27 de julio de 2018

Excellentiam: SANTA CLARA, el trance de arrobamiento místico












SANTA CLARA
Gregorio Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo - Valladolid 1636)
Hacia 1630
Madera policromada
Monasterio de la Concepción (Madres Clarisas), Medina de Rioseco (Valladolid)
Escultura barroca española. Escuela castellana















Esta magnífica escultura devocional, que posee el inconfundible sello de Gregorio Fernández, hasta bien culminado el siglo XX había pasado inadvertida en la historiografía dedicada a este genial escultor barroco. Fue Jesús Urrea1 quien la sacaba del anonimato y la consideraba autógrafa del gran maestro con motivo de una exposición monográfica celebrada en Madrid entre noviembre de 1999 y enero de 2000, planteando al mismo tiempo algunas hipótesis sobre la llegada de la escultura al monasterio riosecano. Tras su presentación en Valladolid en enero de 2008 en la exposición "Gregorio Fernández: la gubia del Barroco" como obra indudable de este escultor2, ha sido el riosecano Ramón Pérez de Castro3 quien ha aportado algunos datos sobre las circunstancias del encargo de la obra y su llegada al monasterio de Medina de Rioseco. En base a todas estas aportaciones, hoy podemos reconstruir, al menos someramente, la historia de tan singular imagen.

EL MARCO: EL MONASTERIO DE SANTA CLARA

La fundación del monasterio de monjas clarisas en Medina de Rioseco se produjo bajo el mecenazgo de don Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla, que en esta ciudad también había patrocinado al desaparecido monasterio de Valdescopezo y al de San Francisco. Aunque la bula fundacional del Convento de la Concepción fue otorgada por el papa Inocencio VIII en 1491, fue en el año 1517 cuando, merced a una donación del Almirante, la comunidad se asentaba en los terrenos ocupados actualmente, en un paraje extramuros próximo al río Sequillo, recibiendo también ayuda económica para las primeras construcciones.

Apunta Pérez de Castro que previamente, tras la expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492, la antigua sinagoga se convirtió en iglesia de San Sebastián, en la que se asentó una comunidad de religiosas de la orden de San Francisco que pudo ser el germen del asentamiento de las monjas clarisas, igualmente franciscanas, en Medina de Rioseco.

En 1529 el arquitecto Gaspar de Solórzano trazaba los planos del monasterio y en 1546 era construido el claustro renacentista conservado. Sobre la primitiva iglesia, al parecer por su estado ruinoso, en 1610 se comenzaba a levantar el edificio actual, de acuerdo a los nuevos planteamientos del barroco y los principios de la Contrarreforma, siendo rematado e inaugurado en 1618. La austeridad de la iglesia primero se vio animada por un retablo mayor realizado por el taller de Pedro de Bolduque, perteneciente a una familia procedente de los Países Bajos y asentada en Medina de Rioseco, aunque en 1663 era sustituido por otro realizado por los riosecanos Lucas González y Francisco Rodríguez, con esculturas de Alonso de Rozas, al que se requería que siguieran los modelos de Gregorio Fernández4. Este segundo retablo fue destruido durante la francesada, siendo ocupado su lugar por otro trasladado desde la desaparecida capilla del Hospital de San Juan de Dios y Santa Ana, obra realizada en el último tercio del siglo XVII a la que se añadieron algunos elementos en la parte inferior para ajustarle al presbiterio de la capilla conventual, reservando la hornacina principal para la imagen titular de Santa Clara.

Tras sucesivas reformas realizadas en el convento en los siglos XVII, XVIII, y sobre todo en el XIX, la comunidad de monjas clarisas abandonaban el convento en diciembre de 2017, dejando atrás en Medina de Rioseco un importante patrimonio artístico y una ausencia de gran valor sentimental para la denominada Ciudad de los Almirantes.

