9 de septiembre de 2020

Excellentiam: RETABLO DE SAN PELAYO, una espectacular maquinaria renacentista











RETABLO DE SAN PELAYO
Pintura: Juan Soreda (Baleares, ? - El Burgo de Osma, Soria, 1537) y dos pintores anónimos
Escultura: Alonso Berruguete (Paredes de Nava, Palencia, h. 1490 - Toledo, 1561) y anónimo seguidor de Felipe Vigarny
Hacia 1530
Óleo sobre tabla y madera policromada
Iglesia de San Pelayo, Olivares de Duero (Valladolid)
Pintura y escultura renacentista. Escuela castellana











La iglesia de San Pelayo, de la población vallisoletana de Olivares de Duero, aparece presidida por un magnífico retablo que constituye una obra cumbre no sólo de la pintura renacentista vallisoletana, sino también de Castilla y de toda España. Se desconoce quién fue el patrocinador de una obra de tanta envergadura destinada a un municipio tan modesto, aunque se especula, ya que no se conserva documentación alguna, su vinculación a un posible patronazgo real. Según señala Parrado del Olmo1, a pesar de que la elaboración del retablo pudo deberse a la iniciativa de la propia parroquia, en la elección de tan notables artífices y en la orientación iconográfica pudo intervenir don Alonso Enríquez, abad de Valladolid y señor de la villa cuando se realiza el retablo en el primer tercio del siglo XVI, en tiempos del emperador Carlos V y cuando este territorio dependía del Obispado de Palencia, pudiéndose considerar también la hipotética intervención de don Garcilaso de Mendoza, prior del Cabildo y perteneciente a una familia de gustos italianizantes en su mecenazgo artístico.

ESTRUCTURA DEL RETABLO

La ingente maquinaria adopta la forma de tríptico con el fin de adaptarse a la forma poligonal del ábside de la iglesia gótica, ofreciendo una estructura integrada por una compleja mazonería, con decoración plateresca, que fue ensamblada por el entallador vallisoletano Pedro de Guadalupe y un colaborador apellidado Campaña2. En su composición combina trabajos de escultura, reservados a la calle central y el ático, con una impresionante colección de 51 tablas con pinturas de variada temática.

El retablo consta de un banco pictórico sobre un basamento con relieves tallados, tres cuerpos superpuestos y una organización vertical en siete calles ocupadas por tablas pintadas a excepción de la central que, como se ha dicho, está reservada a la escultura, complementándose en los extremos con contrafuertes con pinturas en sus tres lados. Se remata con un espectacular ático en forma de tres arcos semicirculares —que amparan los tres paños del retablo— siguiendo los modelos lombardo-venecianos, así como unos guardapolvos laterales decorados con motivos dispuestos a candelieri.

Láurea de Santa Catalina. Basamento del banco
En la separación de calles, incluyendo los contrafuertes, se utilizan dos tipos de soportes. En los dos primeros cuerpos son columnas polícromas, recubiertas de grutescos en relieve y con capitel, mientras en el banco, el tercer cuerpo y los contrafuertes se emplean estilizados balaustres dorados. Por su parte, la separación de cuerpos se realiza mediante frisos que presentan relieves preciosistas, en el primer y tercer cuerpo con cabezas de serafines, y en el segundo medallones con cabezas de perfil —inspirados en la numismática romana— flanqueados por figuras de sirenas, centauros y grutescos. La abigarrada decoración se continúa en las chambranas que coronan las pinturas —roleos, fruteros, delfines y grutescos—, en los arcos —cabezas de querubines—, en las cresterías del ático y en los guardapolvos laterales, donde aparecen relieves de frutas y armas o trofeos colgantes.


