6 de diciembre de 2019

Historias de Navidad: LAS RELIQUIAS DEL PESEBRE, Basílica de Santa María la Mayor, Roma




La infancia es la etapa más desconocida de la vida de Jesús, pues apenas es aludida por los evangelistas Mateo y Lucas, siendo este último quien refiriéndose a su nacimiento esboza que "En Belén, María dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lucas 2, 7). Respecto a este hecho tan trascendental, ni siquiera los exégetas se ponen de acuerdo sobre la fecha y el lugar en que se produjo el acontecimiento. Para unos nació en Belén y para otros muchos en Nazaret, apuntándose como dato más fiable el que naciera en torno al año 6 a. C. en algún lugar de Judea o Galilea. Los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que fueron escritos entre los años 70 y 100 d. C., aparte de pasar de puntillas sobre los datos de la infancia, no son biografías históricas al modo que hoy las entendemos, sino textos confesionales para uso de la Iglesia, destinados a difundir la gloria y la alabanza de Cristo.

Giuseppe Veladier. Relicario del Pesebre, h. 1800.
El interés por determinar la fecha del nacimiento de Cristo viene de antiguo. Aunque la fiesta de la Natividad ya era celebrada por el papa Clemente (88-97), fue a partir del año 243 cuando se comenzaron a reunir asambleas de teólogos con el fin de concretar la fecha, que terminaron por hacerla coincidir con el inicio del solsticio de invierno en el hemisferio norte, armonizándola con la antigua celebración del Natalis Solis Invicti (Nacimiento del Sol Invicto), relacionada con el culto a Mitra, una religión de origen persa que practicaban en secreto algunos adeptos de la sociedad romana y que venía a simbolizar la lucha entre el bien y el mal a través de la confrontación entre la luz o el fuego sagrado —símbolo supremo de Mitra— y la oscuridad1, siendo identificada en la liturgia cristiana, simbólicamente, la figura de Jesús con el Sol naciente.

La consideración del 25 de diciembre como fecha conmemorativa, fue oficialmente confirmada por el papa Liberio el año 354, quedando recogida ese mismo año en el Cronógrafo Romano, el calendario más antiguo de la Iglesia. Desde entonces se viene aceptando este convencionalismo para celebrar la Navidad en todo el mundo.

Igualmente, y en otro orden de cosas, desde antiguo se han venido buscando rastros tangibles de todos los elementos que integra el relato del Nacimiento de Jesús, tanto procedentes de los evangelios canónicos como apócrifos, especialmente referidos al entorno del pesebre, como la presencia del asno y el buey, de pastores, ángeles y los Reyes Magos, dando lugar a lo largo del tiempo a una serie de reliquias que, procedentes de Tierra Santa, obtuvieron una gran devoción popular, en todos los casos carentes del mínimo fundamento histórico, llegando a ser en algunos casos realmente extravagantes. Entre ellas podemos recordar las Gotas de leche de la Virgen (sustancia blanca extraída de la Gruta de la Leche de Belén, con relicarios en la iglesia de Santa María del Popolo de Roma y en las catedrales de Oviedo y Murcia); los Santos Pañales o panniculum (con restos en la iglesia de San Marcello al Corso de Roma y en la catedral de Lérida); restos de los Pastores Jacobo, Isacio y Josefo, incluyendo sus zurrones y tijeras de esquilar (iglesia de San Pedro de Ledesma, Salamanca); o los restos de los Reyes Magos (primero conservados en la iglesia de San Eustorgio de Milán y desde 1164 en el fastuoso relicario de la catedral de Colonia).
Obviamos, por su carácter grotesco, otro tipo de reliquias, como los Santos cordones umbilicales, el Santo Prepucio (culto anulado por la Iglesia en 1900), la cola del asno de la gruta de Belén y las piedras del portal, así como otras tan estrambóticas como las plumas del arcángel San Gabriel o el Suspiro de San José.

Arnolfo di Cambio. Grupo escultórico del Nacimiento, 1288. Cripta de la Basílica de Santa Maria Maggiore, Roma. 
EL CUNABULUM

En la basílica de Santa María la Mayor de Roma, aparece expuesta a la devoción popular la reliquia de la Santa Cuna en la que, según una tradición basada en la narración del ya citado segundo capítulo del evangelio de Lucas, María depositó el cuerpo de Jesús recién nacido. Se trata de cinco astillas de arce rojo que supuestamente integraron el pesebre y que se presentan en el interior de un majestuoso relicario con forma de urna elaborada en plata y cristal. Según la tradición, las reliquias del pesebre fueron encontradas por Santa Elena, madre del polémico emperador Constantino, durante su periplo por Palestina en busca de reliquias relacionadas con la vida de Cristo.

Hacia el año 360, el papa Liberio encargó la construcción de una basílica paleocristiana en el lugar en que una milagrosa nevada acotó el lugar donde debía ubicarse, justo sobre los cimientos de un antiguo templo dedicado a la diosa Cibeles en el monte Esquilino. Conocida como Basílica Liberiana, su advocación fue la de Santa María de las Nieves, celebrando en ella, cada 25 de diciembre, una misa conmemorativa del nacimiento de Cristo ante las congregaciones de los primeros cristianos, lo que dio lugar a la expansión de la liturgia de la Navidad.

