Estampas y recuerdos de Valladolid
Una ciudad con vocación cosmopolita. En pleno
centro urbano un enorme jardín, un campo muy grande con trazado laberíntico.
Entre la espesura una glorieta despejada. En el centro de la glorieta un estanque
en el que se refleja la fronda circundante. Dentro del estanque un refugio pedregoso
de seres acuáticos: tritones, sirenas, peces y un cisne. Junto a ellos
surtidores lanzando agua en todas las direcciones. ¿Un lugar mítico o imaginado? No, algo mucho
más cercano: la Fuente del Cisne del Campo Grande, también llamada por algunos
Fuente de las Sirenas.
Podría decirse que en realidad constituye un
monumento al agua como fuente de vida, aunque, conociendo el lugar para el que
fue concebida, sería en realidad un monumento a las aguas del Pisuerga, padre
primordial de nuestro vallis tolitum.
La fuente se halla enclavada en uno de los lugares más sugestivos y apacibles
del Campo Grande, un parque decimonónico que sigue siendo todo un lujo para los
vallisoletanos.
La Fuente del Cisne recién instalada en el Campo Grande |
Pero la historia del parque y la de la Fuente del
Cisne discurrieron por caminos bien distintos, puesto que, a pesar de la concepción
romántica y naturalista del extenso jardín y de su trazado con glorietas,
fuentes y memoriales, al igual que ocurriera con el estanque y la gruta, la
Fuente del Cisne no formaba parte del proyecto inicial que en 1877 el alcalde Miguel
Íscar encargara al arquitecto Ramón Oliva y al responsable de jardines
Francisco Sabadell.
Para comprenderlo, tenemos que retrotraernos al año
1887, en una época en que Valladolid experimentaba una importante
transformación en la que paulatinamente iba perdiendo su carácter levítico para
convertirse en una ciudad moderna, sobre todo después del espaldarazo definitivo
que supuso la llegada del ferrocarril a mediados de siglo. Entre los proyectos
renovadores de la ciudad se encontraba una glorieta construida en la plaza del
Poniente, que con su sugestivo nombre estaba destinada a convertirse en un
importante enclave del centro urbano. Como remate de este proyecto viario, se
pensó que sería adecuado que la glorieta estuviera presidida por una fuente
monumental, para lo que un año antes se había solicitado un proyecto a Gonzalo
Bayón, propietario de una de las fundiciones más importantes de Valladolid, al
tiempo que Francisco Sabadell presupuestaba los jardines complementarios del
entorno.
La iniciativa fue divulgada por la prensa local,
que desveló que, según los planos a los que había tenido acceso, la fuente
estaría compuesta por un gran estanque circular y ornamentada con cisnes y
otras figuras. La obra aprobada se realizó con inusitada celeridad, pues si en
enero de 1887 Julián Quintana resultó elegido en la subasta de obras, a
primeros de mayo la taza del estanque ya estaba instalada en la glorieta.
En los días siguientes los vallisoletanos pudieron
conocer el aspecto definitivo de la fuente: un amplio estanque circular, de
diez metros de diámetro, en cuyo pretil se insertan seis machones
cuadrangulares de piedra con escudos de Valladolid labrados en sus frentes,
mientras que en el centro del estanque se levanta un promontorio pétreo
circular, de aspecto abrupto, con un pedestal sobre el que brota una corona de
juncos de tipo espadaña entre cuyas hojas se intercalan gruesas espigas
cilíndricas, todo ello fundido en bronce, rematándose con otra figura de bronce
que representa un cisne con las alas desplegadas, el cuello retorcido y el pico
orientado hacia arriba con función de surtidor.
A su alrededor, erguidas sobre
las piedras, figuras broncíneas de sirenas sujetando grandes peces, con las
bocas convertidas en surtidores, y seis figuras de tritones, igualmente
fundidos, colocados sobre soportes de piedra y asomando a ras del agua, también
con función de surtidores diseminados por el estanque. De todo el conjunto
destacaría la figura del cisne, recubierta de pintura blanca para aumentar su
naturalismo.
