CALVARIO
Atribuido a Juan de Ávila (Valladolid,
1652-1702)
Hacia 1677-1679
Madera policromada
Capilla de la Crucifixión, Iglesia
del Real Colegio de Ingleses de San Albano, Valladolid
Escultura barroca. Escuela
castellana
Calvario en la iglesia del Colegio de Ingleses de San Albano Valladolid |
En el año 1671, el jesuita Manuel de Calatayud, rector del Colegio de Ingleses de San Albano, comenzó a planear la construcción de un nuevo templo para el singular seminario vallisoletano vinculado a la devoción de la Virgen Vulnerata —llegada a Valladolid en 1600—, aunque se encontraba sin medios económicos para llevar a cabo el proyecto. Con gran habilidad, paciencia y perseverancia, su espíritu emprendedor le impulsó a mendigar para recaudar fondos, así como a realizar “demandas” a otras casas jesuitas, a personajes notables de la ciudad y a instituciones de otras partes de España, incluida la reina regente Mariana de Austria y el monarca Carlos II.
Con las limosnas recaudadas con tesón, consiguió comprar una casa propiedad
del Cabildo y anexa al Colegio, para iniciar sobre el terreno la ansiada construcción,
cuyos trabajos fueron encomendados al arquitecto Pedro Vivanco, que se adaptó a
los deseos del padre Calatayud de que fuera una iglesia de planta elíptica, siguiendo
el modelo de la iglesia de San Antonio de los Portugueses de Madrid (desde 1668
San Antonio de los Alemanes), recién levantada según el proyecto del arquitecto
jesuita Pedro Sánchez, a lo que siguió el deseo de dotarla de capillas
laterales después de visitar la iglesia de las Bernardas de Alcalá de Henares.
Poco a poco se fue levantando la deseada iglesia de plan central
octogonal, incluyendo una bóveda semiesférica con linterna sobre el
presbiterio, otra gigantesca ovalada sobre la nave central y las seis capillas
laterales añadidas al primitivo proyecto de Pedro Vivanco. Culminados los
trabajos, el propio padre Calatayud se encargó de la dotación decorativa de la
iglesia, eligiendo para realizar las pinturas a Diego Díez Ferreras, el pintor
con más prestigio en Valladolid en la segunda mitad del siglo XVII, que dejó en
la cúpula las representaciones de la Inmaculada, El Salvador, San José con el
Niño Jesús, Santa Ana con la Virgen niña, Santa Isabel con San Juan Bautista
niño, San Zacarías, San Juan Evangelista y María Magdalena, a lo que se sumó
una colección de ocho cuadros de grandes dimensiones que colocados bajo la
cornisa del arranque de la cúpula narran, a modo de viñetas, la hiriente
historia de la Virgen Vulnerata.
De igual manera, se proyectaron los retablos correspondientes a las seis
capillas laterales, para lo que el padre Calatayud recurrió, hacia el año 1677,
a los más prestigiosos escultores de la época con taller activo en Valladolid:
Juan Antonio de la Peña, Juan de Ávila, Alonso y José de Rozas, a los que se
sumó, algo más tarde, Pedro de Ávila, todos ellos seguidores de los modelos
implantados en la ciudad por Gregorio Fernández en el primer tercio del siglo
XVII.
Otro tanto ocurre con los ensambladores que realizaron las arquitecturas,
ajustadas con precisión a los fondos arquitectónicos de las capillas y decoradas
con elementos del barroco más exuberante, apuntando Javier Baladrón la
posibilidad de que fueran elaboradas por el ensamblador Blas Martínez de Obregón,
autor, como ya se ha dicho, del retablo mayor.
EL CALVARIO ATRIBUIDO A JUAN DE ÁVILA COMO MUESTRA DE LA EXCELENCIA ESCULTÓRICA EN LA IGLESIA DEL COLEGIO DE INGLESES
El grupo del Calvario (compuesto por las imágenes de Cristo
crucificado, la Virgen y San Juan), junto a los de la Sagrada Familia (compuesto
por las figuras de la Virgen, San José y el Niño Jesús, siguiendo el modelo
fernandino) y la Familia de la Virgen (compuesto por las figuras de San Ana,
San Joaquín y la Virgen niña, imitando a la composición anterior), son
atribuidos a Juan de Ávila por Javier Baladrón, especialista en la saga de
escultores de los Ávila.
El Calvario ocupa la hornacina central de un retablo que en el
remate superior presenta un anagrama formado por una S atravesada por un clavo,
cuyo significado, según Martín González y De la Plaza Santiago, puede
traducirse por “esclavo”, lo que induce a pensar que en esta capilla pudieron celebrarse
cultos de alguna congregación vinculada a la Compañía de Jesús, a la que por
entonces pertenecía la iglesia.