En el año 432, recién subido al trono Sixto III, este pontífice decidió reconvertir la Basílica Liberiana en un templo dedicado a la Virgen, tras haberse afirmado un año antes en el Concilio de Éfeso el dogma de la maternidad de María. Además, creó en el interior de la basílica una Gruta de la Natividad que intentaba reproducir la gruta de Belén que San Jerónimo (340-420) había llegado a conocer personalmente y cuya localización ya había sido descrita en 248 por el teólogo y exégeta bíblico Orígenes (185-254) en su obra Argumento contra Celso2.

Según algunas hipótesis, cuando los sarracenos sitiaron Jerusalén el año 635, el patriarca Sofronio pidió ayuda al papa Teodoro I, originario de Jerusalén, para poner a salvo las preciadas reliquias de las astillas del pesebre, que fueron enviadas a Roma y depositadas en la basílica de Santa María, que pasaría a tener la advocación de Sancta María ad Praesepe. Durante la Edad Media este templo sería especialmente apreciado por los cruzados, convirtiéndose en un centro frecuentado por los peregrinos que regresaban de Tierra Santa, de los que recibía numerosas donaciones, entre ellas supuestas reliquias conseguidas en el portal de Belén.

Ya convertida en basílica de Santa María Maggiore, en 1370 el papa Gregorio XI colocó las sagradas astillas en un relicario en el que permanecieron hasta que fue destruido durante las obras de remodelación realizadas en el siglo XVIII. Realizado otro relicario nuevo, este fue robado, aunque no las reliquias, por las tropas francesas  durante la ocupación de Roma en el bienio 1798-1799. Para paliar el robo, la duquesa Maria Emanuela Pignatelli, embajadora de Portugal, hizo una cuantiosa donación para que, como regalo del país lusitano, las reliquias dispusieran de un nuevo relicario, que fue realizado hacia 1800 por el arquitecto, arqueólogo y orfebre romano Giuseppe Veladier y que es el que actualmente aparece colocado en el hipogeo situado bajo el baldaquino de la célebre basílica romana, la mayor de culto mariano en Roma.

Fachada de la basílica de Santa Maria Maggiore de Roma
El suntuoso relicario presenta un trabajo exquisito. Sobre una plataforma de madera dorada, aparece una base rectangular de plata decorada con cuatro bajorrelieves que representan el Nacimiento al frente, la Última Cena en la parte trasera y la Huída a Egipto y la Adoración de los Reyes Magos en los costados. Sobre esta base descansa el relicario que adopta la forma de una cuna de cristal cuyos soportes son cuatro querubines de plata sobredorada con forma de estípites, a los que se suman dos cabezas de ángeles a los lados. Entre ellos discurren guirnaldas entre las que son visibles las astillas. Se corona con una tapa en la que se reproduce un gran pañal sobre pajas, con la figura del Niño Jesús —de tamaño casi natural— bendiciendo, recostado sobre un cojín y luciendo una corona de rayos.
El lujoso relicario, que contrasta con las humildes astillas, y que recibe culto durante todo el año, se traslada en Nochebuena a la nave central de la basílica con ocasión de la Misa del Gallo.

Relicario del pesebre regalado por el papa Francisco
a Tierra Santa en noviembre de 2019
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Junto a las astillas también se conserva una supuesta paja del pesebre, una reliquia propiedad de los reyes de España. La vinculación de la corona española a la basílica de Santa María Maggiore es secular y tiene su origen en 1647, cuando el papa Inocencio X accedió a los deseos del rey Felipe IV de España, que mediante la Obra Pía de Santa María la Mayor se comprometía a asignar una renta anual al cabildo de la basílica a cambio de honores litúrgicos y oraciones a favor de la monarquía española. Desde entonces, los reyes de España tienen el rango de protocanónigos —primeros miembros del cabildo— del templo con carácter honorario, cargo ostentado actualmente por Felipe VI en virtud del privilegio de la bula Hispaniarum Fidelitas otorgada con motivo de la firma, en 1953, del Concordato entre la Santa Sede y España.    

Por otra parte, en la cripta de Santa María Maggiore se conserva el primer belén de la historia, pues para la Gruta de la Natividad que creara Sixto III, el papa Nicolás IV, siguiendo la senda implantada en Greccio por san Francisco de Asís en 1223, encargó al escultor florentino Arnolfo di Cambio en 1288 un grupo escultórico con figuras de bulto en piedra que representan a la Virgen con el Niño, San José, los tres Reyes Magos y la mula y el buey, esculturas que recientemente se han recolocado en el subsuelo de la basílica recreando el aspecto primitivo de la gruta.

Coincidiendo con el principio del Adviento, a finales del mes de noviembre de 2019, casi mil cuatrocientos años después de su llegada a Roma, el papa Francisco ha devuelto a Tierra Santa un fragmento de la reliquia del pesebre, como regalo al custodio de los santos lugares católicos. El diminuto fragmento del cunabulum, que aparece encerrado dentro de un relicario de plata con forma de florero coronado por una cruz, fue presentado a los fieles en la capilla de Nuestra Señora de Jerusalén, desde donde ha pasado a su ubicación definitiva en la iglesia franciscana de Santa Catalina de Belén, próxima a la iglesia de la Natividad.

Informe: J. M. Travieso.


NOTAS

1 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Presepium. En torno al belén napolitano del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. Domus Pucelae, Valladolid, 2008, p. 13.

2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel, op.cit., p. 15.

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