GRUPO DEL LLANTO SOBRE CRISTO MUERTO
Anónimo
conocido como Maestro de San Pablo de la Moraleja
Hacia 1500
Madera
policromada
Museo Diocesano
y Catedralicio, Valladolid
Escultura gótica.
Escuela castellana de influencia germano-flamenca
Este grupo escultórico, una de las joyas que guarda
el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, procede, junto a dos figuras
de los ladrones crucificados de menor formato, del desaparecido monasterio de
San Pablo de la Moraleja, localidad vallisoletana situada en el límite con la
provincia de Ávila. Fue el historiador murciano Juan Ortega y Rubio, desde 1876
catedrático de Historia Universal de la Universidad de Valladolid, quien nos
dejó el testimonio de haberlo conocido en este lugar antes de ser derribada la
iglesia y sustituida por otra nueva.
La imposibilidad de conocer la identidad del autor y
las similitudes estilísticas encontradas en otras obras repartidas por las
provincias de Valladolid y Palencia, hacen que se le denomine genéricamente
como Maestro de San Pablo de la Moraleja, tomando precisamente esta obra como
referencia. Tal escultor pudo tener procedencia flamenca o germana, aunque
tampoco puede descartarse que se trate de un escultor castellano influenciado
por el tipo de arte elaborado por los múltiples maestros de origen
centroeuropeo llegados a España durante el reinado de los Reyes Católicos, del
mismo modo que en su obra más tardía se aprecia una evolución más ajustada a
los cánones derivados del Renacimiento italiano, como ocurre en el grupo del
mismo tema conservado en la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey.
El conjunto, cuya datación corresponde a
los años finales del último decenio del siglo XV, presidiría un discreto retablo,
seguramente de diseño plateresco, ocupando la hornacina central con el fondo
pintado, de modo que hoy podemos apreciarlo fuera de contexto, sin los
elementos que complementarían todo su significado puesto que no se han conservado. No
obstante, tan sugestivo grupo se ofrece en un marco muy apropiado: bajo la
puerta de acceso a la que fuera una capilla situada en un rincón del claustro de la antigua
Colegiata de Santa María la Mayor, espacio hoy integrado en el Museo Diocesano
y Catedralicio de Valladolid, bajo arcos decrecientes y moldurados de trazado
gótico y decoración geométrica.
El grupo es muy interesante desde distintos puntos
de vista. Unos de tipo técnico y formal. Otros referidos a pequeños matices en los
gestos y ciertos elementos iconográficos cuya interpretación certera se nos escapa. Ofrece
una escena muy apreciada en la época y, como tal, reiteradamente repetida por
pintores y escultores. Aunque se presenta bajo el impreciso título de
"Llanto sobre Cristo muerto", en realidad representa la Sexta
Angustia de la Virgen, es decir, el momento en que María recibe el cuerpo de Jesús
recién descendido de la cruz, estando presentes todos los personajes que la
tradición había imaginado y reinventado basándose en los relatos de escritores místicos como
Santa Brígida o San Buenaventura, puesto que no existen escritos evangélicos
que describan dicha circunstancia con exactitud.
Es una representación cargada de patetismo y por
tanto ajustada al gusto español, en cuyo centro aparece la Virgen sentada y
sujetando sobre su rodilla el cuerpo inerte de Cristo, que presenta rigor mortis y las piernas cruzadas
recordando su disposición en la cruz. El lacrimógeno rostro de la Virgen
muestra su dolor y desconsuelo, siendo reconfortada por San Juan, que repite la
misma expresión en su cara. Las figuras de José de Arimatea y Nicodemo cierran
la composición por los lados, el primero barbado y procediendo a retirar la
corona de espinas de la cabeza de Jesús y el segundo sin barba y sujetando los
clavos recién desprendidos, según el papel que le adjudica una iconografía con
origen en los grupos escultóricos del Descendimiento
del siglo XII. También con gesto apenado acompañan a este grupo María Salomé,
María Cleofás y María Magdalena, arrodillada a los pies de Cristo y destapando
el tarro de perfumes.
Al grupo se incorpora una enigmática figura que no
aparece en otras representaciones de este pasaje, en este caso colocado por
detrás de la Virgen y con la peculiaridad de ser el único que mira al
espectador al tiempo que hace un extraño gesto juntando los dedos índices de
sus manos, como si fuera un narrador incorporado a la escena. Su presencia
motiva todo tipo de especulaciones, recogiendo la especialista en arte gótico
Clementina Julia Ara Gil1 la opinión de María Jesús Ocampo, que
interpretó esta figura como San Pablo, que sería quien muestra a los fieles tan
importante acontecimiento como certificación de la muerte física de Cristo, lo
que le da un valor que trasciende lo puramente histórico.
