20 de septiembre de 2010

Historias de Valladolid: LA IMAGEN DE LA PIEDAD, crónica de un desalojo inexplicable



     Escribir sobre temas que atañen a las cofradías penitenciales de Valladolid, también de otras ciudades, es parecido a caminar sobre un campo de minas, pues el asunto más inesperado te pude estallar en las manos por mucha objetividad y buena voluntad que se tenga, debido a la suspicacia e intransigencia que caracterizan a algunas de ellas, motivo por el que la mayoría de los cronistas se limitan en sus escritos a dosificar almíbar obviando la realidad, aunque lo cierto es que en muchos casos se cumple el dicho popular de "unos por otros, la casa sin barrer".

     Un caso significativo, todavía no resuelto, es el rocambolesco exilio de la imagen de La Piedad de la iglesia de San Martín (ilustración 1), una joya del patrimonio escultórico vallisoletano cuya ubicación trae de cabeza durante ya muchos años a la citada parroquia, a los seguidores de la Semana Santa, a los amantes del arte, al mismísimo arzobispado y, sobre todo, a la propia cofradía. Todo ello producido por la falta de entendimiento entre la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y la parroquia de San Martín, donde la histórica penitencial tiene su sede canónica.

     No intentamos decantarnos por ninguna de las partes en litigio, pues tenemos muy claro el dicho cervantino  "con la Iglesia hemos topado", sino hacernos eco de unos hechos que los vallisoletanos contemplamos sorprendidos, sobre todo cuando el asunto ha llegado a provocar situaciones verdaderamente surrealistas.

LA PIEDAD DE GREGORIO FERNÁNDEZ

     Todo gira en torno al grupo escultórico compuesto por la Virgen rodilla en tierra y Cristo muerto en su regazo, una obra maestra realizada por Gregorio Fernández en 1627, en plena madurez del escultor, a petición de la familia Sevilla y Vega para presidir el retablo de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, fundada en 1590 en el convento de San Francisco por don Juan de Sevilla y su esposa doña Ana de la Vega, de la que los herederos ostentaban el patronato. Fue fray Matías de Sobremonte quien en su manuscrito "Historia del Convento de San Francisco" describió la colocación de la imagen en el recinto franciscano y su autoría, proporcionando una serie de datos que serían fundamentales en el futuro para su identificación.

     La Piedad no fue concebida como escultura exenta con fines procesionales, sino como un altorrelieve de gran bulto reservado a la caja del retablo, por lo que su disposición es eminentemente frontal y con la parte trasera originariamente ahuecada, una técnica en la que Gregorio Fernández era un gran maestro, siendo retocada la espalda cuando fue destinada al uso procesional.

     Su composición combina con sabiduría elementos cerrados, como el cuerpo inánime de Cristo en forma arqueada y envuelto por el sudario que se apoya sobre la rodilla de la Virgen, y elementos abiertos propios de la gesticulación barroca, como los brazos elevados de María en gesto de desamparo y su cabeza colocada hacia arriba y en diagonal, por lo que el juego de volúmenes permite su vista con la misma fuerza desde los costados.

     El centro emocional se concentra en el expresivo rostro de la Virgen, con ojos de cristal y sabiamente envuelto por un juego de pliegues de tocas blancas, al tiempo que un manto verde-azulado, recorrido en los bordes por una cenefa decorada con motivos vegetales a punta de pincel, envuelve una túnica roja formando pliegues voluminosos que producen un fuerte claroscuro que potencia la desnudez de Cristo, cuyo cuerpo presenta un modelado blando de gran clasicismo y un estudio anatómico dotado de gran belleza, destacando el virtuosismo en la talla de barbas y cabellos, con una cabeza que sigue el prototipo creado por el escultor (ilustración 2). Se completa con una policromía aplicada sobre las superficies como si se tratara de un lienzo, con encarnaciones en tonos mate, zonas sombreadas, resaltes luminosos en las mejillas y realismo en las llagas, siguiendo una iconografía ajustada a la que el escultor utilizara cuatro años antes en la Virgen y el Cristo del Descendimiento. El resultado es una magnífica obra devocional, de suma belleza, que muestra el alto grado de naturalismo conseguido por Gregorio Fernández en su etapa de madurez, superando por su clasicismo formal a otros modelos del mismo tema realizados por el escultor que se conservan en la iglesia del Carmen de Burgos, en el convento de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia) y en la iglesia de Santa María de La Bañeza (León).
     Hoy conocemos, en virtud de los estudios realizados por Jesús Urrea, que la talla fue policromada por el pintor Diego de la Peña bajo la supervisión de Gregorio Fernández (ilustración 3). También que Xaques del Castillo se ocupó del ensamblaje del retablo en el que se ubica la imagen y que el pintor Diego Valentín Díaz, el más prestigioso de Valladolid en su tiempo, fue el autor de la pintura de la "Imposición de la casulla a San Ildefonso" que corona dicho retablo (ilustración 10).

