SEPULCROS DE
DON FELIPE DE CASTILLA E INÉS RODRÍGUEZ GIRÓN
Anónimo
(Antón Pérez de Carrión?)
Último
cuarto siglo XIII
Piedra
policromada
Iglesia de
Santa María de Villalcázar de Sirga (Palencia)
Escultura
gótica funeraria
Iglesia de Santa María. Villalcázar de Sirga (Palencia) |
Durante la segunda mitad del siglo XIII fueron
prolíficos los escultores y canteros que trabajaron en Castilla y León
realizando obras para las catedrales, templos del ámbito rural y monasterios,
generalmente con un sentimiento heredado del arte románico precedente, al que
fueron incorporando las inevitables influencias de la corriente gótica francesa
hasta llegar a reflejar en ocasiones el nuevo estilo con una gran pureza. Esto
también afectó a la escultura funeraria y en ese contexto de transformación
debemos encuadrar los magníficos sepulcros del infante don Felipe y doña Inés
Rodríguez Girón que se conservan en la iglesia de Santa María de la villa
palentina de Villalcázar de Sirga, que se cuentan entre los mejores realizados
en ese periodo1.
Antes hemos de referirnos al sugestivo enclave en el
que se asientan los sepulcros, que no es otro que un impresionante templo
dedicado a Santa María la Blanca que fue levantado por los templarios, a mitad
de camino entre una fortaleza y una gigantesca iglesia colegial. La antigua
encomienda de la Orden del Temple en Villasirga
(así se denominaba la villa hasta 1661) fue la única del reino de Castilla enclavada
al norte de la frontera marcada por el Duero, ocupando un palacio y jardines
arrebatados a los árabes en el siglo XI, tras lo cual el conde Gómez Díaz y su
esposa Teresa Muñoz establecieron un condado que vincularon al monasterio de
San Zoilo de Carrión de los Condes.
Portada de la iglesia de Santa María y de la Capilla de Santiago |
El templo, en estilo gótico y con las
características de un alcázar, se comenzó a edificar por la Orden del Temple en
1274, cuando finalizaba el reinado de Alfonso X el Sabio, levantando junto a él
su propio monasterio (desaparecido) y un hospital (actualmente reconvertido en
mesón), así como una cerca defensiva que se extendía por el actual caserío como
reflejo del carácter guerrero de la Orden. Ello explica la cantidad de leyendas
relacionadas con los templarios que todavía perduran en torno a la iglesia,
como la existencia de tesoros ocultos, los secretos que desvelan los rayos del
sol en el equinoccio de primavera o los efectos telúricos de las corrientes
subterráneas que circulan por el subsuelo, a las que se accede desde el pozo
existente en la nave. Todo ello convierte al recinto en un lugar enigmático por
excelencia.
Ubicado en plena Ruta Jacobea, el templo pasaría
después a pertenecer a la Orden de Santiago, que en el siglo XIV levantó una
capilla, dedicada a Santiago, anexa a la majestuosa portada meridional del templo,
un espacio cubierto con bóveda de crucería, iluminado por un enorme rosetón
abierto en la fachada y decorado por ménsulas en las que figura el escudo de la
Orden de Santiago, su patrocinadora.
Sepulcro de doña Inés Rodríguez Girón |
De su historia más reciente hemos de recordar que la
iglesia de Santa María la Blanca acusó
los efectos del fatídico terremoto de Lisboa de 1755, que el templo fue
declarado Monumento Histórico Nacional en 1919 y que a la capilla de Santiago fueron
trasladados en 1936, por decisión de la Comisión de Monumentos de la provincia
de Palencia, tres sepulcros que hasta entonces permanecían en la nave del coro,
dos de ellos objeto de nuestra atención por sus altos valores artísticos e
iconográficos y todos relacionados con los importantes talleres escultóricos que
en la Edad Media se asentaron en el entorno de Carrión de los Condes, donde son
abundantes los vestigios conservados de los trabajos elaborados en aquellos talleres.
LOS SEPULCROS DEL INFANTE FELIPE DE CASTILLA E INÉS
RODRÍGUEZ GIRÓN
Breve semblante de los
personajes
Los enterramientos corresponden al infante don
Felipe de Castilla y a Inés Rodríguez Girón, su segunda esposa.
