18 de enero de 2013

Historias de Valladolid: NTRA. SRA. DEL SAGRARIO, una imagen emparedada en la catedral


Sabido es que el proyecto de Juan de Herrera para la catedral de Valladolid estuvo jalonado, desde el momento de poner la primera piedra, por toda una serie de contrariedades. Las principales fueron originadas por la falta sistemática de recursos para acometer tan ambiciosa construcción y los reiterados problemas en sus obras de cimentación por levantarse sobre terrenos desnivelados e inestables, muy próximos a un ramal del Esgueva, un asunto que llegó a convertirse en un saco sin fondo en su proceso de financiación.

EL FUSTRADO SUEÑO CATEDRALICIO

En el siglo XVI se intentaba poner fin, con una catedral acorde con los tiempos y la categoría de la emergente ciudad, a los viejos afanes que tuvieron su origen en la colegiata fundada en 1095 por el Conde Ansúrez y su esposa doña Eylo, aquella que fuera completamente remodelada entre 1219 y 1230 bajo los auspicios de Fernando III el Santo. De alguna manera se trataba de emular las monumentales obras catedralicias levantadas por aquel tiempo en Segovia y Salamanca, para lo que el cabildo no dudó en convocar en 1527, reinando el emperador Carlos, un concurso al que acudieron los maestros más prestigiosos de la época, siendo las obras encomendadas a Juan Gil de Hontañón y su hijo Rodrigo, que diseñaron un edificio goticista, un tanto arcaico para aquellos años en que ya habían triunfado las formas renacentistas, con el eje dispuesto en perpendicular al de la antigua colegiata, lo que obligaba a realizar expropiaciones y cimentaciones que demoraron el proyecto. De modo que, cuando murió el segoviano Rodrigo Gil de Hontañón en 1577, habían pasado 50 años y apenas había quedado esbozada la planta de la ansiada nueva colegiata. Un dato interesante sobre aquella desalentadora cimentación lo proporciona el historiador vallisoletano Juan Antolínez de Burgos, que informa que durante las excavaciones llegó a brotar tanta agua que favoreció la construcción de un lavadero público prácticamente junto a los futuros muros de la colegiata y vinculado a las aguas del Esgueva.

Es entonces cuando aparece en escena el innovador Juan de Herrera, que vinculado a la figura de Felipe II acababa de terminar las obras del Monasterio de El Escorial. Durante una estancia del arquitecto en Valladolid para diseñar varias obras municipales, el cabildo le solicitó las trazas del templo deseado, trabajo que aceptó y llevó a cabo en un proyecto faraónico para las arcas vallisoletanas que repetía soluciones ya aplicadas en el monasterio madrileño. A tal efecto, en 1582 era nombrado como maestro de obras Pedro de Tolosa, colaborador escurialense que murió un año después y fue sustituido por su hijo Alonso de Tolosa, y como director del proyecto el arquitecto Diego de Praves, fiel seguidor de las teorías herrerianas y de los modelos de Vitrubio y Serlio.

Las obras, que avanzaron lentamente, fueron estimuladas por Felipe II en 1583 con la concesión al cabildo del monopolio de impresión de la "Cartillas de la Doctrina Cristiana", unos cuadernos con contenido catequético, utilizados para enseñar a leer a los niños, de los que se llegaron a imprimir y vender en territorios hispánicos hasta setenta millones de ejemplares entre 1583 y 1825. De igual manera, el monarca, nacido en Valladolid, se implicó en las obras concediendo al templo el rango de catedral, de modo que la parte construida fue consagrada el 21 de mayo de 1595, con la presencia del arzobispo primado de Toledo y el obispo de Palencia, diócesis a la que pertenecía Valladolid, junto a los de León, Burgos, Astorga, Oviedo y Lugo. En 1596 Felipe II, dos años antes de su muerte, otorgaba el título de Ciudad a la hasta entonces villa de Valladolid.

A pesar de todo, las obras prosiguieron lentas y supeditadas a las escasas partidas dinerarias, dando lugar, tan mastodóntico proyecto, al asentamiento de un numeroso conjunto de artesanos y obreros en las inmediaciones del templo, siendo conocido el espacio que recorría la fachada con el elocuente nombre de "calle de la Obra", una obra que, a pesar de todos los empeños, nunca sería concluida, dejando visibles en su parte posterior aquellos anhelos convertidos en muñones de piedra.

