28 de septiembre de 2018

Excellentiam: LA SAGRADA FAMILIA, la creación de un prototipo fernandino








ALTORRELIEVE DE LA SAGRADA FAMILIA
Gregorio Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo - Valladolid 1636)
Hacia 1615
Madera policromada
Monasterio de Santa María de Valbuena, Valbuena de Duero (Valladolid)
Escultura barroca española. Escuela castellana








Capilla mayor del monasterio de
Santa María de Valbuena
En plena Ribera del Duero se encuentra el sobrio monasterio cisterciense de Santa María de Valbuena, fundado en 1143 por Estefanía de Armengol, hija del V conde de Urgel y nieta del conde Pedro Ansúrez. A él llegaron en 1151 monjes benedictinos cistercienses procedentes de la abadía francesa de Berdona, cuya misión, con el primer abad Martín al frente, fue repoblar el territorio relacionado con los señoríos de Curiel, Peñafiel y Cuéllar a través de nuevas fundaciones. Así permaneció, dependiendo de la abadía francesa, hasta que en 1430 el abad Martín de Vargas aplicó la reforma de la Congregación en Castilla, pasando a depender del monasterio de Poblet y cambiando su advocación por la de San Bernardo de Valbuena.
En su incesante actividad llegó gozar de privilegios otorgados por el papa, reyes y nobles, junto a otros benefactores, y a tener bajo su autoridad a los monasterios de Santa María de Palazuelos y Santa María de Matallana, ambos en la provincia de Valladolid, el de Santa María de Rioseco en Burgos, el de Santa María de Bonaval de Guadalajara y el de Santa María de Aguiar de Portugal.  
Testigos de aquel esplendor se encuentran entre sus dependencias, que evocan su pasado entre los siglos XII y XVIII, siendo parte de ellas convertidas, desde el año 2002, en la sede permanente de la Fundación Las Edades del Hombre.
Al norte del conjunto monástico se encuentra la iglesia, levantada con una austera pero elegante arquitectura, cuyos elementos marcan el tránsito del románico al gótico, con una monumental capilla mayor flanqueada por cuatro capillas laterales para cumplir con la normativa cisterciense respecto a la celebración de misas. La parte más antigua, del siglo XII, se encuentra en la cabecera, con la capilla mayor y el crucero con bóvedas de cañón apuntadas, mientras que las tres naves —la central mayor en anchura y altura— son obra del siglo XIII y están cubiertas con bóvedas de crucería, a lo que se suma un cimborrio sobre trompas levantado en el siglo XVIII para sustituir a otro anterior que sufrió un derrumbe.

Sin embargo, en este marco arquitectónico purista, destacan una serie de retablos barrocos realizados en los siglos XVII y XVIII. De especial espectacularidad barroca es el retablo mayor, trazado a modo de camarín por Pedro de Correas en el siglo XVIII para ensalzar a la Virgen de la Asunción, la imagen titular. Asimismo, en sendos retablos barrocos situados en la nave del evangelio se ubican dos altorrelieves debidos a las gubias de Gregorio Fernández: La Sagrada Familia y la Lactación mística de San Bernardo, ambos tallados en Valladolid hacia 1615.

Hoy fijamos nuestra atención en el retablo de la Sagrada Familia, cuyo altorrelieve supone la creación por el gran maestro de un prototipo que repetiría con éxito en su posterior producción, con una especial incidencia en lo que se refiere a la figura de San José, tan demandado desde los conventos carmelitanos tras la potenciación de su devoción llevada a cabo por Santa Teresa.   

El relieve es de composición muy sencilla, basada en la simetría, organizando el espacio a dos niveles de raigambre renacentista, uno inferior de carácter terrestre, en el que se ubican los personajes de San José, el Niño y la Virgen, y otro superior de carácter celestial, con una gloria abierta típicamente barroca en la que aparecen cuatro ángeles entre nubes y el Espíritu Santo en forma de paloma derramando su gracia.

El grupo que ocupa el nivel inferior está formado por la figura central del Niño Jesús, con San José y la Virgen a los lados, una disposición iconográfica que Mâle interpretó como la "Trinidad de la Tierra". Aunque constituye una exaltación de la Sagrada Familia como ejemplo de núcleo cristiano, iconografía frecuente desde la contrarreforma, el momento representado deriva del episodio del hallazgo del Niño en el Templo de Jerusalén, donde sus padres lo encontraron debatiendo con los doctores de la Ley, tras lo cual emprenden el regreso después de estar buscando al infante durante tres días. Por este motivo el Niño adopta la actitud de caminar y San José le toma de la mano como gesto protector, mientras la Virgen se siente reconfortada, tras la angustia vivida en la búsqueda, con un gesto de aceptación expresado con una mano al pecho y otra extendida, reconociendo la sabiduría de Jesús, cuya cabeza se vuelve hacia ella.

