SAN ONOFRE
Alejo de
Vahía (Región de Renania ?-Becerril de Campos, Palencia, 1515)
Activo entre
1480 y 1515
Hacia 1500
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura
gótica castellana. Período tardío
San Onofre es un santo muy honrado por los
cristianos coptos y también venerado en el santoral católico, donde siempre fue
presentado con una pintoresca iconografía que con el paso a los años se iría
adaptando al lenguaje plástico de cada época para representarle en su condición
de eremita dedicado a la oración y la penitencia tras su renuncia a los bienes
mundanos. Para una mejor comprensión de su imagen es necesario acercarse al
personaje, al menos someramente, para intentar comprender el por qué de su
aspecto primitivo y salvaje.
SAN ONOFRE
San Onofre nació alrededor de 320 en Etiopía y era
hijo de un rey egipciaco o abisinio. La leyenda le relaciona con hechos
prodigiosos desde su más tierna infancia, pues al poco tiempo de nacer el
diablo convenció a su progenitor de que le entregara a las llamas para
comprobar si era hijo del adulterio, prueba de legitimidad de la que Onofre
salió ileso. Siendo niño, ingresó en el monasterio de Eremopolites, en la región
de la Tebaida egipciaca, que acabaría abandonando en su juventud para retirarse
al desierto y hacer vida de eremita junto a una fuente y una palmera. Según la
tradición, allí sobrevivió más de 60 años en condiciones extremas alimentándose
sólo de dátiles, agua y el pan que un ángel le entregaba a diario, incluyendo
la comunión los domingos. Como vestimenta tan sólo utilizaba pudorosas hojas de
palma o hierbas entretejidas y sus propios cabellos, que nunca llegó a
cortar.
Podemos aproximarnos a su apariencia por los
escritos del abad Pafnucio, su discípulo más joven, que durante una de sus
visitas a los eremitas del desierto, en torno al año 400, le encontró con un
terrible aspecto y en un deplorable estado de salud que infundía temor, con el
cuerpo deformado, larga barba canosa, un cabello erizado que le cubría todo el
cuerpo y un ceñidor a la cintura confeccionado con hierbas secas. Fue Onofre
quién, a modo de confesión, relató su vida al hermano Pafnucio, la forma en que
se alimentaba con hierbas y frutos del lugar y su admiración por el profeta
Elías y San Juan Bautista, al que quiso emular. Estando en su compañía, Onofre
fallecía al amanecer del día siguiente después de que le pidiera que se ocupara
de su sepultura, contando la tradición que dos leones cavaron su tumba en el
desierto y que un coro angélico le rindió honores y alabanzas. Poco tiempo
después Pafnucio escribía la hagiografía de aquel ermitaño muerto en santidad.
A finales del siglo XV y principios del XVI se
extendía en el orbe cristiano el concepto de renuncia a los bienes mundanos y
la penitencia como vía de santidad, siendo muy frecuente en occidente la
exaltación de estos valores mediante representaciones de célebres anacoretas
que los encarnaron, como San Juan Bautista, María Magdalena, San Jerónimo
penitente, etc., alcanzando una gran expansión la devoción a San Onofre,
tal vez el caso más extremo.
EL ESCULTOR ALEJO DE VAHÍA
Durante el último cuarto del siglo XX, el gran escultor
Alejo de Vahía dejaba de ser un desconocido en el arte castellano para situarse
en lugar destacado entre los escultores extranjeros que realizaron su obra
durante el reinado de los Reyes Católicos. Hasta entonces su personalidad
estaba eclipsada por los grandes maestros del foco burgalés que ejercieron como
introductores del estilo renacentista italiano. Aunque ya en 1925 el estudioso
alemán Georg Weise identificara un nutrido grupo de esculturas homogéneas en el
entorno de Tierra de Campos y en 1970 Ignace Vandevivere le considerara autor
de notables esculturas de la catedral de Palencia, no sería hasta el año 1974
cuando Clementina Julia Ara Gil1 publicara un trabajo estableciendo
la trayectoria y el corpus de su obra, sacándole así del anonimato y
encumbrándole entre los mejores escultores de su tiempo, con un prolífico
catálogo de obras completado en los últimos años.