Las tres esculturas integrantes del Calvario siguen la tipología establecida por Gregorio Fernández en los áticos de los grandes retablos de la catedral de Miranda do Douro (1610-1614), en la iglesia de Santa María del Castillo de Villaverde de Medina (1612), en la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey (1612-1620), en el Convento de las Descalzas Reales de Valladolid (1612), en el Convento de las Huelgas Reales de Valladolid (1613-1614), en la iglesia de San Miguel de Vitoria (1624-1625) y en la catedral de Plasencia (1625-1634), con la figura de Cristo muerto sobre la cruz y a los pies la Virgen colocada a su izquierda, en su condición de Dolorosa, y San Juan a la derecha, en actitud gesticulante y con una mano sobre el pecho en gesto de sumisión.
Con unas dimensiones próximas al natural, representa a Cristo muerto,
como lo evidencia la herida del costado. Su esbelta anatomía sigue un
movimiento serpenteante al tener la cabeza inclinada hacia el lado derecho y
las piernas desplazadas ligeramente hacia la izquierda, con los brazos muy inclinados
en forma de Y acusando el peso del cuerpo y los músculos en tensión, el tórax hinchado
marcándose las costillas, el vientre hundido, los dedos arqueados y los pies
estilizados y huesudos, todo resuelto con un modelado mórbido de extraordinario
naturalismo que realza su serenidad.
La cabeza sigue los modelos fernandinos, con una larga melena que se
desliza sobre el hombro por la parte derecha, formando rizos sinuosos y afilados,
y remontando la oreja hacia la espalda por la parte izquierda. El rostro
presenta facciones clásicas, con los ojos entornados y hundidos, nariz recta, la
boca entreabierta dejando entrever los dientes y una barba de dos puntas
siguiendo el modelo siriaco tan utilizado por Fernández.
Una notable policromía realza el naturalismo de la escultura, con una
encarnación muy pálida en la que se aprecian las huellas de los azotes,
incorporando regueros de sangre que manan de las heridas de las manos,
rodillas, pies y costado, con pequeñas salpicaduras en la frente, el cuello y el
resto del cuerpo. Como era habitual en el momento, presenta elementos postizos,
como los ojos de cristal, en la modalidad de tapilla, y una corona de espinos
reales ceñida a la cabeza.
Con una ejecución técnica impecable, puede considerarse como uno de los más bellos crucifijos realizados en la escuela vallisoletana en la segunda mitad del siglo XVII.
La Virgen
El efecto expresivo se concentra de la cintura para arriba, uniéndose al
gesto suplicante de las manos la expresión dolorida del rostro, que completamente
idealizado dirige hacia abajo una mirada perdida, con cejas arqueadas, nariz
recta y boca pequeña, resaltando su expresividad una magnífica policromía con los
labios en rojo suave, mejillas sonrosadas, párpados enrojecidos por el llanto y
lágrimas fingidas.
Viste una túnica roja —símbolo de copasionaria— con puños vueltos y
abotonados. Esta le llega a los pies dejando asomar la punta de un zapato.
Cubre su cabeza una toca blanca —símbolo de pureza— que se desliza hasta el
pecho, y un manto azul —símbolo de eternidad— que le cubre por completo y se
recoge entre las manos. En esta indumentaria prevalecen los pliegues suaves y
redondeados, repitiendo en el pañuelo y el manto sobre la frente una talla
virtuosa reducida a finas láminas.
San Juan
Estableciendo un contrapunto a la imagen de la Virgen, aparece la gesticulante
figura de San Juan, que comparte la expresión dolorida con la cabeza levantada
hacia el crucificado, la mano derecha colocada sobre el corazón con los dedos
arqueados y la izquierda extendida —tallada por separado— en gesto de entrega.
Representado en plena juventud, su cuerpo alcanza un gran dinamismo a partir de
una posición de contraposto con la que adelanta la rodilla izquierda
equilibrando la posición de la Virgen en el lado opuesto.
En esta escultura es especialmente destacable el trabajo de la
indumentaria, limitada a una túnica verde —símbolo de esperanza— con cuello y
puños vueltos, cerrada con una minuciosa botonadura que le llega hasta el pecho,
ceñida a la cintura por un cíngulo rojo y dejando asomar los dedos de los pies
calzados con sandalias. Rodea el cuerpo un manto rojo que se cruza al frente
formando una pronunciada diagonal con un voluminoso drapeado y cae desde el
hombro izquierdo formando una efectista cascada de pliegues. Al igual que en la
Virgen, los pliegues son abundantes y redondeados, con buena parte de los bordes
reducidos al mínimo espesor.
En su conjunto, la figura de San Juan es heredera de la estética implantada
por Gregorio Fernández, tan perdurable en el tiempo, siendo un rasgo común en todas las
producciones de Juan de Ávila, que con este Calvario alcanza la excelencia en el
barroco vallisoletano.
Informe y fotografías:
J. M. Travieso.
BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos. Tesis doctoral. Universidad de Valladolid, 2016, pp. 514-518.
BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier: Reparando heridas: el nacimiento de una devoción de “contrarreforma”. Revista BROCAR, Cuadernos de Investigación Histórica, nº 26, Universidad de La Rioja, 2002, pp. 107-150.
MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (conventos y seminarios). Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XV, parte segunda, Valladolid, 1987, pp. 267-305.
Retablo del Calvario. Capilla de la Crucifixión Iglesia del Colegio de Ingleses de San Albano, Valladolid |
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