Hay lugares en Valladolid donde cada rincón evoca la presencia de personajes históricos cuya significativa actividad parece haber quedado impregnada en la piedra, perviviendo con fuerza su memoria en un entorno de silencio. Muestra de ello es el lugar donde se abrazan las moles constructivas del monasterio de las Huelgas Reales y la iglesia de la Magdalena, en otro tiempo emplazamiento de solaz y reposo junto a un prado idílico a extramuros de la ciudad, donde persiste la impronta de una mujer que protagonizó destacados capítulos de la historia de Castilla y León: la reina María de Molina.
Cuando se penetra en la iglesia de las Huelgas Reales de Valladolid aparece ante el altar lo que a primera vista parece el sepulcro de una de las abadesas del viejo monasterio cisterciense por su indumentaria, su libro y su rosario, pero una mirada detallada permite comprobar que se trata de una reina que muestra a gala su linaje y el privilegio fundacional del monasterio (ilustración 2). En efecto, los motivos figurados de la cama sepulcral nos informan que se trata de un personaje regio por la presencia de seis cabezas de leones colocadas en la base, de otras tantas figurillas de este animal colocadas en el lecho, el perro como símbolo de fidelidad a los pies de la dama y, sobre todo, la escena frontal en que aparece caracterizada como reina entregando a siete monjas, cubiertas con pintorescos tocados, el acta fundacional del monasterio (ilustración 1), con una clara alusión a la orden cisterciense por la colocación en los costados de los relieves de San Bernardo y la Virgen María, patronos de la orden (ilustraciones 3 y 4). La identidad de la reina queda desvelada por los elocuentes escudos del reino de Castilla y León, en virtud de su condición de reina consorte, y los escudos con leones rampantes rodeados de ocho castillos, armas heredadas de su padre el infante don Alfonso de Molina, hijo del rey Alfonso IX de León.
Todos estos elementos contribuyen a identificar la discreta efigie de la dama yacente como María de Molina, que aparece vestida con una saya ajustada con ceñidor y un manto de escasos pliegues, con su cabeza cubierta por un velo y reposando sobre dos almohadones, mientras sus manos se cruzan a la altura de la cintura portando un rosario y un libro. Es un sepulcro exento, labrado en alabastro y de líneas goticistas que por sus características bien pudo ser realizado entre 1410 y 1440, cien años después del fallecimiento de la reina. Su presencia supone un resto honorífico conservado por la comunidad para perpetuar la memoria de la fundadora en la iglesia que fuera reconstruida en 1579, momento en que se añadieron las pilastras acanaladas que figuran en los ángulos del sepulcro.
La vallisoletana María Alfonso de Meneses, que pasaría a la Historia como la reina María de Molina, fue protagonista de una novelesca biografía en la que hizo frente a las intrigas palaciegas de su tiempo, cuya vida inspiró a Tirso de Molina su obra "La prudencia en la mujer", escrita en 1622, pues prudencia, inteligencia, carácter decidido, religiosidad y afán pacificador fueron las virtudes que definieron su fuerte personalidad.
La vinculación de María de Molina con Valladolid data del último cuarto del siglo XIII, cuando el palacio que compartía con su esposo Sancho IV el Bravo ocupaba los terrenos que hoy abarca el actual recinto escolar de las Huelgas Reales, en las inmediaciones de un monasterio femenino de la orden cisterciense que había sido fundado por doña Sancha, hermana de Alfonso VII, tras obtener la autorización en 1282 del obispo de Palencia. Aquel primer convento fue levantado en el arrabal de San Juan, actual calle de Santa Lucía, donde subsistió hasta que pasados 38 años fue destruido por un incendio.
