11 de enero de 2019

Visita virtual: BELÉN DE LAS CAPUCHINAS, Palma de Mallorca








BELÉN CONVENTUAL DE LAS CAPUCHINAS
Artistas y artesanos anónimos del siglo XVIII
1710-1712
Madera policromada, barro cocido, tela encolada, textiles, pasamanería y papel
Sala de labor del monasterio de la Purísima Concepción (MM Clarisas Capuchinas), Palma de Mallorca
Arte popular barroco. Belén de estilo napolitano







EL MONASTERIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE PALMA DE MALLORCA

La promotora de esta fundación fue doña Teresa María Ponce de León, dama de la nobleza castellana nacida en 1626 en Granada, donde su padre, don Jerónimo Gómez de Sanabria, ocupaba un cargo de importancia. Siendo muy joven, contrajo matrimonio con don José de Bayetola, oidor de la Real Sala de Zaragoza, ciudad a la que fue a vivir. Tras enviudar a los pocos años, se casó de nuevo con don José de Torres Pérez de Pomar y Mendoza, designado en 1644 virrey de Mallorca. Al quedar viuda de nuevo en 1647, ingresó como religiosa en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Zaragoza, de capuchinas descalzas, donde adoptó el nombre de sor Clara María. Allí conoció a doña Teresa María de Gurrea, que también había sido virreina de Mallorca por estar casada con don Lope de Francia, que ocupó el cargo de virrey entre 1640 y 1644.
Durante su estancia en Mallorca, sor Clara María entabló una gran amistad con Aina de Verí, dama de la nobleza mallorquina casada con don Miguel Sureda, Procurador Real. Por la correspondencia mantenida con esta dama se conoce que en 1658 deseaba realizar una fundación en la isla. Casi al mismo tiempo, sor Clemencia Camporrells, abadesa del monasterio de Santa Margarita la Real de Barcelona, tenía la misma intención, por lo que decidieron aliarse para conseguir la deseada fundación de clarisas capuchinas en la isla.
Ambas religiosas, a través del canónigo Ramón Sureda y del dominico Ramón Maimó, antiguos conocidos de la virreina, consiguieron que los Jurados hicieran una petición formal al Rey. Al cabo de dos años, debido a los buenos contactos de sor Clara María entre los personajes de la Corte, consiguieron la licencia para fundar un convento de capuchinas en Mallorca, que fue firmada por el Rey el 6 de junio de 1662. El 22 de octubre de aquel año las dos religiosas llegaban desde Barcelona, con un grupo de monjas, a Palma de Mallorca, donde don Antonio Dameto les donó una casa en la que redactaron las constituciones del monasterio. El 16 de febrero de 1668 era nombrada abadesa sor Clara María, cargo que ocuparía hasta finales de 1679. Al ser inadecuado el edificio que ocupaban, realizaron varios traslados por la ciudad, hasta que don Antoni Núniç de Santjoan les facilita unas casas grandes en la parroquia de San Jaime, a las que, tras realizar reformas indispensables, se trasladaron el 29 de julio de 1668.

El conjunto conventual actual, que ocupa toda una manzana del barrio de San Jaime, fue trazado por el ingeniero militar Martín Gil de Gainza Echagüe, benefactor del monasterio. Dotado de dependencias monacales como el refectorio, claustro, sala capitular y celdas, se iría levantando entre 1668 y 1720, tras ir adquiriendo paulatinamente algunas casas circundantes con la ayuda de numerosos benefactores. La iglesia, que fue edificada entre 1687 y 1695, dispone de una sacristía grande y otra interior. Asimismo, forma parte del recinto un huerto, la cantina del pozo y la lavandería. A lo largo de su activa continuidad, el monasterio fue recibiendo un ingente patrimonio formado por numerosas obras de arte de todo tipo, entre ellas el belén monumental del siglo XVIII, que fue colocado en la sala de labor, construida en 1710 junto al huerto interior, y el conocido como "Belén de los Fundadores", conservado en una vitrina y compuesto por bellas figuras de mediados del siglo XVII que las monjas capuchinas llevaron a la isla en 1662.