Láureas con Santa Dorotea y Santa Úrsula. Basamento del banco

Banco     
Presenta un basamento tallado en madera y policromado, decorado con láureas en forma de coronas de frutos, en las que se insertan bustos de santas mártires identificadas por pequeños atributos, que son sujetadas por figuras infantiles que juguetean entre roleos.
Sobre el basamento, el banco presenta una serie de encasamentos con tablas pintadas, a excepción del situado en el extremo izquierdo, reservado para la colocación del sagrario, cuya portezuela ofrece talla en relieve. El banco presenta una extraordinaria serie de pinturas que representan profetas, todos ellos representados sedentes y hasta la cintura, entre pilastras jaspeadas decoradas con pequeñas esculturas sobre ménsulas y acompañados de filacterías identificativas. De izquierda a derecha aparecen Jeremías, Isaías, Salomón, David, la Sibila Frigia, Daniel y Balaán (tabla robada en 1987 y no recuperada).
San Pelayo. Seguidor de Felipe Vigarny
A la misma altura, en el contrafuerte de la izquierda se coloca el frente San Agustín, acompañado en los netos de San Lorenzo y San Jerónimo, mientras en la parte derecha figura San Gregorio Magno al frente y en los netos San Esteban y San Ambrosio, esto es, los Cuatro Padres de la Iglesia y dos santos diáconos que figuran entre los primeros mártires cristianos, que adquieren el valor simbólico de los cimientos de la fe.

Primer cuerpo
Las calles del primer cuerpo están dedicadas a la hagiografía de San Pelayo, titular del templo, cuya escultura ocupa la hornacina central, que aparece con chambranas decoradas con láureas con cabezas de putti, un friso con serafines y rematada por una gran venera. La talla, obra de un seguidor de Felipe Vigarny, le representa portando una espada, como soldado del reino de León, revestido con una anacrónica indumentaria —gorro incluido— del siglo XVI y con la figura de un sarraceno vencido a sus pies, en alusión a Abderramán III, causante de su martirio.

Grupo de la Asunción. Seguidor de Felipe Vigarny
A los lados se representan momentos de la detención del santo, de su tortura y martirio, figurando en la parte izquierda los episodios de San Pelayo en prisión, San Pelayo conducido ante Abderramán y San Pelayo rechazando la seducción de Abderramán. La secuencia se continúa en la parte derecha con la Tortura de San Pelayo, la Decapitación de San Pelayo y la Recogida de los restos de San Pelayo por monjes benedictinos.
En los contrafuertes del primer cuerpo aparecen en la parte izquierda San Pedro, en el frente, con San Bartolomé y San Felipe en los costados, que tienen su contrapunto en la parte derecha con San Pablo al frente y San Matías y San Marcos en los laterales.
     
Segundo cuerpo
El segundo cuerpo está dedicado a la exaltación de la Virgen, arrancando en la calle central una hornacina que se extiende hasta el tercer cuerpo y que cobija el grupo escultórico de la Asunción, con María en actitud orante, gravitando sobre la media luna y rodeada de seis ángeles, dos de los cuales la coronan. Al igual que la figura de San Pelayo, el grupo, de notable factura, fue realizado por un seguidor de Felipe Vigarny (posiblemente por él mismo).
Alonso Berruguete. Calvario del ático
Aunque la iconografía mariana sigue un esquema frecuente en la época, la imagen presenta singulares peculiaridades en la indumentaria, con la parte superior de la túnica y el frente del manto decorado por treinta medallones realizados en cuero policromado y adheridos a la escultura. Por el manto se distribuyen veintinueve de ellos ajustados a un mismo modelo, con retratos de perfil al modo italiano del Quattrocento —medallas de Pisanello— acompañados de inscripciones que identifican a los personajes, lo que permite reconocer a los antepasados de Cristo en una especie de versión simplificada del Árbol de Jessé. Sobre el pecho de la Virgen aparece un medallón en el que aparece representada la efigie del emperador Carlos V, figura joven y sin barba identificada por la inscripción "Carolus Rex Hispanorum...", lo que supone una atípica inclusión profana en una obra religiosa que podría interpretarse como un homenaje con motivo de su coronación imperial.   
En el repertorio pictórico, en el segundo cuerpo aparecen de izquierda a derecha las escenas de la Anunciación, la Natividad, la Dormición de la Virgen, la Coronación de María, la Adoración de los Reyes y la Presentación en el Templo.
Banco. 2º pintor (anónimo), Jeremías e Isaías
En el contrafuerte de la izquierda se coloca al frente San Juan Bautista, acompañado de Santiago el Menor y Santo Tomás en los costados. En la parte derecha se halla al frente Santiago peregrino y en los laterales María Magdalena y San Antonio de Padua.

