31 de julio de 2015

Theatrum: DEMÓCRITO Y HERÁCLITO, el optimismo y el pesimismo como rasgos del temperamento humano










DEMÓCRITO Y HERÁCLITO
Pedro Pablo Rubens (Siegen, 1577 - Amberes, 1640)
1603
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Pintura barroca. Escuela flamenca











El 22 de abril de 1603 llegaba al puerto de Alicante, procedente de Italia, un joven de 25 años, con cabello pelirrojo y ensortijado, que había nacido en el Sacro Imperio Romano Germánico. Se trataba del pintor Pedro Pablo Rubens, que en su calidad de diplomático, como representante de Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua, tenía como destino la Corte española para cumplir una misión que éste le había encomendado con el deseo de estrechar lazos: custodiar y hacer llegar al rey de España un lote de valiosos regalos, junto a un lote de pinturas de Pietro Faccheti, que copiaban conocidas obras renacentistas italianas de Rafael, Tiziano y Sofonisba Anguissola, para ser entregadas al Duque de Lerma, conociendo su pasión por la pintura.

Pero tras su llegada al puerto levantino las circunstancias no pudieron ser más complicadas al encontrarse con dos inconvenientes inesperados. Por un lado, que la Corte española se había establecido en Valladolid, lo que suponía un alejamiento del destino al que conducir tan delicada carga. Por otro, una climatología adversa de intensas lluvias primaverales que complicaron sobremanera el ya dificultoso traslado de las delicadas obras en carretas, hasta el punto de resultar dañadas gran parte de las pinturas y arruinadas completamente dos de temática religiosa durante los veintiún días que duró el trayecto desde la costa alicantina a la meseta castellana.

Por este motivo, a su llegada a Valladolid, debido a la imprevista ausencia del monarca y atendiendo la petición de Annibale Iberti, embajador de Mantua en España, la primera actividad que emprendió el pintor fue la restauración de las obras que custodiaba, trabajo que acometió en solitario tras rechazar la colaboración de los pintores cortesanos españoles, cuyos modos pictóricos aborrecía. Asimismo,  decidió incorporar al lote una pintura propia para compensar las pérdidas producidas en el trayecto, según se desprende de las cartas enviadas por el propio Rubens desde Valladolid en el verano de 1603, donde entre otros de sus cometidos también figuraba el de realizar una serie de retratos de damas de la corte española para ser destinados a la Galería de Bellezas del Duque de Mantua1, lo que justificaba que el pintor portara sus útiles de trabajo en el viaje.

Rubens hizo gala de su maestría en Valladolid realizando una obra maestra completamente distinta al tipo de pintura realizada en aquel momento en España. Con el deseo de mostrar su erudición en el ambiente cortesano, propiciado por los gustos e intereses del todopoderoso Duque de Lerma, eligió un tema profano representando a dos filósofos griegos presocráticos, Demócrito y Heráclito, dos figuras de la antigüedad clásica que habían sido recuperadas por los escritores y pintores italianos del Renacimiento para encarnar el optimismo y el pesimismo ante la vida, dos rasgos antagónicos del temperamento humano.

Duque de Lerma. Rubens, 1603. Museo del Prado
La pintura cautivó a don Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, que de inmediato la incorporó a su colección personal, según se desprende de los inventarios2 realizados en 1603 y 1607. Pero no sólo eso, sino que en septiembre de ese mismo año solicitó a Rubens su traslado al palacio de la Ventosilla, próximo a Lerma, para que le realizara un retrato ecuestre emulando al grandilocuente retrato de Carlos V vencedor en Mühlberg que hiciera Tiziano, un retrato que también fue pintado en Valladolid y que puede considerarse como una de las mejores pinturas de este género que conserva el Museo del Prado desde que fuera adquirido en 1969. En él aparece tan ambicioso personaje como jefe de los ejércitos españoles, a lomos de un caballo blanco, con armadura de gala, el collar de la Orden de Santiago al cuello y portando un bastón de mando, figurando en el fondo, bajo un celaje con grandes nubarrones, una batalla de caballería. Ocho años después, emulando al duque, don Rodrigo Calderón, su hombre de confianza y secretario del rey, se hacía retratar por Rubens de la misma manera (Royal Collection, pintura expuesta en el Castillo de Windsor).

