintor Juan del Castillo quien, a su paso por Granada, advirtió el talento de Alonso Cano, aconsejando a su padre que le enviara a Sevilla para completar su formación.

En 1614 Miguel Cano se trasladaba a Sevilla con su familia, ejerciendo Alonso Cano como colaborador de su padre. Este contrató con Francisco Pacheco la incorporación de Alonso como aprendiz para formarse en el campo de la pintura. Según Antonio Palomino, después pasaría a los talleres de Juan del Castillo y de Francisco de Herrera el Viejo. En 1626 Alonso Cano ya había aprobado su examen de oficio y arte como pintor de imaginería, especulándose que por los años 20 completase su formación en escultura junto a Juan Martínez Montañés, a juzgar por la influencia que recibe su estilo. En 1629 ya figura en los contratos como maestro escultor y arquitecto, consolidándose su prestigio como artista.

Ramón Barba. Relieve de Alonso Cano, 1830, mármol
Fachada Edificio Villanueva, Museo del Prado, Madrid

     En 1637 es reclamado desde Madrid por el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, instalándose en la ciudad de la corte en 1638. Allí pudo conocer las colecciones reales, tomando inspiración de la obra de su colega Velázquez, de la pintura veneciana del siglo XVI y de la influencia de Caravaggio, advirtiéndose una evolución en su obra hacia un estilo más colorista y con figuras de gran elegancia. En Madrid fue maestro de Sebastián Herrera Barnuevo. Tras un periodo de problemas con la justicia en 1644, Alonso Cano estuvo refugiado en la valenciana Cartuja de Porta Coeli, regresando a Madrid al año siguiente.

Tras solicitar al rey una prebenda en el cabildo de la catedral de Granada y serle concedido el cargo de racionero catedralicio, en 1652, como ya se ha dicho, Alonso Cano regresaba a su ciudad natal en plena madurez como artista, donde comenzó a simultanear sus obligaciones en la catedral de Granada con otros encargos solicitados por particulares y órdenes religiosas. Es el caso de las monjas franciscanas del Convento del Santo Ángel Custodio, para las que no sólo realiza pinturas y esculturas, sino que también, como arquitecto, diseña la portada de la iglesia.

Para ser colocadas en hornacinas situadas en las cuatro esquinas del crucero de aquella iglesia conventual, Alonso Cano, contando con la colaboración de su discípulo Pedro de Mena, realizó las esculturas de tres santos franciscanos, San Antonio de Padua, San Pedro de Alcántara y San Diego de Alcalá, así como otra representando a San José con el Niño, esculturas que presentan tanta compenetración estilística y composiciones relacionadas entre sí en sus actitudes y ritmos, que es imposible discernir qué es lo que realizaron cada uno de los dos grandes maestros.

Alonso Cano. Cabeza de San Juan de Dios, 1660-1665
Museo de Bellas Artes de Granada

     La altura a la que iban a ser colocadas —a unos cuatro metros de altura— fue tenida en cuenta por el escultor, que colocó las cabezas dirigidas hacia abajo y las rollizas figuras del Niño Jesús asomando entre los brazos de los santos. En ellas, por influencia de los modelos clásicos que había conocido en Madrid, renuncia a la exagerada gestualidad de otros escultores barrocos para expresar en sus figuras un movimiento contenido, reducido al adelantamiento de la rodilla y a los bordes de los paños reducidos a finísimas láminas, así como con un gesto de ensimismamiento común en toda su obra escultórica, en este caso con esculturas de una gran estabilidad y monumentalidad caracterizadas por los rostros ovalados, los ojos ligeramente rasgados y una gestualidad de gran calado místico, haciendo gala en todas ellas de una técnica magistral en la talla, el modelado y la policromía.                   

En efecto, la faceta de pintor de Alonso Cano se refleja en el tratamiento de una policromía preciosista, tanto en el tratamiento de los paños, ajustados a la austeridad de las clarisas, como en los tonos rosados y luminosos de las carnaciones, cuyo tratamiento, a modo de pintura de caballete, contribuye a la consecución de un naturalismo y un realismo sorprendente, trabajo que volvería a repetir pocos años después en la cabeza de San Juan de Dios, perteneciente a una escultura de vestir de la que se desconoce su procedencia y que, proveniente de uno de los conventos granadinos desamortizados en el siglo XIX, se guarda igualmente en el Museo de Bellas Artes de Granada, obra en la que María Elena Gómez Moreno encuentra semejanzas con los mejores retratos romanos. Por otra parte, al sobresaliente realismo facial de estas esculturas, al margen de los efectos pictóricos de la policromía, contribuye la incorporación de ojos postizos de cristal.

