7 de junio de 2019

Visita virtual: CRISTO DE LAS INJURIAS, el patetismo de una anatomía olímpica













CRISTO DE LAS INJURIAS
Diego de Siloé (Burgos, h. 1425 - Granada, 1563)
Hacia 1520
Madera de nogal policromada
Catedral de Zamora
Escultura renacentista española. Escuela burgalesa















La capilla de San Bernardo de la catedral de Zamora, situada a los pies de la nave de la Epístola, está presidida por la extraordinaria talla de un Cristo crucificado que recibe el apelativo de Cristo de las Injurias, una de las mejores obras que alberga el recinto catedralicio y objeto de una especial devoción entre los zamoranos.

Se trata de un crucifijo de grandes dimensiones —próximo a los 2 m. de altura—, tallado en madera de nogal en un bloque que incluye la cabeza, tronco y piernas, solamente con los brazos tallados por separado. Representa a Cristo muerto, sujeto a la cruz por tres clavos, con los brazos rectos e inclinados por el peso de un cuerpo que sigue un trazado serpenteante mediante la inclinación de la cabeza hacia la derecha, el torso en disposición frontal, con el pecho hinchado y el vientre hundido, y las piernas arqueadas hacia la derecha, montando el pie derecho sobre el izquierdo.

Delgado y de proporciones sumamente estilizadas, presenta una minuciosa descripción anatómica, de clasicismo italianizante, en la que es resaltada la tensión muscular. Especialmente expresivo es el trabajo de la cabeza, con barba bífida y larga melena de raya al medio que en la parte izquierda discurre en forma de afilados mechones hacia la espalda, dejando visible la oreja, cayendo por la derecha en forma de largos tirabuzones ondulados y perforados. A ellos se ciñe una corona elaborada con una soga que lleva insertadas espinas de hierro, una de las cuales atraviesa la piel de la frente en un alarde de naturalismo. Los ojos rasgados con la mirada perdida y la boca entreabierta configuran la patética expresión de la muerte, contribuyendo a una majestuosidad general que inspira un sentimiento de compasión. Curiosamente presenta el paño de pureza realizado en tela encolada1, superpuesto en la época en que se realizó la escultura, estimada hacia 15202.
Se remata con una cuidada policromía con una carnación muy pálida, abundantes huellas de los azotes por todo el cuerpo y largos regueros de sangre, presentando efectistas partes amoratadas, como los párpados, labios, tobillos, dedos, etc. Por todo ello, el Cristo de las Injurias está considerado como uno de los mejores crucificados de cuantos se elaboraron en España durante el siglo XVI.

EL ORIGEN DE LA ESCULTURA

Tan impactante escultura llegó a la catedral desde el Monasterio de San Jerónimo de Zamora, al que los jerónimos se habían trasladado en 1543, tras una breve estancia en el monasterio de Montamarta. Era un monasterio situado en los bosques de Pero Gómez, en el barrio de San Frontis del sur de la ciudad, donde también se asentaban el monasterio de San Francisco y el de las Dominicas Dueñas de Cabañales. El Monasterio de San Jerónimo gozó de grandes donaciones por parte de algunas familias nobles, como los condes de Alba de Liste, la familia de los Valencia o don Diego de Castilla, deán de la catedral de Toledo, que contribuyeron a la prosperidad de la comunidad jerónima.
En aquella fundación el Cristo de las Injurias recibió culto en la capilla de la sala capitular del monasterio, que permaneció activo hasta 1835, cuando fue víctima de la desamortización de Mendizábal. En ese momento la orden desapareció de tierras zamoranas y el Cristo de las Injurias fue entregado a la catedral, junto a otra obra del monasterio jerónimo: una bella escultura de la Virgen con el Niño y San Juanito, esculpida en Italia, en mármol de Carrara, en el primer cuarto del siglo XVI por Bartolomé Ordóñez para Juan Rodríguez de Fonseca, actualmente en el Museo de la catedral zamorana (ver última imagen). Según la tradición, el Cristo de las Injurias había estado a punto de ser quemado por las tropas napoleónicas durante los años de invasión. En la catedral comenzó a recibir culto en la capilla de San Bernardo, que con el tiempo sería conocida popularmente como capilla del Cristo de las Injurias.

