26 de octubre de 2018

Excellentiam: RETABLO DE LA ASUNCIÓN, apoteosis barroca en la tierra del vino









RETABLO DE LA ASUNCIÓN
Pedro de Sierra (Medina de Rioseco, 1702 - Valladolid, 1760)
1740
Madera policromada
Iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
Escultura barroca española. Escuela castellana









Bóvedas de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
Durante los dos últimos tercios del siglo XVII, tras la muerte de Gregorio Fernández en 1636, se configura un importante foco escultórico en Medina de Rioseco, en el que sobresalen José de Medina Argüelles y Juan Fernández, aunque sería durante la primera mitad del siglo XVIII cuando este foco alcanza un brillo especial con las figuras de Tomás de Sierra y su hijo Pedro de Sierra, escultores que, con una obra innovadora y personal, darían continuidad a la pujante escuela vallisoletana en un momento en que la escultura barroca comenzaba a incorporar nuevas corrientes derivadas de los ambientes cortesanos, donde escultores franceses imponían el nuevo gusto rococó.
Pedro de Sierra es el escultor más importante de la estirpe riosecana dieciochesca y el autor de una obra decisiva en la retablística castellana del siglo XVIII: el retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Rueda (Valladolid), una impresionante y colosal maquinaria de orden gigante cuya concepción espacial le sitúa más próximo a las monumentales portadas de piedra que a los retablos de madera, en este caso coronado por un apoteósico cascarón, repleto de esculturas y relieves relacionados con la exaltación de la Virgen.

Todo es novedoso en este retablo, donde el polifacético escultor, que dominaba tanto los trabajos en madera como en piedra, establece en el retablo una planta en la que se alternan tramos convexos y rectos de trazado mixtilíneo, al tiempo que sintetiza la influencia que recibiera de Narciso Tomé durante su estancia en Toledo, como el uso de placas blandas —"pellejos"— acopladas a los fustes de las columnas, y la influencia del dinamismo escultórico que conoció durante su estancia en Segovia trabajando al servicio del rey, donde se puso en contacto con la corriente rococó seguida por los escultores franceses Carlier, Tierry, Pitué y Freminx, que trabajaban en el Palacio de la Granja de San Ildefonso. 
A ello se suma un impresionante repertorio escultórico de temática sacra en el que no faltan geniales creaciones personales que suponen la renovación de iconografías tradicionales.   

La iglesia de Santa María de la Asunción de Rueda, que fue construida entre 1738 y 1747 por el arquitecto Manuel Serrano, maestro de obras de Su Majestad, es uno de los mejores conjuntos arquitectónicos del siglo XVIII en la provincia de Valladolid. El edificio parroquial, del que eran copatronos el Cabildo y el Ayuntamiento, vino a sustituir a otro anterior que se había quedado pequeño debido al auge económico que a principios de siglo experimentó la villa, con el consiguiente aumento de población.
Su planta, de ascendencia borrominesca, es muy movida, con los tramos de la nave cubiertos por cúpulas elípticas rebajadas sobre pechinas y con decoración de yeserías con motivos vegetales, destacando en el crucero una cúpula vaída sobre tambor y tramos con planta trebolada en los brazos. Coincidiendo con los contrafuertes, el interior se articula con pilastras cajeadas de orden gigante con capiteles compuestos, recorriendo las naves un alto friso, con guirnaldas, cintas y modillones con formas vegetales, que sujetan una pronunciada cornisa de la que arrancan los arcos de las bóvedas.
La capilla mayor es rectangular y profunda, cubierta con bóveda de cañón con lunetos y con todo el muro del testero ocupado por el impresionante retablo mayor ideado por Pedro de Sierra.

UNA MAQUINARIA DE ESCENOGRAFÍA APOTEÓSICA

En efecto, en 1740, recién concluida la obra del presbiterio, el cabildo y el concejo de Rueda decidieron establecer un impuesto sobre la carne vendida en la villa para financiar el retablo de la nueva iglesia. Para ello nombraron cuatro comisarios que se ocuparían de buscar un maestro escultor que lo realizase. En el concejo del 14 de enero de 1741 se decide difundir edictos y pregones por Rueda, Medina del Campo, Valladolid y Salamanca convocando el concurso de la realización de tan magna obra1. La respuesta de Pedro de Sierra fue rápida, en febrero de ese año presentó la traza, el compromiso de realizarlo en un plazo de dos años y estableciendo un precio estimado de 40.000 reales, corriendo a su cargo el pedestal de piedra del sotabanco, mientras que el transporte del retablo desde Valladolid correría a cargo de los comitentes2
Pedro de Sierra. Detalle de San Ambrosio y San Gregorio
A falta de otros licitadores, y tras desistir tres maestros procedentes de Salamanca, el concejo de Rueda adjudicó el contrato a Pedro de Sierra el 7 de mayo de 1741, que se ocuparía tanto de la parte arquitectónica como de la escultórica del retablo, comprometiéndose además a realizar la traza de dos retablos colaterales que se colocarían en el crucero, por cuya labor se pagarían 15.000 reales a Francisco de Ochagavía, "vecino de Valladolid, maestro de escultura y arquitectura".  El escultor cobraba la obra en agosto de 17493.