     La talla fue liberada de sus toscos repintes a iniciativa de la Cofradía de La Piedad en 1986-1987 y de nuevo restaurada en 2004, momento en que su limpieza permitió recuperar su policromía original. Un dato poco conocido es que existe una réplica de la escultura en la cripta de la catedral de Santander, un regalo de Valladolid para honrar a los marineros caídos en la Guerra Civil en la que por entonces era provincia hermana de Castilla la Vieja. Igualmente es significativo que haya sido elegido el paso de La Piedad para formar parte del Vía Crucis que recorrerá las calles de Madrid el 19 de agosto de 2011, con motivo de la asistencia del papa Benedicto XVI a la Jornada Mundial de la Juventud.

PERIPECIAS DEL RETABLO

     El retablo permaneció en San Francisco hasta la Desamortización de Mendizábal de 1836, momento en que desapareció el convento franciscano de la Plaza Mayor y fueron confiscados sus bienes, entre ellos una importante colección de obras pictóricas y escultóricas que fueron almacenadas en el Colegio de Santa Cruz, germen del futuro Museo de Escultura. Pero la imagen de La Piedad, en ocasiones mencionada como "La Quinta Angustia" no tuvo el mismo destino, ya que fue reclamada por la familia Salcedo y Rivas, herederos directos de la familia propietaria, que en esos años poseían el patronato de la capilla de San Ildefonso en la iglesia de San Martín, un recinto fundado en 1622 por don Alfonso Fresno de Galdo, que fuera obispo de Honduras y cuyo palacio familiar se hallaba en la vecina calle del Prado.

     Trasladada la imagen a San Martín, fue colocada en la capilla de los Galdo (la tercera del lado del Evangelio, actualmente dedicada a San Juan de Sahagún), donde permaneció hasta 1912, año en que, debido a la gran devoción que despertaba en el populoso barrio, fue sacada de la pequeña capilla y colocada en el brazo derecho del crucero. Finalmente, con el fin de dotar a la imagen de un recinto de mayor dignidad, el retablo fue finalmente colocado en la espaciosa capilla barroca que ocupa el segundo lugar del lado del Evangelio y que desde 1701 aparece cerrada por una reja, a continuación de la capilla bautismal en que fuera bautizado el poeta José Zorrilla. Una suntuosa capilla, levantada entre 1694 y 1698, que fue patronato de don Gaspar Vallejo y que está cubierta por una bella cúpula barroca, diseñada por los arquitectos Pablo Mínguez y Manuel Izquierdo, con trabajos de yeserías polícromas que presentan un apostolado en torno a la figura de la Inmaculada (ilustración 4). Con este traslado La Piedad había encontrado un espacio barroco, digno y apropiado para resaltar los valores de la imagen y para recibir a sus devotos, que siempre han sido multitud.

     La imagen de La Piedad fue sacada por primera vez en procesión en 1927, en pleno proceso de recuperación de los desfiles procesionales emprendido por don Remigio Gandásegui, arzobispo de Valladolid desde 1920 y verdadero artífice de las celebraciones de Semana Santa al estimular la recuperación de las cofradías penitenciales históricas, la creación de otras nuevas y el alumbramiento de los pasos tradicionales, labor que contó con la colaboración de Francisco de Cossío y Juan Agapito y Revilla. Entre ellas figuraba la hermandad de La Piedad, con la historia más compleja de las cinco históricas de Valladolid, cuya fundación se remonta a 1578.
     En un principio encontró como primera sede la iglesia del Rosarillo y fue encargada de alumbrar el paso de la Sexta Angustia (Museo Nacional Colegio de San Gregorio), aunque pronto se le adjudicó como sede canónica la parroquia de San Martín por estar en ella recogida la imagen de La Piedad que Agapito y Revilla había identificado con la que describiera fray Matías de Sobremonte en la iglesia de San Francisco, a la que, desde el 21 de diciembre de 1930, la cofradía se comprometió a dar culto convertida en su paso titular, siendo aprobados sus estatutos por el arzobispo Gandásegui en marzo de 1934. Desde ese momento la iglesia parroquial vino colaborando en la cesión de la imagen para su uso en las celebraciones anuales y la cofradía mandó elaborar una bella carroza cuyos tradicionales adornos florales son admirados desde entonces, contribuyendo parroquia y cofradía a la brillantez de los desfiles procesionales.