EL BELÉN MONUMENTAL DE LAS CAPUCHINAS

Con este conjunto, la comunidad de religiosas clarisas se mantuvo fiel a la devota tradición belenista implantada por San Francisco de Asís. Desde sus orígenes este belén conventual permaneció montado durante todo el año, de acuerdo a la piedad barroca, en una pequeña dependencia abierta a la sala de labor —6 x 4 metros— por una gran arcada cerrada por dos grandes puertas formadas por telas pintadas en 1712 con las escenas del Nacimiento y la Huida a Egipto, obras atribuidas al pintor Joan Muntaner y Cladera (activo entre 1773 y 1789).
El belén, que sigue las pautas de los modelos napolitanos, se alza sobre una plataforma de 86 cm. de altura y adopta una forma curvada, a modo de cascarón, con 1,80 metros de profundidad en el centro y 1 metro a los lados. Está enmarcado por dos finas columnas salomónicas de madera que sujetan un triple arco, cuyas enjutas están decoradas con rameados tallados.
Todo el conjunto escenográfico está realizado en tela encolada y, siguiendo la tradición mallorquina implantada por el belén de la iglesia del Cristo de la Sangre —el más antiguo de España—, adopta la forma de una gruta, con distintas oquedades en las que se reproduce un agreste paisaje que incluye fragmentos de estalactitas, trozos de coral y una decoración vegetal de tipo artificial, con flores, hiedras, etc., incluyendo pájaros y ángeles de papel para configurar un marco artificioso y abigarrado por el que se distribuyen casas, molinos y un pozo, así como figuras de barro cocido que representan oficios, hortelanos, cazadores y pescadores —las más antiguas, realizadas a finales del siglo XVIII en el obrador de las Vírgenes Rubias—, junto a otras de madera y tela encolada y los personajes sagrados como maniquíes vestideros, todos estos de la primera década del siglo XVIII. Por todos estos elementos, el belén conventual se conforma como un pequeño teatrillo repleto de piezas de carácter multidisciplinar que no interrumpen su discurso temporal.  

El montaje presenta una serie de peculiaridades propias de los belenes mallorquines, como es la colocación de una gloria pintada, organizada en sucesivos planos que forman una corona de nubes y figuras de ángeles, reservando la parte central para una representación de la Trinidad. Otra peculiaridad destacable es la distribución en el pavimento de trozos de cáscaras de huevo y pequeñas conchas marinas para simular la nieve.
Un significado especial tiene la decoración añadida de las tradicionales neulas colgantes, elementos circulares comestibles que durante siglos fueron elaborados con el mismo material de las hostias (pan ácimo, sin levadura), que eran recortadas pacientemente por las monjas formando sofisticadas escenas sagradas y formas geométricas, adquiriendo en tiempos de adviento un sentido eucarístico que, evocando la caída del maná en forma de nieve,  celebraba la llegada de Cristo como alimento espiritual. Con el tiempo las neulas pasaron a ser recortadas en papel, conservándose algunas del siglo XIX y principios del XX, siendo una tradición todavía en vigor en los conventos e iglesias mallorquinas en tiempos de Navidad.

El Belén de las Capuchinas, que fue donado por el médico que atendía a las religiosas, está formado por un centenar de piezas, siendo iniciada la colección en 1710 y finalizada en 1712.

El Misterio
Está formado por las imágenes vestideras del Niño, la Virgen y San José que siguen los modelos napolitanos, a las que acompañan la mula, el buey y la figura del arcángel San Gabriel. Son maniquíes con la cabeza y las manos talladas en madera policromada y el cuerpo cubierto con textiles reales, pasamanería, encajes y bordados.
A partir del 1 de enero, la figura del Niño Jesús cambia la cuna por un trono siguiendo una tradición común en la isla. El Divino Infante sujeta en la mano una rica cruz de cristal de roca y sobre el pecho luce valiosas joyas colgantes, siendo la mayoría de las joyas donaciones efectuadas en febrero de 1937 en una subscripción patriótica durante la Guerra Civil, piezas que contrastan con la estricta pobreza de la comunidad. También se acompaña de bellas figuras de ángeles de barro cocido y policromado, realizadas entre 1750 y 1815 en el Taller del maestro de las Verges Rosses, del que se conserva en el monasterio una buena colección de esculturas devocionales de pequeño formato. 

La Huída a Egipto y pastores
Integran el belén un conjunto de figuras que representan distintos oficios y actividades campesinas mallorquinas. Unas figuras están elaboradas exclusivamente en terracota policromada y otras recubiertas con telas encoladas y textiles reales, ofreciendo un alto valor etnográfico en la recreación de la indumentaria tradicional mallorquina. Entre las figuras distribuidas por el paisaje se incluye la escena de la Huída a Egipto, con los personajes vestidos con telas reales, como ocurre con tantas  otras del conjunto.