El nuevo templo era humilde y trazado en el estilo gótico imperante en la época, pero al estar adosado al palacio real el recinto fue fortificado en esos conflictivos años con una cerca de ladrillo y puertas destacadas como torres de guardia, una obra en la que se emplearon alarifes mudéjares y de la que perviven restos de un friso con yeserías, conservado en el interior del monasterio, y la sugestiva torre de la puerta principal, presidida por un monumental arco túmido y la entrada con la tradicional forma de recodo de la arquitectura islámica, únicos ejemplares conservados en Valladolid de este peculiar estilo hispánico, hoy situado a pocos metros de la iglesia de la Magdalena y poco visible por encontrarse dentro del patio del actual colegio de las Huelgas Reales (ilustraciones 6 y 7). Esta insólita construcción de ladrillo y las yeserías decorativas, hoy totalmente descontextualizadas, pero afortunadamente conservadas, fueron testigo de excepción del incendio del palacio en 1328, durante el feroz asalto a la ciudad de Valladolid de Alfonso XI el Justiciero, nieto de María de Molina, que transcurridos siete años de la muerte de su abuela emprendió la destrucción del palacio y del convento dando orden expresa de respetar únicamente el enterramiento de su abuela María.
Un hecho que no hubiera sido del agrado de María de Molina, que en vida había favorecido la actividad de aquel monasterio, llegando a redactar en 1321 un testamento en el que dispuso ser enterrada en su iglesia, así como la celebración de diez mil misas por su alma y el nombramiento de cinco capellanes perpetuos que se ocuparan de ello.
Del conjunto de aquellas construcciones medievales, afectadas por los duros ataques, quedan muy pocos restos, apenas reducidos a los restos de la capilla de San Bernardo, con bóveda de crucería y un rosetón de piedra en el muro, muy modificada en tiempos recientes, y la citada puerta mudéjar que aparece desprovista de la mayor parte de sus elementos, pues a partir de 1579 se renovaron la iglesia y las dependencias conventuales por iniciativa de la abadesa Ana Quijada de Mendoza, ocupándose los arquitectos Juan de Nates y Mateo de Elorriaga de levantar el nuevo edificio en ladrillo y tapial, con piedra reservada a ciertos elementos, como la austera portada de piedra de la iglesia en la que figuran dos cadenas que proclaman ser residencia real (ilustración 9). El templo sigue el esquema jesuítico de Villagarcía de Campos y en él predominan las formas clasicistas en boga en Valladolid a finales del siglo XVI por influencia herreriana, con numerosos elementos tomados de Palladio, como los arcos termales del crucero y los óculos en las capillas como ventanas. Para el equipamiento del nuevo templo a principios del siglo XVII fue encargado un retablo mayor de grandes dimensiones que fue trazado en 1613 por Francisco de Praves y completado con esculturas de Gregorio Fernández, llegado a Valladolid hacía escasos años, y pinturas de Tomás de Prado, en cuyo ático se repiten los emblemas de la reina fundadora, cuyo sepulcro se conservó a pocos metros del altar. El silencio conventual hace rememorar los avatares y conflictos de los que fueron protagonistas aquellos lugares y la propia reina.
Hay que retrotraerse al 1 de julio de 1321 para imaginar la tristeza de los vallisoletanos al enterarse de que la reina, tan querida en la ciudad, había muerto a punto de cumplir sesenta años en el convento de San Francisco y rodeada de todos los prelados del reino, fuera de su palacio por encontrarse el recinto de las Huelgas Reales en obras. Como señal de agradecimiento sus funerales fueron solemnes, pues nadie olvidaba lo que había beneficiado a la ciudad. A los franciscanos les había donado una serie de casas próximas a su convento, había tutelado a los dominicos para la construcción del convento de San Pablo, a las monjas cistercienses les había entregado buena parte de su palacio de las Huelgas Reales y el pueblo conocía su afán pacificador en los terribles episodios de la lucha por el poder. Todos arroparon el sepelio celebrado en las Huelgas Reales, donde fue enterrada junto al altar según su expreso deseo y cuyo grato recuerdo quedó plasmado años después en el bello sepulcro que preside el crucero de la iglesia (ilustración 10).