Alonso Cano. Virgen de Belén, h. 1664
Catedral de Granada

     Es destacable el imaginario de Alonso Cano respecto a las figuras de niños, especialmente en las del Niño Jesús, aquí presentes en las tallas de San José y San Antonio de Padua, que presentan de forma continua a un niño rollizo, inquieto y vivaracho, existiendo un estrecho paralelismo entre sus obras escultóricas y pictóricas, como se puede comprobar en la pintura de la Virgen del Lucero que se expone en la misma sala del Museo de Bellas Artes de Granada (depósito del Museo del Prado), realizada poco antes de abandonar Madrid, o en la sugerente Virgen de Belén de la catedral de Granada, realizada en esta ciudad por el gran maestro hacia 1664.

Esta serie procedente del Convento del Santo Ángel se puede considerar como uno de los ejemplos más destacados de toda la escultura barroca policromada de España, donde la fusión de lo escultórico y lo pictórico se complementan de forma magistral, de modo que Alonso Cano con los pinceles continúa el trabajo realizado con gubias y escofinas. Incluso la incorporación de ojos postizos de cristal, más allá del efecto realista, significa un equilibrado matiz pictórico que completa el hondo contenido espiritual de cada figura, poniendo de manifiesto la creatividad del polifacético artista en el diseño de obras pensadas para lugares y espacios concretos.

Por último, recordar que el Convento del Santo Ángel fue demolido en 1933, ingresando las cuatro esculturas, pocos años después, en el Museo de Bellas Artes de Granada, donde se exponen en la actualidad.

 



San Antonio de Padua con el Niño Jesús

Canonizado por la Iglesia en 1232, el santo lisboeta está representado joven, con tonsura monacal, descalzo y revestido del hábito franciscano. Ensimismado, dirige su mirada a la rolliza figura del Niño Jesús que sujeta, junto a un pañal, entre sus brazos, con la pierna izquierda del infante flexionada para aportar dinamismo a la composición. Otro tanto ocurre con la pierna izquierda del santo, ligeramente adelantada bajo el hábito, sugiriendo casi una posición de marcha. Es destacable el suave modelado del hábito, así como la ascética textura de la estameña remarcada con los efectos de una policromía aplicada con gran minuciosidad, lo que hace resaltar el verismo de las carnaciones de la cabeza, plena de matices realistas, y de la figura del Niño, con tonos rosáceos pálidos que complementan los detalles mórbidos en la talla de la figura infantil. La iconografía del santo se ajusta a la desarrollada de forma generalizada tras la Contrarreforma, basada en la supuesta aparición del Niño Jesús durante un viaje que hizo el santo a Francia, posiblemente en la zona de Limoges.

 


San Pedro de Alcántara

Esta escultura devocional se realiza previamente a que el santo alcantarino fuese canonizado, después de ser beatificado por el papa Gregorio XV en 1622 (la canonización se produciría en 1669 por el papa Clemente IX).  Amigo y consejero de Santa Teresa de Jesús, aparece representado como un hombre maduro en un rapto de inspiración mística, posiblemente aludiendo a su Tratado de la oración y meditación, en el que hace una versión popular de la obra del mismo título escrita por Fray Luis de Granada. Por este motivo, es la única de las cuatro esculturas que tiene la cabeza levantada y la mirada dirigida a lo alto, sujetando en su mano derecha el libro y en la izquierda un cálamo que no se ha conservado. El hábito permite percibir una posición clásica de contrapposto, recurso que proporciona movimiento a la escultura al hacer descansar el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda, permitiendo al tiempo flexionar y adelantar la derecha, lo que produce una inclinación de la cadera, rompiendo de este modo la ley de frontalidad sin que la figura pierda el equilibrio. Viste el hábito franciscano ajustado a la cintura por el cordón característico de la Orden, con tres nudos alusivos a los votos de Pobreza, Obediencia y Castidad o bien con los cinco nudos que representan los estigmas de Cristo, un elemento postizo que se conserva incompleto. El austero sayal de estameña forma grandes pliegues redondeados que proporcionan un acertado efecto de claroscuro, haciendo destacar el trabajo de las manos, pies y cabeza, que con los detalles de la policromía son elementos descritos con admirable precisión anatómica. 

