1 de octubre de 2012

Fastiginia: Real Puerta del Carmen, un monumento urbano desaparecido


Estampas y recuerdos de Valladolid

     El año 1986 Víctor Manuel y Ana Belén hacían muy popular una canción compuesta por Bernardo Fuster, Luis Mendo y Francisco Villar dedicada a la madrileña Puerta de Alcalá, uno de cuyos versos proclamaba: " Ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo... la Puerta de Alcalá". Desgraciadamente no podemos cantar lo mismo en Valladolid, donde cerca de cien años existió un enclave urbano con aspecto y finalidad equiparable a la célebre puerta madrileña, que inexplicablemente sucumbió a la piqueta: la Real Puerta del Carmen, de la que existen numerosas referencias documentales y gráficas.

     La Puerta del Carmen estaba situada en la actual confluencia del Paseo de Zorrilla y la calle García Morato, tomando su nombre de la proximidad al convento del Carmen Calzado, antaño en terrenos ocupados actualmente por el edificio de la Conserjería de Sanidad de la Junta de Castilla y León, aunque también fue conocida como Puerta de Madrid, por ser la entrada y salida en dirección a la capital de España.

     La primitiva Puerta del Carmen, levantada a mediados del siglo XVII, fue sustituida en tiempos de Carlos III, a iniciativa del Consistorio, por otra más monumental debida al maestro de obras Anacleto Tejeiro, iniciándose en 1758 los trabajos que fueron costeados por el gremio de vinateros. Las obras, por problemas en las arcas, avanzaron muy lentamente, llegando a ser solicitadas por procuradores vallisoletanos las piedras de unos neveros de propiedad real situados en el extrarradio, así como años más tarde las recaudaciones de las representaciones de comedias durante el año 1776. Resuelto el problema monetario, surgieron discrepancias con la obra de Tejeiro por no ajustarse al proyecto inicial, quedando concluida tras varios peritajes el año 1780. Habían transcurrido más de veinte años en la culminación de un proyecto poco favorecido por la suerte.

     La monumental puerta, no concebida como motivo urbanístico ornamental, sino funcional, cerraba el paso viario mediante dos tapias colocadas a los lados, con la caseta del fielato junto al convento del Sancti Spiritus. La obra presentaba una solidez basada en trabajadas sillerías y disponía de tres espaciosos arcos que permitían el paso de grandes carruajes. Todo el diseño de la puerta se ajustaba a la imperante estética neoclásica, con un remate en forma de frontón triangular, con el escudo real en el centro, y un juego de balaustres a los lados, coronada en lo alto por una serie de pebeteros y la imagen del rey Carlos III con trofeos y un león a sus pies, figurando en el pedestal de la figura la inscripción “Reinado Carlos III, año MDCCLXXX, a costa de los caudales de los propios”.
     Aunque está documentado que sus primeras puertas de madera fueron obra del carpintero Juan Abella, con herrajes de José Terán, nada sabemos del autor de los trabajos escultóricos. No obstante, en 1808 las puertas fueron sustituidas por otras de hierro forjado reaprovechadas de la reja de la capilla mayor de la iglesia de San Pablo.

     La Puerta del Carmen fue denostada y alabada a partes iguales por viajeros y cronistas, siendo objeto de reiterados intentos de hacerla desaparecer "en aras del progreso". En 1845 se propuso trasladarla al comienzo de la nueva carretera de Madrid y en 1854 se planteó reducirla a un sencillo portillo, hasta que en 1873 el Ayuntamiento republicano, presidido por Manuel Pérez Terán, propuso su demolición junto a otras transformaciones urbanísticas. El 17 de noviembre de aquel año comenzó su derribo definitivo a pesar de la opinión contraria de la Comisión de Monumentos, perdiendo Valladolid un enclave monumental que repercutió en el desarrollo de la zona sur, aunque durante muchos años su recuerdo fue imborrable, como lo demostraba una desaparecida fábrica de chocolate en el actual Paseo de Zorrilla con su nombre.

     Hoy su fantasma pervive en esta fotografía conservada en la Fundación Joaquín Díaz de Urueña, recordando un caso que se circunscribe, una vez más, a la insensibilidad de algunos munícipes con los monumentos vallisoletanos, pues como proclamaba, refiriéndose a este caso, el ejemplar XLV de "La Ilustración Española y Americana": "por desgracia los que más debieran interesarse por conservarlos, son los primeros que conspiran para su ruina".

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