En Valladolid, como en casi todas las ciudades con un centro histórico importante, es necesario callejear por donde nos lleve la intuición para ir descubriendo secretos y sorpresas, pues será la única manera de ir a parar a una recoleta y atractiva calle que suele pasar desapercibida para los foráneos y que en pleno centro urbano, a medio camino entre la Catedral y la Plaza del Salvador, sirve de enlace a otras dos más convencionales como son Fray Luis de León y Castelar. Se trata del denominado Pasaje Gutiérrez, una singular calle-galería construida en 1885-86 que toma el nombre de su promotor, el acaudalado Eusebio Gutiérrez.
CONTEXTO HISTÓRICO
Este tipo de calles cubiertas o galerías son consecuencia del auge que alcanzó el comercio tras la Revolución Industrial. Las primeras construidas en Europa fueron las Galerías San Hubert de Bruselas, comenzadas en 1846 por el rey Leopoldo I con el fin de sanear todo un barrio, a las que siguieron otras en París desde mediados del siglo XIX con el fin de multiplicar los espacios comerciales bajo las viviendas, convirtiéndose en un lugar muy apropiado para el asentamiento de tiendas y cafés, un espacio muy bien protegido frente a los rigores del invierno. Los modelos parisinos fueron imitados en distintas ciudades francesas y alemanas, aunque sería en Italia donde llegarían a adquirir un carácter monumental con la construcción de la Galería Víctor Manuel (1878) en Milán, la Galería Humberto I (1885) en Nápoles y la Galería Colonna (1914), hoy Galería Alberto Sordi, en Roma. De igual manera calaron en Inglaterra, especialmente en Londres, donde en época victoriana se desarrolló un tipo de mercado cerrado, con comercios organizados en varios pisos, en cuya estructura se recurrió al empleo de materiales novedosos como el vidrio y el acero.
En España, aunque fueron escasas las iniciativas, los pasajes al estilo parisino cristalizaron en la Galería Cubierta de Madrid (1840), junto al mercado de San Felipe Neri, y en distintos pasajes de Barcelona, como el Bacardí (1856), el del Reloj (1864) y el del Crédito (1864). A ellos se sumaron el Pasaje del Comercio y la Industria, conocido como el Pasaje del Ciclón (1882-1883) de Zaragoza, el Pasaje Gutiérrez de Valladolid (1886) y el Pasaje Gabriel Lodares de Albacete (1925), siendo estos tres últimos los únicos que se conservan en España.
El Pasaje Gutiérrez debe su origen a un contexto histórico muy favorable que vivió la ciudad de Valladolid durante la segunda mitad del siglo XIX. Un espectacular desarrollo económico que alentó a la clase burguesa a promover distintos tipos de iniciativas que se tradujeron tanto en dotaciones de viviendas como en edificios destinados al comercio y al ocio que cambiaron el aspecto conventual de la ciudad por otro de corte burgués. Ello es patente en el importante catálogo de casas burguesas levantadas en las calles más céntricas, con especial relevancia en la configuración decimonónica de la Acera de Recoletos, pero también se evidencia en la construcción de distintos mercados cubiertos, en los teatros Lope de Vega, Calderón y Zorrilla, y en el céntrico Círculo de Recreo, edificios todos ellos que recogen las últimas novedades constructivas y decorativas procedentes de Europa.
EL PASAJE GUTIÉRREZ
Para cumplir los deseos de dotar a Valladolid de una galería comercial al estilo parisino, su promotor, Eusebio Gutiérrez, recurrió en 1885 a Jerónimo Ortiz de Urbina, un arquitecto que en ese momento acababa de terminar para la Compañía de Jesús el descomunal Colegio de San José de Valladolid. Este trazó una manzana, que fue concluida en 1886, con fachadas de ladrillo a dos calles, la del Obispo (hoy Fray Luis de León) y Sierpe (hoy Castelar), con tres alturas de viviendas exteriores y dos interiores. Estas últimas, al igual que los locales comerciales, se articulan a los lados del eje que con un ligero ángulo cruza su interior, de calle a calle, en forma de calle cubierta o pasaje.
El Pasaje Gutiérrez está estructurado en dos tramos bien diferenciados, perpendiculares a las calles en que se abren las entradas, que se cruzan formando un ángulo obtuso y convergen en una rotonda central que se convierte en un referente espacial, lumínico y decorativo desde ambas entradas. Las grandes puertas de ingreso en las dos calles son obra de rejería de diferente diseño, aunque tienen como elemento común la inscripción “Pasaje Gutiérrez” y el año de su construcción, siendo realzada la de la calle Castelar con un remate en forma de rosetón acristalado, elemento funcional que se acompaña en la fachada con balcones dispuestos simétricamente a la entrada, que también presentan notables trabajos de rejería.
El desnivel de terreno de una calle a otra es aprovechado por el arquitecto en el interior del pasaje para aplicar un diseño distinto en cada tramo, completamente llano en la parte abierta a la calle Castelar y con un amplio hall con escaleras en el acceso desde la calle Fray Luis de León.
En su alzado la galería presenta dos alturas, la parte baja ocupada por una sucesión ininterrumpida de locales comerciales, con escaparates homogéneos de carpintería de madera, y un primer piso en el que se abren ventanales de las viviendas dotados de antepechos con trabajos decorativos de fundición. Unos y otros van separados por pilastras adosadas de orden gigante, rematadas con capiteles con decoración vegetal, que establecen tramos rítmicos en el espacio interior, al tiempo que sirven de arranque a los arcos que soportan la cubierta. Sobre ellas se insertan apliques luminosos con soporte metálico y tulipas esféricas de cristal que en su momento recibían iluminación a gas.
