El Museo Catedralicio de Zamora ocupa las
dependencias del ala norte del claustro y su visita incluye todo el recinto de
la Catedral, lo que posibilita contemplar una colección innumerable de obras
artísticas, algunas verdaderamente únicas. Esta reseña tiene una finalidad meramente
orientativa, ya que es necesario hacer una drástica selección de aquellas más
singulares, pues si "Zamora no se
tomó en una hora" también habrá que dedicar un tiempo suficiente para
asimilar tan impresionante patrimonio acumulado en el ámbito catedralicio.
LA CATEDRAL DE ZAMORA
El gigantesco edifico románico se levantó entre 1151
y 1174, en tiempos del obispo Esteban, sobre una primitiva construcción del
siglo X, seguramente mozárabe, dedicada al Salvador y Todos los Santos. Las
obras se continuaron hasta el siglo XIII, momento en que se rematan en estilo
románico la sólida torre y el primitivo claustro, que sería destruido por un
incendio en 1591. A partir de entonces y de forma ininterrumpida hasta el siglo
XVIII, el recinto conoció sucesivas modificaciones y añadidos según los
dictados constructivos y decorativos de cada momento, por lo que el conjunto de
dependencias y capillas ofrece una amalgama de estilos que oscilan del románico
al barroco, siendo dotados cada uno de los espacios de innumerables colecciones
artísticas de pintura, escultura y artes suntuarias de primera calidad.
Capilla de San Ildefonso, catedral de Zamora |
El Cimborrio románico
Es uno de sus elementos constructivos más
espectaculares de la catedral y fue
construido en el último cuarto del siglo XII, tras la consagración del
templo en 1174. El modelo repite, con sus propias peculiaridades, el mismo tipo
de experiencias practicadas en la catedral vieja de Salamanca, la antigua sala
capitular de Plasencia y la colegiata de Toro, fusionando influencias de la
arquitectura francesa, bizantina, cruzada y musulmana, lo que le convierte en
una obra única de la arquitectura medieval.
Elevado a la altura del crucero, presenta un gran
tambor cilíndrico, perforado por dieciséis ventanales y apoyado sobre pechinas,
que sirve de base a una cúpula semiesférica que en el exterior se adorna con
gallones y escamas labradas sobre los sillares, con cuatro torrecillas en los
ángulos formadas por tambores perforados por arcos sobre columnas pareadas y
cupulillas también escamadas, acompañándose en cada frente, en los cuatro
puntos cardinales, por un remate de arquillos ciegos y frontones triangulares
rematados en forma de cruz. Todos estos elementos constituyen un sólido refuerzo
al tambor.
En el interior ofrece la forma de una luminosa
cúpula, con los ventanales del tambor separados por dieciséis columnas con
capiteles vegetales sobre las que se apean otras tantas nervaduras que
confluyen en la clave central y que presentan aplicaciones doradas añadidas en
1621.
Las Capillas
A lo largo del perímetro abren una serie de capillas
de distinto tamaño que contienen una importante colección de retablos y
enterramientos a la que se suman otros colocados en las naves del crucero y
naves laterales. Las capillas más destacadas son las dedicadas a San Miguel,
San Nicolás, San Pablo, Santa Inés, San Ildefonso, San Juan Evangelista y San
Bernardo, que se suman al espacio de la Capilla mayor. Todas ellas albergan
notables obras de pintura y escultura que comparten interés con retablos y nichos
sepulcrales colocados en el crucero y las naves laterales, así como una
abundante muestra de pinturas murales. Forzosamente hemos de hacer una
selección de obras tan principales.