DEMÓCRITO Y HERÁCLITO   
  
En un alarde de expresividad y con una composición perfectamente estudiada, fruto de un excepcional talento, Rubens representa a los dos filósofos, de caracteres tan opuestos, de medio cuerpo, mirando fijamente al espectador y colocados a ambos lados de un globo terráqueo en el que se aprecian territorios norte y centroeuropeos rodeados de mares, a modo de un portulano en el que es visible la rosa de los vientos. Sus identidades quedan aclaradas en inscripciones con caracteres griegos que recorren los bordes de sus mantos.

A la derecha del espectador aparece Heráclito de Éfeso, al que para reforzar su carácter melancólico y retraído —pesimista en suma— el pintor viste con una indumentaria negra que incluye un manto que le cubre la cabeza, un recurso cromático-psicológico que está reforzado por la colocación de las manos cruzadas ante el pecho, en gesto de desconsuelo, mostrando una anatomía muy castigada, con un rostro ceñudo y ojeroso, propio de un desventurado que padece en silencio su convencimiento de la fragilidad humana y su vulnerabilidad ante el destino. Es la imagen de la desventura, con una anatomía en parte degradada y próxima a la fealdad, propia del hombre alicaído e incapaz de superar el drama humano.

Estableciendo un juego evidente de contrapuntos, a modo de declaración de principios, Demócrito de Abdera, que está colocado en el lado opuesto, se presenta como adalid del buen ánimo (euthymia), del optimismo y de la vitalidad. Su figura, hábilmente iluminada, destaca sobre el tronco de un roble frondoso colocado al fondo, especie de árbol que refuerza el significado de la fortaleza humana. Demócrito se cubre con un simbólico manto rojo que deja asomar una saya blanca, al tiempo que su rostro esboza una sonrisa mientras gesticula con las vigorosas manos como si iniciara una conversación con el espectador exponiendo sus ideas. Junto a los llamativos colores de su figura, curiosamente en un personaje que afirmó que el color como tal no existe en las cosas, anticipándose a teorías actuales, destaca el virtuoso sombreado de la cabeza, con larga melena de mechones ensortijados, poblada barba con abundantes rizos de tonos caoba y un rostro jovial de tez tersa y curtida de calculada belleza nórdica.

El personaje, junto a su simbólica actitud positiva ante la vida, ofrece connotaciones de contenido social encriptado, pues conviene recordar que fue el filósofo Demócrito quien declaró preferir un régimen democrático, con todos sus defectos, a cualquier tipo de dictadura —Es preferible la pobreza en una democracia a la llamada felicidad que otorga un gobernante autoritario, como lo es la libertad a la esclavitud—, aunque estos significados posiblemente no fueran interpretados en aquel tiempo. Demócrito también rechazó todo tipo de nacionalismo o etnicismo —Toda tierra es accesible para el hombre sabio, pues la patria del alma buena es todo el universo—, resumiendo algunas de sus ideas en su "Tritogenia" —Tres son las consecuencias de ser sabio: deliberar bien, hablar sin error y obrar como se debe— y en sus disquisiciones éticas, en las que recomienda “No hagas ni digas nada feo aunque estés solo; aprende a avergonzarte más ante ti mismo que frente a los demás” y “Mejor es advertir los propios errores que censurar los ajenos”, ideas básicas para la concepción optimista de la vida.