La uniformidad del pasaje se rompe en el diseño de los techos. Junto a las entradas, bajo el espacio ocupado por las viviendas, aparecen tramos con techos planos pintados con figuras alegóricas, tres con forma rectangular hacia la entrada de Castelar y otros dos ovalados en la parte de Fray Luis de León. A partir de estos tramos los techos se convierten en una claraboya corrida a dos aguas, con una estructura de hierro y láminas de cristal elaboradas en la Real Fábrica de Cristales de la Granja, que sobre la rotonda se convierte en un lucernario circular de disposición radial.
También en el solado se emplean soluciones diferentes, baldosas hidráulicas a lo largo de la galería, que fueron sustituidas por un terrazo continuo en la restauración realizada en 1990, y un enlosado de piedra, que aún se conserva, en el hall de la calle Fray Luis de León.
EL REPERTORIO DECORATIVO
Especial interés tiene el repertorio decorativo, que combina trabajos de yeserías con otros de pintura y escultura, adquiriendo un especial atractivo una tribuna interior que en forma de dosel está concebida para albergar un reloj.
Toda la iconografía gira en torno al Comercio y su relación con Valladolid. Las pinturas de los techos están aplicadas a la veneciana, es decir, pintadas sobre lienzos después encolados al techo. Son obra de Salvador Seijas, un pintor originario de Fuentes de Nava (Palencia) que residía y trabajaba en Valladolid como profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes y como ilustrador caricaturista del periódico satírico “Mefistófeles”, llegando a alcanzar gran prestigio con la pintura decorativa que realizó para viviendas, portales y establecimientos comerciales de Valladolid. Entre su obra más valorada se encuentra la decoración en 1876 de algunos salones de la Academia de Caballería, la serie del Quijote pintada en 1887 para decorar el Círculo de Recreo de la Victoria, la Aparición de la Virgen a San Antonio del convento de San Benito y estas pinturas alegóricas del pasaje Gutiérrez, anteriores a todas ellas.
Los temas representados se ciñen a alegorías de la Agricultura y la Industria, en forma de bellas mujeres con los atributos esparcidos alrededor, el Comercio, con el dios Mercurio como protagonista, las Artes, recogidas como una ofrenda al dios Apolo, y la Primavera, aquí representada como la Tierra entregando sus flores y frutos. Todas siguen esquemas derivados de la pintura tardobarroca y los cánones imperantes del academicismo, con figuras reposando sobre nubes, acompañadas de amorcillos y composiciones etéreas de colores luminosos. Alrededor, en los marcos, se dispone una decoración de rosetas, medallones fingidos con bustos y composiciones geométricas a base de elementos vegetales.
El mayor número de obras escultóricas se concentran en la rotonda, en cuyo centro se levanta sobre un pedestal circular la figura broncínea de Mercurio, dios del Comercio, de tamaño natural. Tanto el pedestal como la escultura están fundidos en bronce y son una copia del célebre modelo manierista creado por Juan de Bolonia en Florencia, con la figura del dios iniciando el vuelo, ligero y etéreo, y el viento soplando a sus pies. En este caso adaptado para sujetar en su mano levantada una luminaria. Su colocación en el centro de convergencia hace que sea el principal referente visual del Pasaje, siendo muy apropiado el modelo elegido, tanto por sus connotaciones alusivas al comercio como por el tipo de escultura, una obra manierista con distintos puntos focales, lo que obliga a deambular en torno suyo para captar distintas apariencias sugeridas por estar girando sobre un eje helicoidal.
También en la rotonda, en la embocadura de los dos tramos, aparecen colocadas a una altura discreta unas ménsulas sobre las que descansan alegorías femeninas de las Cuatro Estaciones. Son figuras realizadas en terracota que presentan un elegante clasicismo, con indumentarias que marcan sus anatomías a través de la técnica de “paños mojados” y bellas cabezas adornadas con coronas de flores. Se apunta como posible autor al francés M. Gossin, con taller en París, que firma el grupo formado por la pareja de niños que sujeta el Reloj, escultura colocada bajo el dosel del bello balcón que se abre a la galería interior, se dice que pensado para ser ocupado por músicos, y que hoy ha perdido el acompañamiento de grandes macetas que le proporcionaban el aspecto de una pérgola romántica.
Como complemento decorativo se realizaron distintos trabajos de yeserías, policromadas y doradas, que con forma de mascarones, rosetas y florones aparecen aplicados a los arcos de la cubierta.
Posiblemente el Pasaje Gutiérrez todavía necesite una restauración integral para que recupere su primitivo glamour. No obstante, parte de sus elementos fueron salvados de la ruina durante la intervención que hiciera en 1990 Ángel Luis Fernández Muñoz, después de estar abandonado a su suerte por los actuales propietarios durante muchos años. Otras intervenciones recientes también han contribuido a realzar su encanto, especialmente tras su incorporación a la ruta turística municipal "Ríos de Luz", aunque es posible que este radique precisamente en ese aire decadente que lo envuelve y nos permite recrear con fidelidad aquellas galerías decimonónicas tan activas que marcaron una época en París.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1112080702152
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Muy bien desarrollado el tema. Buenas descripciones. Magnificas ilustraciones fotográficas
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