UNA AUTORÍA DESVELADA: DIEGO DE SILOÉ

Por tratarse de una escultura de tan alta calidad, tanto el origen de su advocación como su autoría han sido objeto de diversas especulaciones. Fue el pintor y tratadista cordobés Antonio Palomino de Castro (1655-1726), que conoció la imagen en el monasterio jerónimo3, quien la atribuyó a Gaspar Becerra basándose en el tratamiento atlético de su anatomía, autoría aceptada por Ceán Bermúdez y rechazada después por Manuel Gómez-Moreno4, que, considerando una calidad superior a Becerra, no aventuró un posible autor. Esta misma idea fue compartida por Eusebio Arteta Mateu, que provocó un alegato, publicado en la prensa zamorana, del canónigo y académico Amando Gómez, que insistía en la autoría de Gaspar Becerra. Por su parte, Francisco Antón Casaseca, datándolo entre 1530 y 1550, apuntaba como posibles artífices a Balmaseda y Berruguete, aduciendo que el perizoma de tela encolada podría ser una modificación añadida por el imaginero local Ramón Álvarez.

A mediados del siglo XX, Jesús Hernández Pascual, contradiciendo la autoría de Balmaseda y Becerra, proponía como posible autor a Jacobo Florentino, el Indaco, y a Diego de Siloé, basándose en lo italianizante de la escultura y en la leyenda de que el crucifijo procedía del monasterio de San Jerónimo de Granada, ciudad donde trabajaron ambos escultores en época anterior a Becerra, apuntando su posible llegada a Zamora a través del jerónimo Francisco de Villalba, confesor de Carlos V en Yuste, para evitar la "injurias" cometidas por los moriscos en las Alpujarras en 1568, una teoría errónea, ya que el crucifijo es citado en Zamora en 1551, antes de la rebelión morisca.

José María de Azcárate, rechazando la autoría de Gaspar Becerra y sin aventurar un posible autor, remarcaba la calidad de la talla y su humanidad dolorosa, lo mismo que Juan José Martín González, que la consideraba obra del primer Renacimiento en España. Guadalupe Ramos de Castro la considera obra de la escuela castellana del último tercio del siglo XVI; Ángel Mateos Rodríguez, siguiendo a Hernández Pascual, la atribuyó a Jacobo Florentino, aunque afirmando que "todas las peculiaridades formales y estilísticas confluyen en la estética plástica de Diego de Siloe", ya que presenta características tardogóticas que lo alejan de lo italiano y lo aproximan a lo hispánico. Finalmente, Antonio Casaseca Casaseca considera el crucifijo ajeno al romanismo y cercano a la expresividad castellana, proponiendo algún artista palentino del siglo XV, aunque en los últimos años se haya centrado en Diego de Siloé.

El problema de la autoría del Cristo de las Injurias parecía haber sido zanjada en 2002, cuando José Ángel Rivera de las Heras, delegado diocesano para el Patrimonio y la Cultura, proponía como autor a Arnao Palla, un escultor que trabajó en Tierra de Campos, Toro y Zamora  a mediados del siglo XVI. En 2015 el historiador José Andrés Casquero, del Archivo Histórico de Zamora, reabría el debate sobre la autoría considerando la opinión de Jesús Parrado del Olmo de que Arnao Palla, a pesar de ser un escultor dotado de movimiento y eficacia descriptiva, no alcanza la calidad formal del escultor que realizó esta talla.

La solución al problema de la autoría del Cristo de las Injurias finalmente ha sido desvelada por el historiador zamorano Luis Vasallo Toranzo en 2019, poniendo fin a todo este galimatías de atribuciones y opiniones a lo largo del tiempo. Después de haber publicado su investigación en la Revista "De Arte" de la Universidad de León5 en 2018, ha conseguido encajar todas las piezas de forma convincente para afirmar la autoría de Diego de Siloé, de modo que el Cristo de las Injurias fue elaborado en el taller burgalés de este escultor a petición de Juan Rodríguez de Fonseca, natural de Toro y obispo de Burgos, que lo encargó para su devoción personal.

Diego de Siloé. Ecce Homo, h. 1520
Iglesia de Santa María de la Asunción, Dueñas (Palencia)
Tras el regreso de Diego de Siloé de Italia a España, este obispo fue en Burgos su primer protector, encargándole la Escalera Dorada de la catedral y distintas obras para su uso personal. Los bienes de Juan Rodríguez de Fonseca fueron heredados, tras su muerte en 1523, por su hermano, Antonio de Fonseca, duque de Alaejos, que en el inventario que se hizo a su muerte se recogen varias obras, entre ellas un “Cruçifixo de bulto, muy singular, metido en su caja de madera, que le hizo Sylohe”, que el obispo utilizaba en los oficios de Semana Santa.

