17 de marzo de 2017

Theatrum: SAN ONOFRE, aspecto salvaje como renuncia a los bienes mundanos












SAN ONOFRE
Alejo de Vahía (Región de Renania ?-Becerril de Campos, Palencia, 1515)
Activo entre 1480 y 1515
Hacia 1500
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura gótica castellana. Período tardío














San Onofre es un santo muy honrado por los cristianos coptos y también venerado en el santoral católico, donde siempre fue presentado con una pintoresca iconografía que con el paso a los años se iría adaptando al lenguaje plástico de cada época para representarle en su condición de eremita dedicado a la oración y la penitencia tras su renuncia a los bienes mundanos. Para una mejor comprensión de su imagen es necesario acercarse al personaje, al menos someramente, para intentar comprender el por qué de su aspecto primitivo y salvaje.

SAN ONOFRE

San Onofre nació alrededor de 320 en Etiopía y era hijo de un rey egipciaco o abisinio. La leyenda le relaciona con hechos prodigiosos desde su más tierna infancia, pues al poco tiempo de nacer el diablo convenció a su progenitor de que le entregara a las llamas para comprobar si era hijo del adulterio, prueba de legitimidad de la que Onofre salió ileso. Siendo niño, ingresó en el monasterio de Eremopolites, en la región de la Tebaida egipciaca, que acabaría abandonando en su juventud para retirarse al desierto y hacer vida de eremita junto a una fuente y una palmera. Según la tradición, allí sobrevivió más de 60 años en condiciones extremas alimentándose sólo de dátiles, agua y el pan que un ángel le entregaba a diario, incluyendo la comunión los domingos. Como vestimenta tan sólo utilizaba pudorosas hojas de palma o hierbas entretejidas y sus propios cabellos, que nunca llegó a cortar. 

Podemos aproximarnos a su apariencia por los escritos del abad Pafnucio, su discípulo más joven, que durante una de sus visitas a los eremitas del desierto, en torno al año 400, le encontró con un terrible aspecto y en un deplorable estado de salud que infundía temor, con el cuerpo deformado, larga barba canosa, un cabello erizado que le cubría todo el cuerpo y un ceñidor a la cintura confeccionado con hierbas secas. Fue Onofre quién, a modo de confesión, relató su vida al hermano Pafnucio, la forma en que se alimentaba con hierbas y frutos del lugar y su admiración por el profeta Elías y San Juan Bautista, al que quiso emular. Estando en su compañía, Onofre fallecía al amanecer del día siguiente después de que le pidiera que se ocupara de su sepultura, contando la tradición que dos leones cavaron su tumba en el desierto y que un coro angélico le rindió honores y alabanzas. Poco tiempo después Pafnucio escribía la hagiografía de aquel ermitaño muerto en santidad.


A finales del siglo XV y principios del XVI se extendía en el orbe cristiano el concepto de renuncia a los bienes mundanos y la penitencia como vía de santidad, siendo muy frecuente en occidente la exaltación de estos valores mediante representaciones de célebres anacoretas que los encarnaron, como San Juan Bautista, María Magdalena, San Jerónimo penitente, etc., alcanzando una gran expansión la devoción a San Onofre, tal vez el caso más extremo.

EL ESCULTOR ALEJO DE VAHÍA

Durante el último cuarto del siglo XX, el gran escultor Alejo de Vahía dejaba de ser un desconocido en el arte castellano para situarse en lugar destacado entre los escultores extranjeros que realizaron su obra durante el reinado de los Reyes Católicos. Hasta entonces su personalidad estaba eclipsada por los grandes maestros del foco burgalés que ejercieron como introductores del estilo renacentista italiano. Aunque ya en 1925 el estudioso alemán Georg Weise identificara un nutrido grupo de esculturas homogéneas en el entorno de Tierra de Campos y en 1970 Ignace Vandevivere le considerara autor de notables esculturas de la catedral de Palencia, no sería hasta el año 1974 cuando Clementina Julia Ara Gil1 publicara un trabajo estableciendo la trayectoria y el corpus de su obra, sacándole así del anonimato y encumbrándole entre los mejores escultores de su tiempo, con un prolífico catálogo de obras completado en los últimos años.