LA OBRA: LA IMAGEN DE SANTA CLARA             

Según Ramón Pérez de Castro, en 1627 una imagen de Santa Clara fue encargada por un comerciante de Medina de Rioseco, cuya hermana había profesado en el monasterio, al desconocido escultor Gaspar de Barrios. Ante el incumplimiento del contrato, este escultor fue demandado por el comitente, que en el proceso judicial mostraba su queja por haber tenido que encargar la escultura del mismo tamaño a otro escultor por un precio más alto. Aunque en dicho pleito en ningún momento se menciona a Gregorio Fernández como autor final, a juzgar por las características de la escultura sin duda este fue el escultor requerido, que la habría realizado alrededor de 1630. En ese momento ostentaban el patronato del convento don Juan Alfonso Enríquez, IX Almirante de Castilla, y su esposa doña Luisa de Sandoval y Padilla, nieta del duque de Lerma, que posiblemente pudieron influir en la elección del escultor.  

Gregorio Fernández
Izda: Detalle de Santa Teresa, h. 1624. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Dcha: Detalle de Santa Clara, h. 1630. Monasterio de Santa Clara, Medina de Rioseco (Valladolid)
De dimensiones ligeramente menores al natural —158 cm. de altura—, la escultura sigue una iconografía tradicional en la representación de la santa: vestida con el hábito de la orden y portando en sus manos una custodia con la exposición del Santísimo Sacramento y un báculo alusivo a su condición de abadesa mitrada.

Santa Clara de Asís (1194-1253), que pertenecía a una noble familia, abandonó la vida mundana tras ser recibida por San Francisco en la capilla de la Porciúncula, pasando a recluirse, bajo la obediencia a la regla de la orden franciscana, en el convento de San Damián, donde, por deseo del santo poverello, aceptó el nombramiento de abadesa. De esta manera, como hija espiritual de San Francisco, se convertía en la fundadora de la orden que tomaba su nombre: las Clarisas. Por este motivo es representada vistiendo el hábito franciscano y sujetando el báculo abacial.

Gregorio Fernández
Izda: Detalle de Santa Escolástica. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Centro: Detalle de La Piedad o Quinta Angustia, h. 1627. Iglesia de San Martín, Valladolid
Dcha: Detalle de Santa Clara, h. 1630. Monasterio de Santa Clara, Medina de Rioseco (Valladolid)
Por otra parte, cuenta una crónica anónima que en el año 1230 los sarracenos se dirigieron desde la fortaleza de Nocera hasta el valle de Espoleto y allí trataron de invadir el convento de San Damián. Santa Clara, que en ese momento se hallaba convaleciente de una grave enfermedad, se hizo llevar a la puerta del convento portando una custodia con la hostia consagrada, con la que en un ejercicio de fe pidió protección al cielo en presencia de todas las monjas hermanas. Según la leyenda piadosa, al oírse una voz infantil que dijo "Yo os guardaré siempre", los sarracenos huyeron y abandonaron el sitio al monasterio. Este episodio es recordado con la inclusión de la custodia como atributo identificativo en las representaciones de la santa.

Así es representada por Gregorio Fernández, que impregna a la figura un gesto de arrobamiento místico que repetiría en otras esculturas de santos salidos de sus gubias, como en San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier (hacia 1622, iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid), en Santo Domingo de Guzmán (hacia 1625, iglesia de San Pablo, Valladolid) y en San Agustín (1629-1630, monasterio de la Encarnación, Madrid), pero sobre todo en la representación de Santa Teresa (hacia 1624, Museo Nacional de Escultura, Valladolid).