El retablo dispone de un sotabanco pétreo que ejerce como pedestal, un banco de gran altura, un monumental cuerpo único y un ático que adopta la forma de un gran cascarón, destacando, como ya se ha dicho, su original planta mixtilínea. En el banco aparecen cuatro grandes repisas, a modo de cornucopias, decoradas en la parte inferior con grandes cabezas de serafines y caprichosas formas vegetales por encima. Entre ellas se colocan dos hornacinas aveneradas, una a cada lado de la custodia, que albergan las figuras de San Gregorio y San Jerónimo, que junto a las de San Agustín y San Ambrosio, colocadas en los extremos, establecen la presencia de los Cuatro Padres de la Iglesia Latina como sustento o fundamento de la Iglesia, según los ideales contrarreformistas.
Pedro de Sierra. San Jerónimo y San Agustín
Se trata de cuatro imágenes, de tamaño natural y dotadas de un elegante movimiento, en las que Pedro de Sierra despliega su creatividad y libertad expresiva, especialmente en la de San Gregorio, que revestido de pontifical y con sorprendente naturalidad sujeta con su mano la pesada tiara papal de tres coronas mientras lee ensimismado, y en la de San Jerónimo, que con el tradicional atributo del león a sus pies y con indumentaria cardenalicia se chupa el dedo para pasar la página de su Biblia Vulgata.

El centro del banco está ocupado por un gran tabernáculo abierto, con cuatro columnas angulares sobre las que reposan las pequeñas imágenes sedentes de los Cuatro Evangelistas y en el remate superior la figura de Sansón venciendo al león, un tema convertido en una prefiguración de Cristo.

El monumental cuerpo del retablo está articulado por cuatro columnas de orden gigante, con capiteles corintios y fustes acanalados decorados con cabezas de ángeles colocadas sobre placas blandas que, como ya se dicho, acusan la influencia del diseño de Narciso Tomé en el transparente de la catedral de Toledo. Estas sustentan un alto entablamento decorado con modillones con formas vegetales que se alternan con cabezas de serafines, rematándose con una pronunciada cornisa con forma de sencillas molduras.

En la calle central se abre una hornacina calada, con forma de gran transparente, en la que se ubica la Virgen de la Asunción, titular del templo, que aparece gravitando con los brazos levantados sobre un trono de nubes entre las que asoman cabezas y bustos de movidos querubines, a los que acompañan a los lados otros dos sujetando cartelas con inscripciones. Sobre el frontispicio que corona la hornacina, de trazado sinuoso, reposan las alegorías de tres virtudes: la Fe, en lo alto, la Esperanza y la Caridad a los lados.

En los intercolumnios, de trazado convexo, se abren dos hornacinas aveneradas, con amplias repisas decoradas con hojas de acanto y rematadas por graciosas figuras de ángeles que sujetan grandes floreros. En su interior se colocan las elegantes figuras de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen.
Si Santa Ana ofrece un elegante clasicismo por su expresivo contraposto, con un suave modelado de los paños y abundantes pliegues que producen un acentuado claroscuro, recordando modelos junianos, sumamente original es la representación de San Joaquín, caracterizado como un anciano patriarca de largas barbas que, apoyado sobre un bastón, luce una indumentaria de inspiración oriental, con un vistoso turbante, una túnica corta ajustada a la cintura por un ceñidor que forma un lazo al frente y una especie de sobrepelliz largo y de mangas anchas cuyo revés reproduce las madejas de una piel animal, sugiriendo su estancia de penitencia en el desierto después de ser rechazado en el Templo por carecer de descendencia, según figura en el evangelio apócrifo de Santiago.
Ambas esculturas presentan una policromía preciosista, al gusto dieciochesco, con elegantes estofados en los que prima el oro y carnaciones llenas de matices que les proporcionan una gran vitalidad.

