RESURRECCIÓN
Juan Pantoja
de la Cruz (Valladolid, 1553-Madrid, 1608)
1605
Óleo sobre
lienzo
Palacio de
Pimentel (Diputación Provincial), Valladolid
Procedente
del desaparecido Hospital de la Resurrección de Valladolid
Pintura de
transición del manierismo al barroco. Escuela cortesana
Juan Pantoja de la Cruz. Nacimiento de la Virgen y de Cristo, 1603 Pintados para el Palacio Real de Valladolid. Museo del Prado |
JUAN PANTOJA DE LA CRUZ, NOTABLE PINTOR VALLISOLETANO
En 1553, durante la última fase del reinado del
emperador Carlos, nacía en Valladolid Juan Pantoja de la Cruz, que, siendo muy
joven y tras haber dado muestras de su talento para la pintura, se trasladó a
Madrid para formarse en el taller de Alonso Sánchez Coello, retratista
cortesano formado a su vez en este género con el maestro holandés Antonio Moro.
Allí aprendió la técnica del retrato como discípulo del pintor valenciano, para
pasar después a convertirse en su colaborador cuando ya reinaba Felipe II. En
1588, un año después de contraer matrimonio y a consecuencia del fallecimiento
de Sánchez Coello ese año, comenzaría a trabajar de forma independiente y a
firmar sus obras perpetuando el tipo de representaciones de miembros de la
familia real hasta convertirse en el retratista cortesano de mayor calidad en
los últimos años del reinado de Felipe II y primeros de Felipe III, monarcas
para los que trabajó como pintor de cámara desde 1596.
Juan Pantoja de la Cruz. Inmaculada, 1603 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
En sus retratos, presentes en los sitios reales y
palacios de la nobleza, Pantoja de la Cruz recoge las fórmulas anteriores para
transmitir una imagen muy concreta de majestad palaciega como medio
propagandístico de la dinastía de los Austrias. En ellos, más que profundizar
en la psicología de los modelos, intenta plasmar una imagen aúlica y solemne,
para lo que recurre a la descripción minuciosa de las indumentarias con un detallismo
de raigambre flamenca derivada de Antonio Moro, prevaleciendo el gusto por los
pequeños detalles que dotan a la figura de magnificencia, siendo la precisa
reproducción de atuendos y adornos uno de los valores más apreciados de su
pintura.
Tampoco es ajena la pintura de Juan Pantoja de la
Cruz de las influencias de algunos pintores italianos conocidos en la corte
española, como Tiziano, Sofonisba Anguissola y algunos elegantes retratos
florentinos.
Durante el periodo de 1601 a 1606, cuando la corte
de Felipe III, por influencia del Duque de Lerma, estuvo instalada en
Valladolid, Juan Pantoja de la Cruz acompañó a su ciudad natal a los monarcas,
para los que trabajó sin interrupción en la ciudad castellana. Es entonces
cuando, junto a distintos retratos de miembros de la familia real, comienza a
realizar una buena serie de pintura religiosa demandada por estamentos de
Valladolid y Madrid, figurando entre sus composiciones dos pintadas en 1603
para el oratorio privado de Margarita de Austria en el Palacio Real de
Valladolid: El Nacimiento de la Virgen
y el Nacimiento de Cristo, ambas
llevadas después a Madrid y actualmente conservadas en el Museo del Prado. Como
curiosidad, el pintor incluye en estas escenas reconocibles personajes de la
familia real (retratos a lo divino).
Juan Pantoja de la Cruz. Anunciación, 1603 Museo del Prado |
También pintaba en Valladolid ese año de 1603 seis
cuadros de tema religioso destinados al retablo mayor de la iglesia del colegio
de Agustinos Calzados de Madrigal: La Anunciación,
el Nacimiento, la Resurrección, la Ascensión, la Imposición de
la casulla a san Ildefonso y la Aparición
de santa Leocadia a san Ildefonso, actualmente estos dos últimos, junto al
de la Anunciación, en el Museo del
Prado. En el mismo año realizaba una Santa
Leocadia para la catedral de Córdoba.