Nacido en 1231, Don
Felipe de Castilla era hijo del rey castellano Fernando III el Santo y su
primera esposa Beatriz de Suabia, figurando entre sus hermanos Alfonso X el
Sabio, rey de Castilla y León, don Fadrique de Castilla, ejecutado en 1277 por
orden de Alfonso X, y don Manuel de Castilla, padre de don Juan Manuel.
Su crianza fue encomendada por su abuela la reina
Berenguela de Castilla a don Rodrigo Jiménez de Rada, que llegaría a ser
arzobispo de Toledo. A instancias de su padre, su formación se orientó a la
carrera eclesiástica, para lo que fue alumno en París del futuro San Alberto
Magno. En 1249 era nombrado Procurador de la archidiócesis de Sevilla por el
papa Inocencio IV, que dos años más tarde le designaba como arzobispo de la
ciudad andaluza. También ocuparía los cargos de abad de la Colegiata de Santa
María de Valladolid, obispo de Osma y abad de la Colegiata de San Cosme y
Damián de Covarrubias (Burgos).
En 1258, a pesar de la oposición inicial de su
hermano el rey, conseguía la autorización para abandonar la carrera
eclesiástica y contraer matrimonio, a propuesta de Alfonso X, con la princesa
Cristina de Noruega, hija del rey Haakon IV, que en enero de 1258 llegó a
Valladolid, ciudad en la que se hallaba la corte y en la que se celebró el
enlace en abril de aquel año.
Por entonces Alfonso X el Sabio concedió varios
señoríos y posesiones al infante don Felipe de Castilla, del que algunas
fuentes aseguran que ingresó como caballero en la Orden del Temple. En 1261
asistió a las Cortes de Sevilla y en 1269 al enlace en Burgos del infante don
Fernando de la Cerda, hijo primogénito de Alfonso X que había nacido en Valladolid,
con la infanta doña Blanca de Francia, hija de Luis IX.
En 1262 fallecía en Sevilla la princesa Cristina de
Noruega sin dejar descendencia, siendo sepultada en la Colegiata de Covarrubias
donde su esposo había sido abad. Don Felipe contrajo nuevo matrimonio con doña
Inés Rodríguez Girón, hija de don Rodrigo González Girón, mayordomo de Fernando
III. El nuevo matrimonio no llegaría a durar tres años, pues doña Inés falleció
en 1265 y fue sepultada en la iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar
de Sirga.
Don Felipe de Castilla contraía un tercer matrimonio
con doña Leonor Ruiz de Castro, hija de don Rodrigo Ponce de Castro, señor de
Cigales, Mucientes y Santa Olalla, y de su esposa, doña Leonor González de
Lara. Fruto de este matrimonio nació el infante Felipe de Castilla y Rodríguez
de Castro, que murió siendo niño y fue enterrado en la iglesia de San Felices
del municipio burgalés de Amaya, donde también recibiría sepultura su madre
Leonor.
Fruto de relaciones extramatrimoniales, el infante don
Felipe de Castilla tuvo varios hijos: Alfonso Fernández, mayordomo de su tío
Alfonso X en 1283, y Beatriz Fernández, monja en el monasterio de las Huelgas
de Burgos.
Don Felipe de Castilla murió a los 43 años el 28 de
noviembre de 1274, siendo enterrado, junto a su segunda esposa, en la iglesia
de Santa María de Villalcázar de Sirga.
Como ya se ha dicho, Doña Inés Rodríguez Girón fue la segunda del infante don Felipe de
Castilla. Era una dama castellana hija de Rodrigo González Girón, señor de Frechilla,
Cisneros y Autillo de Campos, y de su segunda esposa Teresa López de Haro. Aunque se
desconoce la fecha exacta de su nacimiento, se sabe que su muerte se produjo en Sevilla en 1265 y fue enterrada en
Villalcázar de Sirga (Palencia).