Tercer cuerpo
Si los dos cuerpos inferiores estaban dedicados a San Pelayo y a la Virgen, el tercer cuerpo está reservado para escenas de la Pasión de Cristo, temática que tiene su continuación en el ático. En la secuencia, dispuesta de izquierda a derecha, aparece la Oración del Huerto, Cristo ante Pilatos y el Camino del Calvario, escenas que continúan en la parte derecha con el Descendimiento, el Santo Entierro y el Descenso al Limbo.
Banco. 2º pintor (anónimo), Salomón y Daniel
En los correspondientes contrafuertes aparecen representados, en la parte izquierda, San Andrés al frente y San Antón y San Martín a los lados. En la parte derecha al frente se encuentra la bella pintura de San Juan Evangelista, acompañada a los lados por Santa María Egipciaca y un santo sin identificar por carecer de atributos.

Ático y guardapolvos
El ático está presidido por un expresivo grupo del Calvario que abarca las tres calles centrales del retablo. Las expresionistas figuras, distorsionadas artificiosamente y resueltas con un dinamismo vehemente, son atribuidas al gran maestro Alonso Berruguete3 por Parrado del Olmo, que para ello se basa en el incipiente manierismo, en las semejanzas compositivas y en la estética berruguetesca que comparte con el Calvario que preside el retablo de la Mejorada de Olmedo (Museo Nacional de Escultura). 
Banco. Juan Soreda, Sibila Frigia
De modo que este Calvario de Olivares podría considerarse como la primera obra realizada por Berruguete tras su regreso a España después de realizar un periodo de formación en Italia, si bien adaptando la representación a los gustos dramáticos hispanos.
Como fondo aparece una vista pintada de Jerusalén, cobijada bajo un arco decorado con cabezas de querubines y rematado por cresterías caladas que se repiten sobre las calles laterales, donde bajo idénticas arquerías aparecen pintadas con grupos de ángeles que portan los instrumentos de la Pasión.
La decoración plateresca se continúa en los guardapolvos laterales, ocupados por relieves con colgantes de guirnaldas de frutas y panoplias de armas.

AUTORÍA DE LAS PINTURAS DEL RETABLO 

Un análisis pormenorizado del Retablo de San Pelayo permite distinguir la participación de tres pintores diferentes. De ellos, el de mayor calidad es Juan Soreda, que hace una extraordinaria obra italianizante en la que demuestra el conocimiento de la obra de Miguel Ángel, al que interpreta con habilidad, así como las novedades de la pintura italiana, con una especial predilección por el tratamiento del desnudo.
Primer cuerpo. 2º pintor (anónimo)
San Pelayo en prisión y San Pelayo conducido ante Abderramán III
A sus pinceles corresponden las siguientes tablas:
Banco: Rey David y Sibila Frigia.
Primer cuerpo: Tortura de San Pelayo y Decapitación de San Pelayo / San Pablo en el contrafuerte.
Segundo cuerpo:  Adoración de los Reyes y Coronación de la Virgen / Santiago peregrino, María Magdalena y San Antonio de Padua en los contrafuertes.
Tercer cuerpo: El Descendimiento / San Juan Evangelista y Santa María Egipciaca en los contrafuertes.

Un segundo pintor, de identidad desconocida, ofrece una notable calidad de formación leonardesca, seguramente aprendida directamente en Italia. Su estilo se caracteriza por el uso de colores tornasolados y la realización de manos muy elegantes, demostrando en algunas tablas conocer la obra de Pedro Berruguete en Paredes de Nava, del que toma la aplicación de los colores rojo y verde con calidades de esmalte.
Primer cuerpo. 2º pintor (anónimo)
San Pelayo rechazando a Abderramán y Recogida del cuerpo de San Pelayo
A este maestro corresponden las siguientes tablas:
Banco: Profetas Jeremías, Isaías, Salomón, Daniel y Balaán / San Agustín en el contrafuerte.
Primer cuerpo: San Pelayo en prisión, San Pelayo conducido ante  Abderramán, San Pelayo rechazando la seducción de Abderramán y la Recogida del cuerpo de San Pelayo.
Segundo cuerpo: la Anunciación y la Presentación en el Templo.

