26 de enero de 2010

Theatrum: LA PIEDAD, el dolor de una joven doncella



PIEDAD
Anónimo. Taller alemán
Hacia 1410
Piedra policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Arte Gótico. Escultura germánica




     Después de la representación de Cristo crucificado, el tema de la Piedad, entendido como la imagen de la Virgen con Cristo muerto en su regazo, es posiblemente la iconografía pasional más desarrollada por las artes plásticas en todo el ámbito europeo. Los motivos se retrotraen al final de la Edad Media, a un tiempo en que Europa sufre dos grandes lacras, la Peste Negra y la Guerra de los Cien Años, unos hechos que influyen de modo decisivo en los sentimientos de sus habitantes y en sus expresiones devocionales. A partir de estos condicionantes, los autores renuevan la iconografía tradicional aportando nuevos episodios referidos a la vida de Cristo, especialmente los relacionados con la Pasión, escenas que permiten un patetismo muy apropiado para conmover y suscitar compasión entre una población cristiana que en la segunda mitad del siglo XIV conoce una vida llena de dificultades.

     A esta meditación sobre la Pasión se incorpora la figura de la Virgen, ausente durante la vida pública de su Hijo, y se hace a través de la devoción a sus dolores, de modo que María comienza a aparecer como co-pasionaria, compartiendo los dolores de Cristo en la Pasión, siendo tal el desarrollo de estos temas, que si en el siglo XIV los dolores marianos eran siete, en el siglo XV llegaron a ser quince, entre ellos el dolor de recoger a su Hijo muerto tras ser descendido de la cruz, un tema recogido en el campo de la iconografía como "Piedad".

     La aparición de este tema está muy vinculado a la literatura religiosa. Las fuentes derivan del evangelio apócrifo de Nicodemus, un texto que incluye dos piezas independientes, el Acta Pilati y el Descensus Christi ad Inferos, que fueron unidas por un autor desconocido en época carolingia. En él se describe minuciosamente la petición del cuerpo de Jesús por José de Arimatea, lo mismo que las lamentaciones de la Virgen, la Magdalena y del propio José de Arimatea ante su muerte. El tema fue recogido a finales del siglo IX en las melodías y homilías de Georges de Nicomédie y en la segunda mitad del siglo X por Symeon Metaphrastes, hagiógrafo bizantino que es el primero que imagina a Cristo sobre las rodillas de su Madre.

     En el Trecento italiano el arte recoge las influencias de las "Meditaciones sobre la Vida de Cristo", redactadas por el Pseudo Buenaventura, al tiempo que en el centro de Europa ocurre otro tanto con los escritos del alemán Enrique Susó y las visiones de Santa Brígida de Suecia, que contribuyen a que el tema de la Piedad tenga una enorme aceptación entre las representaciones religiosas, dando lugar a la aparición de numerosas cofradías con esta advocación, especialmente en Francia y Alemania.


     Según Panofsky, la composición de la Piedad deriva del "Threnos" bizantino, una iconografía que representa el lamento de la Virgen sobre el cuerpo muerto de Cristo. Aunque esta comenzó a aparecer como tema independiente a finales del siglo XIII, viniendo a sustituir en las imágenes tradicionales de la Virgen entronizada la figura del Niño por la de Cristo adulto y muerto, fueron los escultores alemanes del siglo XIV los encargados de difundir el tema de forma masiva, conservándose en la ciudad bávara de Coburg la escultura más antigua de una Piedad, datada hacia 1320. Durante la segunda mitad del siglo XIV, ya imperando el gótico internacional, en el este de Alemania y en la región de Bohemia, especialmente en el entorno de Praga, aparece una nueva versión, la "Shöne Pietà", a la que pertenece este modelo del museo vallisoletano, que demuestra la fijación iconográfica del tema a principios del siglo XV, caracterizado por presentar a la Virgen sedente y sujetando sobre sus rodillas el cuerpo inanimado de Cristo, un tema que alcanzaría su máxima expresión en la obra realizada en mármol por Miguel Ángel entre 1498 y 1499, que curiosamente comparte con esta imagen de Valladolid la excesiva juventud de la Virgen.




     La Piedad del Museo Nacional de Escultura de Valladolid se enmarca dentro de la corriente cortesana del gótico internacional, cuando los modelos se dulcifican y la imagen de María recibe el influjo de las Madonnas italianas. La figura de la Virgen aparece sentada y en un intento de evitar la frontalidad inclina el torso hacia la izquierda mientras las piernas se orientan levemente a la derecha. Con un gesto delicado y sin esfuerzo aparente mantiene el cuerpo de Cristo, al que sujeta la espalda con su mano derecha y sostiene por el brazo con la izquierda. La articulación de la indumentaria es de una gran elegancia, con los pliegues del manto cayendo desde las rodillas en forma de abanico, dejando asomar parte de un zapato y con la toca describiendo un arco en torno al anacrónico rostro de una adolescente compungida y llorosa, de una belleza insuperable, dejando asomar entre el velo, que se remata con el característico ribete rizado, una larga melena rubia realzada con aplicaciones de oro. La juventud y el gesto contenido de la Virgen, en un deseo de idealizar su figura, dotan al grupo de un especial atractivo plástico y aminoran el sentido dramático del pasaje, factores que convierten esta escultura en un caso especial dentro de este tipo de representación.

     La armoniosa y curvilínea figura de la Virgen contrasta con la rigidez del cuerpo de Cristo, en el que el escultor, lejos de preocuparse por la búsqueda de naturalismo, se interesa en representar el cuerpo con una dureza propia del rigor mortis, siguiendo al pie de la letra, como otros muchos escultores y pintores de su tiempo, los relatos místicos de autores como Santa Brígida, que detallaban las condiciones en que Cristo fue descendido de la cruz. Su cuerpo presenta dos flexiones, una a la altura de las rodillas, utilizada como recurso para apoyar los pies en el suelo, y otra en la cabeza, que aparece caída hacia atrás, con la boca y los ojos entreabiertos, barba muy recortada y una voluminosa corona de espinas tallada en la propia piedra.

     En la policromía, de gran sencillez, resalta la tonalidad blanca dominante en la indumentaria de la Virgen, con el reverso del manto en azul, una cenefa dorada recorriendo el borde y una carnación rosada que centra sus efectos en los ojos enrojecidos por el llanto y lágrimas blancas discurriendo por las mejillas. Más detallista es la aplicación del color sobre Jesús, con huellas del látigo sobre la palidez de todo el cuerpo, regueros de sangre en las llagas y un rostro de tonos violáceos para sugerir la muerte.

     No se conoce con exactitud si estas piezas góticas tan estimadas fueron obras importadas de centroeuropa o se trata de esculturas realizadas en España por escultores extranjeros desplazados a Castilla, dadas las similitudes de los materiales utilizados.
     Lo que sí se conoce es que esta Piedad fue una donación del rey Juan II (1405-1454), padre de Isabel la Católica, al poco tiempo de ascender al trono en 1406, después de ser solicitada la imagen por don Sancho de Rojas, obispo de Palencia (1403-1415) y arzobispo de Toledo (1415-1420), para ser colocada en la capilla por él fundada en el claustro del monasterio de San Benito de Valladolid, donde permaneció hasta la Desamortización, momento en que pasó a engrosar los fondos del por entonces recién creado Museo Nacional de Escultura.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

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