Juan Rodríguez de Fonseca había fundado un hospital en Toro, su ciudad natal. Para revisar las cuentas, nombra como visitadores al prior de los Dominicos de Toro, a un representante de la Colegiata y al prior del monasterio jerónimo de Montamarta de Zamora, que era el mejor pagado —3000 maravedís anuales— por ser el más alejado. De la familia de los Fonseca proceden varias obras artísticas que fueron a parar poco antes de 1550 al monasterio de San Jerónimo de Zamora, como compensación al trabajo del prior como visitador del hospital toresano, entre ellas el Cristo de las Injurias de Diego de Siloé y la Virgen con el Niño y San Juanito de Bartolomé Ordóñez, encargada en origen para el sepulcro del obispo en Coca (Segovia). Asimismo, la colegiata de Toro recibiría la tabla de la Virgen de la Mosca, realizada por uno de los pintores de Margarita de Austria, de la que Antonio de Fonseca era mayordomo. 
     
Diego de Siloé. Cristo atado a la columna y Nazareno, h. 1524
Retablo de la Purificación, Capilla del Condestable, catedral de Burgos
Según Vasallo Toranzo, el único capaz de realizar en Castilla una talla como la del Cristo de las Injurias, en torno a 1520, era Diego de Siloé, que había estado diez años en Italia, donde conoció la obra de Miguel Ángel y las colecciones de Florencia y Roma, lo que le permitió ser capaz de realizar una anatomía academicista, olímpica y atlética como la que presenta el crucifijo, realizado en Burgos tras su regreso en 1519. Ello explica sus semejanzas con el aspecto doliente, rictus dramático del rostro, tratamiento de los cabellos, corona de espinas y policromía de otras obras maestras de ese periodo burgalés (1519-1528), en que Diego de Siloé trabajó principalmente como escultor antes de desplazarse a Granada, tales como el Ecce Homo (h. 1520) de la iglesia de Santa María de la Asunción de Dueñas (Palencia), el Cristo atado a la columna y el Nazareno del retablo de la Purificación (h. 1524) de la capilla de los Condestables de la catedral de Burgos y el Cristo atado a la columna ( h. 1525) del Museo Catedralicio de Burgos, sin olvidar el Cristo yacente que realizara en Italia hacia 1515 en mármol, como frontal del altar de la capilla Caracciolo di Vico de la iglesia de San Giovanni a Carbonara de Nápoles, con una anatomía de similar tensión dramática. 

Diego de Siloé. Cristo atado a la Columna, h. 1525
Museo de la Catedral de Burgos / Dcha: Foto Dondepiedad.blogspot
IMAGEN TITULAR DE LA COFRADÍA DEL SILENCIO

Actualmente, la escultura es la imagen titular de la Real Hermandad del Santo Cristo de las Injurias, fundada en 1925 y conocida como Cofradía del Silencio por el acto de Juramento del Silencio que protagoniza en el atrio de la catedral en la tarde del Miércoles Santo de la Semana Santa de Zamora.

Tan impactante representación de Cristo crucificado también ha dado lugar a la difusión en Zamora de diversas leyendas sobre su historia, en unos casos haciéndole hablar, en otros para justificar el detalle de la espina atravesando la piel de su frente.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



Cofradía del Silencio. Semana Santa de Zamora
NOTAS

1 DE LA PLAZA SANTIAGO, F. J. y REDONDO CANTERA, M. J.: Cristo de las Injurias. En Remembranza, Catálogo de la exposición de Las Edades del Hombre, Zamora, 2001, pp. 482-483.

2 VASALLO TORANZO, Luis: Imágenes para la devoción de los poderosos. Diego de Siloe al servicio del obispo Juan Rodríguez de Fonseca y del contador Cristóbal Suárez. De Arte, Revista de Historia del Arte, Universidad de León, 2018, p. 12. 

3 PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Acisclo Antonio: El museo pictórico y escala óptica (1715-1724), Madrid, 1947, p. 782.

4 GÓMEZ-MORENO, Manuel: Catálogo Monumental de la Provincia de Zamora. León, 1927 (facsímil de 1980), p. 120.

5 VASALLO TORANZO, Luis. Op. cit. pp. 7-20.









Bartolomé Ordóñez. Virgen con el Niño y San Juanito, primer cuarto s. XVI
Museo Catedralicio, catedral de Zamora





























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