No obstante, a pesar de que se conoce su presencia
en Castilla desde los años 80 del siglo XV hasta su muerte en Becerril de
Campos hacia 1515, siendo autor de una obra nutrida e importante con la que
alcanzó un considerable prestigio y la condición de hidalgo, son pocos los
datos conocidos de su anterior periplo creativo relacionado con los círculos
hispano-flamencos. Por su modo de trabajo y algunos convencionalismos de sus
obras se le presupone una formación en talleres renanos, territorio donde podría
haber nacido, aunque tampoco es descartable el entorno de Limburgo. Seguro es
que pertenece al considerable grupo de artistas nórdicos que durante el reinado
de los Reyes Católicos se trasladaron a España atraídos por la enorme demanda
laboral, aunque en el caso de Alejo de Vahía se especula con una posible
estancia previa en Francia, lo que justificaría la elaboración de obras que hoy
se conservan en el Museo del Louvre de París, en el Museo Goya de Castres y en
Avignon.
En torno a 1475 debía recalar en Valencia, donde se
guarda el relieve de la Dormición de la
Virgen en el Museo de la Catedral, trasladándose hacia 1480 a Castilla para
trabajar al servicio del cardenal Mendoza, mecenas para el que elabora hacia
1490 los capiteles del zaguán y las puertas talladas de la biblioteca del
Colegio de Santa Cruz de Valladolid, pasando a instalarse definitivamente, por
razones desconocidas, en la villa palentina de Becerril de Campos, algo alejado
de los principales focos productivos.
Allí su actividad fue incesante, interviniendo en
retablos de Palencia, Paredes de Nava, Monzón de Campos y Becerril,
participando entre 1491 y 1497 en la sillería de la catedral de Oviedo y
suministrando numerosas obras para iglesias palentinas y vallisoletanas, entre
las que se incluyen los sepulcros de la familia de Luis de la Serna de la
iglesia de Santiago de Valladolid, realizados en 1498, y otros de eclesiásticos
de Palencia y Campos, demostrando su habilidad para trabajar tanto la madera
como la piedra.
Alejo de Vahía debió instalar un importante taller y
muy bien organizado, entre cuyos ayudantes es posible que se encontrara su hijo
Bastian y otros familiares. Sus esculturas presentan un estilo inconfundible,
caracterizado por una fina elegancia de connotaciones góticas nórdicas, aunque
algunos eclesiásticos le rechazaran por considerarle anticuado para su tiempo.
En un censo de 1515 su esposa figura como viuda, lo que hace presuponer que su
muerte aconteció en Becerril de Campos en el primer semestre de ese año.
Alejo de Vahía dejaba una abundante obra, diseminada
principalmente por las provincias de Palencia y Valladolid —por entonces
perteneciente a la diócesis de Palencia—, caracterizada por su inconfundible
estilo y un alto grado de calidad que justifican su prestigio profesional. Siempre
fiel a sus propios modelos, sus rasgos más destacados los rostros con ojos
abultados y caídos, los dedos alargados —muchas de sus figuras con la mano en vertical
y la palma dirigida al espectador— y el tratamiento de los plegados, con gran
atención a los pequeños detalles ornamentales y narrativos.
LA ESCULTURA DE SAN ONOFRE DE ALEJO DE VAHÍA
Esta escultura de San Onofre, concebida para ser colocada en un retablo, se ajusta con
fidelidad tanto a la tradicional iconografía del santo como al invariable estilo
de Alejo de Vahía. En ella se representa al eremita con el aspecto salvaje que
describiera el abad Pafnucio en su biografía tras permanecer aislado, haciendo
penitencia en el desierto, durante más de sesenta años. Se acompaña con un
escueto paisaje que, con afán narrativo, sugiere una cueva con formaciones
rocosas sobre la que se yergue un pequeño cenobio con la fuente, aquella que
junto a los frutos de la palmera, que posiblemente también apareciera sobre el
paisaje guardando simetría con el cenobio, fueron sus únicos alimentos.