Igualmente en 1603, Juan Pantoja de la Cruz se
encargaba de una pintura de la Inmaculada
para un retablo colateral de la iglesia del convento vallisoletano de Jesús y
María, hoy en el Museo Nacional de Escultura, en la que se incluye la figura de
un donante que se viene identificando con don Francisco de Fuentes, benefactor
de dicho convento, y en 1605 de nuevo elaboraba otra pintura de temática religiosa
para una institución vallisoletana: la Resurrección,
destinada a presidir el retablo de la iglesia del Hospital de la Resurrección
de Valladolid.
En 1606 Juan Pantoja de la Cruz regresaba con la
corte a Madrid y allí realizó su producción tardía hasta que se produjo su
muerte en 1608. Dejaba atrás una larga experiencia profesional en la que junto
a la pintura religiosa y, sobre todo, su labor como retratista cortesano,
incluyendo el retrato en miniatura, también había practicado el género del
bodegón y la técnica de la pintura al fresco (decoración perdida en el palacio
de El Pardo). Además, es muy posible que junto a él se formaran como discípulos
los retratistas Bartolomé González y Rodrigo de Villandrando, los más activos
hasta la llegada de Velázquez a la corte madrileña.
Frontispicio del antiguo Hospital de la Resurrección Jardín de la Casa de Cervantes, Valladolid |
PROCEDENCIA DE LA PINTURA
Al realizar una breve semblanza biográfica de Juan
Pantoja de la Cruz, para enfatizar el momento en que iniciaba una producción de
pintura religiosa que nunca llegaría a adquirir la relevancia de sus numerosos
retratos cortesanos como pintor de cámara de Felipe II y Felipe III, se
señalaba que uno de los últimos temas sacros abordados por el pintor fue la
pintura de la Resurrección, que realizaba
en 1605. Hoy la podemos contemplar, protegida y restaurada, en la escalera
principal del Palacio de Pimentel, sede de la Diputación Provincial de
Valladolid. Pero desde su génesis hasta llegar a este lugar la pintura sufrió
diferentes peripecias.
Esta obra fue encargada a Juan Pantoja de la Cruz en
1605, cuando la corte española estaba asentada en Valladolid, para presidir el
retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Resurrección, el complejo sanitario
más importante de la ciudad en aquellos momentos, situado extramuros en la
actual confluencia de la calle de Miguel Íscar y la plaza de Zorrilla. Era una
fundación de 1553 debida a los afanes del clérigo Alonso de Portillo, deseoso
de atender y aislar a los enfermos contagiosos, cuya iniciativa contó con el
apoyo del concejo, siendo rematada la iglesia en 1579, según figuraba en el
entablamento de su fachada. Esta se remataba con un frontispicio de piedra con
una hornacina en cuyo interior se hallaba una escultura en bulto de nuevo con
el tema de Cristo resucitado.
El Hospital de la Resurrección era administrado por
la Cofradía de la Resurrección, con sede en el monasterio de la Trinidad, aunque después pasaría a ser gestionado por los
Hermanos de San Juan de Dios, cuyo convento y hospital se hallaba muy próximo
(actual plaza de Zorrilla y calle María de Molina). Esta institución sería
reconvertida en Hospital General en 1615, centralizando algunos de los
hospitales atendidos por cofradías y pasando a depender del arzobispado. Así
continuó su labor en los siglos siguientes, llegando a albergar la primera
Facultad de Medicina vallisoletana en 1857 y cambiar su titularidad como
Hospital Provincial en 1866.
Sin embargo, a partir de 1880 en el Hospital de la
Resurrección aparecieron síntomas de ruina y se decidió su cierre tras ser
inaugurado por la Diputación Provincial, en 1889, un nuevo hospital en el Prado
de la Magdalena, siendo derribado en 1890. Sus bienes fueron repartidos por
otras instituciones locales, teniendo como destino, buena parte de ellas, el
Hospital de Santa María de Esgueva, el más antiguo de Valladolid y mítica
fundación del Conde Ansúrez, que funcionaba dependiente del Hospital de la
Resurrección desde 1865. Allí fue recogida la pintura de Pantoja de la Cruz
sobre la que tratamos, mientras que el frontispicio de la iglesia se recogió en el Museo Provincial de Bellas Artes y después pasó a ornamentar el jardín de la Casa de Cervantes.
