28 de junio de 2021

Theatrum: AZULEJERÍA DEL CONVENTO DE SANTA ISABEL, la huella de los alcalleres del barrio de Santa María




AZULEJOS DEL CONVENTO DE SANTA ISABEL

Hernando de Loaysa (Talavera de la Reina, Toledo, doc. 1582-1608)

Entre 1585 y 1600

Azulejos de arista y azulejos planos pintados

Capilla de San Francisco del Convento de Santa Isabel de Hungría, Valladolid

Cerámica renacentista, escuela talaverana

 

 



Capilla de San Francisco, convento de Santa Isabel, Valladolid

     Durante los siglos XV y XVI la ciudad de Valladolid ejerció prácticamente como capital política y social de la corona castellana debido a las frecuentes estancias de los monarcas y la corte en la ciudad. Como consecuencia de ello, se produjo un notable desarrollo urbanístico que favoreció el auge de las construcciones religiosas y nobiliarias, actividad que impulsó las actividades económicas y artesanales, entre ellas la industria alfarera local y más concretamente la fabricación de azulejos decorativos. Fue durante el siglo XVI cuando en Castilla se produjo la introducción del nuevo gusto artístico renacentista, que no sólo cristalizó en las artes mayores, sino también en la realización de revestimientos cerámicos puestos al servicio de la arquitectura, bien en forma de pavimentos o como decoración mural, una actividad que en época medieval ya había sido llevada a cabo por artesanos mudéjares en zonas de Aragón, Levante, Toledo y Andalucía. Ello supuso la sustitución de la técnica tradicional de azulejos a la “cuerda seca” —conocida desde la época califal y con Sevilla y Toledo como principales centros productores en tiempos de los Reyes Católicos— por las técnicas de “arista” y los azulejos planos pintados, labores menos laboriosas y costosas en las que se encuadran la mayoría de las obras documentadas en Valladolid. 

     La llegada a Valladolid del gusto por los revestimientos cerámicos se produjo en época medieval a través de alfareros mudéjares que habían trabajado en Sevilla y Toledo y que presentaban una clara influencia de los talleres granadinos. Testimonios se encuentran en el antiguo Palacio Real de Tordesillas (después convento de Santa Clara), levantado por Alfonso XI para celebrar la batalla de Salado de 1340, y en los restos decorativos del Palacio Real Testamentario de Medina del Campo y del desaparecido Palacio del Almirante de Castilla de Valladolid, en ambos casos realizados en el siglo XV. 

Aunque se conocen casos aislados de manufacturas a la “cuerda seca”, realizadas a comienzos del siglo XVI por artífices de procedencia toledana, en realidad estos fueron los que impulsaron en tierras vallisoletanas el gusto por la técnica de “arista” con un sentido modernizador, una técnica que fue difundida por el entorno, a lo largo del siglo, desde los alcalleres moriscos y cristianos asentados en la antigua morería de Valladolid, reconvertida en barrio de Santa María tras el decreto de conversión de 1502. No obstante, el triunfo definitivo de la decoración a base de revestimientos cerámicos en Castilla se produjo en el último tercio del siglo XVI, cuando azulejeros procedentes de Talavera de la Reina introdujeron la técnica de azulejos planos pintados, una modalidad experimentada por Juan Floris en Medina de Rioseco y por el talaverano Hernando de Loaysa en Valladolid en las décadas finales del siglo. 

Hernando de Loaysa. Zócalo o arrimadero de la capilla de
San Francisco del convento de Santa Isabel, Valladolid
Los maestros alfareros de Valladolid

Los artesanos que trabajaban el barro en el barrio de Santa María se dividían en dos grupos. Por un lado, estaban los tejeros y ladrilleros, dedicados expresamente a la construcción. Por otro los olleros, cantareros y alcalleres, los primeros dedicados a la elaboración de recipientes de uso doméstico, en algunos casos artífices de vajillas de mesa esmaltadas en blanco. Entre los últimos, algunos artesanos dedicados a la elaboración de revestimientos cerámicos con la técnica de “arista”, atendiendo trabajos demandados por una clientela tanto civil —nobles, banqueros y comerciantes— como eclesiástica.