Especialmente peculiar es la figura de San Onofre, representada en actitud de
saludar al visitante, con la mano diestra levantada y la palma frontal al
espectador, rasgo que, junto a los dedos largos, es característico en el
escultor. Su anatomía presenta una larga barba, con mechones filamentosos
dispuestos simétricamente, y el cuerpo enteramente recubierto con mechones
enmarañados de su larga cabellera, dejando al descubierto las rodillas como testimonio
de sus innumerables horas de oración y penitencia, así como un pudoroso cinturón
confeccionado con ramas trenzadas como única vestidura.
Su aspecto presenta inequívocas analogías con
algunas esculturas de salvajes que fueron frecuentes durante el reinado de los
Reyes Católicos, especialmente con las que decoran las jambas de la portada del
Colegio de San Gregorio de Valladolid, rematada en 1499 posiblemente por el
taller de Gil de Siloé, es decir, una obra contemporánea al San Onofre de Alejo de Vahía.
Sin
embargo, ofrece un distinto planteamiento al que siguieran algunos pintores y
escultores renacentistas del siglo XVI, que simplemente inciden en la identidad del santo con
la cabellera hasta los pies, la larga barba y en el ceñidor elaborado con ramas.
Sirvan como ejemplos ilustrativos el San
Onofre que entre 1515 y 1520 pintara Fernando Yáñez de la Almedina (Museo
del Prado), el San Onofre esculpido
en alabastro en 1520 por Damián Forment (Museo de Zaragoza) y el San Onofre de alabastro elaborado en el último
cuarto de siglo por Juan de Anchieta (Museo Nacional de Escultura), de resabios
miguelangelescos.
Salvajes de la portada del Colegio de San Gregorio, 1499, Valladolid |
La anatomía de Alejo de Vahía responde a la forma
esquematizada, reducida a lo esencial, que habitualmente realizara, con
disposición frontal, la cadera alta, una pierna ligeramente adelantada y
delicados ademanes. Otro tanto puede decirse del trabajo de la cabeza, con un
rostro ovalado de frente muy despejada, nariz recta, cejas muy curvadas y los párpados
abultados, aunque en este caso presenta ojos de cristal que le fueron añadidos
en época barroca. Asimismo, ofrece el estereotipado trabajo de cabellos que
caracteriza al escultor, con raya al medio y mechones simétricos, que se
multiplican en detalles para definir la figura del anacoreta, aunque están
presentes los dos pequeños rizos circulares sobre la frente que son habituales
en sus personajes masculinos. Durante el barroco le fue repuesta la mano
izquierda con la que sujeta un bastón.
Respecto a los detalles narrativos, tomados del
gusto flamenco por el detallismo, llama la atención la fuente colocada junto al
pequeño cenobio, cuyo esquema sigue aquellas habituales en Tierra de Campos,
con características muy similares a la que todavía permanece ante la iglesia de
San Eugenia de Becerril de Campos. Ingenuas son las figuras de los dos leones
que según la leyenda excavaron su tumba en el desierto y que identifican al
santo. Aparecen postrados en la parte inferior dentro de la cueva, presentando
más el aspecto de perros con melenas que de leones reales, posiblemente porque
Alejo de Vahía nunca pudo contemplar en vida uno de estos animales, limitándose
a recrear en ellos los modelos heráldicos tan extendidos en tiempos de los
Reyes Católicos.
Damián Forment. San Onofre, alabastro, 1520. Museo de Zaragoza |
La policromía de su acabado, perdida en buena parte,
desgraciadamente no contribuye a realzar el conjunto, destacando el juego de
contrastes establecido entre algunos elementos, como las carnaciones diferenciadas de los mechones
canosos que recubren el cuerpo y los tonos verdosos del paisaje contrapuestos a
los tonos ocres de las formas rocosas. A pesar de todo, la carencia polícroma
que compensada con la exquisita calidad de la talla.
Esta escultura ingresó en el Museo Nacional de
Escultura, como dación de pago de Manuel Barbie Gilabert, el año 1998.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Juan de Anchieta. San Onofre, alabastro, entre 1556 y 1600, Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
NOTAS
1 ARA GIL, Clementina Julia. En
torno al escultor Alejo de Vahía (1490-1510). Universidad de Valladolid,
1974.
San Onofre. Izda: Yáñez de la Almedina, h. 1515, Museo del Prado Centro: José de Ribera., Fundación Casa de Alba Dcha: Francisco Collantes, h. 1645, Museo del Prado |
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Devota a mi San Onofre
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