Entrada de Felipe II en Valladolid. J. Ruiz de Luna, 1939. Zaguán del Palacio Pimentel, Diputación Provincial de Valladolid |
Valladolid es una ciudad que puede sentirse
orgullosa de su pasado y de su relevante papel en la atribulada Historia de
España. Por este motivo, a lo largo del tiempo, algunos artistas procuraron
dejar un testimonio plástico de ciertos acontecimientos que desde la época fundacional
de la ciudad fueron configurando su devenir histórico, una labor casi siempre
llevada a cabo por una serie de autores desconocidos que en unas ocasiones
atendieron encargos oficiales y en otras dieron rienda suelta a su imaginación
para rendir un sincero tributo a la historia de la ciudad.
Hoy vamos a mostrar algunos ejemplos que adquieren
un especial significado en la época que nos toca vivir, donde la cultura de la
imagen prevalece por encima de todo, a pesar de que en la mayoría de los casos
las escenas muestren una reinvención de la realidad histórica y una
idealización del pasado que no restan valor a lo que supusieron cada uno de los
acontecimientos representados, todos distantes entre sí en el tiempo y referidos
a nuestra pequeña historia, aunque algunos tuvieran resonancia internacional.
EL CONDE ANSÚREZ Y DOÑA EYLO
CONTEMPLAN LOS PLANOS DE LA IGLESIA DE LA ANTIGUA
Luciano Sánchez Santarén, 1890.
Ayuntamiento de Mucientes
(Valladolid).
La iglesia de Santa María de la Antigua es uno de
los monumentos más significativos de Valladolid, adquiriendo la silueta de su airosa
torre románica un lugar destacado en la fisionomía de la ciudad desde el
momento de su construcción a principios del siglo XIII. Sin embargo, la
fundación del templo se remonta al siglo XI, cuando fue concebido por el Conde
Ansúrez como capilla privada de su palacio, después de haber propiciado también
la construcción de la colindante Colegiata de Santa María. Más tarde, durante
el siglo XIV, el espacio de la primitiva iglesia románica sería reconvertido en
un templo más espacioso y ajustado a las novedades góticas, aunque se
preservaran la torre y el pórtico románico.
Sepulcro del Conde Ansúrez en la catedral de Valladolid |
Esta vinculación de la iglesia de la Antigua a la
figura del Conde Ansúrez, promotor de la ciudad, fue el motivo que inspiró una
pintura historicista a Luciano Sánchez Santarén, pintor nacido en Mucientes
(Valladolid) el 9 de enero de 1864, que al quedar huérfano de madre a los tres
años realizó su formación tutelado por parientes, primero en Fuensaldaña
(Valladolid) y después en Lugo, donde surgieron sus inquietudes artísticas.
Después de estudiar dibujo y pintura, primero en la ciudad gallega y después en
Toledo, con 18 años se trasladó a Madrid para completar sus estudios en la
Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, después Academia de Bellas
Artes de San Fernando, comenzando a presentarse, como era preceptivo para darse
a conocer, en distintas exposiciones de Bellas Artes de Madrid y Zaragoza,
aunque también lo hizo en la convocada en 1890 por el Círculo Calderón de la
Barca de Valladolid, en la que, tal vez por la añoranza de su tierra, ideó en
Madrid la pintura de "El Conde
Ansúrez y doña Eylo contemplando los planos de la iglesia de la Antigua",
que, aunque no fue ganadora, le abrió el camino a la plaza de profesor ayudante
numerario de Dibujo de Figura en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, que
consiguió en 1893, cumpliendo con ello su deseo de instalarse en la ciudad. En
Valladolid permanecería hasta su muerte el 11 de enero de 1945, dejando una
profunda huella no sólo como profesor de artes, sino también como miembro de la
Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, como uno de los fundadores
de la Coral Vallisoletana y como uno de los impulsores de la "Sociedad
Castellana de Excursiones".