TRES VECES REINA Y SIEMPRE LIGADA A VALLADOLID
María de Molina había nacido alrededor de 1260 cerca del monasterio de Santa María de Palazuelos (Corcos de Aguilarejo, hoy en el término de Cabezón de Pisuerga), que en el siglo XIII llegó a ser cabeza de la Orden del Císter en Castilla. Era hija del infante Alfonso de Molina, hermano de Fernando III, y de su tercera esposa, Mayor Alfonso de Meneses, que fue enterrada en Palazuelos. El destino la llevaría a ejercer tres veces como reina: como esposa de Sancho IV, como madre de Fernando IV y como abuela de Alfonso XI, en las tres ocasiones en medio de grandes conflictos que le produjeron innumerables desvelos que afrontó con valentía.
Los primeros problemas comenzaron al contraer matrimonio con su primo el rey Sancho IV, hijo de Alfonso X el Sabio y doña Violante, que por razones de grado de parentesco estaba prohibido canónicamente, pues ella era nieta y él bisnieto de Alfonso IX de León y además ya estaba casado y tenía hijos ilegítimos, pero, a pesar de la oposición general, consumaron su enlace en Toledo en junio de 1282. Ello provocó que el papa Martín IV exigiera a los obispos castellanos invalidar la unión y que fueran excomulgados por "incestas nuptias, excessus enormitas y publica infamia", convirtiéndose la obtención de la licencia pontificia, con el fin de validar la descendencia, en una obsesión durante mucho tiempo. En 1283 nacía la infanta Isabel, la primera de sus siete hijos, en la ciudad de Toro.
A la oposición de Alfonso X el Sabio al matrimonio de Sancho y María se sumó la indecisión de este monarca respecto a las leyes sucesorias. El rey sabio había escrito en las Partidas, ajustándose al derecho romano, que la herencia al trono correspondía al primogénito y su descendencia, pero esta ley no fue promulgada oficialmente, de modo que cuando en 1275 se produce la muerte de Fernando de la Cerda, infante heredero, se aplicó la tradición de pasar los derechos al trono al mayor de los hijos vivos, en este caso a su hermano don Sancho.
Por este motivo, Sancho tuvo que enfrentarse a su propio padre y a sus sobrinos los infantes de la Cerda, surgiendo en sectores de la nobleza banderías enfrentadas a favor de unos y de otros dando lugar a una guerra civil y una fuerte crisis económica. La situación se complicó al ser Blanca, madre de los infantes, tía del rey de Francia, que presionó al papado para que no validara la unión de Sancho y María de Molina. Esto también fue un pretexto para la realeza de Aragón, que apoyó a los de la Cerda para conseguir el apoyo castellano en su enfrentamiento con Francia por los territorios italianos, exigiera a don Sancho el repudio de su esposa, cosa que no sólo no hizo, sino que en 1293 le concedió el Señorío de Molina, que desde entonces quedaría unido a su nombre.
Teniendo el respaldo de buena parte de la nobleza vallisoletana, Sancho y María asentaron su palacio en Valladolid, donde ella pasaba largas temporadas. Allí se enteró en 1294 de la traición del infante don Juan, su cuñado, que había capturado al hijo de don Alfonso Pérez de Guzmán, conocido como "Guzmán el Bueno", y se lo había entregado a los benimerines, que a cambio exigieron la plaza de Tarifa dando lugar a un episodio heroico por parte del leonés. En las expediciones contra la resistencia del sur María de Molina participó personalmente, compartiendo con su esposo todos los problemas de estrategia militar y encargándose del aprovisionamiento de las tropas.
Su primera intervención relevante se produjo cuando a la muerte de Sancho IV el 25 de abril de 1295, según decisión testamentaria, tuvo que hacerse cargo como regente de los derechos de su hijo Fernando IV, que por entonces contaba tan sólo con diez años de edad. Todavía sobrevolaba la amenaza de que algunos sectores nobiliarios intentaran el asalto al poder al considerar al heredero como ilegítimo, pues no se había conseguido la dispensa pontificia. María de Molina recurrirá a convocar Cortes para buscar el apoyo de los concejos frente a la nobleza, produciéndose entre 1293 y 1312 en Valladolid, donde María de Molina ejercía como señora de la villa, hasta seis convocatorias (ilustración 8). Convertida en el centro de gobierno castellano, la ciudad recibió privilegios mercantiles, lo que produjo un aumento de población que obligó a una ampliación de sus primitivas murallas. Debido a la prolongada residencia de la reina en la ciudad, en Valladolid nacen, en 1287 y 1290 respectivamente, sus hijos Alfonso y Pedro y en Valladolid muere el mayor de ellos, que fue enterrado en el convento de San Pedro.
