26 de mayo de 2014

Taller Literario: EL TIEMPO EN EL QUE VIVO, de Javier Rodríguez


EL TIEMPO EN EL QUE VIVO

Nací hace ya mucho tiempo y durante un largo —larguísimo— período de mi vida estuve ajena a lo que pasara fuera de mi reducido entorno. Vivía en una especie de reclusión interior.

Un buen día, sin saber exactamente a qué se debió el cambio o qué hecho ajeno a mi voluntad lo desencadenó, me abrí al mundo y entré en una nueva etapa, creativa, vital y hasta ruidosa.
Me sentía intensamente viva y tenía la necesidad de hacerme notar en mi entorno, de una forma instintiva, atrevida y, si se me perdona la inmodestia, incluso brillante. Era, sencillamente, feliz.

Aunque si bien es cierto que no tenía ningún tipo de patrimonio o de bien material del que sentirme orgullosa —o al que sentirme atada, ¿por qué no?—, también lo es que no tenía carencias. En mi sencillo nivel de vida tenía todas mis necesidades básicas cubiertas: comida, alojamiento y, sobre todo, diversión. Disfrutaba de una vida sencilla pero plena. Disfrutaba, en fin, de mi vida.

Pero pronto noté que mi situación no era exclusiva. Primero constaté que ocurría lo mismo con la gente de mi entorno y, más tarde, pude comprobar que por todos los lados, en todas las capas sociales —al menos las que yo conocía—, desde la trabajadora más humilde hasta la de los que volaban muy alto, todas ellas eran también mayoritariamente felices. No digo que no hubiera excepciones, no; lo llamativo es que eran sólo eso: excepciones.

Hasta que llegó Él y acabó con todo. Nuestra envidiable calidad de vida y nuestro mundo feliz se fueron en un suspiro. Todo sucedió como en un terrible terremoto: una breve pero fuerte sacudida, seguida de una réplica y otra, y otra… y todo mi mundo se vino abajo. Nuestro mundo.

Paso a paso, oleada a oleada. Casi metódicamente. Todo lo que habíamos vivido se arruinó.
Una vez, hace mucho tiempo, en un cine de verano al aire libre (nunca me han gustado los sitios cerrados y menos cuando están llenos de gente) vi una película que me gustó porque dentro de una historia aparentemente banal y un tanto artificiosa, se encerraban claves y secretos, algunos muy claros y otros que intuía, pero no llegaba a comprender.

 Uno de éstos últimos era un monólogo que decía: «…he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».

Hoy puedo suscribir casi como propio y repetir exactamente el párrafo de aquel personaje porque ya tiene el sentido que hasta ahora no le encontraba: mi mundo, nuestro mundo ha sido programado para apagarse y nosotros con él. Sólo los individuos de las “especies superiores” y algunos de los más fuertes de entre nosotros sobrevivirán a éste, en unas condiciones que se antojan infames. Cuánto me hubiera gustado ser más rápida que Él para poder huir aunque fuera en el último momento.
Pero el tiempo es inexorable y el otoño ya está aquí. Y tras él, el invierno. Es el fin.

Pido perdón porque, entre prisas y desolación personal, he olvidado presentarme: soy Yessi, una cigarra de la parte de Traspinedo.

Sí, ya sé que dirán ahora que esto nos pasa a todas las cigarras y todos los años, pero con ese razonamiento no se alivia mi dolor. Como tampoco me sirve de consuelo que a las hormigas de mi zona les haya pasado lo mismo. Tan atareadas ellas en acumular recursos para el invierno, día tras día y desde que Dios amanece hasta que Dios anochece, han perdido todo a manos de una especie de zánganos autóctonos extremadamente voraces que les han echado del hormiguero y les han confiscado hasta el ordeño de sus pulgones.

Luego dirán que la mala mala es la abeja africana...


JAVIER RODRÍGUEZ, marzo 2014

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 3
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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