Pero la historia se volvería a repetir. Convertido el
popular Hospital de Esgueva en Hospital Municipal desde 1864, así estuvo en
servicio hasta que pasó a acoger otras funciones públicas y llegó a presentar
un estado de ruina que culminó con su derribo en 1970. Es cuando el grupo gótico
de la Anunciación, que secularmente había permanecido en su fachada, se trasladó
al Museo Nacional de Escultura y sus bienes artísticos dispersados, pasando la
pintura de la Resurrección de Juan
Pantoja de la Cruz a ser custodiada en la sede de la Diputación Provincial,
donde todavía permanece.
LA RESURRECCIÓN DEL PALACIO DE PIMENTEL
El cuadro de la Resurrección
es una obra de gran formato, cuyo tema central se ajusta a la titularidad del
Hospital al que estuvo destinado. En él Juan Pantoja de la Cruz plasma una
escena poco corriente en sus pinturas, aunque con todas las características de
su estilo, como el establecimiento de una gloria abierta y luminosa de la que
emana una luz que ilumina el entorno produciendo fuertes contrastes lumínicos,
repitiendo un efecto similar al que utilizara dos años antes en la pintura de
la Inmaculada del convento de Jesús y
María (Museo Nacional de Escultura).
Como acostumbra en sus pinturas religiosas, la
escena aparece dividida en dos espacios, uno superior donde se ubica el hecho sobrenatural,
definido por un fuerte resplandor en forma de mandorla, en el que se recorta la
figura de Cristo resucitado al tiempo que actúa como fuente de luz para el
resto de la composición, y otro inferior, de carácter terrenal, en el que se
colocan cuatro soldados armados entre un juego de penumbras y con pronunciados escorzos, tres de ellos de
espaldas al espectador, cuyo punto de vista le permite participar de la escena desde el exterior del cuadro.
Orazio Borgianni. Visión de San Jerónimo Museo del Louvre |
En este artificioso juego lumínico, que produce tan
fuerte contraste entre las partes iluminadas y la oscuridad de la noche en que
se produce la escena, se han querido encontrar influencias del pintor romano Orazio
Borgianni, que, tras pasar por Sicilia, viajó a España en 1598 y lo volvería a
hacer en 1605 al contar con el favor de la clientela española, un pintor que,
al igual que Pantoja de la Cruz, representa el tránsito de las formas
manieristas a las barrocas, en su caso manifestando una fuerte influencia del
tenebrismo de Caravaggio. Su éxito en el ámbito vallisoletano se patentiza en
el encargo que hiciera don Rodrigo Calderón, a través del embajador en Roma, de
doce lienzos destinados al altar del convento de Porta Coeli de Valladolid.
Por otra parte, en la pintura de la Resurrección destaca la esbeltez de las
figuras, hecho que se repite en otras de sus pinturas religiosas, especialmente
en la figura de Cristo, de estilizada anatomía y con una serenidad gestual que
contrasta con las sorprendidas actitudes de los soldados, cuya indumentaria
sigue los mismos patrones que los utilizados por Gregorio Fernández para los
sayones: un atuendo anacrónico que se relaciona más con los soldados de la época
que con la convencional estética "a la romana".
Ambivalente es también el modelado de las figuras,
pues mientras Cristo aparece con un claroscuro suavemente modelado, más
pronunciado en la agitada clámide púrpura y en el estandarte al viento, se
trastoca en violento en la parte inferior, envolviendo a los soldados en un claroscuro en el que destacan los brillos metálicos —también presentes en sus retratos— de la espada, el escudo, los cascos y las
lanzas, rompiendo estas últimas la verticalidad de la composición al establecer
un sutil juego de diagonales. Como suele ocurrir en sus pinturas, retratos incluidos,
las figuras se mueven por un espacio definido por la penumbra, haciendo
resaltar determinados elementos, entre ellos el papel con la firma, con el
fondo apenas insinuado y con tendencia a los tonos neutros, como ocurre en
algunas pinturas de Navarrete el Mudo.
Por todo ello, la pintura de la Resurrección de Juan Pantoja de la Cruz, puede considerarse como
una de las mejores realizadas en Valladolid en los albores del barroco, en un
tiempo en que la escultura alcanzaría un protagonismo absoluto.
Informe: J. M. Travieso.
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