Entre estos artífices conocemos al azulejero Juan Rodríguez, que con taller junto a la Puerta del Campo trabajó para la Universidad, el palacio del conde-duque de Benavente, las casas de Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V (transformadas en Palacio Real en tiempos de Felipe III), el palacio del conde de Miranda y las casas de Pedro de Pimentel, marqués de Viana, así como para la catedral de Palencia y el monasterio berciano de Santa María de Carracedo.

Hernando de Loaysa. Decoración muro oeste
Banco con azulejos de arista / Parte superior azulejos planos pintados

     Otro azulejero fue Cristóbal de León, hijo de Mahomad —reconvertido en la obligada conversión de 1502 en Bernaldo de León— y residente en la calle de la Caminería de la antigua morería, que trabajó en el ornato de la capilla de la Quinta Angustia de la antigua colegiata de Valladolid. También destacado fue el azulejero Juan Lorenzo, residente en el barrio de Santa María, que igualmente trabajó para el Cabildo de la iglesia colegial de Santa María y que entre 1560 y 1595 fue reclamado por una extensa clientela que le solicitaba obras destinadas a la iglesia vallisoletana de la Magdalena, al castillo de Astorga, a la catedral de Palencia y para Alonso de Medina, comerciante de Toro. Juan Lorenzo fue víctima de la peste que en el verano de 1599 asoló Valladolid. 

A partir de mediados del siglo XVI comenzaron a llegar a Valladolid algunos artífices dedicados a la elaboración de azulejos planos pintados que seguían una técnica de pintura polícroma y que, procedente de Italia, tuvo como principal introductor a Niculoso Francisco Pisano en el ambiente sevillano durante el primer tercio del siglo XVI. El primer maestro que desarrolló este tipo de cerámica en tierras vallisoletanas fue el flamenco Juan Floris, perteneciente a una familia de artistas de Amberes. Entre sus obras se encuentran el pavimento de la Capilla de los Benavente de la iglesia de Santa María de Mediavilla de Medina de Rioseco, colocado entre 1551 y 1554, siéndole también atribuida la ornamentación cerámica del palacio del licenciado Francisco de Butrón de Valladolid. 

Hernando de Loaysa. Muro oeste
San Gregorio, Santa Catalina y San Jerónimo

     Tras la muerte de Juan Floris en 1567, habría que esperar hasta 1580 para que se produjera la aparición en Valladolid del azulejero Hernando de Loaysa, nacido en Talavera de la Reina y seguramente allí formado junto a los ceramistas Juan Fernández y su tío Antonio Díaz, que contribuyeron a que desde 1560 aquella ciudad toledana se convirtiera en el centro azulejero de mayor prestigio de España. A Hernando de Loaysa se le puede considerar como el introductor definitivo y más importante difusor de la azulejería plana pintada en Valladolid, donde se estableció en 1583 en el barrio de Santa María y allí permaneció documentado hasta 1592 como alcaller vecino de esta villa de Valladolid. Como el resto de los alcalleres vallisoletanos, fue miembro de la cofradía de Nuestra Señora de la Consolación y estuvo casado con María Díez, con quien tuvo al menos dos hijos: Luis de Loaysa, también azulejero, y Mencía Suárez. 

Tras realizar trabajos para el vallisoletano Colegio de Santa Cruz y de aceptar en 1580 el encargo de azulejar la capilla de la Anunciación del monasterio de Nuestra Señora de Prado, propiedad de doña Francisca de Cepeda, entre 1583 y 1586 su actividad se intensificó. Al servicio de don Álvaro de Mendoza, obispo de Palencia (diócesis a la que por entonces pertenecía Valladolid), decoró frontales, peanas y gradas de altar para un buen número de iglesias de la provincia, como la Asunción de Tudela de Duero, Santa María de la Overuela, San Pedro de Langayo, Santiago de Fuentes de Duero, San Justo de Manzanillo y San Esteban de Amusquillo de Esgueva, encontrándose azulejos con su mismo estilo y que se le pueden atribuir, entre otras, en las iglesias de San Pelayo de Olivares de Duero, Santa María Magdalena de Matapozuelos, San Andrés de Torre de Peñafiel, la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos y el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero. 

