6 de marzo de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid (V)

8  ÁNGELES ALFÉRECES
Gregorio Fernández y taller,  1622.
Museo Nacional de Escultura, Valladolid.

La historiografía del arte secularmente ha tenido relegado al olvido el estudio y valoración de aquellas obras que hoy englobamos bajo la denominación genérica de "imaginería ligera", pues salvo algunas imágenes de vestir o de candelero, mayoritariamente dolorosas y nazarenos, trabajadas en múltiples modalidades por afamados escultores, tanto en Castilla como en Andalucía, que sí recibieron la atención de críticos y estudiosos, el resto de los recursos técnicos aplicados a este tipo de imaginería, que podríamos reducir a la escultura realizada con cartón o papelón, pasta de caña de maíz y telas encoladas, esto es, con materiales de manifiesta pobreza, han sido considerados como trabajos de categoría inferior, por lo que hasta tiempos recientes apenas han sido tenidos en cuenta y cuando se ha hecho ha sido en términos desdeñosos.

Ello ha tenido dos consecuencias entrelazadas. La primera, que no existan estudios en profundidad sobre la elaboración y uso de este tipo de esculturas, siempre citadas de modo tangencial, siendo los más interesantes los realizados hace escasos años con motivo de la restauración y recuperación de algunas obras de este tipo10, aunque siguen existiendo significativas lagunas documentales. La segunda, que al no ser valoradas por los críticos e investigadores, la gran mayoría de las obras conservadas hayan sido arrinconadas e incluso despreciadas, sufriendo las consecuencias de su endeble naturaleza en la oscuridad de trasteros parroquiales o almacenes de piezas en desuso, reduciéndose la afortunada preservación y mantenimiento de contados ejemplares al interior de algunas clausuras, a veces convertidos en objetos pintorescos.
Ha sido en tiempos recientes cuando se ha intentado revalorizar este tipo de producción artística que conoció un movimiento expansivo en el siglo XVI, sobre todo por razones funcionales de su escaso peso, y alcanzó sus máximos valores expresivos durante el siglo XVII, generalmente en obras utilizadas en las celebraciones barrocas, donde incluso el arte efímero adquirió suma importancia.

A mitad de camino entre lo efímero y lo perdurable podemos considerar las obras realizadas en imaginería ligera que solamente llevan talladas en madera la cabeza y las extremidades, puesto que si en ellas se usaban materiales que permitían trabajar con mayor rapidez, sobre la base de un escueto maniquí y casi en la línea de una producción seriada, en su acabado final el papelón, la pasta de maíz y las telas encoladas permitían la aplicación de un aparejo y su posterior policromado, con un resultado estético equiparable a la escultura de madera y con un aspecto muy naturalista, pero siempre con un peso sensiblemente inferior, por lo que fueron idóneas para fines procesionales por razón de peso y para montajes efímeros por su rapidez de ejecución.

En el Museo Nacional de Escultura se conservan dos ángeles que son vivos ejemplos de todo lo expuesto. Las dos figuras, después de permanecer abandonados durante muchos años en los almacenes de la institución, en la que habían ingresado en una situación de desesperante deterioro, recientemente han sido objeto de una restauración integral, que incluyó tareas de consolidación, limpieza y reintegraciones, pasando a integrar la colección permanente de la Sala de Pasos, desde que el Museo fuera reabierto en 2009 tras una profunda remodelación de las instalaciones, convirtiéndose en modelos ilustrativos de lo que fue un tipo de escultura procesional, componentes de algunos retablos y vitrinas devocionales o integrantes de montajes efímeros en celebraciones puntuales.

Hasta hace muy poco tiempo era desconocida la localización original y el uso concreto de esta pareja de ángeles, apuntándose hasta entonces que tal vez formaran parte de algún paso procesional; que procedieran del ático de algún retablo, según una costumbre muy extendida entre los retablos castellanos del primer tercio del siglo XVII; que fueran concebidos para ser colocados en la embocadura de alguna capilla sujetando lámparas; que flanquearan algún sagrario en fiestas tan señaladas como el Corpus o que acompañaran el ritual de la función del Desenclavo y la posterior ceremonia del Santo Entierro en desaparecidos rituales litúrgicos de Semana Santa.

Tampoco se conocían datos acerca de su autoría, teniendo que recurrir a la teoría apuntada por Jesús Urrea, en base a su análisis estilístico, para aceptar que seguramente fueron elaborados, entre los años 1612 y 1615, en el taller de Gregorio Fernández11, seguramente contando con la intervención del propio maestro. Esta hipótesis y cronología también era aplicable a otra pareja de Ángeles alféreces de similares características, aunque de formato ligeramente inferior, que se guardan en la iglesia parroquial de Olivares de Duero (Valladolid), obras que afortunadamente también han sido restauradas y que se diferencian por presentarse sin piernas, con el cuerpo hasta algo más abajo de la cintura, siguiendo la modalidad de "busto" (posiblemente recortados posteriormente para un uso desconocido).