Durante la minoría de edad de Fernando IV, creyendo en la supuesta debilidad de María de Molina, nobles y ambiciosos personajes intentaron hacerse con el trono. Regresó a Castilla Enrique el Senador, hermano de Alfonso X, que se sumó a los intentos de asalto al poder pretendiendo hacerse tutor del rey niño, Castilla fue invadida por portugueses y aragoneses y fue reconocido por los adversarios como rey de León al infante don Juan, el traidor de Tarifa, y como rey de Castilla a Alfonso de la Cerda, momento de caos que Jaime II de Aragón aprovechó para arrebatar a Castilla el reino de Murcia.
Pero María de Molina con temple y con el apoyo de los concejos, en 1301 consiguió pagar la bula de legitimación de su matrimonio, momento en que Fernando IV alcanzaba a los dieciséis años la mayoría de edad. Aquí comenzaba otro capítulo doloroso, pues el débil monarca se dejó influir por las banderías nobiliarias hasta enfrentarse a su madre. Ante esta situación, el pueblo se amparó en la figura de la que fuera reina regente, siendo requerida por los concejos por encima del rey para tratar asuntos de importancia, consiguiendo con paciencia apaciguar y reconciliar la vida castellana a través de la Hermandad de Ciudades. Ante la evidencia, los nobles renunciaron a practicar sistemáticos ataques a la reina, que había dilapidado su fortuna para resolver los problemas del reino. Como compensación, María de Molina se convirtió en depositaria de los sellos de Castilla y en el acuerdo de Ágreda de 1301 recuperó el reino de Murcia y paró definitivamente las aspiraciones de Alfonso de la Cerda.
En esos años el rey Fernando IV, al frente de una nobleza no muy disciplinada, emprendió una campaña contra los musulmanes, de cuya expedición regresó enfermo para morir prematuramente en 1312. Y de nuevo el príncipe heredero, Alfonso XI, era un menor de tan sólo un año de edad. Y de nuevo su abuela, María de Molina, a pesar de una delicada salud desde hacía cuatro años, supo cumplir el papel de reina desde Valladolid durante mucho tiempo.
En ese periodo llegarían de nuevo la guerra y las intrigas a Castilla de la mano de don Juan Manuel, ante lo que reaccionó María de Molina con una férrea política. Finalmente, en las Cortes de Burgos de 1315 consiguió disipar las ambiciones de los intrigantes y la concordia entre la nobleza enfrentada. Incluso recurrió al papado para que mediara en los problemas castellanos, pero cuando en el verano de 1321 llegó el cardenal de Santa Sabina a Valladolid como legado pontificio, la reina agonizaba en el convento de San Francisco.
Hoy día, como hiciera el cronista Ambrosio de Morales en 1572, de todos aquellos acontecimientos sólo nos queda describir el sepulcro de las Huelgas Reales, apreciado testimonio de la energía de una mujer que creció en Tierra de Campos, fue madre de siete hijos, por tres veces reina de Castilla y León y durante toda su vida benefactora de la ciudad de Valladolid.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografía 2: Vallisoletvm.blogspot.com.
Fotografías 4 y 8: Wikipedia.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108943906
Documental de la serie de TVE "Mujeres en la Historia": MARÍA DE MOLINA, LA REINA SABIA
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Fotografía 2: Vallisoletvm.blogspot.com.
Fotografías 4 y 8: Wikipedia.
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Documental de la serie de TVE "Mujeres en la Historia": MARÍA DE MOLINA, LA REINA SABIA
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Gracias por la página web, cada día te superas José Miguel. El artículo sobre María Molina me ha encantado, enhorabuena por saber describir el contexto histórico y la personalidad de la Reina de forma tan clara. La elección de imágenes y estampas de toda la página es exquisita. Begoña
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