SAN IGNACIO
DE LOYOLA Y SAN FRANCISCO JAVIER
Gregorio
Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo-Valladolid 1636)
Hacia 1622
Madera
policromada
Real Iglesia
de San Miguel y San Julián, Valladolid
Escultura barroca
española. Escuela castellana
El 12 de marzo de 1622 el papa Gregorio XV canonizaba
cinco nuevos santos: los españoles San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús, San
Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, junto al italiano San Felipe Neri. El
hecho fue celebrado en toda España con grandes festejos de todo tipo, tantos
cívicos como religiosos, proliferando en un clima de entusiasmo las procesiones
y los sermones. En el caso de Santa Teresa hemos de recordar, con motivo de su
beatificación en 1614, los múltiples sermones y las justas poéticas celebradas
en la corte madrileña, donde actuó como mantenedor Lope de Vega y donde
participó Cervantes cantando los éxtasis de la nueva beata1, fastos
que tuvieron su correlación en Valladolid, donde Gregorio Fernández hizo la
primera representación escultórica de la santa abulense, hoy en la iglesia del
Carmen Extramuros de Valladolid.
En efecto, una de las primeras consecuencias fue la
petición de sus representaciones iconográficas a los más afamados maestros,
especialmente desde las comunidades carmelitas y jesuíticas, que los artistas
tuvieron que inventar en base a diferentes fuentes de información. En plena
efervescencia barroca, la creación iconográfica se polarizó en torno a dos
focos cuyos talleres marcaban por entonces las tendencias estéticas del
momento: Valladolid y Sevilla.
San Ignacio de Loyola en su retablo de la iglesia de San Miguel de Valladolid |
En Valladolid el fenómeno no era nuevo, pues ya se
había experimentado pocos años antes con motivo de la beatificación de estos
santos, siendo Gregorio Fernández el creador de unos modelos arquetípicos que
tendrían una enorme aceptación. En el caso de Santa Teresa el escultor creó en 1615 el modelo ya citado de la
iglesia del Carmen Extramuros de Valladolid, repetido con fidelidad para el
convento de las Descalzas de Burgos, alcanzando mayor relevancia tras la
canonización de la santa, cuando Gregorio Fernández encontró como aliado al
padre Juan de Orbea, prior del convento del Carmen Calzado, Provincial de los
Carmelitas en Castilla, devoto de la santa abulense y ferviente admirador del escultor,
que ejerció como mecenas recomendando las obras del gallego a muchos conventos
carmelitanos.
Hacia 1624 Gregorio Fernández realizaba una segunda
versión de Santa Teresa para el convento
del Carmen Calzado, hoy en el Museo Nacional de Escultura, conociéndose por
Jesús Urrea2 las celebraciones con motivo de su canonización en la
iglesia de dicho convento, para las que en el taller de Gregorio Fernández se
elaboraron en imaginería ligera cuatro grandes ángeles que fueron colocados
sobre pedestales junto a los pilares del crucero, dos de ellos portando
estandartes (Museo Nacional de Escultura) y otros dos con función honorífica de
maceros (Catedral de Valladolid), teniendo continuidad los fastos en
celebraciones callejeras en las que fueron parte esencial los festejos taurinos3.
Retablo-relicario de San Ignacio de Loyola |
Otro tanto ocurriría con las imágenes de los santos
jesuitas San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, de los que
Gregorio Fernández disponía en Valladolid de fuentes suficientes para
informarse, pues es evidente que la Compañía de Jesús formaba parte de su
clientela habitual. En un mundo de apariencias como era el Barroco, fue común
que las instituciones intentaran consolidar su reputación, su prestigio y su autoridad
a través de imágenes elocuentes, siendo especialmente evidente el caso de la
Compañía de Jesús, que jugó un destacado papel en la propaganda del triunfo de
la Contrarreforma. Ajustándose plenamente a estos postulados, la orden encontró
un intérprete idóneo en Gregorio Fernández, que la benefició con la creación de
nuevas iconografías de los santos fundadores, cuya difusión fue determinante en
el arte durante décadas.
Como era habitual en sus centros, la Compañía de
Jesús, que en Valladolid contaba como benefactores a los condes de Fuensaldaña
como pertenecientes al linaje de los Borja, quiso contar en la iglesia con un importante
relicario. La obra se concertó en 1613 con el ensamblador Cristóbal Velázquez,
junto al que trabajarían sus hijos Francisco y Juan, así como Melchor de Beya,
ocupándose también todos ellos de elaborar las urnas y cartelas, mientras que a
Gregorio Fernández se encomendaban los bustos de los Santos Padres de la
Iglesia Latina y de la Iglesia Griega, en los que estuvo trabajando entre 1613
y 1616, así como la supervisión de la obra.
Poco después fue descartado el proyecto inicial de
un gran retablo relicario para decantarse por dos retablos relicarios
colaterales que irían colocados en el crucero y cuya traza se inspiraba en la
decoración proyectada por el arquitecto Girolamo Rainaldi para la fachada de
San Pedro del Vaticano en las fiestas de canonización de San Carlos Borromeo4, para los que Gregorio Fernández había concertado hasta treinta y tres
esculturas de distintos formatos.