Heráclito y Demócrito. Bramante, 1491. Pinacoteca Brera, Milán
Se han querido encontrar los antecedentes de esta pintura en un cuadro propiedad del humanista toscano Marsilio Ficino que, con algunas variantes, reprodujo Donato Bramante en 1491 para la Casa Prinetti de Milán (Pinacoteca Brera, Milán). En ella aparecen los filósofos llorando y riendo ante el estado del mundo. No obstante, el tema era conocido en los círculos literarios españoles gracias a la traducción realizada en 1549 por Bernardino Daza Pinciano de la obra Emblematum liber (Libro de los Emblemas) del milanés Andrea Alciato, así como por ser recogido en un poema titulado Rissa y planto de Demócrito y Heráclito que publicara Filiremo Fregoso en 1554, al que acompañaba un grabado ilustrativo.

El cuadro fue pintado con premura por Rubens en Valladolid debido a las circunstancias antes expuestas y muestra las reminiscencias manieristas recogidas en la obra temprana del pintor, en su denominada "etapa italiana", a pesar de que ya afloran en él los rasgos que caracterizarán toda su obra, como el brillante colorido de inspiración veneciana, la grandilocuencia y monumentalidad compositiva, las formas ampulosas, la teatralidad de las figuras y el contenido simbólico como fruto de una elevada erudición, factores que le convertirían en el gran maestro de la pintura barroca europea. Pero además la excelente pintura supone la primera representación alegórica de este tema en España, lo que explica el éxito que obtuvo, volviendo a pintar hacia 1636 a los filósofos por separado, a petición de Felipe IV, para la decoración de la llamada Torre de la Parada, pabellón de caza situado en el monte de El Pardo, próximo a Madrid.

Demócrito y Heráclito. Rubens, 1636. Museo del Prado
Tras estar desaparecida durante mucho tiempo, posiblemente en poder de los herederos del duque de Lerma hasta principios del XIX, la pintura pasó a ser propiedad de Arthur Wellesley, duque de Wellington, cuyos herederos lo vendieron posteriormente a distintos coleccionistas ingleses y americanos. En 1999 fue presentado y subastado en el mercado del arte por la casa inglesa Christie's, donde fue adquirido por el Estado español, que finalmente lo destinó al Museo Nacional de Escultura, en una brillante operación que supuso el retorno de la pintura a la ciudad donde fue realizada.

De aquella estancia del gran pintor junto al Pisuerga tenemos pocas noticias, prácticamente limitadas a la citada correspondencia personal de Rubens en que refiere la reparación de las obras dañadas, pero sin duda debió ser fructífera. A pesar de que desconocemos dónde tenía instalado el taller, aunque es posible que en alguna dependencia del Palacio Real, desde 2009 también se considera que pintara en el ambiente cortesano vallisoletano, en aquellos días, según la opinión de algunos expertos, una pintura que representa el retrato de una desconocida y elegante mujer, un cuadro que quedó sin terminar y que seguramente fue tomado del natural, pudiendo tratarse de una de las pinturas relacionadas con el encargo de recoger bellezas españolas para destinarlas al palacio del Duque de Mantua.

Marieke de Winker identifica la dama retratada como española por el estilo del vestido, especialmente por la manga y el tipo de gorguera, comparables a los que lucen otras damas pintadas por El Greco, aunque este tipo de indumentaria femenina también se utilizara en cortes foráneas de influencia española, como Génova y Nápoles. La obra fue subastada en diciembre de ese mismo año por la casa Sotheby's como original de Rubens, después de pertenecer a la Real Academia de Bellas Artes de Venecia, ser vendido en el siglo XIX al coleccionista británico Sir John Hanmer y ser comprado por un coleccionista anónimo hacia 1975.

Detalle de Heráclito. Rubens, 1636. Museo del Prado
De todo ello se deduce que Rubens no perdió el tiempo en la Corte de Valladolid tras haber permanecido casi un año activo en la ciudad, de donde retornó a Mantua en abril de 1604.


Informe: J. M. Travieso.




NOTAS

1 VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique. La pintura en Valladolid en el siglo XVII. Valladolid,  1971, p. 82.

2 POLO HERRADOR, María de los Ángeles. Demócrito y Heráclito. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009. pp. 176-177.

Detalle de Demócrito. Rubens, 1636. Museo del Prado

















Retrato de dama española. Rubens, h. 1603. Col. particular



















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