19 de mayo de 2010

Historias de Valladolid: EL ENTIERRO DE DOÑA CATALINA, una sonada farsa del Duque de Lerma



     Entre 1601 y 1606 la corte estuvo establecida en Valladolid por iniciativa de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma y valido de Felipe III, el personaje más poderoso de España gracias a la confianza en él depositada por el rey, con el que había establecido una fuerte amistad desde que fuera príncipe y don Francisco ejerciera como gentilhombre de cámara. Con el tiempo, su enfermiza ambición y su inmensa avaricia se vieron compensadas con un desmesurado enriquecimiento -llegó a sumar una fortuna superior a los 40.000 millones de ducados- y con la obtención de grandes privilegios, todo ello en virtud a su nepotismo, al tráfico de influencias y a la venta de cargos públicos, en una palabra, a la corrupción.

     Durante su estancia en Valladolid había logrado ser nombrado por el rey, el 6 de agosto de 1600, regidor perpetuo de la ciudad, un cargo honorífico que le permitía asistir a las sesiones del Ayuntamiento armado de espada y daga. Así se presentó el día 14 de aquel mismo mes, sentándose entre el corregidor y el alférez mayor. Con ello pretendía epatar a las autoridades vallisoletanas y satisfacer el culto a su propia personalidad, como quedaría de nuevo demostrado en 1603, cuando se hizo retratar a caballo por Pedro Pablo Rubens, después de que el joven pintor flamenco, en su primer viaje a España, llegara a Valladolid como enviado diplomático de Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua.

     En la pintura, conservada actualmente en el Museo del Prado, se hizo representar como jefe de los ejércitos de España, cabalgando sobre un caballo blanco, con media armadura, el collar de la Orden de Santiago y un bastón de mando en la mano, un retrato de exaltación militar, equiparable a los de los reyes, en cuyo fondo se muestra una batalla de caballería. La pintura refleja con fidelidad la altanería, el orgullo y la posición política del duque de Lerma, que trata de emular la grandilocuente imagen ecuestre creada por Tiziano para el emperador Carlos V. En esos mismos años el valido también se hizo retratar por el pintor vallisoletano Juan Pantoja de la Cruz, una elegante pintura de medio cuerpo que se conserva en la Colección Duque del Infantado de Madrid.

     Pero en 1603, cuando posaba para el joven maestro flamenco, ocurriría otro acontecimiento que iba a poner de manifiesto el estrambótico afán de notoriedad y pompa del duque de Lerma y sus habilidades para amañarlo todo haciendo prevalecer sus intereses. El hecho se produjo como consecuencia de la muerte de su esposa, doña Catalina de la Cerda, que falleció en la localidad madrileña de Buitrago de Lozoya el 2 de julio de 1603.

     La duquesa de Lerma, hija de Juan de la Cerda, IV duque de Medinaceli y grande de España, había nacido en la población vallisoletana de Cigales hacia 1556 y había logrado convertirse en una mujer destacada en los ambientes de la corte española. Ejerció como camarera mayor de la reina Ana de Austria, cuarta mujer de Felipe II, en 1576 se casó con el duque de Lerma, fue madrina de la infanta Ana Mauricia, después reina de Francia, y expresó su deseo de ser enterrada en la villa soriana de Medinaceli, de donde había recibido el linaje por parte de padre.

      Sin embargo, cuando murió Catalina el duque de Lerma no respetó su voluntad, sino que llevó a cabo sus planes personales, por lo que decidió su enterramiento en la capilla mayor de la iglesia de San Pablo de Valladolid, en la que había adquirido el patronato de la capilla mayor a los dominicos en diciembre de 1600 con la intención de erigir en ella un suntuoso sepulcro familiar a imitación de los cenotafios de Carlos I y Felipe II en El Escorial. Para ello hizo llegar a Valladolid a Pompeo Leoni, autor de los modelos escurialenses, que trabajó durante cinco meses del año 1601 en el modelado de las efigies, que finalmente serían fundidas y doradas en Madrid en 1608 por Juan de Arfe y Lesmes Fernández del Moral. Estas fueron colocadas en un lujoso nicho, diseñado por el arquitecto real Francisco de Mora y dirigido por Diego de Praves, con la participación de los marmolistas Pedro Castelo y Antonio Arta, situado en el lado del Evangelio de la capilla mayor de la iglesia de San Pablo de Valladolid (desgraciadamente de todo ello sólo se conservan los bultos funerarios broncíneos en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio). Ese sepulcro era el destino del féretro en el solemne entierro que el duque de Lerma organizó nada más fallecer su esposa, que debía recorrer los más de 170 kilómetros que separan la villa de Buitrago de Lozoya de Valladolid y al que pretendía que asistiese toda la nobleza para realzar su gloria.

     La comitiva fúnebre recorrió el territorio de la sierra madrileña, pero cuando llegó a los extensos campos castellanos, debido a los rigores del estío en el mes de julio, el cadáver comenzó a mostrar los primeros síntomas de descomposición, efectos que se fueron acentuando a medida que la procesión se aproximaba a Valladolid, produciendo un olor nauseabundo tan intenso que no pasaba desapercibido por las poblaciones que atravesaba.

    Ante este problema y para que no desluciese la pompa del acto, el duque de Lerma, consciente de que el paseo podría producir rechazo a su paso por el centro de Valladolid, a la llegada de la comitiva al convento dominico de Belén de la ciudad, dispuso que los restos de su esposa fuesen trasladados y enterrados en secreto por la noche en la iglesia de San Pablo y que el ataúd se rellenara con piedras para simular el peso de doña Catalina. De esta manera, al día siguiente el cortejo recorrió solemnemente las principales calles de Valladolid con el duque de Lerma a la cabeza, siendo el falso féretro recibido en la corte por los grandes de España y bendecido por la jerarquía eclesiástica, entre ellos el arzobispo de Toledo, participando toda la nobleza y altos funcionarios de la fastuosidad organizada para las exequias, todos ellos sin percatarse de lo que fue una de las farsas más sonadas del duque de Lerma, un engaño urdido por este personaje que ilustra muy bien lo que fueron las habituales corruptelas de su calculadora idiosincrasia.

     Otra muestra de la ambición y el delirio de grandeza de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas se encuentra en la misma fachada de la iglesia de San Pablo, cuyo interés por convertir la iglesia en el centro religioso del complejo cortesano presidido por el Palacio Real, hizo que costease una importante remodelación en la que el templo adquirió su actual aspecto, con un añadido que casi duplicó la altura de la fachada, en la que hizo eliminar todos los emblemas de Fray Alonso de Burgos, originario promotor del monasterio, y sustituirlos por los suyos propios, añadiendo otros dos de gran tamaño en las torres, con lápidas conmemorativas, y otros doce sujetos por leones colocados sobre pilares que acotan el ámbito de entrada, todo ellos con fines evidentemente propagandísticos.

     Con el tiempo el duque de Lerma, tras su muerte en Valladolid en 1625, ha pasado a la historia criticado por los detractores de sus corruptelas al amparo de la monarquía, pero también admirado por sus labores de mecenazgo, sus iniciativas constructivas y su fuerte personalidad frente a la de los débiles monarcas. Un buen ejemplo es este soneto que en sus exequias le dedicara Francisco de Quevedo y Villegas:

Soneto 155
Túmulo de Don Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma y Cardenal de Roma

Columnas fueron los que miras huesos
en que estribó la ibera monarquía,
cuando vivieron fábrica, y regía
ánima generosa sus progresos.

De los dos mundos congojosos pesos
descansó la que ves ceniza fría;
el seso que esta cavidad vivía
calificaron prósperos sucesos.

De Felipe Tercero fue valido,
y murió de su gracia retirado,
porque en su falta fuese conocido.

Dejó de ser dichoso, mas no amado;
mucho más fue no siendo que había sido:
esto al duque de Lerma te ha nombrado.


Ilustraciones: 1 Detalle del retrato funerario de doña Catalina de la Cerda, Duquesa de Lerma, 1601-1608, obra de Pompeo Leoni. Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. 2 Retrato del Duque de Lerma, 1603, Pedro Pablo Rubens. Museo del Prado. 3 Figura de la Muerte, 1522, Gil de Ronza. Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. 4 Recreación del acontecimiento en la Corredera de San Pablo (Travieso) 5 Figura funeraria de doña Catalina de la Cerda, Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. 6 Procesión solemne de la Santa Cruz por la calle de las Platerías de Valladolid, Felipe Gil de Mena. Colección particular, Madrid. 

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944460


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