No obstante, a pesar de que se conoce su presencia en Castilla desde los años 80 del siglo XV hasta su muerte en Becerril de Campos hacia 1515, siendo autor de una obra nutrida e importante con la que alcanzó un considerable prestigio y la condición de hidalgo, son pocos los datos conocidos de su anterior periplo creativo relacionado con los círculos hispano-flamencos. Por su modo de trabajo y algunos convencionalismos de sus obras se le presupone una formación en talleres renanos, territorio donde podría haber nacido, aunque tampoco es descartable el entorno de Limburgo. Seguro es que pertenece al considerable grupo de artistas nórdicos que durante el reinado de los Reyes Católicos se trasladaron a España atraídos por la enorme demanda laboral, aunque en el caso de Alejo de Vahía se especula con una posible estancia previa en Francia, lo que justificaría la elaboración de obras que hoy se conservan en el Museo del Louvre de París, en el Museo Goya de Castres y en Avignon.


En torno a 1475 debía recalar en Valencia, donde se guarda el relieve de la Dormición de la Virgen en el Museo de la Catedral, trasladándose hacia 1480 a Castilla para trabajar al servicio del cardenal Mendoza, mecenas para el que elabora hacia 1490 los capiteles del zaguán y las puertas talladas de la biblioteca del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, pasando a instalarse definitivamente, por razones desconocidas, en la villa palentina de Becerril de Campos, algo alejado de los principales focos productivos.
Allí su actividad fue incesante, interviniendo en retablos de Palencia, Paredes de Nava, Monzón de Campos y Becerril, participando entre 1491 y 1497 en la sillería de la catedral de Oviedo y suministrando numerosas obras para iglesias palentinas y vallisoletanas, entre las que se incluyen los sepulcros de la familia de Luis de la Serna de la iglesia de Santiago de Valladolid, realizados en 1498, y otros de eclesiásticos de Palencia y Campos, demostrando su habilidad para trabajar tanto la madera como la piedra.

Alejo de Vahía debió instalar un importante taller y muy bien organizado, entre cuyos ayudantes es posible que se encontrara su hijo Bastian y otros familiares. Sus esculturas presentan un estilo inconfundible, caracterizado por una fina elegancia de connotaciones góticas nórdicas, aunque algunos eclesiásticos le rechazaran por considerarle anticuado para su tiempo. En un censo de 1515 su esposa figura como viuda, lo que hace presuponer que su muerte aconteció en Becerril de Campos en el primer semestre de ese año. 
Alejo de Vahía dejaba una abundante obra, diseminada principalmente por las provincias de Palencia y Valladolid —por entonces perteneciente a la diócesis de Palencia—, caracterizada por su inconfundible estilo y un alto grado de calidad que justifican su prestigio profesional. Siempre fiel a sus propios modelos, sus rasgos más destacados los rostros con ojos abultados y caídos, los dedos alargados —muchas de sus figuras con la mano en vertical y la palma dirigida al espectador— y el tratamiento de los plegados, con gran atención a los pequeños detalles ornamentales y narrativos.

LA ESCULTURA DE SAN ONOFRE DE ALEJO DE VAHÍA

Esta escultura de San Onofre, concebida para ser colocada en un retablo, se ajusta con fidelidad tanto a la tradicional iconografía del santo como al invariable estilo de Alejo de Vahía. En ella se representa al eremita con el aspecto salvaje que describiera el abad Pafnucio en su biografía tras permanecer aislado, haciendo penitencia en el desierto, durante más de sesenta años. Se acompaña con un escueto paisaje que, con afán narrativo, sugiere una cueva con formaciones rocosas sobre la que se yergue un pequeño cenobio con la fuente, aquella que junto a los frutos de la palmera, que posiblemente también apareciera sobre el paisaje guardando simetría con el cenobio, fueron sus únicos alimentos.

Especialmente peculiar es la figura de San Onofre, representada en actitud de saludar al visitante, con la mano diestra levantada y la palma frontal al espectador, rasgo que, junto a los dedos largos, es característico en el escultor. Su anatomía presenta una larga barba, con mechones filamentosos dispuestos simétricamente, y el cuerpo enteramente recubierto con mechones enmarañados de su larga cabellera, dejando al descubierto las rodillas como testimonio de sus innumerables horas de oración y penitencia, así como un pudoroso cinturón confeccionado con ramas trenzadas como única vestidura.