Gregorio Fernández
Izda: Detalle de Santa Isabel, 1621. Convento de Santa Isabel, Valladolid
Dcha: Detalle de Santa Teresa, h. 1624. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Santa Clara aparece de pie, dispuesta frontalmente y revestida del hábito negro de la orden, formado por una túnica de mangas anchas y ceñida a la cintura, con escapulario, amplio el manto y una toca de tres capas, una blanca de tejido liviano que le cubre la cabeza y el pecho dejando visible el rostro, otra blanca superpuesta a la cabeza con los bordes fruncidos, y una tercera negra como el manto que le cubre la cabeza y forma pliegues profundos sobre los hombros. En la escultura, realizada en su momento de mayor madurez, caracterizado por una tendencia al realismo más absoluto, los pliegues de los paños abandonan el aspecto quebrado, casi metálico, de su anterior producción, para tornarse en blandos y con una gran naturalidad. Estos mantienen en su policromía los tonos lisos, apareciendo el escapulario y el manto solamente ornamentados en los bordes con grandes cenefas con motivos vegetales encadenados, como ocurre en el santoral antes mencionado.

En este caso Gregorio Fernández impregna dinamismo a la figura mediante la colocación de los brazos a diferente altura, el ligero giro de la cabeza y la colocación de un efectista pliegue del escapulario en la parte inferior, prescindiendo de su personal hallazgo expresivo consistente en recoger parte del manto y sujetarle con una alfiler a la altura de la cintura estableciendo un juego de diagonales frontales, como ocurre en la representación de Santa Isabel de Hungría (1621, convento de Santa Isabel, Valladolid) y de Santa Teresa (hacia 1624, Museo Nacional de Escultura, Valladolid). Sin embargo, con esta última comparte las mismas ondulaciones de la toca a la altura del pecho y los minuciosos trabajos de fruncidos en los bordes de la misma.

Interior de la iglesia del monasterio de Santa Clara
Medina de Rioseco (Valladolid)
Los tonos neutros de la policromía de la indumentaria obligan a concentrar la mirada en los efectistas contrastes del busto y en la expresividad del rostro. Este, levantado y girado ligeramente hacia la derecha, responde al arquetipo creado por el escultor para las figuras femeninas, con forma ovalada, barbilla cuadrada, mentón remarcado, boca entreabierta, nariz recta y párpados redondeados, incluyendo ojos de cristal postizos, con las pupilas de color miel y la mirada dirigida a lo alto para enfatizar el gesto místico de arrobo y revelación divina. En este sentido, el rostro de Santa Clara presenta grandes similitudes con los de Santa Escolástica (Museo Nacional de Escultura) y la Virgen de la Piedad (hacia 1627, iglesia de San Martín, Valladolid), en los que el escultor repite los mismos modos expresivos.

Otra constante en la obra de Gregorio Fernández es la colocación de las manos con los dedos pulgar e índice flexionados para sujetar algún objeto postizo, en este caso una custodia sacramental realizada como pieza de orfebrería5 y el báculo de abadesa en madera recubierta de oro. Asimismo, la santa mantiene la corona original de tipo resplandor, formada por una diadema decorada con piedras fingidas y rayos decrecientes dorados. En el retablo aparece colocada sobre una bella peana que no fue expresamente elaborada para la escultura, sino reaprovechada por la comunidad clarisa, apareciendo recorrida por una inscripción que reza "RVM SOLA VIRGO LACRVM".

     En definitiva, se trata de una obra maestra impregnada del sentimiento religioso que el gran maestro gallego sabía infundir a sus obras devocionales, tanto por su propio carácter piadoso como por la perfecta adecuación de sus obras a los ideales contrarreformistas.     

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández 1576-1636. Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 2000, p. 128.

2 ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Santa Clara. En "Gregorio Fernández: la gubia del Barroco", Valladolid, 2008, p. 70.

3 PÉREZ DE CASTRO, Ramón: Santa Clara. En "Eucharistia/Las Edades del Hombre", Aranda de Duero, 2014, pp. 356-357.

4 ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Santa Clara. En "Gregorio Fernández: la gubia..., p. 70.

5 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández..., p. 128. La custodia que porta Santa Clara no es la original, sino otra más moderna que vino a reemplazarla.

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