LOS DESGRACIADOS ACONTECIMIENTOS Y LA DURA POLÉMICA

     En toda España, pero especialmente en Valladolid, la conservación del patrimonio histórico-artístico conoció la desidia y el maltrato a lo largo de los siglos como un mal endémico, sobre todo en el siglo XX y en especial durante el despegue económico de los años sesenta, cuando junto a los estragos por abandono de muchos edificios se produjo una destrucción masiva de buena parte del entramado urbano que fue consentida en base a la especulación. Un desastre que algunos han llegado a comparar con los bombardeos producidos en la ciudad alemana de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial. Este juicio, que no es exagerado y posiblemente se quede corto, sitúan a Valladolid entre las ciudades españolas con mayor patrimonio perdido sin que al Ayuntamiento, Iglesia, Universidad y a todo tipo de instituciones locales les temblara el pulso en aquellos años.

     Fruto de la desidia y de la falta de recursos económicos uno de los edificios que se fue degradando sin remedio fue la iglesia de San Martín, cuya alta torre románica ha marcado durante siglos la fisionomía de la ciudad. Como consecuencia, las bóvedas barrocas de la nave y del crucero se vinieron abajo el 15 de marzo de 1965, causando considerables destrozos patrimoniales, comenzando por el propio templo (ilustraciones 7 y 8). Afortunadamente, pudo salvarse parte de la colección artística, especialmente la apreciada imagen de La Piedad, que fue puesta a salvo en la cercana iglesia de las Descalzas Reales.

     A partir de entonces se han sucedido toda una serie de acontecimientos que podríamos calificar de insólitos. Si en un primer momento se especuló con demoler el templo y dejar sólo la torre pétrea, posteriormente se decidió conservar el edificio y restaurarlo, para lo que hubo que esperar casi veinte años. Durante ese tiempo la Cofradía de La Piedad fue acogida por la comunidad de clarisas de las Descalzas Reales, siempre con carácter provisional, siendo trasladada la imagen a esta iglesia en noviembre de 2001.

     Desde 2004 a noviembre de 2007 se llevaron a cabo las obras de una restauración que afectaron a la totalidad de la iglesia de San Martín, consolidándose toda la fábrica, incluida la fachada y la torre, rescatando el pavimento repleto de lápidas sepulcrales de los siglos XVII y XVIII y realizando una nueva cubierta, un peculiar trabajo cuyo resultado estético, totalmente alejado de la concepción barroca original, produce una sensación de "quiero y no puedo", pues con discutibles criterios vanguardistas se ha reconstruido el cerramiento de la nave en forma plana, un cielorraso a la altura del entablamento que recorre el interior y que bien recuerda el techo de un garaje o de un establecimiento comercial del que penden modernas lámparas que contrastan con los refulgentes retablos barrocos recién restaurados (ilustración 9). Pero...¿se ha conseguido el diálogo entre los elementos barrocos y los vanguardistas, entre la curva por excelencia y las afiladas rectas?. Este es un punto muy discutible, pero uno no pretende ser purista y sólo hay que verlo para sacar una conclusión.

     Pero hay más. Después de limpiado y pintado el interior del templo, fueron recolocados los retablos conservados y restaurados en sus correspondientes capillas, todos con sus pinturas y tallas relucientes en el momento de reabrirse al culto. Todos completos menos uno, el retablo de La Piedad, el que más expectación despertaba, cuya hornacina central aparecía vacía. La causa fue un enfrentamiento producido entre la cofradía y el párroco que parece no tener solución, pues unos y otros se enzarzaron en disquisiciones un tanto descabelladas. Si la cofradía, por lo que se ve más cómoda en la iglesia de las Descalzas Reales, a pesar de tener adjudicada su sede canónica en San Martín (ilustraciones 5 y 6), esgrimió ser la propietaria de la talla y tener derechos para decidir su ubicación, de lo cual no existe ningún documento de cesión o compra que lo avale, al párroco no se le ocurrió otra forma para reivindicar el regreso de la escultura que colocar en el retablo vacío una fotografía de tamaño natural de la imagen sobre un soporte de cartón, algo que con buen sentido después se ha eliminado, aunque permanece presente en uno de los muros a modo de protesta (ilustraciones 10 y 11). ¡Unos y otros sin piedad!

     A pesar de la mediación del arzobispado en el pleito, de su decreto sentenciando el regreso de la imagen a la parroquia de San Martín, cuyos plazos han sido ampliamente sobrepasados, de la negación a la solicitud de cambio de sede canónica, decisión en la que incluso ha podido intervenir el Consejo Pontificio para los laicos, después de la puesta a punto del templo tradicional hace tres años, la imagen no ha regresado a su altar de origen en un gesto de desobediencia de la Junta de Gobierno de la cofradía, un hecho que algunos cofrades contemplan con temor y los vallisoletanos que conocen el caso con total estupor. ¿Pueden ser tan poco "piadosos" los responsables de la magnífica escultura de La Piedad que tantos fervores despierta entre los admiradores de Gregorio Fernández y en toda la ciudad? ¿Cuándo y cómo acabará la historia de este inexplicable exilio? Parafraseando al padre Astete, doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotos 2 y 3: Valladolid arte y ciudad, Flickr. Foto 10: Zarateman, Wikipedia.

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