LA MAGDALENA
EN EL DESIERTO
Felipe de
Espinabete (Tordesillas, 1719 - Valladolid, 1799)
Entre 1751 y
1799
Madera
policromada y vidrios incrustados
Museo Nacional
de Escultura, Valladolid
Escultura
barroca española. Escuela castellana
La escultura barroca española conoce durante el
siglo XVIII un cambio de rumbo hacia una nueva sensibilidad que paulatinamente
se aleja de los férreos postulados que, impuestos por la Contrarreforma en el
siglo anterior, condicionaban unas obras que eran fiel reflejo de las
obsesiones religiosas y del pesimismo existencial de la sociedad hispana. A
partir de la llegada al trono de Felipe V, el primer Borbón, y después de
producirse la pacificación social, el afrancesamiento de la cultura y la
implantación del pensamiento ilustrado, el gusto estético conoció cambios
decisivos, configurándose un panorama diverso con la obra de Pablo González
Velázquez (1664-1727), Juan Alonso de Villabrille y Ron (1663-h.1728),
Francisco Salzillo (1707-1783) o Luis
Salvador Carmona (1708-1767), que con sus propios matices aportan unos modelos
tardobarrocos sobre los que influye la sensualidad rococó y el purismo
neoclásico.
Todos ellos realizan una escultura religiosa que
comparte la moderación de la expresión piadosa y el afán artístico por
conciliar el placer mundano y la moral cristiana, la voluptuosidad y la virtud,
de modo que, aunque no desaparecen la imágenes de supremo dolor —que alcanzan
su punto álgido con las representaciones de cabezas cortadas—, se atenúan las
huellas del sufrimiento, se prefieren los temas sentimentales y familiares y
las imágenes devocionales se hacen más amables, presentando un aspecto casi
profano.
Junto al descubrimiento ilustrado de la infancia —se
hace recurrente el tema de la educación de la Virgen— las artes se feminizan,
mostrando un gusto por lo intimista, lo suave y lo pequeño, así como una
predilección por formatos más reducidos y por formas blandas y curvilíneas que
se traducen en actitudes ligeras y ademanes elegantes, mostrando un interés por
plasmar la ternura y lo anecdótico, al tiempo que la policromía prefiere
colores suaves y alegres, en ocasiones no exenta de preciosismo. Las figuras de
la Virgen, los mártires y santos místicos ofrecen una gracia juvenil y una gran
delicadeza, mostrando una nueva sensibilidad en la que el placer estético
comienza a independizarse de los planteamientos teológicos.
Todas estas características concurren en la talla de
La Magdalena en el desierto que
realizara, en la segunda mitad del siglo XVIII, el tordesillano Felipe de
Espinabete, el escultor más destacado del momento en Valladolid1 y
último gran maestro de la escultura barroca castellana2.
Se trata de una talla de mediano formato — 91,50 cm
de ancho, 41,50 cm de profundidad y 61,50 cm de alto— que representa a María
Magdalena, la pecadora arrepentida más destacada del repertorio católico, bajo
una concepción dieciochesca que se aleja de la imagen austera, dolorida y
ascética por antonomasia de las representaciones del siglo XVII, como ocurre en
el magistral modelo de la Magdalena penitente que Pedro de Mena realizara en 1664 en su taller malagueño para
la Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid (actualmente en el Museo Nacional de
Escultura de Valladolid). En este caso, Espinabete representa a la santa en su
retiro en el desierto, a mitad de camino entre una meditación de
arrepentimiento —expresado por la cabeza apoyada sobre su mano izquierda— y el
rapto místico —determinado por la mirada elevada hacia una rama que adopta la
forma de una cruz—, recordando en su disposición corporal el mármol de la Beata Albertoni realizado por Bernini
entre 1671 y 1674 para la iglesia de San Francesco a Ripa de Roma.
La composición, rica en detalles descriptivos y
colorido, muestra una preocupación por renovar una iconografía tradicional muy
arraigada, siguiendo el gusto cambiante del momento, en el que pierden
protagonismo los signos de la muerte y el sacrificio, a pesar de la calavera
sobre la que apoya su brazo, en parte oculta por la manga. Por el contrario, la
figura, que aparece plácidamente recostada en un amable paisaje, ofrece con sus
delicados ademanes y la posición contrapuesta de las piernas cierta carga de
sensualidad, efecto reforzado por la rica indumentaria que, lejos de cualquier
alusión a la renuncia mundana, rememora su vida cortesana.
La Magdalena viste una amplia túnica de cuello
rectangular, ceñida por un cinturón y con anchas mangas que llegan hasta el
codo. Tanto el cuello como el cinturón aparecen ornamentados con grandes joyas,
el cuello con un colgante de gran tamaño con forma de flor de la que pende una
forma trilobulada y el cinturón con un gran broche circular, en ambos casos con
vidrios incrustados que simulan piedras preciosas, un recurso estético
frecuente en la obra de Espinabate que como complemento de la policromía viene
a ser una seña de identidad de su taller. Se complementa con un manto que asoma
por los lados con el característico perfil ondulado y afilado en los bordes.
La cabeza presenta una larga melena de ondulados
mechones descritos con meticulosidad y un rostro ovalado con frente despejada,
ojos de cristal rasgados, nariz recta, boca entreabierta que deja contemplar
dientes, lengua y paladar —trabajo característico en este escultor— y un mentón
pronunciado, todo ello con un afán naturalista.