Su aspecto presenta inequívocas analogías con algunas esculturas de salvajes que fueron frecuentes durante el reinado de los Reyes Católicos, especialmente con las que decoran las jambas de la portada del Colegio de San Gregorio de Valladolid, rematada en 1499 posiblemente por el taller de Gil de Siloé, es decir, una obra contemporánea al San Onofre de Alejo de Vahía. 

Sin embargo, ofrece un distinto planteamiento al que siguieran algunos pintores y escultores renacentistas del siglo XVI, que simplemente inciden en la identidad del santo con la cabellera hasta los pies, la larga barba y en el ceñidor elaborado con ramas. Sirvan como ejemplos ilustrativos el San Onofre que entre 1515 y 1520 pintara Fernando Yáñez de la Almedina (Museo del Prado), el San Onofre esculpido en alabastro en 1520 por Damián Forment (Museo de Zaragoza) y el San Onofre de alabastro elaborado en el último cuarto de siglo por Juan de Anchieta (Museo Nacional de Escultura), de resabios miguelangelescos.

Salvajes de la portada del Colegio de San Gregorio, 1499, Valladolid
La anatomía de Alejo de Vahía responde a la forma esquematizada, reducida a lo esencial, que habitualmente realizara, con disposición frontal, la cadera alta, una pierna ligeramente adelantada y delicados ademanes. Otro tanto puede decirse del trabajo de la cabeza, con un rostro ovalado de frente muy despejada, nariz recta, cejas muy curvadas y los párpados abultados, aunque en este caso presenta ojos de cristal que le fueron añadidos en época barroca. Asimismo, ofrece el estereotipado trabajo de cabellos que caracteriza al escultor, con raya al medio y mechones simétricos, que se multiplican en detalles para definir la figura del anacoreta, aunque están presentes los dos pequeños rizos circulares sobre la frente que son habituales en sus personajes masculinos. Durante el barroco le fue repuesta la mano izquierda con la que sujeta un bastón.

Respecto a los detalles narrativos, tomados del gusto flamenco por el detallismo, llama la atención la fuente colocada junto al pequeño cenobio, cuyo esquema sigue aquellas habituales en Tierra de Campos, con características muy similares a la que todavía permanece ante la iglesia de San Eugenia de Becerril de Campos. Ingenuas son las figuras de los dos leones que según la leyenda excavaron su tumba en el desierto y que identifican al santo. Aparecen postrados en la parte inferior dentro de la cueva, presentando más el aspecto de perros con melenas que de leones reales, posiblemente porque Alejo de Vahía nunca pudo contemplar en vida uno de estos animales, limitándose a recrear en ellos los modelos heráldicos tan extendidos en tiempos de los Reyes Católicos.

Damián Forment. San Onofre, alabastro, 1520. Museo de Zaragoza
La policromía de su acabado, perdida en buena parte, desgraciadamente no contribuye a realzar el conjunto, destacando el juego de contrastes establecido entre algunos elementos, como  las  carnaciones diferenciadas de los mechones canosos que recubren el cuerpo y los tonos verdosos del paisaje contrapuestos a los tonos ocres de las formas rocosas. A pesar de todo, la carencia polícroma que compensada con la exquisita calidad de la talla.

Esta escultura ingresó en el Museo Nacional de Escultura, como dación de pago de Manuel Barbie Gilabert, el año 1998.      



Informe y fotografías: J. M. Travieso.




Juan de Anchieta. San Onofre, alabastro, entre 1556 y 1600,
Museo Nacional de Escultura, Valladolid

NOTAS

1 ARA GIL, Clementina Julia. En torno al escultor Alejo de Vahía (1490-1510). Universidad de Valladolid, 1974.














San Onofre. Izda: Yáñez de la Almedina, h. 1515, Museo del Prado
Centro: José de Ribera., Fundación Casa de Alba
Dcha: Francisco Collantes, h. 1645, Museo del Prado












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