22 de diciembre de 2021

Visita virtual: EL COLUMPIO, espejo del erotismo galante dieciochesco







EL COLUMPIO

Jean-Honoré Fragonard (Grasse, 1732-París, 1806)

1767

Óleo sobre lienzo

The Wallace Collection, Londres

Pintura rococó

 

 







     A pesar de su discreto formato —81 x 64,2 centímetros— esta pintura de Fragonard, la más famosa del pintor y una de las joyas de la Wallace Collection de Londres, es uno de los iconos más emblemáticos del arte francés del siglo XVIII. En la escena se representa un jardín idílico en el que una joven mujer se balancea con donaire en un columpio que es empujado por su esposo, un hombre anciano y condescendiente que permanece en la penumbra. Con el movimiento del balanceo, la dama pícaramente lanza uno de sus zapatos al aire, mientras la falda se ahueca permitiendo mostrar sus piernas con medias —incluida una liga rosa— que son observadas con satisfacción por su joven amante, que escondido entre los arbustos responde a la sensual provocación ofreciendo simbólicamente su sombrero. De esta forma queda explícito el triángulo amoroso que es el tema central de la pintura. 

Fragonard incluye en la escena algunos elementos que con carácter simbólico contribuyen a la narración de este tema galante, como el perro, símbolo de la fidelidad, que ladra alarmado junto al anciano al detectar la presencia del amante. 

     También junto al esposo engañado aparece como elemento decorativo una fuente coronada por una escultura que representa un delfín sobre el que cabalga una pareja de putti que muestran un gesto de preocupación, uno con la mirada dirigida a la mujer y el otro hacia su esposo. En el lado opuesto, junto al amante escondido, se levanta un pedestal con un relieve de ménades danzando y coronado por una estatua de Cupido, dios del deseo amoroso, que con el dedo en los labios parece imponer silencio en tan comprometida situación, donde el amante responde a la provocación con gesto de sorpresa y complicidad.  Esta estatua de “Cupido amenazante” reproduce la realizada en 1757 por el escultor francés Etienne-Maurice Falconet para la Marquesa de Pompadour, favorita de Luis XV, destinada a un “templo del amor” de los jardines de Versalles, escultura que acabó en el Museo del Louvre. Otro elemento simbólico es el tramo deshilachado en una de las cuerdas que sujetan el columpio, lo que sugiere el riesgo de que se rompa, con resultados nefastos para la pícara mujer, tanto físicos como sentimentales. 

     El pintor recrea los primeros planos del jardín con un gran detallismo en flores, raíces, troncos, ramas, cuerdas y estatuas, así como en el vestuario de los personajes, aplicando al fondo una atmósfera vaporosa, con pinceladas muy fluidas, en la que el arbolado se difumina con maestría a través de tonos azulados y plateados, lo que se produce un logrado efecto de perspectiva aérea donde la suave luz penetra entre las ramas para incidir directamente sobre la figura femenina, al tiempo que se crean zonas de penumbra que con complicidad contribuyen a expresar el engaño. 

El tomo galante de la pintura es realzado por el matizado colorido, en el que, siguiendo los postulados del arte rococó, predominan los cálidos tonos pastel, especialmente tratados en el elegante vestido de seda de la dama, de tonos rosáceos, con azules pálidos en la pechera y con enaguas y medias blancas, en el sombrero de paja (recuerdo de que los ociosos aristócratas jugaban a ser campesinos), así como en el traje del amante, de tonos grises azulados. Igualmente, en los elementos paisajísticos predominan los colores suaves, con tonos verdes, azulados y amarillentos que contrastan con el color plateado del celaje. Todo el colorido original de la pintura ha sido recuperado en la limpieza realizada por The Wallace Collectión y llevada a cabo en 2021. 

     La escena tiene el carácter de una instantánea en la que todo es movimiento y dinamismo, representando justamente el instante fugaz en que el columpio se eleva permitiendo al amante observar el interior de la falda. En su composición el pintor utiliza hábilmente una diagonal que asciende desde el amante a las cuerdas del columpio, dividiendo la escena en dos partes: una reservada al pícaro juego de los amantes, otra reservada a la penumbra en que se encuentra el esposo. Contribuyen al dinamismo un calibrado juego de curvas, como la que recorre la figura femenina desde el brazo sujeto a la cuerda hasta el pie que pierde un zapato, así como las que establecen los troncos y las ramas, donde la naturaleza dominada de épocas anteriores da paso a una naturaleza de aspecto más salvaje y libre, creando un espacio umbrío que aumenta la sensualidad del tema. 

La pintura hay que enmarcarla dentro del contexto del arte rococó extendido por Francia durante el reinado de Luis XV, que afectó tanto a las artes mayores como a las artes decorativas aplicadas a muebles, lámparas, porcelanas, tapices, etc. En ese momento son frecuentes los salones alejados de la corte donde se celebraban debates, siendo en ellos donde surge el espíritu de las luces y la razón, pues los nobles abandonaron Versalles para establecerse en sus palacetes parisinos, a los que dotaron de una profusa decoración en busca de prestigio social. Asimismo, eran comunes entre la aristocracia los matrimonios de conveniencia, entre los que, una vez asegurada la descendencia, fue un hecho muy frecuente el tener amantes que no siempre se ocultaban. 

     La génesis de “El columpio” es relatada por el escritor Charles Collé en 1767, narrando en sus diarios y memorias que a finales de ese año el pintor de historia Gabriel-François Doyen recibió el encargo de un cortesano anónimo (según algunos el Barón de Saint-Julien, que desempeñaba en la corte el cargo de receptor general del clero francés) de pintar a su joven amante en un columpio empujado por un obispo, mientras él admiraba sus piernas desde abajo. Como Doyen había logrado un gran éxito en el Salón como autor de pintura religiosa se negó a realizar la pintura, proponiendo que fuese encargada a Fragonard.

En ese momento Fragonard, debido a sus problemas para cobrar de la administración los importantes encargos realizados para los sitios reales, decidió cambiar el rumbo profesional realizando cuadros de gabinete de menor formato y muy sofisticados para un círculo pequeño, culto y bien informado de la pintura de los viejos maestros. De modo que Fragonard con “El columpio”, donde sustituyó la figura del obispo por un hombre anciano e incorporó la escultura del Cupido amenazante de Falconet, realizó un relanzamiento de su carrera que le proporcionaría un gran éxito, siendo frecuentes las obras de contenido sensual, que consideró muy aptas para las percepciones del arte rococó. A partir de entonces combinaría el componente rococó con una interpretación prerromántica de naturaleza incontrolable, a menudo obscena, que ya está presente en “El columpio”, un cuadro que consolidó este título en 1782, cuando Nicolás de Launay, inspirándose en él, realizó uno de sus grabados. 

     “El columpio” a lo largo del tiempo ha pasado por distintos propietarios, entre ellos el duque de Morny y, tras ser vendido en París el 1 de junio de 1865, Richard Seymour-Conway, cuarto marqués de Hertford, acabando finalmente en el museo londinense de The Wallace Collection.

 

Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: The Wallace Collection.

 




Etienne-Maurice Falconet. Cupido amenazante, 1757
Museo del Louvre












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