Gregorio Fernández. San Ignacio de Loyola, h. 1622 Iglesia de San Miguel, Valladolid |
Sin embargo, la canonización de San Ignacio de
Loyola y San Francisco Javier en 1622 hizo replantear la disposición de la
estructura inicial de estos retablos, modificándose los áticos e incluyendo
grandes hornacinas centrales para albergar las imágenes de los nuevos santos
jesuitas. Las obras fueron encomendadas al ensamblador Marcos de Garay,
mientras que las esculturas de novedosa iconografía fueron solicitadas a
Gregorio Fernández, que debió comenzarlas poco después de que los santos fuesen
canonizados.
LA REPRESENTACIÓN DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
San Ignacio de Loyola fue el fundador de la Compañía
de Jesús, tras su contacto en París con un grupo en el que se encontraban Pedro
Fabro, Diego Laínez y Francisco Javier, siendo la Orden aprobada por el papa
Paulo III en 1540. Como el santo no se dejara retratar en vida, el día de su
muerte se hizo una mascarilla funeraria que fue coloreada por el piamontés P.
Giovanni Battista Velati. De ella se hicieron varias copias en cera, una de las
cuales fue traída a España por el padre Pedro de Ribadeneyra5, que,
para atenuar los rasgos mortuorios de la mascarilla, encargó al escultor
jesuita Domingo Beltrán un modelo en barro de la cabeza con las facciones
suavizadas. Este sería la fuente para el retrato realizado por el pintor Alonso
Sánchez Coello en 1585, del que haría dieciséis copias más, del grabado
realizado en 1597 por Pedro Perret, a petición del propio Ribadeneyra, y del
grabado realizado en 1580 por Jan Sadeler.
Gregorio Fernández. San Ignacio de Loyola, 1610-1613 Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos (Valladolid) |
Aquellos retratos fueron la base para la recreación
de San Ignacio de Loyola realizada
por Gregorio Fernández para el colegio jesuita de Villagarcía de Campos
(Valladolid) con motivo de la beatificación del santo en 1610, donde le presenta revestido del hábito jesuita negro y sujetando el libro de sus
Constituciones, del que en 1614 haría una versión mimética para el antiguo
Colegio de la Compañía de Jesús de Vergara (Guipúzcoa), obra policromada por
Marcelo Martínez que está perfectamente documentada6.
Sin embargo, la imagen de San Ignacio de Loyola realizada para el centro jesuítico de
Valladolid en 1622, colocada en el retablo-relicario del lado de la epístola de
la actual iglesia de San Miguel, difiere de aquellas en algunos elementos. Su
composición es más abierta, pues presenta los dos brazos levantados, sujetando
en el izquierdo la maqueta de un templo clasicista, como símbolo de fundador de
una orden eclesiástica, y portando en la mano derecha un símbolo jesuítico, con
forma de custodia radiante, en cuyo interior contiene el anagrama
"IHS" que alude a la Compañía por él fundada. Su cuerpo aparece de
nuevo revestido por el hábito jesuita, compuesto por una sotana negra con
alzacuellos, que se ceñiría con un
cinturón postizo de cuero real (desaparecido), que en la parte inferior presenta
los característicos pliegues fernandinos de tipo anguloso y aspecto metálico,
así como un manto con solapa que abierto difiere de sus primeras versiones, en
las que el manteo aparecía replegado y cruzado al frente. En este caso, como
ocurre en otras de sus esculturas, el manto ofrece el mayor naturalismo por
estar tallado virtuosamente en finas láminas, simulando un paño real.
Gregorio Fernández. San Francisco Javier, h. 1622 Real iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid |
Verdaderamente extraordinario es el trabajo de la
cabeza, tallada por separado del cuerpo, al igual que las manos, y encajada
mediante vástagos, con las características de un auténtico retrato que pudo ser
tomado de una de las mascarillas de cera. De forma muy redondeada, presenta una
pronunciada calvicie, la frente ancha y un rostro de gran morbidez, tallado con
gran blandura, con las venas enfatizadas en las sienes y arrugas de la piel remarcadas
en los párpados.
La obsesión por el mayor naturalismo se patentiza en
la incorporación de elementos postizos, como los ojos de cristal, con la mirada
dirigida a lo alto, el desaparecido cinturón de cuero al que se ajustan los
pliegues de la cintura, la maqueta de la iglesia, con dos torres y cúpula, y el
ostensorio metálico con piedras preciosas engarzadas, a lo que se suma la
corona en forma de diadema radiada que se inserta en una ranura practicada en
el cráneo.
Realza su realismo la policromía aplicada por
Marcelo Martínez en 1623, con matices propios de una pintura de caballete en la
cabeza, con partes sonrosadas y barba incipiente, así como una vistosa orla que
recorre el manto con labores de pedrería, otra que en el cuello simula perlas y
pequeñas cenefas doradas en el alzacuellos, todo ejecutado a punta de
pincel.