Parece ser que tan novedosa y pintoresca fuente
urbana, verdadero canto al agua relacionado con el cercano cauce del Pisuerga,
causó muy buena impresión cuando el ingenio hidráulico comenzó a funcionar el
10 de junio de aquel año, aunque los problemas no se harían esperar, pues,
transcurridos unos meses, la estructura del estanque se resintió y hubo que
parar el funcionamiento de los juegos de agua.
La fuente fue reparada en 1888, pero su
funcionamiento seguía dando problemas que algunos técnicos achacaron a estar
mal nivelada sobre el terreno, lo que originaba la aparición constante de
grietas, de modo que en enero de 1889 quedaba nuevamente inutilizada.
Aspecto actual de la Fuente del Cisne |
Ante esta situación, el arquitecto municipal
planteó el desmontaje de la fuente y su traslado al Campo Grande, decisión que
fue aprobada en un pleno municipal. Esta sugerencia originó la polémica ciudadana, pues,
mientras que algunos se mostraron partidarios del traslado, idea alentada desde
El Norte de Castilla, otros se manifestaron a favor de su permanencia en el
Poniente, opinión mantenida por La Crónica Mercantil, que también sugirió la
construcción de una nueva fuente en el Campo Grande.
Como consecuencia de esta polémica, la fuente
permaneció inactiva cerca de cuatro años, aunque finalmente el acuerdo
municipal se llevó a efecto y se comenzó a desmontar en febrero de 1892, siendo
trasladados todos sus componentes a un espacio abierto del Campo Grande. Tras
asegurar la nueva cimentación, para que no se repitieran los problemas, la
Fuente del Cisne se montó en el nuevo emplazamiento y comenzó a funcionar
oficialmente, fundiéndose con el entorno de un recóndito y paradisiaco enclave,
en septiembre de 1892. En su nueva ubicación, el centro de la fuente fue
modificado para incluir entre las sirenas un cuerpo de tierra que permitía la
plantación de juncos naturales, un motivo sugerido y realizado por Francisco Sabadell
por el que recibió felicitaciones.
Parecía que la operación había concluido con éxito.
Sin embargo, el puritanismo decimonónico tenía reservada una nueva polémica. En
el afán por dotar a las figuras de verismo y destacar el tono del bronce del
entorno arbóreo, además del recubrimiento blanco del cisne se aplicó sobre los
cuerpos desnudos de las sirenas una pintura que sugería carne real, lo que
produjo las quejas y protestas de las mentes puritanas que acostumbraban a
pasear por el parque, lo mismo que sus sirvientas con los niños, por lo que se
tomó la decisión de pintar los cuerpos de negro.
La fuente permaneció fundida con la naturaleza, con
su entorno de tierra batida y visitada por familias y barquilleros, hasta 1935,
cuando con motivo de celebrarse una Feria Regional de Muestras, se construyó a
su alrededor una pérgola con plantas trepadoras que llegaría a dar nombre a la
glorieta. En los años 60 se levantó un pequeño escenario y se cercó el
perímetro, que pasaría a convertirse en un popular salón de baile al aire libre con la
fuente en el centro.
En tiempos recientes, tanto la glorieta como el
paseo que la comunica con el Paseo del Príncipe, que atraviesa
longitudinalmente el Campo Grande, fueron pavimentados y reordenados sus
jardines, aunque nunca ha llegado a perder el carácter romántico y el factor
sorpresa de cuantos la visitan por primera vez. Asimismo, en 2011 el
Ayuntamiento de Valladolid, dentro de un plan de rehabilitación integral de los
elementos del Campo Grande (Fuente de la Fama, pajareras, etc.), acordó la
restauración de la fuente y de sus conducciones hidráulicas, obra que se llevó
a cabo en 2012 permitiendo recuperar todo el esplendor de la pintoresca Fuente
del Cisne, al que esperamos no volver a ver agonizar retorciéndose entre los sones
del Carnaval de los animales de Camille
Saint-Saëns.
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