Con grandes dificultades, la catedral de Valladolid era consagrada, en su cuarto proyecto y con su aspecto actual, el 26 de agosto de 1668, y aunque tiempo después conocería momentos tan aciagos como el hundimiento de la "Buena Moza" en 1841, por entonces su única torre levantada, o el desmantelamiento del coro en 1928 y la venta de órganos, cantorales, pinturas de El Greco y la reja de la capilla mayor al marchante estadounidense Arthur Byne, también ha conocido algunos momentos jubilosos en su dilatada historia. Uno de ellos se produjo durante el reinado de Felipe III, cuando la Corte española se hallaba instalada en Valladolid, un hecho también vinculado al lento desarrollo de las obras catedralicias. Nos referimos al sonado suceso que tuvo lugar entre los muros de la antigua catedral el 13 de marzo de 1602.

EL HALLAZGO DE UNA IMAGEN EMPAREDADA  

Según el relato detallado del canónigo y escribano capitular Benito de Castro, en su Relación de la invención de Nuestra Señora del Sagrario, recogido en el catedralicio Libro del Secreto, sobre las tres y media de la tarde de aquel día primaveral, mientras que en el  coro se hallaban rezando las completas el Deán, los canónigos don Juan Luna, el doctor Bolaños y don Gabriel de Murga, junto a varios racioneros, capellanes y ministros, un grupo de albañiles y carpinteros trabajaban acondicionando la capilla de San Juan, donde por orden de don Juan Bautista Acevedo, obispo de Valladolid, quedaría instalado el Santísimo Sacramento después de ser trasladado desde la capilla de San Miguel. Cuando los obreros procedieron a desmontar el muro de un nicho en el que se hallaba una pintura del Ecce Homo, bajo el cual aparecía la efigie en mármol de un antiguo abad de la colegiata, con la intención de sacar la caja de los santos óleos que se hallaba empotrada en la pared del arco, descubrieron tras él una espaciosa cámara hueca en cuyo interior se hallaba algo inesperado: una imagen de la Virgen con el Niño colocada sobre una peana de piedra, una imagen desconocida que durante años había permanecido emparedada.

La escultura, "llena de polvo y maltratada por su mucha antigüedad", fue sacada del hueco y colocada por el albañil Agustín Bañares en el nicho de la sepultura abacial, mientras avisaron del descubrimiento imprevisto a los que se hallaban en el templo. A todos los presentes les pareció obra de estimable valor y digna de reverencia y devoción, acudiendo al revuelo organizado por aquel hallazgo los niños cantores que se hallaban en el claustro ensayando su música, que ya en la capilla entonaron una salve en honor de la imagen.

Fueron algunos de aquellos niños cantores los que propagaron por el exterior del templo la noticia de la "aparición", de modo que no había transcurrido media hora y el templo ya estaba abarrotado de gente. También acudieron "hombres y mujeres de mucha calidad y algunos consejeros", de modo que tras ser informado el obispo, cuando este llegó al atardecer a la catedral, tal era el gentío que pudo acercarse hasta la capilla con muchas dificultades, pues entre algunos devotos el hecho se había interpretado como un milagro y ya eran muchos los que habían encendido velas y ofrecido flores y exvotos de cera a la imagen. Para apaciguar tanto fervor, el obispo ordenó cerrar la capilla aquella noche y desalojar a la gente, esperando decidir lo más conveniente sobre aquel hecho inesperado.

Al día siguiente, el prelado Juan Bautista Acevedo mostró la imagen y el lugar del hallazgo a don Martín de Alagón, gentilhombre de S. M., para que comunicase a los piadosos monarcas Felipe III y Margarita de Austria todo lo sucedido, noticia que recibieron con regocijo. Como el número de personas atraídas por el suceso fuera en aumento, el obispo y el cabildo decidieron respetar la devoción popular mostrando la imagen "con mucha decencia y veneración", pero explicando las circunstancias reales de su aparición. El impacto había calado en el ambiente catedralicio, que enseguida bautizó a la imagen como Nuestra Señora del Sagrario, por la proximidad al tabernáculo del Santísimo Sacramento en que fue hallada, siendo entronizada en la capilla en que fue descubierta, proclamada patrona del cabildo catedralicio y establecida su fiesta y oficio cada 13 de marzo.
Capilla de Nuestra Señora del Sagrario, catedral de Valladolid
La historia de su invención también fue recogida por Manuel Canesi en su Historia de Valladolid, donde cita que la imagen sagrada fue recogida por  Juan de Villafañe, jesuita y maestro de Teología en Salamanca, en el compendio histórico que escribiera sobre las imágenes marianas milagrosas de los más célebres santuarios de España [1].      