San Diego de Alcalá

Este santo oriundo de la población sevillana de San Nicolás del Puerto y canonizado por el papa Sixto V en 1588, aparece representado como un joven fraile con extraordinaria originalidad, aunque su figura aluda al milagro más representado en su iconografía, aquel que se refiere a la leyenda, según la cual, Diego acostumbraba a repartir comida entre los pobres que acudían a las puertas del convento, algo que sus superiores consideraban excesivo y molestoso, por lo que le prohibieron excederse en tanta caridad. En cierta ocasión vieron que Diego escondía algo en el hábito después de haber entregado la limosna diaria, haciéndole mostrar lo que ocultaba con el fin de reprenderle, pero milagrosamente los panecillos se habían convertido en rosas. Por este motivo, San Diego de Alcalá es presentado por Alonso Cano ante el espectador, que conocía la leyenda piadosa por ser una devoción muy extendida en aquel tiempo, recogiendo con elegancia el hábito en que ocultaba las limosnas —que no se ven, pero se intuyen— a la altura de la cintura, lo que produce una cascada de pliegues que son característicos en su producción escultórica, modelados con un naturalismo que junto a la recreación del tejido de estameña —pintado a cordoncillo en relieve— consigue que la madera quede desnaturalizada. El expresivo rostro se complementa con el acompasado y rítmico movimiento de la pierna izquierda adelantada y de sus manos recogiendo el hábito, a lo que se suman los pies descalzos, adelantado el izquierdo y levemente levantado el derecho. Una singular armonía escultórica proporciona a la figura una serena elegancia. De nuevo destacan los efectos anatómicos y la tersura de los pies, manos y rostro, al tiempo que sitúan a Alonso Cano como un gran creador de tipos ideales cargados de misticismo. Quizá esta sea la escultura en que mejor consigue reflejar la vida interior y la elevación mística del santo, absorto en reflexiones interiores y ajeno a todo lo que le rodea. 

San José con el Niño

De las cuatro esculturas realizadas por Alonso Cano, la de San José es la que muestra una mayor soltura compositiva y movimiento, ofreciendo la esencia y los rasgos propios del estilo barroco que caracteriza la obra de Alonso Cano. La escultura está concebida para ser contemplada desde abajo, tanto de frente como en sus dos perfiles, presentando, como las esculturas de los santos franciscanos, una mínima parte de la espalda sin tallar y recubierta de lienzos encolados. De modo muy original, San José aparece en actitud de caminar, con la pierna derecha adelantada dando el paso. El santo viste una sencilla túnica y un amplio manto que apoyado sobre el hombro izquierdo se desliza por la espalda y es recogido al frente bajo el brazo que sujeta al Niño, cayendo en forma de numerosos pliegues menudos y describiendo una diagonal que llega a los pies. Con su brazo izquierdo estrecha contra su pecho al Divino Infante, cuyo dinamismo se acompaña del leve giro del torso de San José, que queda compensado con el brazo derecho flexionado y en posición retrasada, sujetando en la mano la vara florida que al tiempo le sirve de apoyo y equilibra todo el movimiento. La cabeza de San José, de exquisito modelado y virtuosa talla en cabellos, rostro y barba, presenta una mirada profundamente meditativa, con un rictus entre triste y silencioso. Su figura completa el denso y hondo coloquio de formas y expresiones, con profundos contenidos de reflexión y pensamiento, que se establece entre las cuatro esculturas creadas por Alonso Cano.

Alonso Cano. Virgen del Lucero, 1645-1652
Museo de Bellas Artes de Granada (depósito Museo del Prado)

     En esta escultura destaca el desbordamiento expresivo del Niño que, cogido con la mano derecha a la túnica del santo y sujetando la izquierda sobre el brazo paterno, airoso gira su cuerpo para dirigir su mirada al espectador con gesto curioso y desenfadado. Su figura presenta un hermoso desnudo pleno de morbidez, blandura y dinamismo, encontrando su amable gestualidad el contrapunto en la mirada profunda y meditativa de San José.      