Hernando de Loaysa. Muro norte, tramo izquierdo
San Francisco de Asís, Santa Clara y San Antonio de Padua

     En su producción se mezclan los diseños repetitivos a base de formas geométricas y vegetales, siguiendo la técnica de arista, con complicadas composiciones figuradas pintadas sobre azulejos planos, como la que se conserva en la iglesia de Fuentes de Duero (La Cistérniga), las que realizara para el desaparecido colegio de San Gabriel de Valladolid y los zócalos que contratara en 1586 para el palacio vallisoletano del banquero Fabio Nelli de Espinosa, de que se conservan algunos restos en el Museo de Valladolid, en los que Hernando de Loaysa experimenta por primera vez un lenguaje ornamental, de procedencia italiana, consistente en combinar cintas con motivos geométricos, elegidos con total libertad, junto a enmarcaciones de roleos y grutescos, con emblemas y escenas figuradas —alegorías, figuras mitológicas, animales, paisajes, etc.— de formato cuadrado, rectangular, circular u ovalado, conformando un repertorio profano ajeno a los temas devocionales impuestos por los conventos. 

Por esos años realiza los magníficos frontales de la capilla de San Francisco y de la escalera del claustro del convento de Santa Isabel de Hungría de Valladolid, muy similares a los de Fuentes de Duero, así como otros trabajos para el convento vallisoletano de Santa Cruz de las Comendadoras de Santiago y en 1587 para el desaparecido convento de la Trinidad. 

Hernando de Loaysa. Muro norte, tramo derecho
Santo Tomás y Santiago el Mayor


     En 1592, tras la muerte de su esposa María Díez, regresaba a su taller de Talavera de la Reina y desde allí atendió el encargo que recibiera en 1595 del duque del Infantado, que había conocido el trabajo realizado en Valladolid para Fabio Nelli, de realizar zócalos similares para el Salón de Linajes del palacio que el duque disponía en Guadalajara, una obra que constituiría una de las mejores series de azulejería talaverana y de la que se conservan restos en dicho Palacio del Infantado, hoy reconvertido en Museo de Guadalajara, después de que los zócalos fueran retirados en su totalidad durante la reconstrucción del emblemático edificio en los años 60 y 70, tras haber sido casi destruido por un bombardeo el 6 de diciembre de 1936. 

Es posible que Hernando de Loaysa regresara a Valladolid hacia 1600, ocupándose de la ornamentación de la capilla de la casa de recreo que Fabio Nelli de Espinosa tenía en la Vega de Porras (Boecillo). 

En la elaboración de zócalos, también denominados arrimaderos, que suelen ocupar aproximadamente dos tercios del paramento y tienen una función tanto ornamental como protectora, Hernando de Loaysa no sólo demuestra dominar técnicamente a la perfección el arte del azulejo, sino que también aporta unos diseños ornamentales de gran colorido y ajustados a la más pura estética renacentista, dejando su impronta personal en el empleo de óxidos metálicos, como el azul de cobalto, el amarillo de antimonio o las gamas de negros y morados derivados del manganeso. Con su decisiva aportación, contribuyó a que perviviera el monopolio de obras talaveranas hasta finales del siglo XVIII. 

Hernando de Loaysa. Muro norte, tramo derecho
San Felipe y San Pablo

     Tras la desaparición de Hernando de Loaysa, siguieron trabajando en Valladolid otros maestros procedentes de Talavera, destacando Alonso de Figueroa Gaytán, que entre 1601 y 1604 trabajó para el Palacio Real de Felipe III, entre 1610 y 1618 realizando toda la obra del convento de Nuestra Señora de Porta Coeli y de la aneja Casa de las Aldabas del marqués de Siete Iglesias, y en 1616 en el refectorio del convento de Santa Catalina de Siena y en el frontal de altar de la capilla del Cristo del convento de la Concepción del Carmen.

Otros azulejeros destacables en Valladolid fueron Juan Fernández de Oropesa, yerno de Hernando de Loaysa; el talaverano Antonio Díaz, que atendió a Diego de Tilla, boticario vecino de Valladolid; y Juan de la Espada, que en 1640 realizaba azulejos para el claustro del desaparecido convento de San Francisco.