Un tercer maestro, de inferior calidad y formado en la pintura castellana, muestra una paleta de tonos terrosos y un dibujo poco preciso, aplicando a sus escenas los convencionalismos del momento, con composiciones basadas en otros pintores de la zona, entre ellos el Maestro de Becerril.
A él corresponden:
Segundo cuerpo: Tablas de la Natividad y la Dormición de la Virgen.
Tercer cuerpo: La Oración del Huerto, Cristo ante Pilatos, Camino del Calvario, Santo Entierro y Descenso al Limbo, esta última de notable calidad.
Contrafuertes: Buena parte del santoral distribuido por los tres cuerpos.
Ático: Paneles laterales con Ángeles portando instrumentos de la Pasión.

Banco. Juan Soreda, el Rey David
LAS MAGNÍFICAS TABLAS DE JUAN SOREDA

El Rey David
     Juan Soreda representa al Rey David sentado de perfil, con la cabeza vuelta al espectador y tañendo una lira. Su figura se coloca entre dos pedestales de jaspe en los que aparecen tallados en relieve dos escenas de los trabajos de Hércules, parangonando de esta manera la fuerza del profeta con la del héroe mitológico. Viste una rica indumentaria regia de aire oriental, con una túnica verde que en las mangas lleva incorporado un brazalete, ornamentado con un medallón sujetado por pequeños ángeles, y piel en los puños. Sobre los hombros luce una muceta de piel de armiño, como signo de dignidad, y un manto rojo que discurre por la espalda formando pliegues. Caracterizado como un venerable patriarca de larga barba canosa, clava sus ojos en el espectador con un gesto inquisitorio. Su figura induce a pensar que el pintor conoció la obra de Pedro Berruguete en Paredes de Nava, tanto por el tipo de atuendo y gestualidad, como por el uso del fondo dorado y la aplicación de los colores verde y rojo de gran intensidad. 
Izda: Miguel Ángel, Sibila Délfica, Capilla Sixtina, Vaticano
Dcha: Juan Soreda, Sibila Frigia, iglesia de San Pelayo, Olivares de Duero (Valladolid)
Se acompaña de un joven desnudo que sujeta un libro y una filactería con una inscripción identificativa, figura poco habitual en las representaciones del profeta que se relaciona con los ignudi incorporados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Sibila Frigia
Se interpreta que las profecías de la Sibila Frigia anunciaban la Resurrección de Cristo, motivo por el que, seguramente, fue elegida por Juan Soreda para figurar entre los profetas de la predela del Retablo de San Pelayo. El pintor ya la había representado poco antes en la tabla que se conserva en el Museo de San Gil de Atienza, pero aquí cobra una nueva dimensión, pues su figura se inspira directamente en la Sibila Délfica que Miguel Ángel incluyó en los frescos de la Capilla Sixtina: la misma posición corporal, la misma indumentaria, broche incluido, el mismo tipo de turbante, el mismo modo de sujetar la filactería, el mismo acompañamiento infantil y el mismo tipo de belleza facial. Nunca en la pintura hispánica se había seguido de forma tan fidedigna un modelo miguelangelesco tan cautivador.
Primer cuerpo. Juan Soreda, Tortura de San Pelayo y Decapitación de San Pelayo

Sin embargo, a partir de aquel modelo que le debió seducir, Juan Soreda hace una hábil interpretación personal, muy meritoria, para adaptar la mítica sibila al gusto castellano, recortando su figura sobre un fondo dorado que mantiene una tradición a la que también se doblegó Pedro Berruguete en Paredes de Nava, aplicando tonos tornasolados a la túnica, plasmando un rostro idealizado de tipo rafaelesco y modelando la anatomía con una técnica próxima al sfumato leonardesco. 
Por todo ello, esta Sibila Frigia relumbra como una de las tablas más bellas del retablo y de toda la producción del pintor, definiendo a la perfección cuáles eran su inquietudes estéticas.