NUESTRA SEÑORA DEL SAGRARIO Y SU IMPONENTE AJUAR DE PLATA

La imagen de la Virgen con el Niño, hallada fortuitamente tras ser emparedada en el siglo XVI, posiblemente por ser considerada sin mérito o anticuada, se trata de una escultura labrada en piedra con rasgos góticos y acabado policromado [2]. La Virgen aparece sedente, sobre un cojín de color carmesí colocado sobre una arqueta verde y reposando sus pies sobre otro cojín de idénticas características. Viste una túnica blanca de dilatados pliegues en la parte inferior, decorada con flores doradas, lo mismo que su cabello, y un manto también blanco con el forro o vuelta en azul y ribetes dorados. Sobre el brazo izquierdo sujeta la figura del Niño, colocado de perfil, mirando hacia su Madre y vestido con una túnica azul. Por sus rasgos estilísticos, la escultura podría datarse a mediados del siglo XV.
Cuando fue hallada mostraba costras levantadas en el rostro y restos de quemaduras en el ojo izquierdo de la Virgen, tal vez producidas por una vela colocada en la mano del Niño que pudo llegar a inclinarse, siendo ese deterioro el motivo probable que llevó a prescindir de la imagen y ocultarla.

Una vez colocado el Santísimo Sacramento en aquella capilla,  se encargó un nuevo retablo dorado para entronizar a la Virgen del Sagrario, tarea de la que se ocupó el canónigo Alonso Martín Serrano, que invirtió 2,713 reales en ello. Asimismo, en 1607, se encargaban al maestro Matías Ruiz las rejas de la capilla. El culto a Nuestra Señora del Sagrario fue decisivamente consolidado por don Juan de Torres Osorio, obispo de Valladolid entre 1627 y 1632, que dejó en su testamento 100 ducados anuales para el culto a esta imagen. Sobre el arco en que fue descubierta fueron colocados dos bustos relicario: el de San Mauricio, donado a la ciudad por la madre Magdalena de San Jerónimo, y el de San Pascual, donación del duque de Lerma.

Un suceso especial, relacionado con la  veneración de la Virgen del Sagrario, tuvo lugar el 12 de marzo de 1645, cuando con motivo de la visita a la catedral de don Pedro Carrillo de Acuña, Presidente de la Chancillería, este fue recibido por el cabildo con toque de campanas, suelta del reloj, música de órgano y chirimías en el pórtico del León, siendo colocada la Virgen del Sagrario, con tocas, rico manto y andas de plata, sobre el carro de la fiesta del Santísimo Sacramento, que aparecía engalanado y acompañado del relicario de Santa Emerita [3].

La Virgen del Sagrario recibió culto en la vieja catedral hasta el 26 de agosto de 1668, momento en que se trasladó, con todo su ornato, a la catedral nueva, pasando a ocupar la actual capilla del lado del Evangelio, un espacio que también sirvió de tabernáculo al Santísimo. En años sucesivos se encargaron nuevos retablos para la capilla, como ocurrió en 1669, siendo uno destinado al Cristo de las Batallas y otro a la Virgen del Sagrario, o aquel otro encomendado en 1680 al ensamblador Pedro de Cea, retablos que finalmente serían reaprovechados en otras capillas de la catedral.

En la actualidad, la capilla de la Virgen del Sagrario, cerrada por una notable reja colocada en 1683, está presidida por un retablo concertado en 1787 con el ensamblador Eustaquio Bahamonde, en estilo neoclásico y con forma de camarín, con cuatro columnas corintias de fuste imitando mármol y una arquitectura estucada que imita al jaspe natural, incorporando un sagrario con la puesta recubierta con una plancha de plata cincelada por el platero Gregorio Izquierdo.


