LA MAGDALENA PENITENTE
Pedro de Mena (Granada, 1628 - Málaga, 1688)
1664, taller de Málaga
Madera policromada
Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid
Escultura barroca. Escuela granadina
Entre el 21 de octubre de 2009 y el 24 de enero
2010 se celebró en The National Gallery de Londres la muestra The Sacred Made Real (Lo sagrado hecho
real), una exposición que recogía grandes obras de la pintura y escultura
barroca española. En la misma se pudo comprobar que si la obra de los grandes
pintores españoles es muy bien conocida y valorada a nivel internacional, tanto
por figurar abundantes muestras en las principales pinacotecas del mundo como
por ser objeto de estudio en múltiples trabajos, no ocurre lo mismo con la
escultura, hecho constatado desde el mismo día de la inauguración de la
exposición, donde los espectadores quedaban boquiabiertos ante las obras de
imaginería piadosa, cautivados tanto por su impecable técnica como por el
realismo y tremendismo de su aspecto, lo que constituyó, a estas alturas, todo
un descubrimiento para los amantes del arte y un sonado éxito para el museo,
después repetido cuando la muestra ha viajado a Washington. Entre las obras
expuestas, una de las más impactantes fue sin duda La Magdalena penitente de
Pedro de Mena.
Esta representación de la Magdalena es una
sobrecogedora escultura de tamaño natural en la que la madera queda
desmaterializada para presentarse como un ser viviente, mejor dicho, sufriente,
con una conjunción de talla y policromía que se presenta, como en pocas
ocasiones, como una elocuente fusión de arte y realidad, en este caso orientada
a la exaltación de la penitencia y el amor místico, según los ideales emanados
de la Contrarreforma.
La figura ascética de la Magdalena aparece
revestida de un tejido de palma trenzada, que en forma de estera le cubre de
los pechos a los pies y cuya rigidez elimina la formación de pliegues menudos.
Esta original indumentaria, incómoda y lacerante, está ceñida al cuerpo y
sujeta mediante una soga anudada a la cintura, igualmente de palma trenzada,
que es un alarde de talla naturalista. La neutralidad de esta indumentaria hace
que la atención enseguida se concentre en el rostro sutilmente demacrado —aunque
sin llegar a perder la belleza— con aplicaciones postizas de dientes y ojos de
cristal, mostrando una expresión de arrepentimiento que es reforzada por la
gesticulación; por un lado, por su mirada clavada en el símbolo de la cruz que
porta en su mano izquierda, motivo de su desconsuelo; por otro, por la
colocación de su mano derecha sobre el pecho en expresión de sinceridad y
entrega, estableciendo en su ensimismamiento un diálogo místico de gran
expresividad plástica.
La anatomía femenina, oculta en su mayor parte, se
adivina a través de la sutileza que presenta su contenido movimiento. Para ello
Pedro de Mena utiliza unos recursos resueltos con maestría que eliminan toda
rigidez, como la colocación de la pierna izquierda avanzada, la flexión del
torso ligeramente hacia adelante y el contrapunto de los brazos, uno extendido
y otro replegado.
Todo ello origina unas elegantes líneas sinuosas que recorren
el cuerpo y hacen resaltar el contraste entre las superficies planas del
vestido y los largos y sueltos mechones de la melena por el frente y la
espalda, que presentan la peculiaridad de estar resueltos mediante varios hilos
de mimbre trenzados, recubiertos de yeso, sujetos a la cabeza y finalmente
pintados, ajustándose a la perfección a la finísima talla en un ejercicio de
virtuosismo que fue elogiado en su tiempo por el poeta Francisco Antonio
Bances, que destacó la maestría del escultor para infundir a la madera un
aspecto viviente.
La escultura conserva su peana original, que
aparece recorrida en tres de sus caras por una inscripción que informa de su
autor y fecha de ejecución: “Faciebat
Anno 1664 / Petrus D Mena y Medrano / Granatensis, Malace”.
HISTORIA DE UNA IMAGEN DE CULTO
Esta obra fue realizada en el taller que Pedro de
Mena tenía abierto en Málaga, donde había llegado procedente de su Granada
natal. Allí había dirigido el taller más prestigioso de la ciudad hasta la
llegada de Alonso Cano en 1652, artista con el que colaboró durante unos años
hasta que se convirtiera en su maestro. En 1658 fue reclamado desde Málaga para
que se ocupara de los sitiales del coro de la catedral, una obra que había
dejado sin terminar Luis Ortiz de Vargas, autor de la traza en 1633. Aunque la
obra había sido continuada por José Micael y Alfaro, sería finalmente Pedro de
Mena quien realizase la mayor parte de la obra: cuarenta y tres tableros de los
respaldos y todos los remates superiores, un trabajo en el que obtuvo la
admiración general.