Tortura de San Pelayo
Segundo cuerpo. Juan Soreda, Coronación de la Virgen y Adoración de los Reyes Magos
San Pelayo es un santo asturiano que en el año 925, cuando contaba 15 años, fue martirizado en Córdoba por orden de Abderramán III. El año 920 acudía, acompañando a su tío Hermoigio, obispo de Tuy, junto al que se había educado, a una expedición de la corte del rey de León en apoyo del reino de Navarra, que estaba siendo atacado por el califa Abd al-Rah-mán III. Allí sufrieron la derrota en la batalla de Valdejunquera, siendo el obispo apresado. Transcurridos tres años de cautiverio, el obispo fue liberado y el joven Pelayo entregado como rehén y trasladado a Córdoba. Por ser un adolescente de gran belleza, el califa le propuso mantener relaciones, ofreciéndole riquezas y honores si renunciaba a su fe cristiana. Rechazado por el joven, le condenó a sufrir la tortura del desmembramiento  del  cuerpo con grandes tenazas de hierro. Después fue decapitado y descuartizado y sus restos arrojados al río Guadalquivir, siendo recuperados piadosamente por monjes benedictinos. Considerado mártir de la Reconquista por su fe y su pureza, el año 967, reinando Ramiro III, las reliquias de San Pelayo fueron trasladadas a un monasterio dedicado al santo en León. Años después sus restos mortales fueron recogidos en el monasterio de San Pelayo que las monjas benedictinas tenían en la ciudad de Oviedo, gozando de gran devoción en la España cristiana medieval.
Segundo cuerpo. Juan Soreda, El Descendimiento
En las tablas del retablo de Olivares de Duero se narran todos estos acontecimientos, siendo Juan de Soreda quien se ocupa de plasmar las escenas de su martirio. La escena que muestra la tortura es excepcional en la pintura de su tiempo. En ella se muestra el momento en que un verdugo atenaza el pecho del cuerpo del adolescente, mientras otro le sujeta con fuerza. La acción se sitúa en una sala que con una amplia perspectiva se abre al exterior mediante un gran arco de medio punto situado al fondo, tras el cual, al modo manierista, se evita la contemplación del paisaje para concentrar la atención en las figuras del primer término. En la parte izquierda aparece el califa entronizado y bajo dosel, precedido de un personaje que controla la ejecución del castigo. Como es costumbre en los pintores de la época, al fondo del arco se incluye otra escena complementaria en la que el santo prisionero aparece atado a una columna —buscando paralelismos con la Pasión de Jesús— y rodeado de personajes que enarbolan un estandarte con el símbolo islámico de la media luna.
Los volúmenes arquitectónicos trazados en perspectiva y la composición diáfana es propio de un buen pintor interesado por la cultura renaciente, siendo lo más destacado la potenciación de un humanismo triunfante a través de un desnudo masculino captado con elegancia y refinamiento. La correcta y esbelta anatomía de San Pelayo, trazada en escorzo y con colores pálidos, se convierte en inevitable centro de atención, incluyendo una atrevida visión de los genitales para sugerir las causas de su martirio. Un tratamiento atractivo reciben también los verdugos, lejos del feísmo y lo grotesco utilizado por algunos pintores nórdicos. El aspecto italianizante de la escena también se patentiza en su tratamiento atemperado, evitando presentar el tema con imágenes dramáticas, cruentas y desagradables.
La pintura, que amalgama el sentido compositivo de Rafael, el canon miguelangelesco de sus ignudi, el difuminado leonardesco que permite conseguir una gran cantidad de matices en el colorido, así como los efectos tornasolados de la pintura manierista, aglutina unos valores intelectuales, propios de círculos ilustrados, que desbordan el ambiente rural de la parroquia a la que la tabla fue destinada.    