Detalle del sepulcro del Conde Ansúrez. Catedral de Valladolid |
La pintura muestra una escena academicista que,
planteada como una reconstrucción histórica, muestra una ambientación medieval
y cotidiana que reinventa un asunto verídico, con las figuras de una elegante
doña Eylo reposando sobre un sillón frailero y a su lado su esposo, don Pedro
Ansúrez, de pie y acompañado por una pareja en un segundo plano invadido por la
penumbra, todos ellos con la mirada clavada en un pergamino que les presenta un
arquitecto en el que se aprecia con nitidez la planta y la torre de la iglesia
de la Antigua, aunque la figura más conseguida y original, tanto por su diseño
como por su colorido, es la del paje que ayuda a sujetar el plano de espaldas
al espectador, con un elegante contrapposto
y un tipo de pinceladas que recuerdan algunos personajes de Mariano Fortuny o
Vicente Palmaroli.
Curiosamente, esta obra de un pintor tan reconocido
por los artistas de su tiempo no se conserva en Valladolid, sino en las
dependencias del Ayuntamiento de Mucientes, su pueblo natal.
EL CONDE ANSÚREZ Y DOÑA EYLO EN
SU PALACIO CONTEMPLAN LOS PLANOS DE LA COLEGIATA DE SANTA MARÍA
Eugenio Oliva Rodrigo, 1901.
Salón de Baile del Círculo de
Recreo, Valladolid.
El año 1844 se fundaba en Valladolid la sociedad del
Círculo de Recreo, que poco después compraba un solar que perteneciera al
derribado convento de San Francisco. En él se levantó en 1853 un primer
edificio, obra del arquitecto Antonio Iturralde, que por resultar insuficiente
fue sustituido en 1901 por un flamante proyecto del arquitecto municipal Emilio
Baeza Eguiluz, que desplegó la estética imperante en el academicismo francés.
Originariamente, la planta baja estuvo concebida para la instalación de
comercios, aunque en 1914 este espacio se convirtió en la "Sala de
tertulia", visible desde la calle.
Lo que no son visibles son las dependencias
superiores, como la Biblioteca, la Sala de Juegos o el suntuoso Salón de Baile,
pieza clave del edificio, para cuya decoración el 21 de mayo de 1901 se convocó
un concurso al que se presentaron conocidos pintores locales y que ganó el
pintor palentino Eugenio Oliva Rodrigo (1852-1925), especializado muralista que
por entonces ejercía como catedrático de dibujo en el Instituto de Zamora, que plasmó
el sofisticado repertorio solicitado por la sociedad, en el que, junto a
escenas mitológicas de contenido simbólico, se cantan las glorias de
Valladolid.
Detalle del óleo de Eugenio Oliva en el Círculo de Recreo de Valladolid |
Presidiendo el Salón de Baile se encuentra una pintura
de gran formato que representa al Conde Ansúrez y doña Eylo, en su palacio
vallisoletano, atendiendo las explicaciones de un arquitecto que les muestra un
plano de la proyectada colegiata de Santa María la Mayor, en presencia de un
abad, un caballero y una dama de compañía.
Eugenio Oliva ha sabido impregnar a la escena de un contenido épico,
recreando la galería de un imaginario palacio en el que seis arcadas románicas
dejan vislumbrar al fondo el Puente Mayor, construido en 1080, según la
tradición, por iniciativa de doña Eylo, así como la identificación de los
personajes por la colocación de sus armas sobre los arcos y en un pendón
carmesí que destaca entre las ricas colgaduras de la parte superior.
Es de destacar que la figura del Conde Ansúrez,
ideada por Eugenio Oliva, anticipa la posterior iconografía del promotor de
Valladolid, aquella que el escultor Aurelio Carretero plasmara, posiblemente
conocedor de esta pintura, en el monumento erigido en 1903 en la Plaza Mayor
vallisoletana.
Como es habitual en la pintura de Eugenio Oliva, la
escena presenta gran dominio del dibujo, una composición diáfana, pinceladas
muy sueltas y un brillante colorido, hoy atemperado por el paso del tiempo
(pidiendo a gritos una limpieza), ajustándose a los gustos de la pintura
historicista de los comienzos del siglo XX.
MARÍA DE MOLINA PRESENTA A SU
HIJO FERNANDO IV EN LAS CORTES DE VALLADOLID DE 1295
Antonio Gisbert Pérez, 1863.
Palacio del Congreso de
Diputados, Madrid.
