CRISTO
RESUCITADO
Francisco de
Rincón (Valladolid 1567-1608)
Hacia 1606
Madera
policromada
Convento del
Corpus Christi, Valladolid
Escultura
renacentista tardomanierista. Escuela castellana
Al tratar en un artículo anterior del grupo
escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño, que realizara Francisco de Rincón en 1597 para la iglesia de Santiago
de Valladolid, ya se señalaba que la mayor creatividad de este escultor se
pondría de manifiesto a lo largo del periodo comprendido entre 1600 y 1605, en
que el escultor vallisoletano, que ya había alcanzado toda su plenitud
artística y profesional y que en 1604 había conseguido renovar el concepto de
paso procesional con la composición de la Elevación de la Cruz realizada para la Cofradía de la Pasión, paso compuesto por
innovadoras figuras talladas enteramente en madera, emprende sucesivos trabajos
en piedra y en madera en los que retablos, relieves y esculturas exentas
manifiestan un decidido abandono del componente tardomanierista y romanista
imperante para adentrarse en lo que hoy conocemos como estética barroca.
En ese momento Francisco de Rincón contaba como
colaborador de su taller con Gregorio Fernández, un joven gallego que acababa
de recalar en Valladolid dando muestras de sus dotes creativas y con el que el
escultor vallisoletano inició un mutuo intercambio de influencias, al mismo
tiempo que entre ellos se establecían tan fuertes lazos profesionales y
amistosos que determinarían una relación casi de tipo familiar, situación que
se mantuvo cuando en 1605 —último año en que la Corte estuvo asentada en
Valladolid— el escultor lucense de Sarria abrió taller propio en la ciudad del
Pisuerga.
En las obras de esos años ambos escultores no son ajenos
a las influencias ejercidas por el milanés Pompeo Leoni, recién llegado a
Valladolid para trabajar bajo el mecenazgo del Duque de Lerma, pero también la
creatividad de uno de otro se retroalimentarían de forma evidente. Es entonces
cuando Francisco de Rincón comienza a realizar figuras arquetípicas y
renovadoras para representar determinados temas que anticipan unos modelos
iconográficos que alcanzarían su máxima expresión en las gubias del gran
maestro gallego.
Cristo resucitado en su altar del convento del Corpus Christi |
Es el caso del grupo de San Martín y el pobre, primer paso procesional de Gregorio
Fernández que, realizado en 1606, tiene como precedente directo el relieve que
realizara Francisco de Rincón en 1597 para el retablo del Hospital Simón Ruiz
de Medina del Campo, aunque el hecho es más evidente en las iconografías de
"Cristo yacente" y de la "Piedad", en las que los modelos
rinconianos inspirarían las exitosas series fernandinas con las que el gran
maestro llegó a alcanzar su plenitud creadora y convertirlas en las obras más
afamadas y exitosas de su taller.
Desgraciadamente, el genio creativo de Francisco de
Rincón se truncó con su muerte prematura en 1608 —recién superados los 40
años—, aunque su extraordinario legado permite rastrear la influencia que sus
modelos ejercieron sobre la escuela castellana más allá de su muerte. Hoy
fijamos nuestra atención en la magnífica escultura de Cristo resucitado que se conserva en el monasterio vallisoletano
del Corpus Christi, cuya atribución a Francisco de Rincón, que ya fuera
apuntada por Martín González y Plaza Santiago1, podemos considerar
fuera de toda duda.
Esta escultura de Cristo resucitado presenta similitudes estilísticas y compositivas
con la escultura de Santa Gertrudis
que realizara hacia 1606 para la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias.
Ambas comparten su posición frontal por estar concebidas para ser colocadas en
la hornacina de un retablo, su disposición en contrapposto para potenciar un elegante clasicismo que transmite
serenidad y una vigorosa anatomía revestida con ampulosos paños que forman
pliegues trabajados de un modo personal e inconfundible, así como una esmerada
policromía en la que son llamativos los grandes motivos florales de los
estofados. Como consecuencia, ambas figuras se presentan rotundas y elocuentes,
abandonando los artificios manieristas para lograr el equilibrio y la armonía
de la escultura clásica en la búsqueda de naturalismo, incluyendo la elegante y
cadenciosa forma de moverse en el espacio.
Júpiter de Esmirna, siglo II d. C. Museo del Louvre, París |
En efecto, una mirada genérica al Cristo resucitado de Francisco de Rincón
nos evoca el aspecto mayestático de un dios clásico y más concretamente las
representaciones derivadas del Zeus olímpico o sus versiones romanizadas como
Júpiter, ofreciendo una especial similitud con la célebre escultura del Júpiter de Esmirna del siglo II d.C.
(Museo del Louvre, París), que paradójicamente Francisco de Rincón no pudo
conocer puesto que este mármol fue hallado en aquella ciudad turca en 1670,
casi setenta años después de que el escultor vallisoletano realizara su
escultura, lo que le confiere mayor mérito creativo con cánones clásicos.
Cristo muestra una anatomía hercúlea, muy bien
definida y de fuerte clasicismo, en el que el contrapposto le libera del peso sobre la pierna derecha, que se
flexiona para romper el estatismo, al mismo tiempo que facilita el movimiento
del torso, contraponiendo la colocación del brazo izquierdo hacia abajo, para
sujetar el manto, con el derecho levantado al frente y en actitud de bendecir,
siguiendo una tradición implantada en la representaciones de Cristo en majestad desde tiempos del
Románico.