Aquel enigma quedo desvelado por el propio Jesús Urrea al dar a conocer el escrito "Relación de la fiesta que se hizo en el convento del Carmen Calzado de Valladolid, en de Santa Teresa de Jesús, por un devoto suyo", que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Gracias a este texto hoy tenemos la certeza de que los dos Ángeles alféreces fueron realizados por Gregorio Fernández para ser colocados sobre pedestales, con otros dos desaparecidos, junto a los cuatro pilares del crucero de la iglesia del convento del Carmen Calzado (en terrenos actualmente ocupados por la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León, antes Hospital Militar) durante las fiestas de celebración de la canonización de Santa Teresa12 en 1622. También sabemos que allí se colocaron, en su condición de escoltas celestiales, con los rostros dirigidos al altar mayor, donde se produjo la coronación de la santa, así como que portaban armas (mazas) y escudos y que sujetaban un estandarte de tafetán rematado por una cruz dorada13.    

El principal interés de estos ángeles es el ofrecer un tipo de técnica de la que se conservan escasos ejemplos, con las cabezas y las extremidades talladas en madera y ensambladas sobre un maniquí después recubierto con telas naturales encoladas que les proporcionan un gran naturalismo. Ello permite que, pese a su altura, cercana a los 2 metros, su peso quede sensiblemente mermado respecto a una talla realizada enteramente en madera.

Las expresivas y teatrales figuras, llenas de resabios manieristas, presentan originales diseños en sus cabezas insertadas en posición girada respecto al torso, con cuellos cilíndricos muy largos, rostros ovalados con cejas, pestañas y ojos pintados y largos cabellos rubios con mechones despegados y ondulantes junto a las orejas.
Visten una indumentaria que se convertiría en prototipo de las representaciones angélicas vallisoletanas, con una coraza —coracinas en peto y espaldar— ajustada de cuero que les proporciona un aire militar y que permite relacionarlos con las legiones celestiales, superpuesta a amplias y largas túnicas que no llegan a los tobillos y que tienen mangas anchas y aberturas laterales para facilitar el movimiento de las piernas. Se completan con un vistoso manto sujeto sobre el hombro izquierdo. La posición de los dedos delata que portaran aquellos objetos ya identificados que ayudaban a definir su identificación y su función en el ritual barroco, seguramente con el emblema carmelitano en los escudos, así como el trabajo del cráneo, con la forma adaptada para la colocación de gorros con penachos, hoy perdidos.

Parte de su expresividad y elegancia se debe al vistoso colorido de su policromía, donde el intenso rojo liso del manto, ribeteado en dorado, se contrapone a los elaborados motivos florales de la túnica —primaveras—, aplicados a punta de pincel con llamativos colores sobre un fondo blanco. Este preciosismo polícromo, como pervivencia de un componente manierista de tipo cortesano, está acorde con otras obras realizadas por Gregorio Fernández en esos años, un tipo de policromía que había alcanzado su punto álgido en el relieve de la Adoración de los Pastores que hiciera en 1614 para una capilla del coro bajo del Monasterio de las Huelgas Reales, en cuyo centro también aparece un bello ángel en actitud de oración.

En definitiva, estos dos ángeles ponen de manifiesto que los grandes maestros de la escultura barroca española no sólo recurrieron a la aplicación de postizos en su afán por dotar de mayor realismo a las imágenes, sino también a la imaginería ligera a base de telas encoladas. Si de Gregorio Fernández conocemos los casos del paño de pureza aplicado al magnífico Ecce Homo del Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid o su trabajo en imaginería ligera en el San Luis Gonzaga de la iglesia parroquial Olivares de Duero, otro tanto podemos decir del uso de esta técnica  en 1610 por parte de Juan Martínez Montañés en las imágenes de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja de la iglesia de la Anunciación de Sevilla, alcanzando como recurso técnico un gran refinamiento en las dolorosas de Pedro de Mena.                

Ángeles alféreces. Gregorio Fernández y taller, h. 1620
Iglesia de San Pelayo de Olivares de Duero (Valladolid)
(Continuará)

Informe y fotografías: J. M. Travieso



NOTAS

10 AMADOR MARRERO, Pablo Francisco. Traza española, ropaje indiano: El Cristo de Telde y la imaginería en caña de maíz. Ayuntamiento de Telde (Gran Canaria), 2002.

11 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Acotaciones a Gregorio Fernández y su entorno artístico. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 46, 1980, p. 380.

Detalle de un proyecto de decoración efímera para la entrada de Felipe V
en Madrid en 1701. Dibujo de Teodoro Ardemans.
12 Tras ser beatificada el 24 de abril de 1614 por el papa Pablo V, Santa Teresa de Jesús fue canonizada el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV junto a San Isidro, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri.

13 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio (edición coordinada por Jesús Urrea). Ángeles alféreces. Teresa de Jesús y Valladolid. La Santa, la Orden y el Convento. Ayuntamiento de Valladolid, 2015, pp. 100-101.  








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