María Alfonso de Meneses, nacida hacia 1260 cerca
del monasterio de Santa María de Palazuelos (Corcos de Aguilarejos), era hija
del infante Alfonso de Molina, hermano de Fernando III, y de su tercera esposa,
Mayor Alfonso de Meneses. Esta mujer vallisoletana sería reconocida
históricamente como la insigne María de Molina, reina por tres veces
consecutivas, pues, después de su matrimonio con el rey Sancho IV en Toledo en
junio de 1282, llegó a ejercer como regente durante las minorías de edad de su
hijo Fernando IV y de su nieto Alfonso XI. María de Molina, mujer de profunda
religiosidad, tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida a grandes conflictos
que siempre afrontó con valentía a pesar de los desvelos, poniendo de
manifiesto todo un cúmulo de virtudes personales para el cargo político, como
prudencia, inteligencia, carácter decidido y afán pacificador.
Escena fundacional del Monasterio de las Huelgas Reales. Sepulcro de María de Molina, iglesia del Mº Huelgas Reales, Valladolid |
María de Molina y el rey Sancho IV levantaron su
palacio en Valladolid, donde ella solía pasar largas temporadas, aunque también
llegó a participar activamente en las campañas en territorios sureños,
encargándose del aprovisionamiento de las tropas. Al producirse la muerte de
don Sancho el 25 de abril de 1295, María de Molina defendió los derechos
dinásticos de su hijo, que sólo tenía 10 años, convocando Cortes en Valladolid para
intentar conseguir el apoyo de los concejos frente al intento de asalto al
poder de algunos sectores de la nobleza que consideraban ilegítimo al heredero,
dado que el matrimonio de sus padres no había conseguido la dispensa
pontificia. Con habilidad conseguiría que su hijo fuese proclamado como
Fernando IV de Castilla, asumiendo el papel de regente hasta su mayoría de
edad.
Esa convocatoria de Cortes en Valladolid en 1295,
tras la muerte de su esposo, es el tema representado en una pintura realizada
en 1863 por el Antonio Gisbert Pérez (Alcoy,1834–París,1902), reconocido pintor
especialista en pintura histórica, donde muestra un espacio constructivo de
estilo gótico en el que María de Molina, situada bajo un dosel que cobija el
trono, presenta oficialmente ante miembros de los concejos y nobles leales a su
hijo Fernando, que aparece portando un cetro como atributo de rey y al que
algunos muestran su fidelidad colocando su mano en el corazón.
Restos de la puerta mudéjar del palacio de María de Molina, Valladolid. |
Desde ese momento María de Molina ejercería con
temple como señora sobre la villa de Valladolid, que se convirtió en el centro
del gobierno castellano y recibió privilegios mercantiles, hecho que favoreció
un aumento demográfico que obligó a ampliar las primitivas murallas. El cargo
de reina regente finalizó en 1301, cuando su hijo Fernando alcanzaba la mayoría
de edad con 16 años y ella conseguía pagar la bula de legitimación de su
matrimonio.
Existe, sin embargo, una representación muy anterior
de María de Molina en su propio sepulcro, colocado en el centro del crucero de
la iglesia de las Huelgas Reales de Valladolid y labrado en alabastro entre
1410 y 1440, cien años después de su fallecimiento. En ella aparece
caracterizada como reina y sentada en un
sillón frailero, entregando a un grupo de monjas cistercienses el acta
fundacional del monasterio, para cuya construcción hizo donación de buena parte
de su palacio, que por entonces ocupaba unos terrenos del actual Prado de la
Magdalena y del que aún permanece en pie el torreón de acceso de la muralla. El
relieve perpetúa la memoria de la fundadora del convento, que asumió el nombre
del propio palacio de las Huelgas Reales, en origen un idílico lugar de
descanso para los monarcas situado a extramuros de la ciudad.
ENLACE MATRIMONIAL DE LOS REYES
CATÓLICOS
Taller de cerámica Mensaque
Rodríguez de Sevilla, 1928.
Plaza de España de Sevilla,
Palacio de la Exposición Iberoamericana de 1929.
A pesar de su calado histórico, el enlace
matrimonial de los Reyes Católicos, que tuvo lugar en la mañana del sábado 19
de octubre de 1469 en la "Sala Rica" del palacio de los Vivero de
Valladolid, estuvo rodeado de extrañas circunstancias, fruto de unas calculadas
maquinaciones por parte de los contrayentes, que contaron con la complicidad de
algunas jerarquías eclesiásticas. El enlace, con pretensiones más estratégicas y
políticas que amorosas, se llevó a cabo de forma casi clandestina, después de
haber falsificado el arzobispo de Toledo la bula preceptiva que debería haber
dispensado el papa Pío II, dadas las circunstancias de consanguinidad de la
pareja por ser hermanos los respectivos abuelos de Isabel y Fernando.