 

LA SINGULAR CAPILLA DE SAN FRANCISCO DEL CONVENTO DE SANTA ISABEL

Hernando de Loaysa. Capilla de San Francisco
Bancos laterales y pavimento del altar

     El convento de Santa Isabel había sido fundado por doña Juana y doña Beatriz de Hermosilla en 1472, siendo un beaterio de religiosas franciscanas que recibió la autorización del papa Inocencio VIII en 1484, aunque fue en 1620 cuando adquirió la regla de clausura y velo.

La iglesia se levantó a principios del siglo XVI y se modificó en la segunda mitad del siglo bajo la dirección del palentino Bartolomé de Solórzano, que trabajó con el patrocinio de doña Isabel de Solórzano, viuda del contador de lo Reyes Católicos Diego de la Muela. En estilo gótico y de una sola nave rectangular de dos tramos, dispone de un ábside plano y de coro alto sobre arcos escarzanos a los pies. La iglesia se une al claustro en el costado sur por una crujía de dependencias entre las que se encuentra la capilla de San Francisco, adquirida por don Francisco de Espinosa en 1550 para su enterramiento familiar, que yace en el centro de la capilla junto a su esposa doña Catalina de Herrera.

La capilla de San Francisco tiene planta rectangular y está cubierta con dos bóvedas de crucería estrellada cuyas nervaduras en yeso podrían ser obra de Jerónimo Corral de Villalpando. En el testero aparecen colocados dos medallones que responden al estilo de Juan de Juni, autor de la imagen de San Francisco que preside el pequeño retablo de la capilla. 

Hernando de Loaysa. Muro sur
Banco corrido y santos franciscanos

La parte inferior del zócalo está compuesta por azulejos de arista que se ajustan a los bancos que recorren tres de los muros de la capilla. Arranca, a modo de rodapié, con una cinta con motivos vegetales en verde, azul y marrón sobre fondo blanco. Sobre este se insertan dos filas de azulejos de ruedecilla (en este caso conformando cada cuatro un motivo decorativo de gran tamaño) en los mismos colores, estableciendo una serie de formas cuadrilobuladas con motivos vegetales en su interior y acompañadas por cadenetas con bolas y flores. Este motivo se repite en los asientos del banco y los respaldos, aunque en las dos primeras filas del zócalo en algunas zonas se sustituye por otro motivo con un diseño floral inscrito en un círculo y flanqueado por motivos vegetales, incluyendo frutos y flores, que conforman formas romboidales. Se remata en los bordes con alízares de color verde.

Sobre el banco, todo el zócalo está recorrido por una hilada de azulejos de arista, con formas vegetales que adoptan la forma de cráteras, en color verde, azul y amarillo sobre fondo blanco, mientras en el muro sur se sustituyen por una sucesión de palmetas. El mismo repertorio decorativo se repite en el avance del altar, a cuyos lados se encuentra una franja de pavimento con diseños romboidales en colores verde y blanco. 

Hernando de Loaysa. Muro sur
San Bernardino, San Pedro Mártir y San Acurso

     Realmente atractivo es el remate del zócalo, compuesto por azulejos planos pintados que establecen dos filas de azulejos con motivos geométricos repetitivos, el inferior con círculos encadenados y una flor en su interior, en blanco sobre fondo azul, y el superior siguiendo formas de roleos sobre fondo amarillo. Entre estas filas se insertan tres filas de azulejos en los que aparecen figuraciones de santos separados por arcos escarzanos que se apoyan sobre pilastras azules decoradas con grutescos, con capiteles dóricos y figuras híbridas en las enjutas. Todo el santoral aparece colocado sobre un fondo paisajístico muy elemental que se continúa tras la arquería, incluyendo en la mayoría de los santos una inscripción identificativa. 

El amplio santoral pintado

A la izquierda de la entrada, sobre el banco del muro oeste, aparecen nueve arcos que albergan las representaciones de San Gregorio, Santa Cecilia, San Jerónimo, Santa Margarita, San Juan Evangelista, San Juan Bautista, Santa Ana, San Agustín y San Ildefonso. Estos enlazan en la pared contigua del muro norte, con la que forma rincón, con ocho arquerías bajo las que aparecen San Bernardo, Santa Isabel de Hungría, San Francisco de Asis, Santa Clara, San Antonio de Padua, Santa Catalina, San Buenaventura y San Luis

Hernando de Loaysa. Muro sur
San Acurso, San Adyuto y San Berardo (Mártires de Marrakech)

     En la misma pared norte, superado el vano que se abre a la nave de la iglesia, se encuentran otras ocho arquerías con Santo Tomás, Santiago, San Felipe, San Pablo, San Pedro, posiblemente San Matías, San Judas Tadeo y Santa Lucía formando rincón.