Clásico es también el tratamiento de la cabeza, cuya
gravedad remite de nuevo a las representaciones de Zeus, en este caso con la
frente despejada, la nariz recta, pronunciadas cuencas oculares con grandes
ojos, boca entreabierta con los dientes visibles, una pronunciada barba de dos
puntas simétricas y una larga melena con abultados mechones rizosos que llegan
hasta los hombros dejando entrever las orejas.
La escultura se mueve con naturalidad en el espacio
mediante el movimiento que define el manto, que cae desde los hombros por la
espalda mientras envuelve con gracia el brazo izquierdo y se cruza al frente
formando airosas líneas diagonales y estratégicos pliegues que proporcionan
dinamismo a su pesada textura, al tiempo que permite percibir una porción del
paño de pureza y los estigmas de pies, manos y costado al completo, siguiendo
el decoro exigido por la ortodoxia contrarreformista.
Desgraciadamente la escultura no conserva en
condiciones óptimas su bella policromía primitiva, presentando signos de
repintes posteriores sobre las carnaciones mates originales. Realmente efectistas son los grandes
motivos florales y las orlas que ornamentan el manto púrpura, en cuyos
esgrafiados se han producido ligeras pérdidas. Por estar concebida para estar
asentada en un retablo, la imagen no fue policromada por su parte trasera.
Frontispicio del Hospital de la Resurrección. Jardín de la Casa de Cervantes |
El tema de Cristo
resucitado responde a la necesidad de dotar de imágenes titulares a las
cofradías de la Resurrección que aparecieron desde mediados del siglo XVI y a principios del XVII, generalmente creadas con fines benéficos y relacionadas
con la asistencia sanitaria. De mediados del siglo XVI data la fundación de la
Cofradía de la Resurrección o del Sacramento que tenía su sede en el monasterio
vallisoletano de la Trinidad, entre cuyos fines asistenciales se encontraba la
gestión del Hospital de la Resurrección, fundado en 1553 y levantado extramuros
de la ciudad, próximo a la Puerta del Campo (actual confluencia de la Plaza de
Zorrilla y la calle de Miguel Íscar) y cercano al primitivo convento de dominicas del
Corpus Christi (en la actual Acera de Recoletos), complejo hospitalario que fue demolido en
1890 por su estado ruinoso. El frontispicio que coronaba la fachada pétrea de
la iglesia, con la imagen titular de Cristo
resucitado, aún se conserva en el jardín de la Casa de Cervantes.
Asimismo, relacionada con la iconografía de la
Resurrección, en el siglo XVII se prodigaron las representaciones del Niño Jesús caracterizado como Cristo resucitado, con aire victorioso,
bendiciendo y portando como atributo un pequeño estandarte en forma de cruz.
Estas pequeñas imágenes, elaboradas en madera policromada o peltre, fueron muy
apreciadas en las clausuras femeninas, donde las monjas se ocupaban en
cubrirles con vistosas túnicas por ellas bordadas.
Ya hemos aludido a la influencia que las obras de
Francisco de Rincón ejercieron sobre las creaciones de Gregorio Fernández. El
caso se repite con esta escultura de Cristo
resucitado, cuyos ecos reaparecen en obras tempranas del gran maestro, como
ocurre en la escultura exenta de Cristo
resucitado que se conserva en el Museo Goya (Fundación Ibercaja) de
Zaragoza y en el Salvador que corona
el retablo mayor de la iglesia de San Andrés de Segovia, ambas obras realizadas
por Gregorio Fernández en 1616.
El Cristo
resucitado del Museo Goya es de pequeño formato y posiblemente coronaba el
tabernáculo de alguno de los retablos elaborados por Gregorio Fernández. Su
anatomía, que define un movimiento helicoidal, es más esbelta que la del modelo
rinconiano, incorporando un dinamismo barroco contrapuesto a la serenidad
clásica de la obra de Rincón, a pesar de lo cual la disposición corporal y del
manto pueden recordarla.
Otro tanto ocurre con la bella imagen del Salvador de la iglesia segoviana, estilizada
y elegante, en cuya disposición corporal, a pesar de presentar la anatomía
completamente cubierta por la túnica y el manto, evoca nítidamente la obra de
Rincón, especialmente en su posición de contrapposto
y en la disposición del manto, aunque la cabeza presente un trabajo más
depurado, en la que Gregorio Fernández ya establece su propio arquetipo, e incorpore
como atributo el globo que simboliza el Universo. Esta iconografía fue repetida
por Gregorio Fernández, entre 1610 y 1614, en las puertas de los tabernáculos
de la desaparecida iglesia de San Diego de Valladolid (fragmento hoy conservado
en el Museo Nacional de Escultura), y de las iglesias de Villaveta (Burgos),
Villaverde de Medina (Valladolid) y Tudela de Duero (Valladolid), dejando
patente en todas ellas la huella de su colaboración con Francisco de Rincón.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Izda: Cristo resucitado. Gregorio Fernández, 1616 Museo Goya - Fundación Ibercaja, Zaragoza Dcha: El Salvador. Gregorio Fernández, 1616 Retablo mayor de la iglesia de San Andrés, Segovia |
NOTAS
1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y PLAZA SANTIAGO, Fco. Javier: Monumentos religiosos de la ciudad de
Valladolid (Conventos y Seminarios), Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XIV (Segunda parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1987, p. 89.
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