El grupo se convierte en el punto de partida de una iconografía creada por Gregorio Fernández, que alcanzaría su máxima expresión en el magistral grupo de la Sagrada Familia, realizado en 1620 para la capilla que desde 1606 la Cofradía de San José y Niños Expósitos disponía en la iglesia de San Lorenzo de Valladolid. Este meritorio grupo, ya formado por figuras completamente exentas, fue venerado como imagen titular de aquella cofradía, que había sido fundada en 1540 y que se ocupaba de la crianza y atención  de los niños abandonados, extendiendo, por influjo teresiano, la protección de San José a los más necesitados.

El Niño viste una túnica larga, de anchas mangas y sin ceñidor, que cae formando voluminosos pliegues verticales, con el envés en tonos rosáceos y verdosos en el revés, ornamentada por grandes motivos vegetales, destacando la imitación de engastes en el cuello. Sus pies aparecen desnudos y la cabeza girada hacia la izquierda, con una abultada cabellera de mechones rizados que forman un característico bucle sobre la frente. Desgraciadamente, por los avatares sufridos en el monasterio, la figura presenta las dos manos mutiladas.

De gran belleza es la imagen de la Virgen, representada en plena juventud y con gesto de gran serenidad, con un rostro ovalado y cuello muy largo. Viste una amplia túnica de tonos rosados con ceñidor en la cintura. Cubre su cabeza una toca marfileña con adornos de recuadros dorados que deja visible el cabello al frente, de tonos dorados. Se cubre con un voluminoso manto que en la cabeza forma un remate puntiagudo, muy frecuente en las imágenes marianas del escultor, con una ornamentación azulada en el exterior, incluyendo una ancha orla rojiza con motivos florales, y blanca en el interior. El manto ya aparece cruzado al frente y sujeto a la altura de la cintura, preludiando un movimiento que el escultor incluiría después, como expresivo recurso dinámico, en otras figuras de la Virgen o de algunas santas (Santa Isabel, Santa Teresa, etc.), lo mismo que los zapatos que asoman bajo la túnica.

Especial interés tiene la figura de San José, en la que Gregorio Fernández establece un prototipo que tendría continuación tanto en posteriores representaciones de la Sagrada Familia como en figuras josefinas exentas, siempre presentando al patriarca como un hombre relativamente joven y aspecto de vigoroso labriego castellano. Este presenta una túnica corta que deja visible un calzado en forma de borceguíes —botas en otras versiones—, ajustada por un cinturón a la cintura, con puños vueltos y una abertura al cuello, toda ella ornamentada con grandes motivos florales rojos y blancos sobre un fondo ocre claro. Superpuesta lleva una capa o manto de idéntica longitud, con un ancho cuello vuelto y sujeto en el pecho por un broche metálico, en este caso con el envés decorado con los mismos motivos y colores que la túnica, incorporando una ancha orla con motivos florales en los bordes y el revés, incluido el cuello, en tonos verdosos con grandes motivos como estofas, con anchos pliegues que forman algunas quebraduras.

En sus ademanes extiende su mano izquierda hacia la del Niño —hacia quien dirige su mirada—y levanta la derecha para sujetar, según se deduce de la disposición de los dedos, la tradicional vara o cayado, aunque este no se ha conservado. La iconografía queda asentada en el tipo del trabajo de la cabeza, con un cabello rizado muy recortado que se abalanza en forma de minuciosos rizos por la frente despejada, una barba recurvada terminada en dos puntas, cejas arqueadas y boca cerrada, elementos que definen un gesto a mitad de camino entre la ternura y la autoridad y que será una constante en sus futuras representaciones de San José.

Esta tipología josefina ya había sido ensayada por Gregorio Fernández en el exquisito Retablo del Nacimiento, elaborado en 1614 a petición de doña Isabel de Mendoza, abadesa del monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid, para presidir una pequeña capilla por ella fundada en el coro bajo de la clausura con el fin de ser enterrada en ella. En dicho retablo el escultor ya adelanta algunos elementos que anteceden al relieve de Valbuena de Duero, como la tipología de San José, idéntica en su aspecto humano, indumentaria y tipo de policromía, así como la gloria abierta con bellos ángeles gravitando sobre la escena inferior.