El esquema se repite, tras pasar el altar, en la pared opuesta orientada al sur, donde aparece Santa Inés formando rincón y a continuación San Andrés, posiblemente Santiago el Menor, María Magdalena, posiblemente San Simón y San Bartolomé. El zócalo se interrumpe hacia la mitad del muro por estar adosado a este un soporte pétreo sobre el que reposa un retablo-vitrina que alberga la imagen de un Cristo yacente —atribuible a un seguidor de Berruguete— utilizado en los ritos conventuales de Semana Santa. A continuación, hacia la puerta de entrada y en el mismo muro sur, se encuentran las figuraciones de San Mateo, San Bernardino, San Pedro Mártir, San Acurso, San Adyuto y San Berardo, siendo estos cuatro últimos frailes franciscanos conocidos como los Mártires de Marrakech, muertos en Marruecos en 1220.

 

Hernando de Loaysa. Muro norte
San Antonio, Santa Catalina y San Buenaventura

     Asimismo, en la parte superior de la escalera que desde el claustro sube al primer piso del mismo, se encuentran dos obras más de Hernando de Loaysa: el frontal de una mesa de altar alojado dentro de una hornacina, así como el pavimento sobre el que descansa, con superficies revestidas de azulejos de arista cuyo diseño representa flores verdes inscritas en círculos marrones y sobre un fondo blanco. Próximo a él, sobre el muro, se encuentra un panel mural que repite un esquema de santos bajo arquerías similar a los de la capilla de San Francisco, en este caso con triples arquerías dispuestas a dos niveles que están separados por una cinta decorada con nudos salomónicos y enmarcando todo el mural hiladas de azulejos decorados con ovas. Bajo las arquerías y compuestos por tres hiladas de azulejos pintados, en el nivel inferior aparecen representados Santa Margarita de Cortona, San Francisco de Asís y Santa Clara, que se corresponden en el nivel superior con San Juan Bautista, San Jerónimo y San Antonio de Padua. De nuevo, los colores básicos de esta composición son el azul, amarillo, naranja y verde con distintas intensidades. 



Hernando de Loaysa. Azulejos de arista en el respaldo del banco

     En el mundo de las artes aplicadas y decorativas la figura de Hernando de Loaysa en nuestros días está reconocida y valorada, aunque gran parte de su producción sea meramente testimonial, como ocurre con los fragmentos conservados en el Museo de Valladolid, en el Museo Arqueológico Nacional (fragmentos procedentes del palacio de los duques de Sessa en Torrijos), en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid y de la notable obra realizada en 1603, encargada en Portugal para el Palacio Ducal de Vila Viçosa, con motivo de los desposorios de Teodosio II, duque de Braganza, en todos estos casos poniendo de manifiesto el alto nivel conseguido por la azulejería talaverana renacentista, que el convento de Santa Isabel debe preservar para el futuro como la auténtica joya que es. 

 

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

Hernando de Loaysa. Azulejos de arista en el respaldo del banco
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Hernando de Loaysa. Mural en la escalera del claustro
San Juan Bautista, San Jerónimo, San Antonio de Padua
Santa Margarita de Cortona, San Francisco de Asís y Santa Clara
Convento de Santa Isabel, Valladolid
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WATTENBERG GARCÍA, Eloísa: Museo de Valladolid. Valladolid, 1997.

 






Hernando de Loaysa. Frontal de altar, azulejos de arista
Escalera del claustro, convento de Santa Isabel, Valladolid
















Hernando de Loaysa
Fragmento de zócalo del palacio de Fabio Nelli, 1589
Museo de Valladolid (Foto Wikipedia)











Hernando de Loaysa, panel cerámico, h. 1600
Procedente de Talavera de la Reina (Toledo)
Museo Arqueológico Nacional, Madrid







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