 

  Informe: J. M. Travieso.

 




Pedro de Mena. San Francisco de Asís
Fundación europea / adquirida en el mercado del arte en 2017








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4 de enero de 2024

Navidad en Valladolid 2023-2024: BELENES MONUMENTALES

Belén "Cristo Niño", Sala de Las Francesas
Entre las tradicionales instalaciones en iglesias y colegios, recomendamos la visita de los siguientes belenes: 

Belén Monumental

“CRISTO NIÑO”

Lugar: Sala Exposiciones de Las Francesas

Organiza: Asociación Belenista de Valladolid y Ayuntamiento de Valladolid

Este belén de la familia Angulo, ha sido concebido como un homenaje a la aldea austriaca que le da nombre e inspirado en edificaciones típicas del país alpino realizadas entre los siglos XV y XVII. El montaje ocupa más de cuarenta metros cuadrados y cuenta con un centenar de figuras de la colección ‘El arte cristiano’.

Del 22 de diciembre al 14 de enero.

Belén "Cristo Niño", Sala de Las Francesas
Horario: Hasta el 4 de enero, de martes a domingo de 11 a 14 horas y de 17 a 21 horas. Del 5 al 14 de enero, de martes a domingo de 12 a 14 horas y de 18:30 a 21:30 horas.

Días 24 y 31 de diciembre: de 11 a 14 horas.

Cerrado los lunes y los días 25 de diciembre y 1 de enero.

 

Belén Bíblico Monumental

“CRISTO NACE EN VALLADOLID”

Lugar: Sala Teresa Ortega Coca del Palacio de Pimentel.

Organiza: Asociación Belenista Castellana y Diputación de Valladolid

Belén "Cristo Niño", Sala de Las Francesas
Original montaje que ambienta el nacimiento de Cristo en Valladolid. En él se reproduce la Catedral, la fachada de la Universidad, la iglesia de Santa María de la Antigua, el antiguo mercado de Portugalete y algunos edificios, puentes y rincones de la antigua ciudad.

Del 15 de diciembre 2023 al 6 de enero 2024

Horario: De lunes a domingo, de 11 a 14 horas y de 17 a 21 horas

24 y 31 de diciembre, de 11 a 14 horas

1 de enero cerrado

 


Belén Napolitano

Belén "Cristo Niño", Sala de Las Francesas
Colección incomparable de figuras napolitanas del siglo XVIII en una espectacular escenografía actual.

Lugar: Museo Nacional de Escultura-Palacio Villena

Organiza: Museo Nacional de Escultura

Entrada gratuita hasta el domingo 4 de febrero de 2024.

Horario:

De martes a sábado, de 10 a 14 y de 16 a 19.30 horas.

Domingos de 10 a 14 horas.

Apertura extraordinaria de 10 a 21 horas los días 22, 23, 26, 27, 28, 29 y 30 de diciembre y 2, 3, 4 y 5 de enero de 2024.

Cerrado: 24, 25 y 31 de diciembre, 1 y 6 de enero.

Belén "Cristo nace en Valladolid", Palacio Pimentel

 Belén monumental de la iglesia de las Angustias

Conjunto de dioramas realizados por José María Villa Gil

Lugar: Salón de Pasos de la Cofradía

Del 6 de diciembre 2023 al 7 de enero 2024

Horario: De 12 a 14 horas y de 18 a 21 horas

Belén barroco en el interior de la iglesia del 5 de diciembre al 2 de febrero, visitable de lunes a sábado y festivos de 10 a 14 y de 18 a 20:30 horas. Domingos sólo mañana.

 

Belén del Colegio La Salle

Belén "Cristo nace en Valladolid", Palacio Pimentel
Belén ambientado con reproducciones de célebres edificios de Gaudí, entre ellos la Sagrada Familia, el Parque Güell de Barcelona y el Capricho de Comillas.

Lugar: Colegio la Salle

Organiza: Asociación de familias de alumnos

Del lunes, 19 de diciembre, al viernes, 6 de enero

Horario: A diario de 18 a 21 horas. Domingos y festivos de 12 a 14 horas.

 




Belén "Cristo nace en Valladolid", Palacio Pimentel










Belén "Cristo nace en Valladolid", Palacio Pimentel








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