En 1663 el escultor decidió viajar a Madrid con la
intención de buscar nuevos clientes relacionados con la corte, como ocurriera
con don Juan José de Austria y el príncipe Doria, conociendo en la capital la
obra de otros grandes escultores de su tiempo y tomando contacto con obras
procedentes de la escuela castellana, especialmente con los prototipos de
Gregorio Fernández, que había muerto hacía ya veintisiete años. También
consiguió durante ese viaje el título de escultor de la catedral de Toledo,
para la que realizó una sorprendente imagen de San Francisco de pequeño
formato.
Tras haber decidido su regreso a Málaga, recibió el
encargo de la Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid de realizar una Magdalena
en su condición de penitente, obra para la que tomaría como modelo aquella
conservada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, procedente del
entorno de Gregorio Fernández, cuya iconografía había repetido este maestro en
su taller de Valladolid (iglesia de San Miguel), a la que Pedro de Mena se
ajustaría plenamente.
No obstante, el encargo de Madrid fue tallado y
policromado en Málaga, como consta en la peana, superando con su expresividad
todos los modelos precedentes, es decir, acercando a la perfección aquel modelo
que creara Gregorio Fernández. Su llegada a Madrid debió causar conmoción entre
los jesuitas, sobre todo por la capacidad del escultor para reflejar en la obra
el silencio esculpido, la clave del arrepentimiento, la tensión contemplativa,
la renuncia mundana de la ascética y los valores místicos de la oración,
próximos al éxtasis, todo ello envuelto en un halo poético que desdramatiza el
dolor, de acuerdo a la tradición de la escuela andaluza.
La obra se encuadra en el original legado de Pedro
de Mena, que nunca realizó retablos ni pasos procesionales, sino una escultura
intimista, generalmente de pequeño formato, en la que trataba de plasmar
estados anímicos de introspección, meditación y éxtasis. Sus figuras presentan
cabezas ovaladas, con rostros de ojos rasgados, elevados a lo alto, y boca
pequeña. Sorprendentes suelen ser sus trabajos de diferentes texturas, tanto en
la talla, con minuciosas descripciones de la piel y finos tejidos formando
pliegues de escaso grosor, como en la policromía, con prodigiosas recreaciones
de distintos trenzados en los paños.
PERIPECIAS DE LA ESCULTURA
La Magdalena permaneció en la Casa Profesa de
Madrid hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, pasando entonces al oratorio
de San Felipe Neri de la capital, donde se conservó hasta la Desamortización de
1835. En ese momento fue trasladada al convento de la Visitación, de las
Salesas Reales, donde permaneció hasta los sucesos de la Gloriosa, la
revolución española de 1868, año en que fue destinada al Museo de La Trinidad.
Clausurado definitivamente este museo en 1872, sus colecciones pasaron a engrosar
el Museo del Prado, donde el carácter de pinacoteca provocó la devolución
temporal de la Magdalena al convento de las Salesas, permaneciendo allí hasta
1921, año en que retorna al Museo del Prado.
Cuando en 1933 el Museo Provincial de Bellas Artes
de Valladolid fue convertido en Museo Nacional de Escultura, con un fondo
esencialmente representativo de la escultura española policromada o imaginería,
la obra fue cedida en depósito por el museo madrileño, convirtiéndose en uno de
los mayores atractivos de la colección. Después de permanecer en Valladolid
durante más de cincuenta años, el Prado levantó el depósito en 1988, hecho que
provocó un gran desconcierto en la capital vallisoletana.
En Madrid, después de
ser sometida a un proceso de consolidación y limpieza, la talla deambuló por
distintos espacios de la magna pinacoteca, perdida entre los grandes lienzos,
siendo la única obra de sus características en aquel museo. Finalmente, tras
una solución muy acertada, regresó a Valladolid el año 2008, donde ocupó un
lugar destacado en el Palacio Villena hasta la reapertura del museo,
reconvertido en Museo Nacional Colegio de San Gregorio tras las obras de
remodelación, presentándose, desde la inauguración el 17 de septiembre de 2009,
como la obra maestra que es, ocupando el centro de una de las salas dedicadas a
la escultura barroca andaluza.
Informe y fotografías: J. M. Travieso
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