LA REPRESENTACIÓN DE SAN FRANCISCO JAVIER
Forma pareja con el anterior, sobre el que ejerce
como contrapunto. Ocupa la hornacina central del retablo-relicario del lado del
evangelio y su historia es paralela a la imagen de San Ignacio de Loyola.
La escultura de San
Francisco Javier puede considerarse como uno de los prototipos más logrados
y personales de Gregorio Fernández. El santo aparece revestido por el hábito
jesuita, compuesto por una sotana con alzacuellos y un manto que, a diferencia
de la escultura de San Ignacio, se
cruza al frente para apoyar uno de los cabos sobre el brazo izquierdo, recurso
que produce un juego de pliegues diagonales, de trazado muy quebrado, que rompe
el sentido verticalista de la figura, igualmente con partes trabajadas en finas
láminas que sugieren una textura real.
También presenta los brazos levantados, de acuerdo a
los recursos expresivos barrocos, lo que le permite moverse con libertad en el
espacio, en este caso con la mano izquierda sugiriendo sujetar algún objeto y portando
en su mano derecha un bordón rematado en forma de cruz. De nuevo la cabeza y
las manos fueron talladas por separado y después ensambladas, ofreciendo en
conjunto un aspecto más joven que San
Ignacio, a lo que contribuye el cabello apelmazado que casi cubre las orejas y cae sobre la
frente como un flequillo recto formado por pequeños mechones paralelos.
A diferencia de la cabeza de San Ignacio, en la de San
Francisco Javier el escultor tuvo que recurrir a sus dotes creativas para
recrear el supuesto aspecto del rostro del santo, aunque repite el tratamiento
mórbido de la carnación, en este caso con la boca entreabierta, con los dientes
visibles, y pequeñas arrugas junto a los párpados. Asimismo, en el cráneo lleva
practicada una ranura para sujetar una corona del tipo de diadema radiante.
La policromía, que fue recuperada cuando la obra fue
restaurada con motivo de ser presentada en la exposición Testigos, edición de Las Edades del Hombre celebrada en la catedral
de Ávila el año 2004, se ciñe a los realistas matices de las carnaciones mates,
que incluyen una barba incipiente, y al color negro del hábito, de nuevo con
anchas orlas recorriendo los ribetes del manto, aunque en este caso se combinan
motivos esgrafiados con otros aplicados a punta de pincel, lo que parece
indicar que Marcelo Martínez, autor de la policromía7, habría sido
obligado por los jesuitas a retocarla para mejorarla, detalles que se pusieron
al descubierto durante la citada restauración.
Tanto la escultura de San Ignacio de Loyola, como la de San Francisco Javier, obras maestras de un Gregorio Fernández en
plena madurez, siguen presidiendo los retablos colaterales del crucero que
ocuparan en la que fuera la iglesia de la antigua Casa Profesa de la Compañía
de Jesús en Valladolid, que, tras la expulsión de los jesuitas por orden de
Carlos III en 1767, fue reconvertida, bajo patronato real, en la iglesia de San
Miguel y San Julián, manteniendo la advocación de dos templos que se hallaban
muy próximos y que fueron derribados por su estado ruinoso.
San Francisco Javier en su retablo de la iglesia de San Miguel de Valladolid |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 FRAY DIEGO DE SAN JOSÉ: Compendio
de las solemnes fiestas que en toda España se hicieron en la Beatificación de
N. B. M Teresa de Jesús fundadora de la Reformación de Descalzos y Descalzas de
N. S. del Carmen: en prosa y verso por fray Diego de San Joseph, religioso de
la misma Reforma. Impreso por la viuda de Alonso Martín, Madrid, 1615.
2 Relación de la fiesta que se
hizo en el convento del Carmen Calzado de Valladolid, en de Santa Teresa de
Jesús, por un devoto suyo. Original conservado en la Biblioteca Nacional de
Madrid y dado a conocer por Jesús Urrea Fernández.
3 AMIGO VÁZQUEZ, Lourdes. Celebrando
fiestas en Valladolid en honor de Teresa de Ávila (1614 y 1622). En URREA,
Jesús. Teresa de Jesús y Valladolid. La
Santa, la Orden y el Convento. Ayuntamiento de Valladolid, 2015, pp. 37-59.
4 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y CANO GARDOQUI, José Luis: San Ignacio de Loyola. En Testigos - Las Edades del Hombre, Ávila,
2004, p. 243.
5 PARRADO DEL OLMO, Jesús María: San
Ignacio de Loyola. En Teresa de
Jesús. Maestra de Oración - Las Edades del Hombre, Ávila/Alba de Tormes,
2015, p. 440.
6 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio
Fernández 1576-1636. Fundación Santander Central Hispano, Valladolid, 1999,
p. 112.
7 CANO GARDOQUI, José Luis: San
Ignacio de Loyola. En Testigos -
Las Edades del Hombre, Ávila, 2004, p. 242.
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