En la composición, los elementos paisajísticos
aparecen sumamente simplificados, con una base pedregosa sobre la que se
elevan, a la altura de la cabecera, dos troncos con follaje y una de las ramas
recortada en forma de cruz. Entre las oquedades de los troncos asoman lagartos,
un original detalle anecdótico. Se completa con una pequeña palmera cargada de
dátiles situada junto a las piernas.
La figura queda realzada con la aplicación de una
vistosa policromía de grandes contrastes, pues a las carnaciones pálidas y
nacaradas de la santa se contrapone la riqueza cromática de la túnica y el
manto, la primera con grandes motivos florales en tonos azules y rosáceos,
aplicados a punta de pincel sobre un fondo marfileño, y el segundo con el envés
decorado con motivos vegetales esgrafiados en oro sobre un fondo ocre y el
revés en tono verdoso. Como ya se ha dicho, la policromía se complementa con el
uso de postizos, siendo los más efectistas las múltiples piezas multicolores de
cristal incrustadas que fingen ser piedras preciosas, recurso que se incluye en flores y ojos de los reptiles.
La escultura responde a los planteamientos
habituales de este escultor tardobarroco, con los paños movidos a cuchillo, las
facciones de gran suavidad y las manos con elegantes ademanes, respondiendo en
líneas generales a la sensibilidad del nuevo gusto rococó, al igual que los
tonos de la policromía. Todo ello le confiere un aspecto en el que prima el placer
estético sobre el mensaje religioso, por tanto muy próximo al arte profano.
Se desconoce la procedencia de esta escultura, que
ingresó en los fondos del museo vallisoletano a consecuencia de la
Desamortización.
BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA DEL ESCULTOR FELIPE DE ESPINABETE
Nació el 1 de mayo de 1719 en la villa de
Tordesillas (Valladolid), siendo el tercer hijo de los ocho que tuvieron Juan
Espinabete y Manuela Rodríguez, cuyos antepasados procedían de Aragón. De su
formación solamente se conoce que transcurrió en Valladolid, es posible que
junto al escultor Pedro de Ávila, con quien comparte abundantes rasgos
estilísticos3.
Ya formado, regresaba a Tordesillas, donde se
estableció como maestro independiente intentando evitar la competencia en
Valladolid del gran escultor riosecano Pedro de Sierra, el más notable del
momento. En su villa natal contraía matrimonio en 1744 con María Tejero, con
quien tendría ocho hijos.
Tiempo después se trasladaba con su familia a
Valladolid, donde pasaría la mayor parte de su vida. Allí debió conseguir
trabajo y prestigio, pues en el catastro de 1752 realizado por el marqués de
Ensenada, cuando el escultor contaba 34 años, se le asignan altos ingresos.
Sus
clientes fueron iglesias, conventos y particulares vallisoletanos, a los que
poco tiempo después de sumaron encargos de obras sacras llegados desde otras
poblaciones, como Tordesillas, Arévalo (Ávila), Santibáñez del Val (Burgos),
Toro (Zamora) o Santa María la Real de Nieva (Segovia), realizando un variado
santoral, obras para retablos y esculturas procesionales, convirtiéndose, a
partir de 1760, en un verdadero especialista en la talla de una temática muy
solicitada: las cabezas decapitadas de San Juan Bautista y San Pablo, siguiendo
para este último el modelo que realizara en 1707 Juan Alonso Villabrille y Ron para
el convento de San Pablo de Valladolid.
Si en 1764 elaboraba la sillería del coro de legos
del monasterio de San Benito el Real de Valladolid (hoy repartida entre el
Museo Diocesano y el Museo Nacional de Escultura, y en 1766 la sillería del
monasterio de la Santa Espina (Valladolid)4, en 1768 realizaba
esculturas de reyes en piedra para el monasterio de San Benito de Sahagún
(León), poniendo de manifiesto su versatilidad profesional.
En 1784, cumplidos los 65 años, ingresaba en la Real
Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, donde en 1787
fue elegido teniente de Dibujo. Sin embargo en 1790, tras producirse el
fallecimiento de su esposa, renunció al cargo y se retiró a Tordesillas para
vivir junto a su hijo Félix, párroco de la iglesia de San Antolín,
acompañándole sus hijas solteras María y Felipa. En 1792 dictó testamento con
motivo de una enfermedad de la que logró recuperarse. Tras el fallecimiento de su
hijo Félix en 1798, regresó junto a sus hijas a Valladolid para alojarse en
casa de otro de sus hijos, el escultor Blas Espinabete, donde Felipe de
Espinabete fallecía el 29 de agosto de 1799 a la edad de 80 años5.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 BALADRÓN ALONSO, Javier: El
escultor Felipe de Espinabete (1719-1799) en el tercer centenario de su
nacimiento. Revista Stvdia Zamorensia, vol. XVIII, UNED Zamora, 2019, p.
159.
2 URREA, Jesús: El escultor
Felipe Espinabete (1719-1799). En "Tordesillas a través de su Semana
Santa", Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 2000, p 122.
3 BALADRÓN ALONSO, op. cit.,
p. 123.
4 BRASAS EGIDO, José Carlos y NIETO GONZÁLEZ, José Ramón: Felipe de Espinabete: nuevas obras. Boletín
del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 43, Universidad de
Valladolid, 1977, p. 479.
5 BALADRÓN ALONSO, op. cit.,
p. 130.
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EXCELENTE
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