Contrafuerte derecho del tercer cuerpo. Juan Soreda
San Juan Evangelista (Foto dcha: Las Edades del Hombre)
Decapitación de San Pelayo
La escena repite las características de la tabla anterior, incluyendo el pintor un paisaje de fantasía en su ambientación. En primer plano aparece un verdugo descuartizando con un alfanje el cuerpo de San Pelayo después de ser decapitado. La truculenta escena evita un dramatismo expresionista, mostrando al pintor, siguiendo la senda de Miguel Ángel, interesado por los estudios del desnudo cuando el tema lo permite, en este caso a base de escorzos y cuerpos moldeados con un difuminado leonardesco. En la composición se contrapone el movimiento vehemente de los verdugos con la actitud sosegada  de los soldados que  aparecen a la derecha, entre los que se encuentra uno que mira al espectador y que Martín González sugiere pueda tratarse de un autorretrato del pintor, siguiendo una costumbre de la época.
Completa la narración la figura de Abderramán colocada en segundo plano y dando la orden del martirio, así como una vista de las murallas de Córdoba junto a un fantástico paisaje en forma de cueva por la que discurre el río Guadalquivir.

La Adoración de los Reyes
La escena, que presenta los convencionalismos habituales en la época, como representar a los Reyes con la tres edades del hombre y distintas razas, sigue una composición basada en dos diagonales, una que sube desde el cuerpo postrado del rey Melchor hasta la cabeza de San José y otra desde la ofrenda del rey Gaspar hasta el brazo levantado de Baltasar, que vuelve su mirada hacia la estrella de Oriente.
Santoral de los contrafuertes
Izda: San Bartolomé / Centro: San Juan Bautista / Dcha: San Antonio
 
Es destacable la bella figura de la Virgen, estilizada, delicada y elegante, siguiendo los modelos de Rafael. Atractiva es también la escorzada figura del Niño Jesús, con un desnudo relacionado con los modelos de Miguel Ángel.
El pintor establece un juego de texturas, especialmente en los atuendos de los Reyes y sus ofrendas, aplicando tonos tornasolados en la túnica de Baltasar, un recurso manierista que igualmente se patentiza en el canon alargado de las figuras. En la parte izquierda el pintor abre un gran espacio ocupado por un paisaje en el que aparece un gran arco en ruinas, a modo de simbólico arco de triunfo romano, desde el que se accede a una serie de montañas con pronunciadas cresterías.

Todos los elementos que integran la tabla muestran el dominio de un pintor que, imbuido en las novedades renacientes italianas, tiene gran facilidad para plasmar composiciones diáfanas y comprensibles, dando un tratamiento personalizado a los personajes.


Tercer cuerpo. 3º pintor (anónimo)
Anunciación y Presentación en el Templo
Coronación de la Virgen
 Ambientando el episodio en un espacio celestial, en la escena aparece Cristo en actitud de coronar a la Virgen, que se muestra de rodillas, glorificada, rodeada de ángeles y con gesto de sumisión. Ambas figuras se presentan en escorzo, un recurso habitual en el pintor, que para esta escena seguramente se inspiró en grabados de origen flamenco, como lo demuestran las cabezas de serafines de tonos rojizos que asoman entre las nubes.
Juan Soreda configura un conjunto de nubes que adquieren corporeidad para servir de trono a Jesús, que  reposa  sobre  ellas, anticipando una forma expresiva que se generalizará durante el Barroco. Destaca la brillantez del colorido, a pesar de abundar los tonos fríos, que como los efectos lumínicos y la postura inestable de Cristo son rasgos plenamente manieristas.

Tercer cuerpo. 3º pintor (anónimo)
Santo Entierro y Bajada al Limbo
El Descendimiento
La tabla del Descendimiento es una de las más bellas de cuantas componen el Retablo de San Pelayo. Con una composición marcada por la diagonal que establece el cuerpo inerte de Cristo, el pintor define dos espacios, uno superior en el que se muestra el esfuerzo físico para sujetar al descendido y otro inferior en el que afloran el drama y los sentimientos. Con el habitual juego de escorzos, en la escena aparece José de Arimatea al pie de la cruz y sujetando el cuerpo de Cristo con un sudario, mientras Nicodemo termina de desclavar la mano derecha de Cristo encaramado en lo alto de una escalera que tiene su contrapunto en otra a la que está subido un ayudante que con esfuerzo sujeta a Cristo por las axilas.
En la parte inferior se encuentra la Virgen en pleno desmayo y en torno suyo San Juan, que sujeta su cuerpo, y las tres Marías —la Magdalena colocada de espaldas al espectador— compartiendo el dolor. La complicada colocación de las escaleras, junto a las actitudes de los personajes subidos a ellas, produce un cierto desequilibrio y desasosiego, propio de la pintura manierista, como lo es también el alargamiento de canon de las figuras.. 
Entre todos los elementos, destaca el suave modelado de la anatomía de Cristo, resuelto con un difuminado de tipo leonardesco y una encarnación pálida para certificar la muerte. Al fondo se incluye un somero paisaje, al que antecede en la parte izquierda un promontorio en el que está excavada una cueva con el sepulcro.

Ático. 3º pintor. Ángeles con instrumentos de la Pasión
San Juan Evangelista
Esta magnífica pintura, colocada al frente del contrafuerte derecho, a la altura del tercer cuerpo, sirve por sí misma para reconocer a Juan Soreda como un pintor en la cima de la pintura española del siglo XVI. A gran distancia del resto del santoral que integra el retablo, aparece impregnado del incipiente manierismo de origen florentino-romano.
San Juan Evangelista está representado con túnica y manto rojizos, con el águila del Tetramorfos que simboliza su Evangelio colocado a sus pies y portando en su manos una copa de la que sale un dragón, un atributo frecuente en las representaciones del santo que deriva del relato de los Hechos de Juan, una obra apócrifa del siglo II que narra que Aristodemo, primer sacerdote del templo de Artemisa de Éfeso, obligó al apóstol a beber una copa con veneno para demostrar la verdad de su doctrina, lo que no le produjo ningún daño. La historia fue recogida en el siglo XIII en la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine y sirvió de fuente de inspiración para muchos artistas.
Desde el punto de vista  estético o estilístico destaca  el alargamiento del canon del cuerpo, lo que le proporciona esbeltez y elegancia, con una disposición que sigue un movimiento helicoidal y un semblante lánguido y melancólico. En su definición es evidente la influencia en la figura de Miguel Ángel, Rafael y Leonardo.
Detalle del Retablo de San Pelayo. Olivares de Duero (Valladolid)
El apóstol se recorta en el interior de una hornacina dorada fingida, en la que un habilidoso juego de sombras contribuye a crear un efecto de profundidad espacial. Se coloca sobre una peana, igualmente fingida, en cuyo frente aparecen las figuras desnudas de Venus y Cupido como símbolo del amor humano.
En la tabla el pintor se vuelve a mostrar como un buen colorista que maneja con destreza la gradación de tonos, aplicando el sfumato a la manera leonardesca.

Todas estas pinturas colocan a Juan Soreda como el pintor más italianizante del primer renacimiento castellano, con una pureza renacentista que le desmarca de la obra realizada por los Comontes y Juan Correa de Vivar, que mantuvieron elementos flamencos que alteraban las enseñanzas toledanas de Juan de Borgoña. Aunque su personalidad artística está escasamente documentada, su obra más brillante se encuentra repartida por tierras de Sigüenza, Valladolid y El Burgo de Osma, ciudad donde se asentó en los últimos años de su vida y donde falleció en 1537.
Si en su obra más temprana Juan Soreda muestra influencias de Juan de Borgoña y Pedro Berruguete, en plena madurez se decanta por un estilo relacionado con la pintura cuatrocentista italiana, siempre mostrando un absoluto dominio del dibujo y el color y tomando inspiración para los fondos decorativos en grabados de Lucas van Leyden, Alberto Durero y Marcantonio Raimondi. Todo esto queda patente en la magnífica colección de pinturas que integran este retablo de Olivares de Duero —calificado como la perla del Duero—, cuya atribución a Juan Soreda fue realizada por la historiadora Ana Ávila4.

Iglesia de San Pelayo, Olivares de Duero (Valladolid)
Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Pedro de Guadalupe y Alonso Berruguete en el retablo mayor de Olivares de Duero (Valladolid); Universidad de Valladolid, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 53, 1987, pp. 243-258.
2 Ibídem, p. 247.
3 Ibídem, p. 251.
4 ÁVILA, Ana: El Pintor Juan Soreda. Estudio de su obra; Goya: Revista de arte, nº 153, Madrid, 1979, págs. 136-145. / Influencia de la estampa en la obra de Juan Soreda; Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, nº 6-7, Zaragoza, 1981, pp. 81-93.

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