Los sepulcros
Los sepulcros del infante don Felipe y su segunda
esposa doña Inés Rodríguez Girón aparecen juntos en la capilla de Santiago de
la iglesia de Santa María de Villalcázar de Sirga, siendo ligeramente más
pequeño el perteneciente a la dama, si bien su estilo delata que fueron
elaborados al mismo tiempo y por el mismo autor en el último cuarto del siglo
XIII. Junto a ellos también se encuentra el sepulcro de Juan de Pereira,
caballero de la Orden de Santiago, que presenta similares características,
aunque con decoración más sobria y elaborado en época posterior, alrededor del
segundo cuarto del siglo XIV.
Durante mucho tiempo, y así figura todavía en muchos
manuales, se ha identificado a la dama con doña Leonor Ruiz de Castro, tercera
esposa del infante, aunque el error queda evidenciado por los emblemas
heráldicos que decoran el sepulcro, pertenecientes a las familias Girón Cisneros
y Guevara Mendoza y no a la familia de los Castro2.
Sepulcro del infante don Felipe de Castilla |
Se trata de sepulcros exentos labrados en piedra,
con la cama sepulcral descansando sobre seis figuras de leones y grifos recostados, con
los frentes labrados con diferentes escenas y rematados por laudas en las que
aparecen labradas en relieve las figuras yacentes de los difuntos, siguiendo el
arquetipo de la época. Por sus similitudes estilísticas con el sepulcro de Nuño
Díaz de Castañeda, que procede de Aguilar de Campoo y aparece firmado, se
atribuyen al escultor Antón Pérez de Carrión, inspirador de los célebres
claustros de Carrión de los Condes.
El primer sepulcro, colocado a la entrada de la
capilla, es el de Inés Rodríguez Girón,
con la caja de una sola pieza descansando sobre leones y grifos, cerrada por
una lauda labrada con una longitud de 2,50 metros, con una menor anchura en los
pies que en la cabecera. Doña Inés aparece ricamente vestida con una larga
túnica que le cubre por completo y adornada con cintas recorridas por los
blasones de la familia, con un alto tocado ornamentado en la cabeza que se
sujeta con un barbuquejo y una cinta rizada que le cubre los labios. Con los
brazos cruzados a la altura del pecho, sujeta una panela que es el blasón de
los Pimentel, motivo por el que se ha interpretado como un pimiento, especie
que sin embargo llegaría desde América siglos más tarde.
La cabeza reposa sobre tres almohadones y sobre la
cabeza se yergue un doselete, que se apoya sobre finas columnillas laterales,
que adopta la forma de torreones arquitectónicos, motivo que se repite en los
enmarcamientos de las escenas laterales y que, al igual que la caída de los
paños, fueron concebidos por el escultor de forma vertical. En los laterales,
la lauda se decora con una colección de blasones costeros entre los que
aparecen algunos con la cruz de los Templarios y otros con corazones.
La cama sepulcral solamente presenta relieves en los
laterales, no en la cabecera y los pies. Los magníficos relieves se articulan
en forma de arquerías trilobuladas, inscritas dentro de arcos apuntados, que en
su interior albergan escenas que representan las ceremonias fúnebres y
religiosas de los entierros principescos de aquella época, con la escena
central de la muerte de doña Inés, más ancha que las seis laterales, escenas de
duelo con la presencia de plañideras y niños que se mesan los cabellos, y el
cortejo fúnebre presidido por un obispo con báculo y varios acólitos. Todas las
figuras están representadas con un minucioso detalle, en las indumentarias y
objetos, y una gran gesticulación, lo que les proporciona una gran
expresividad.
En las enjutas de los arcos, siguiendo los modelos
utilizados en las miniaturas y como reminiscencia románica, aparecen
castilletes y tejados que simbolizan a toda la ciudad. Asimismo, cada cara está
enmarcada por un orla en la que se repiten los blasones familiares en relieve,
que se alternan con la cruz del Temple. La colocación de leones soportando el
sepulcro desvela al espectador el carácter real del enterramiento. Todas las
labores escultóricas quedan realzadas por una policromía aplicada en la que
prevalecen los tonos rojos, azules y blancos, una paleta limitada pero muy
efectista.