Remata el conjunto un gran cascarón que ocupa la totalidad de la bóveda del ábside. Como continuación del programa iconográfico desplegado en el cuerpo, se presenta una gloria abierta —auténtica celebración— que viene a sustituir al tradicional Calvario de épocas anteriores. Sobre la cornisa se abre un remolino de nubes y ángeles, emitiendo rayos en todas las direcciones, sobre el que aparecen las figuras de Cristo y el Padre Eterno sujetando una corona que colocarán sobre la cabeza de la Virgen. Testigos de tan excepcional momento son las imágenes de San José y San Juan Bautista, que aparecen sedentes sobre nubes doradas a los lados del grupo principal. Sobre la misma cornisa, en los extremos, se yerguen las figuras de San Pedro y San Pablo, que adoptan un ademán inspirado en anteriores modelos fernandinos.

Pedro de Sierra. San Joaquín y Santa Ana
A los lados del gran cascarón se encuentran dos grandes medallones con formas ovales en los que se insertan altorrelieves con grupos de santos y santas mártires, todos participando de la celebración glorificados entre nubes y portando como atributo las preceptivas palmas. Coronando el cascarón aparece la figura del Espíritu Santo entre nubes y con profusión rayos que se despliegan radialmente, rodeado por un anillo de ángeles, unos como grandes cabezas de querubines entre nubes y otros de cuerpo entero tañendo trompetas o portando coronas, toda una apoteosis de brillos dorados en las que el impetuoso movimiento escenográfico barroco alcanza el paroxismo.

El sorprendente conjunto era culminado en 1766 con el dorado aplicado por Hermenegildo Gargollo y Mateo Prieto4, según consta en una inscripción colocada en el tablero situado tras el tabernáculo: "Gargollo-Año de 1766-Prieto". Un año antes el tallista Isidro Plaza se había ocupado de realizar las cartelas.   


Junto al retablo mayor, en los frentes del crucero, según las especificaciones del contrato, se colocaron dos retablos de estilo rococó que fueron elaborados en 1741 por Francisco de Ochagavia, siguiendo los diseños de Pedro de Sierra. Uno tiene como imagen titular a San Francisco Javier y el otro a San Juan Bautista, una fantástica escultura de Pedro de Sierra que constituye un raro ejemplo de influencia berruguetesca sobre la escultura barroca, con la figura del Precursor esbelta y desenvolviéndose en el espacio con una gran elegancia. Al igual que el retablo mayor, estos retablos fueron dorados y policromados en 1765 por Hermenegildo Gargollo y Mateo Prieto5.
Asimismo, le es atribuida a Pedro de Sierra la decoración escultórica de la fachada de piedra de la iglesia, donde despliega una decoración afín a la iconografía del retablo, con la escultura de la Asunción dentro de una hornacina y en el frontispicio el Espíritu Santo envuelto en rayos junto a las figuras del Padre y el Hijo sosteniendo una corona destinada a la Virgen en el remate, así como otros motivos supeditados a la arquitectura.

El retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Rueda supone un hito en la carrera de Pedro de Sierra, con el que culmina la tendencia barroca a independizar la escultura respecto a la arquitectura. En el retablo las figuras muestran un movimiento impetuoso, con los paños formando pliegues suaves y blandos, abandonando el estilo afrancesado de su primera época. Su estilo está en consonancia con la meritoria sillería de coro realizada en 1735 para el convento de San Francisco de Valladolid, víctima de la Desamortización en 1842 y recompuesta por Constantino Candeira en 1933 en el coro alto de la capilla del Colegio de San Gregorio, sede del Museo Nacional de Escultura. Estaba compuesta por 48 sitiales altos y bajos y otros 44 colocados enfrente, que fueron realizados a petición de Fray Juan de Soto, General de la Orden. En ella Pedro de Sierra dirigió a un numeroso grupo de oficiales y a su hermano Jacinto, que había ingresado como franciscano y que ejerció como ensamblador. A la misma pertenecía una bella Inmaculada que presidía el frontispicio del coro y que hoy se muestra como figura exenta.
    
Informe y fotografías: J. M. Travieso.





NOTAS

1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana. Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1958, p.386.

2 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del Campo. Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XVIII, Diputación de Valladolid, 2003, p. 270.

3 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del Campo... Op. cit., p. 270.

4 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del Campo... Op. cit., p. 270.

5 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del Campo... Op. cit., p. 269.







Retablo colateral. Pedro de Sierra. San Juan Bautista, 1741

















Fachada de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)



































* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario