1 de febrero de 2021

Fastiginia: El refugio del dios Neptuno en el Campo Grande















      Al contrario de lo que ocurre en la célebre Fontana di Trevi de Roma, donde el dios Neptuno que labrara Pietro Bracci aparece monumental y majestuoso sobre un carro con forma de venera que es guiado por dos tritones que conducen briosos caballos alados sobre el fondo marino, en Valladolid el dios de los océanos intenta pasar desapercibido cobijándose en el interior de una cueva que forman las cañas de bambú que crecen en una isleta situada en el riachuelo que forma el desagüe del estanque del Campo Grande, en un paraje que los románticos vinieron denominando como "los países bajos".

A este lugar, uno de los más sugerentes del laberíntico jardín, fue a parar en 1932 una escultura en mármol de procedencia italiana, labrada en el siglo XVIII, que representa al dios mitológico en plena desnudez, con un vigoroso cuerpo en posición de contraposto y la cabeza girada hacia la izquierda. Allí permanece silencioso, olvidado y sumido en un gesto de incomprensión, diríase que tal vez añorando las glorias pasadas o simplemente su tridente. Pero, ¿cómo llegó Neptuno a este romántico rincón?

     Hemos de remontarnos al siglo XIX, cuando en la actual Acera de Recoletos estaban asentados numerosos edificios religiosos, desde el Hospital de la Resurrección, en el solar actualmente ocupado por la Casa Mantilla, hasta el Convento de Capuchinos, en la actual plaza de Colón. En las primeras décadas del siglo, el Ayuntamiento de Valladolid, antes de la llegada del ferrocarril, decidió convertir este espacio en un gran boulevard al modo europeo, materializándose el proyecto entre 1828 y 1834, bajo la dirección del arquitecto Pedro García Fernández, con la apertura de una ancha avenida, flanqueada por dos vías más pequeñas, según consta en el plano firmado por este arquitecto en 1831 y conservado en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

Según narra Hilarión Sancho en su Diario (1807-1840), en la calle principal se plantaron árboles y se colocaron bancos corridos de piedra que conformaban un espolón, reservándose unos espacios para la colocación de tres fuentes, una próxima a la calle de Santiago, otra en el extremo opuesto, junto al convento de Capuchinos (que comenzó a funcionar en 1829) y otra más compleja en el centro rodeada de cuatro pedestales para colocar estatuas.

     Para decorar el paseo y las fuentes, el Ayuntamiento solicitó al rey Fernando VII algunas de las 108 estatuas que, labradas en piedra berroqueña, representaban a todos los reyes españoles y que en 1760 el rey Carlos III había ordenado retirar de las cornisas del Palacio Real, según la leyenda a petición de su madre, Isabel de Farnesio, que había soñado con un terremoto en el que era aplastada por ellas, por lo que fueron almacenadas en los sótanos del palacio. Después de la subida al trono en 1833 de Isabel II, sucesora de Fernando VII, aquellas estatuas de los reyes fueron repartidas por Madrid (Plaza de Oriente, Jardines de Sabatini y el Retiro) y otras ciudades españolas, como Burgos, El Ferrol, Vitoria o Pamplona.  

Fernando VII no atendió la petición del Ayuntamiento de Valladolid de las estatuas de reyes, aunque, según informa Hilarión Sancho, correspondió a la ciudad enviando tres esculturas mitológicas procedentes de los fondos del Museo del Prado, una representando a Venus o una alegoría de la Abundancia y otras dos con las figuras de Mercurio y Neptuno, siendo las tres colocadas en 1835 en la Acera de Recoletos como las primeras estatuas públicas de Valladolid.

Tomás Carlos Capuz. Refriega entre estudiantes y cadetes en
Valladolid, xilografía, 1872, Archivo Municipal, Valladolid
 No obstante, a la novedad pronto siguió la reacción de sectores de la sociedad puritana de la hasta entonces ciudad conventual, que se escandalizaron de los desnudos de las figuras, especialmente de los pechos al aire de la figura femenina, que consideraban poco apropiada para ser contemplada por los escolares, por lo que al cabo de tres días eran retiradas de sus pedestales. Poco después regresaban al Paseo de Recoletos para ser colocadas de nuevo por orden del Ayuntamiento.

Durante una nueva remodelación del Paseo de Recoletos en 1845, debido a la penuria económica municipal para acometer el ornato, se desmontó el pilón y la estatua de la fuente de Neptuno, pasando a ser recolocada junto a la de Mercurio a la entrada del Paseo. Es ilustrativa la xilografía de Tomás Carlos Capuz, realizada en 1872 y actualmente conservada en el Archivo Municipal, que representa una refriega entre estudiantes y cadetes en las inmediaciones del Campo Grande, para hacerse una idea aproximada del aspecto que tenían las esculturas sobre sus pedestales en la Acera de Recoletos.

     Corría el año 1878, cuando con motivo de las celebraciones del Carnaval en este espacio, se realizaron algunas modificaciones urbanas, como la renovación del arbolado y el desmontaje de las estatuas para su reposición cuando finalizaran las obras. Sin embargo, esto no se llevó a cabo y las estatuas quedaron almacenadas. Nuevas noticias aparecen en 1930, cuando Federico Santander Ruiz-Jiménez, alcalde de Valladolid, solicita que una estatua almacenada en el parque de obras fuese colocada en el Campo Grande. De este modo, mientras que de la estatua de Mercurio nunca más se supo, la estatua de Neptuno paso a ocupar su actual emplazamiento en 1932, después de ser construida la pequeña isleta que de forma simbólica permite al dios mitológico estar vinculado a las aguas.

Y allí sigue Neptuno viendo pasar el tiempo, convertido en un elemento pintoresco equiparable a la gruta, los pavos reales, los cisnes o las ardillas que los paseantes descubren con sorpresa en su deambular por el sugestivo universo que constituye el Campo Grande.    

 









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