El mismo esquema compositivo se repite en el
sepulcro del infante don Felipe de
Castilla, que presenta aún mayor riqueza, tanto por los detalles del
infante como por los relieves laterales que le recorren por completo. Don
Felipe, de rostro barbilampiño, también reposa sobre tres almohadones. Viste
túnica, manto real y el tipo de bonete ornamentado utilizado por los reyes, con
los brazos al pecho, sujetando una espada en su mano derecha y un halcón en la
izquierda, acompañándose de un perro, símbolo de fidelidad, recostado a sus
pies junto a dos conejos. Como en la figura de doña Inés, su cuerpo está
enmarcado por dos columnillas con capiteles sobre los que descansa un dosel con
castilletes en la cabecera, con los flancos recorridos por motivos heráldicos
en los que se alternan los blasones familiares con las cruces rojas de los templarios.
Las paredes de la cama sepulcral están recorridas
por escenas en relieve cobijadas bajo seis arcos trilobulados y amparados por
otros apuntados en los laterales y un amplio arco mixto en la cabecera y los
pies.
En ellas se repiten las escenas de la muerte, en
este caso ocupando toda la superficie de la cabecera, del duelo y del entierro.
La narración comienza en la superficie de la cabecera, donde se muestra la
muerte del infante, recostado en su lecho y acompañado por su esposa, dos
religiosos y cuatro personajes más. Sigue por un lateral con ocho plañideras,
la viuda de luto montada a caballo, tres caballeros escoltando a la viuda y el
féretro conducido por seis escuderos. Como era costumbre, delante del cortejo desfila
el caballo del infante, ricamente engalanado y portando dos escudos invertidos,
precedido por un heraldo y un portaestandarte y observado por un grupo de
personas que se mesan los cabellos en señal de dolor. Esta escena, situada en
la cara de los pies, es uno de los relieves funerarios más expresivos.
Siguen en la cara contigua una escena en la que
aparece la viuda acompañada de sus dueñas, damas de honor y plañideras, otra
con un grupo de frailes franciscanos, agustinos, cistercienses y benedictinos
en actitud de cantar responsos, y finamente el momento del sepelio, con
prelados, abades, y sirvientes en torno al sepulcro, mientras reza un oficiante
y dos sirvientes colocan la tapa, toda una crónica funeraria expresada con el
máximo detalle. Se acompaña de un friso inferior repleto de escudos —42 en
total— con las armas del infante y escudos templarios.
Virgen de las Cantigas en la Capilla de Santiago |
Peculiar en este sepulcro es la colocación de
pequeñas cabezas que se asoman por los ventanales de los castilletes colocados
en las enjutas de los arcos y las cuatro figuras de leones colocadas en los
ángulos y dos grifos centrales sobre las que descansa el sepulcro, figuras
simbólicas de fina labra relacionadas con los bestiarios medievales.
Los sepulcros han sido abiertos hasta en ocho
ocasiones, las últimas en 1897, donde se pudo comprobar la buena conservación
de la momia del infante, y en 1911, cuando por orden de Isabel II la capa,
bello textil del periodo almohade del siglo XIII, junto al birrete y una daga
del infante fueron depositados en el Museo Arqueológico de Madrid.
Para terminar diremos que en la misma capilla de
Santiago, a pocos metros de los sepulcros, se encuentra la llamada Virgen de las Cantigas o Virgen de
Villasirga, tallada en piedra y policromada en el siglo XIII, que representa a
la Virgen con el Niño sobre su rodilla izquierda y dos ángeles turiferarios
junto a la cabeza. Esta imagen fue cantada en cinco composiciones por el rey
Alfonso X el Sabio en Las Cantigas de
Santa María, hecho que asentó la celebridad de la villa en la Castilla
medieval.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 DURÁN SANPERE, Agustín y AINAUD DE LASARTE, Juan: Escultura gótica. Ars Hispaniae, Historia
Universal del Arte Hispánico, volumen VIII, Madrid, 1956, p.65.
2 PARTEARROYO, Cristina. Conferencia «Indumentaria del infante Don Felipe y de su esposa Doña Inés
procedente de los sepulcros de Villalcazar de Sirga» impartida el 10 de
marzo de 1994 en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
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