Detalle de la armadura mudéjar de par y nudillo de la Sala Rica del Palacio de los Vivero, bajo la que tuvo lugar el enlace de los Reyes Católicos. |
Sin embargo, este célebre matrimonio permanecería
estable durante toda su vida, favoreciendo con la unión de los reinos de
Castilla y Aragón no sólo una serie de hechos determinantes para la Historia de
España, como la victoria sobre el reino nazarí de Granada, logrando con ello
tanto la unidad peninsular y un período de estabilidad sociopolítica, sino
también un hecho tan trascendental como favorecer el descubrimiento de América
después de apoyar las tesis de Cristóbal Colón, protagonizando durante su
reinado el cambio decisivo del mundo medieval a la época moderna.
Cuando en 1929, con motivo de la Exposición
Iberoamericana de Sevilla, el arquitecto Aníbal González diseñó un gran
pabellón dedicado a España, decidió incorporar a la fachada una serie de bancos
de azulejería cerámica dedicados a la totalidad de las provincias españolas,
cuya dirección artística fue encomendada al profesor Murillo Herrera, que
después repartiría los trabajos entre distintos talleres de cerámica sobre la
base de un diseño común a todas las provincias. Para ello fueron consultadas
diputaciones y ayuntamientos sobre los temas más representativos de cada ciudad.
En Valladolid se decidió que la escena central mostrase el matrimonio de los
Reyes Católicos, considerado como un acontecimiento trascendental de gran calado
nacional, para lo que fueron enviadas las directrices temáticas que finalmente
recalaron en la fábrica sevillana Mensaque Rodríguez, a la que se encomendó la
azulejería del banco de Valladolid, que en los laterales también incluyeron
vistas del Monumento a Colón y de la fachada del Colegio de San Gregorio.
Aspecto actual del patio del Palacio de los Vivero, Valladolid. |
En la escena se recrea con mucha libertad el
acontecimiento, con un entorno espacial de aspecto palaciego decorado con los
tapices y las ricas colgaduras que las crónicas aseguran colocó Juan de Vivero
en su palacio, Isabel y Fernando con elegante indumentaria ante el oficiante
Pedro López, caracterizado de obispo, y alrededor un nutrido grupo de
acompañantes, hombres, mujeres, eclesiásticos, pajes y maceros entre los que es difícil identificar a don
Fadrique, Almirante de Castilla, y a doña María, esposa de Juan de Vivero, que
ejercieron como padrinos. En la representación se incluyen numerosos
personajes, acordes con los cerca de dos mil que en el oportuno banquete
aclamaron a los nuevos esposos, que pasaron su noche de bodas en el castillo de
Fuensaldaña.
Como dato anecdótico, hay que recordar que la
primera versión de este mural fue rechazada por un anacronismo según criterios académicos,
al aparecer en origen la actual figura del macero vestido de azul del primer plano como
un heraldo con los emblemas de los cuatro reinos peninsulares en su
indumentaria, reinos que no se agruparían hasta pasadas varias décadas de la
fecha del enlace que se representa en los azulejos. El error histórico fue subsanado y la escena fue presentada como se aprecia en la actualidad.
(Continuará)
Informe: J.
M. Travieso
* * * * *
Con el mismo tema de Doña Eylo y el Conde Ansúrez "construyendo" la ciudad, tenemos la decoración del techo del salón de ceremonias del Ayuntamiento. Es obra del cubano Osmundo Gómez y se puede ver al Conde y doña Eylo charlando mientras miran el plano de la iglesia de la Antigua. El conde apunta con su dedo hacia el lugar dónde se supone va a ser construida. Detrás de la pareja, los caballeros del Conde, con sus armas por el suelo, esperan pacientemente a que la ciudad sea organizada.
ResponderEliminarInteresante ejercicio el de ver como diferentes artistas en diferentes épocas han representado un mismo hecho.
Salu2
Mara Castaño
www.mara-guia-castilla-y-leon.es