Más comprensible, en mi opinión, es que se trate de
San Mateo en su papel de narrador, ya que es en su Evangelio donde se cita expresamente la
colaboración de José de Arimatea, discípulo de Jesús, facilitando el entierro
en su propia sepultura tras envolverle en una sábana limpia. Por otra parte,
San Mateo ha generado en otras ocasiones este
tipo de gesto de contar con los dedos por su condición de antiguo recaudador de impuestos, siendo el caso más célebre de la alusión a su oficio la magistral pintura de
Caravaggio en San Luis de los Franceses de Roma. Otra opinión respetable asocia al personaje con las representaciones de los misterios medievales, aunque
hemos que reconocer que esta codificación de signos es insondable, siendo más fácil aproximarnos al significado de otros elementos simbólicos que
aparecen en este mismo conjunto.
Poco habitual es la colocación de una calavera a ras
de tierra, algo que si es frecuente en las representaciones del Calvario. En
esta ocasión sirve para ubicar la escena en el Gólgota, tomando como referencia
una leyenda medieval recogida por Jacobo de la Vorágine en La Leyenda Dorada, según la cual la calavera vendría a representar el
sepulcro de Adán, en cuya boca germinó la semilla del árbol del que, al cabo
del tiempo, fue extraída la madera que después sería utilizada en la cruz, una
leyenda fantástica cuyo trasfondo intenta relacionar el origen del pecado del
hombre y la redención del mismo a través de la muerte de Jesús.
Siguiendo esta misma finalidad, también aparece otra
figura atípica como es un cordero bajo el cuerpo de Cristo, acurrucado sobre el
manto de la Virgen y con aspecto de perro, aunque con un cencerro al cuello. Su
presencia está igualmente relacionada con la redención, con un sentido
simbólico que establece el paralelismo entre el animal como víctima propiciatoria del
sacrificio y la misión de Jesús.
Todos los personajes lucen una rica indumentaria
según la moda del momento en que se talla el conjunto, destacando la
caracterización de José de Arimatea y Nicodemo como ricos miembros del
Sanedrín, con lujosos collares colgados al cuello para resaltar su elevada
posición social, así como la Magdalena, joven con tirabuzones rubios, un
sofisticado tocado y destapando un pomo de perfumes con elegantes ademanes a
los pies de Cristo, aquellos que antes secara con sus propios cabellos.
Igualmente los tocados establecen la diferencia entre la joven María Salomé y
las tocas de viuda que luce una María Cleofás de aspecto maduro.
Estos ingredientes dotan de cierta teatralidad
a la escena, dejando patente un característico modo de trabajo del escultor. En
las figuras, bastante estilizadas, los rasgos de los rostros son acusados,
alargados y planos, con barbillas pronunciadas, narices rectas y largas, cejas
arqueadas y bocas y ojos entreabiertos con forma de media luna contrapuesta,
rasgos que se ajustan a la expresión dramática y se complementan con el
estudiado trabajo de las manos, todas ellas en posición diferente y delicado
ademán. Otro rasgo característico es el trabajo de los plegados de las telas ajustados
a las diferentes posturas, con múltiples líneas paralelas, de gran movimiento y
aristas suavemente modeladas, lo que le diferencia de las obras procedentes de
la escuela de Burgos, en pleno esplendor cuando se realiza esta obra, en la que abundaban las aristas mucho más afiladas.
El grupo se complementa con una cuidada policromía
en la que predominan los destellos dorados sobre una rica gama de colores y
tonalidades. Prácticamente todas las figuras, a excepción del macilento cuerpo
de Cristo, presentan un sustrato de oro que aflora en trabajos de elegantes
esgrafiados, mostrando un amplio repertorio de motivos vegetales que recrean
lujosos brocados. Por su parte, las carnaciones están aplicadas sobre la madera
como pintura de caballete para resaltar con detalle ciertas partes de la
fisionomía, como las mejillas sonrosadas que contrastan con las cuencas y las mejillas
amoratadas de Jesús, cuyo cuerpo, para sugerir la muerte, presenta un tono
violáceo salpicado por múltiples hematomas y regueros de sangre, así como la
boca y los ojos entreabiertos como si acabara de exhalar su último
suspiro.
Igualmente, mediante la policromía, Nicodemo aparece
caracterizado con barba de varios días y una tez morena que contrasta con la
palidez de la Magdalena, ofreciendo como rasgo común a todas las figuras, a
excepción del narrador colocado al fondo y en alto, el recorrer sus párpados varios regueros de
lágrimas, acentuando con ello el patetismo de la escena.
Si en términos generales puede achacarse al trabajo
de las figuras un afán de naturalismo no logrado plenamente, así como cierta tosquedad
en los trazados anatómicos y una rigidez y estilización heredada de los modelos
góticos, en su apariencia global, como actores de un drama, el grupo alcanza
una gran expresividad, haciendo partícipe al espectador de la tristeza
producida por la confirmación de la muerte de Jesús por sus seres más
allegados.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 ARA GIL, Clementina Julia. Escultura
gótica en Valladolid y su provincia. Diputación Provincial, Valladolid,
1977, p. 346.
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