Detalle del frontal de altar en plata
Queda una mínima parte de los suntuosos ornamentos de plata de los que dispuso antaño la capilla realzando la imagen, fruto del paulatino aumento del culto hacia aquella Virgen, sobre todo las piezas de orfebrería que eran usadas en ceremonias o en procesiones por el interior del templo, piezas frecuentemente utilizadas para refundiciones en los cambios de moda, vendidas para remediar gastos extraordinarios o requisadas por órdenes reales, aparte de los robos, que también se produjeron.

De todo aquel tesoro generado por la Virgen del Sagrario, nada queda de la colección de lámparas de plata de las que se tiene constancia por las descripciones del historiador vallisoletano Antolínez de Burgos, pues excepto la del altar mayor de la catedral, todas fueron entregadas el 10 de julio de 1809 al rey José I. En 1722 la mesa de altar se ornamentaba con doce ramilletes grandes de plata y otros doce pequeños, todos con trabajos de calados, una cruz de plata donada por el madrileño Alonso Rodríguez de Mercado y una paloma de plata que representando al Espíritu Santo que colgaba sobre la imagen, así como las imprescindibles andas procesionales, igualmente en plata y con forma de baldaquino, según inventario de 1737.

Otro tanto puede decirse de los ricos vestidos y su aderezo, como la diadema de oro con diamantes elaborada en 1748 por el joyero Antonio Escobedo, la joya igualmente de de oro y diamantes donada en 1763 por  Jerónimo Estrada, el rico vestido bordado con lentejuelas e hilos de oro elaborado en 1783 por el catalán Miguel Fuste, el cetro de oro adornado con 69 "chispas" (diamantes) realizado en 1787 por el joyero José María Fernández para ser sujetado por la Virgen o la bola de plata con una faja dorada y una cruz de cristal de roca como remate colocado en la mano del Niño, obra realizada en 1794 por el platero Gregorio Izquierdo [4].

No obstante, en la catedral se conserva una importante colección de aquellos objetos de plata con que la Virgen del Sagrario fue agasajada. En su propio retablo son visibles cuatro ángeles de plata, dos grandes y dos más pequeños, colocados a los lados de la imagen y elaborados en el primer cuarto del siglo XVIII por el platero Damián Cortés. También se aprecia la rica corona elaborada en 1734 por el platero Juan Álvarez de Cartabio, una sobrecorona encargada en 1789 a Gregorio Izquierdo y una media luna de plata colocada a los pies del trono.

El impresionante frontal de altar
Entre todo lo citado, destinado a ornamentar a la Virgen del Sagrario, la pieza más destacada es el descomunal frontal del altar [5], elaborado en plata repujada y cincelada por los plateros vallisoletanos Juan Antonio Sanz de Velasco y Miguel Fernández Yáñez de Vega, que en el último tercio del siglo XVII vinieron a rematar una obra iniciada en 1693 por el platero José de Aranda. Con decoración de gusto rococó, el frontal ofrece una disposición reticular, con recuadros rectangulares decorados con abigarrados roleos, ramajes y hojarasca, con un medallón central, rodeado por cabezas de querubines, en el que aparece la Virgen del Sagrario sobre el escudo del cabildo y coronada por ángeles.
En nuestros días el  fastuoso frontal aparece presidiendo el altar mayor de la catedral, antecediendo resplandeciente al retablo de Juan de Juni y como expresivo testimonio de los fervores catedralicios en torno a una imagen que durante muchos años estuvo condenada a la más absoluta oscuridad.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

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NOTAS

[1] CANESI ACEVEDO,Manuel. Historia de Valladolid (1750), III, Grupo Pinciano, Valladolid, 1996, pp. 338.
[2] ARA GIL, Clementina Julia. Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas y Diputación de Valladolid, Valladolid, 1977, p. 386.
[3] URREA FERNÁNDEZ, Jesús. La Capilla de Nuestra Señora del Sagrario en la catedral de Valladolid, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción nº 41, Valladolid, 206,  p. 70.
[4] Ibídem, p. 75.
[5] BRASAS EGIDO, José Carlos. La platería vallisoletana y su difusión, Institución Cultural Simancas y Diputación de Valladolid, Valladolid, 1980, p. 284.

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