Por otra parte, el prototipo establecido por Gregorio Fernández en el relieve de Valbuena de Duero sería repetido por el escultor en magníficas esculturas posteriores, siendo especialmente destacables el San José del Convento de San José (Carmelitas Descalzas) de Medina del Campo, realizado igualmente hacia 1615; el San José del ya citado grupo de la Sagrada Familia de la iglesia de San Lorenzo de Valladolid, elaborado en 1620, y el San José con el Niño del retablo mayor del convento de la Concepción del Carmen (Carmelitas Descalzas) de Valladolid, datado en 1623. A estas se podrían sumar las esculturas de San José con el Niño1, que el genio gallego realizó entre 1618 y 1621 para el convento de la Concepción de Vitoria y hacia 1629 para el convento de San Francisco de Eibar (Guipúzcoa), ambas obras destruidas en la contienda de 1936.

En otro orden de cosas, es destacable la suntuosa policromía que presenta el relieve de Valbuena, con la encarnación a pulimento2, ojos pintados y grandes motivos florales con esgrafiados en la indumentaria, que se complementan con vistosas orlas aplicadas a punta de pincel. 
Gregorio Fernández. Detalle del retablo del Nacimiento, 1614
Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
Asimismo, en esta obra el escultor define el modo personal de trabajar los relieves, una constante en toda su obra caracterizada por carecer de planos volumétricos intermedios, de modo que las figuras del primer plano están trabajadas casi en bulto redondo y colocadas ante un tablero del que parecen despegarse, mientras que el fondo se rellena con motivos pictóricos —una gloria abierta en este caso— y elementos en relieve de escaso grosor.

El altorrelieve de la Sagrada Familia del monasterio de Santa María de Valbuena es una buena muestra del estilo que desarrollaba el artista en su primera época, concretamente en los primeros años de la década de 1610 a 1620, en la que desde planteamientos manieristas, entre los que destacan el uso de un canon esbelto, la distinguida disposición de los ropajes, el elegante movimiento corporal, la ausencia de postizos y una policromía preciosista a base de estofas, evoluciona hacia formas naturalistas de marcado clasicismo, genuinamente barrocas, que devienen en un exacerbado realismo, marcando un hito en esta evolución el paso procesional del Descendimiento (conocido como Piedad) que realizara en 1616 para la Cofradía de las Angustias de Valladolid (imágenes de la Piedad y de Dimas y Gestas en el Museo Nacional de Escultura; San Juan y María Magdalena en la iglesia de las Angustias de Valladolid), en el que Gregorio Fernández plasma anatomías de inspiración clasicista, incorporando ojos de cristal y sustituyendo las vistosas estofas de la policromía por colores planos de acuerdo a un nuevo rumbo estético.

Gregorio Fernández. Retablo del Nacimiento, 1614
Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
Tanto la representación de la Sagrada Familia ideada por Gregorio Fernández, como las representaciones aisladas de San José, fueron ampliamente demandadas y copiadas por sus discípulos y seguidores, como Luis Fernández de la Vega, Juan Antonio de Estrada, Juan Rodríguez, etc., que atendieron la demanda de este tipo de imágenes llegadas, sobre todo, de conventos carmelitas. Sirva de ejemplo del primer tipo la copia conservada en el Museo de San Antolín de Tordesillas, de autor desconocido, o el San José y el Niño (en origen acompañados de la desaparecida figura de la Virgen3) de un retablo colateral de la iglesia de Santiago de los Caballeros de Medina de Rioseco. Del segundo es representativa la versión de San José y el Niño realizada por el asturiano Luis Fernández de la Vega para un retablo colateral del convento de Padres Carmelitas de Medina del Campo.       
         
Informe y fotografías: J. M. Travieso.



Gregorio Fernández. Izda: Detalle de la Sagrada Familia, monasterio de
Santa María de Valbuena. Dcha. Detalle del retablo del Nacimiento,
monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: El escultor Gregorio Fernández. 1576-1636 (apuntes para un libro). Ed. Universidad de Valladolid, Valladolid, 2014, pp. 95-98.

2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, p. 220.

3 GARCÍA CHICO, Esteban: Escultores, Universidad de Valladolid, 1941, p. 428.  











Gregorio Fernández. Sagrada Familia, 1620
Iglesia de San Lorenzo, Valladolid

















Gregorio Fernández. San José. Izda: Convento de la Concepción del Carmen, Valladolid / Centro: Convento
de San José, Medina del Campo / Dcha: iglesia de San Lorenzo, Valladolid 



















Izda: Seguidor de Gregorio Fernández. Sagrada Familia, Museo de San Antolín, Tordesillas
Dcha: Seguidor de Gregorio Fernández. San José y el Niño, iglesia de Santiago de los Caballeros, Medina de Rioseco














Luis Fernández de la Vega. San José y el Niño, convento de Padres Carmelitas, Medina del Campo














Gregorio Fernández. Lactancia mística de San Bernardo, h. 1615
Retablo que forma pareja con el de la Sagrada Familia en el
monasterio de Santa María de Valbuena













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