La Cabalgata de los Reyes Magos
Este conjunto formado por las figuras de los Reyes, pajes y caballos fue donado al monasterio en 1756 por el Padre Sebastián Llinàs, después de fallecer su hermano, el doctor Francisco Llinàs, que lo había encargado para su belén particular. Por este motivo el cortejo no está incluido en el espacio del belén monumental, sino que aparece expuesto como un grupo anexo. Se trata de figuras de tipo popular elaboradas en madera en un taller mallorquín del siglo XVIII, con los cuerpos recubiertos de telas encoladas y un acabado polícromo de gran colorido, acorde con los gustos dieciochescos. El rey Melchor aparece arrodillado en actitud de adoración, mientras Gaspar y Baltasar permanecen de pie con la ofrenda en la mano. Se acompañan de pajes de menor formato, los dos primeros con vistosos caballos y Baltasar con un camello.

El Belén de las Capuchinas ha sido declarado  en 2003 Bien de Interés Cultural por el Consell Insular de Mallorca. Junto a él, en el monasterio se guardan otros ocho belenes, que reúnen más de quinientas figuras, que fueron dados a conocer en 1996, tras permanecer ocultos en la clausura.

PRÁCTICAS RELIGIOSAS EN TORNO AL BELÉN CONVENTUAL DE LAS CAPUCHINAS

El Belén de las Capuchinas también ha conocido las prácticas piadosas de los belenes conventuales como actividades preparatorias a la llegada de la Navidad. El primer domingo de adviento la comunidad se reunía y de rodillas rezaban un avemaría, repartiéndose a continuación entre las religiosas las suertes, una cédulas con prácticas de carácter ascético para prepararse personalmente para el renacimiento espiritual de Cristo en la Navidad. Al recibirlas, arrodilladas besaban el papel, la mano de la abadesa y la tierra, rezando en comunidad para conseguir sus propósitos. También celebraban la novena del Belén, que incluía el rezo del rosario, exposición del Santísimo, cantos de antífonas y de letanías de la Virgen.
 En la Nochebuena, tras los maitines en el coro y de entonar la abadesa el tedeum, la religiosa encargada del belén entregaba la figura del Niño Jesús a la Virgen, colocándole sobre pajas cubiertas por un paño blanco y rodeadas de guirnaldas de flores artificiales confeccionadas por las monjas. Tras cantar un himno, le llevaban al Niño una manta y unas sandalias, haciendo ante la figura tres genuflexiones. En la misa del gallo cantaban laudes y realizaban una procesión en la que se cantaban antiguas composiciones. Era la madre superiora la que portaba al Niño y le depositaba en la cueva del belén monumental de la sala de labor.

El día de Navidad un hermano limosnero recogía al Niño del belén y le llevaba a venerar por el obispo, el predicador de la novena y los principales benefactores. Pasados los primeros días de Navidad, el Niño era puesto en una canastilla y llevado a la casa de las familias adscritas al convento, que le custodiaban todo el día y le devolvían por la noche. Esta costumbre todavía persiste desde la fiesta de Navidad a la Purificación.

Una ceremonia curiosa tenía lugar en la segunda fiesta de la Navidad, consistente en la Vestidura del Niño, tarea reservada exclusivamente a la abadesa. La comunidad era convocada en la sala del belén, donde de rodillas rezaban un avemaría. La madre abadesa arrodillada, ayudada por la cuidadora del belén, comenzaba a vestir al Niño con las diferentes piezas guardadas en canastillas apropiadas. La religiosa más antigua era la encargada de calentar simbólicamente las distintas prendas. A continuación la abadesa se sentaba en una banqueta junto al umbral del belén y la cuidadora del belén le colocaba un delantal de seda sobre las rodillas y a continuación la figura del Niño, mientras el resto de la comunidad se sentaba en el suelo sobre esteras. Mientras el Niño era vestido, se entonaba el motete A vestir al Niño y se quemaba incienso sobre las brasas del calentador de las ropas. Acabado el ritual, la abadesa se ponía de pie y con el Niño bendecía a la comunidad. A cada hora, las monjas se sentaban y cantaban villancicos, la mayoría con letras compuestas en castellano. 


Informe y fotografías: J. M. Travieso.

























































Neulas mallorquinas












Fachada de la iglesia del monasterio de la Purísima Concepción
MM. Clarisas Capuchinas, Palma de Mallorca














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