Pintura mural de San Cristóbal
Esta pintura mural al óleo se halla sobre el muro de
cerramiento del coro, justo enfrente de la puerta del claustro. Fue realizada
por Blas de Oña en el primer tercio del siglo XVI y presenta la iconografía
tradicional del santo, con San Cristóbal cruzando el río con el Niño Jesús
sobre el hombro. Destaca la importancia del paisaje y el tratamiento narrativo
de la escena, donde aparece en su cueva el ermitaño que recondujo la vida del
gigante y aguerrido Cristóbal, así como pescadores, ánades en la orilla y barcazas
cruzando un río de aguas tan cristalinas que permiten contemplar diversas
especies de peces junto a los pies del santo, todo ello descrito con la
minuciosidad de la pintura hispanoflamenca. Su situación en un lugar de fácil
visión, lo mismo que su gran tamaño, responde a una creencia medieval por la
cual bastaba contemplar la imagen del santo para estar protegido contra una
muerte súbita durante la jornada laboral, siendo muchos los fieles que acudían
a la catedral antes de comenzar su tarea.
Retablo de Nuestra Señora de la
Majestad o Virgen de la Calva
El retablo está ubicado en el lado del Evangelio del
testero y fue elaborado por Juan Falcote en la década de 1570 y policromado en
1586 por Juan de Durana y Alonso de Remesal el Joven. Presenta un banco con
relieves en el frente que representan el Nacimiento,
el Anuncio a los Pastores y la Epifanía, junto a las figuras de San Juan Evangelista, Salomón, David y San Mateo en los
netos. Encima un único cuerpo en forma de arco triunfal repleto de relieves, con
una amplia hornacina en su interior cobijando la imagen de la Virgen de la Calva, en cuyas enjutas se colocan tondos con las
figuras de San Pedro y San Pablo, a los lados dos columnas
exentas cuyo tercio inferior está decorado con relieves y arriba un friso, todo ello
profusamente ornamentado con figuras de ángeles, virtudes y profetas. Se remata
con un ático con forma de templete rematado por un tímpano triangular, en cuyo
interior aparece la imagen pintada de El
Salvador, así como las tallas de San
Gabriel y la Virgen a los lados
formando la escena de la Anunciación.
El retablo fue concebido para albergar una imagen
preexistente de gran devoción en Zamora. Se trata de la Virgen de la Majestad, popularmente conocida como Virgen de la Calva por su amplia frente, labrada en piedra arenisca hacia 1300 por un
escultor desconocido que también trabajó para otras poblaciones zamoranas y
policromada de nuevo en 1586 cuando se culminó el retablo. La imagen representa
el máximo nivel de calidad alcanzado por la escultura gótica castellano-leonesa
desarrollada por talleres surgidos en torno a las catedrales de Burgos y León,
con un naturalismo poco frecuente en su tiempo. La Virgen, que presenta
reminiscencias francesas muy depuradas, aparece entronizada y coronada como
reina, reposando sus pies sobre un cojín al tiempo que pisotea la serpiente
infernal y sujetando sobre su pierna izquierda al Niño, que se vuelve hacia su
pecho mostrando el globo terráqueo en la mano, sin duda uno de los ejemplares
góticos de mayor belleza de cuantos existen en España.
Cristo de las Injurias
Este crucificado de mediados del siglo XVI y dos
metros de altura, que procede del desaparecido convento de San Jerónimo, recibe
culto en la suntuosa capilla de San Bernardo. Se trata de uno de los crucifijos
más sobrecogedores de cuantos se hicieran en el Renacimiento español, una
imagen de Cristo extenuado y muerto que presenta una magnífica anatomía en la
que son visibles hematomas y llagas sangrantes. Aunque a lo largo del tiempo ha
sido atribuido a Jacobo Florentino, Diego de Siloé o Gaspar Becerra,
actualmente se considera obra de Arnao Palla, un escultor con taller en Toro
cuya obra documentada presenta muchas analogías formales. Durante la Guerra de
la Independencia fue salvado de su destrucción por los franceses gracias al
canónigo Martín Pérez de Tejeda.
Actualmente es la imagen titular de la Cofradía del
Santísimo Cristo de las Injurias y es protagonista, en la noche del Miércoles Santo,
de una procesión cuyo momento más solemne es el Juramento del Silencio en el atrio de la catedral, rodeado de
cientos de cofrades con vistosos capirotes rojos.
Sepulcro del doctor Juan de
Grado
Se halla en la capilla de San Juan Evangelista,
situada a los pies del templo y cerrada con una reja realizada por Antonio
García y Juan Sánchez entre 1590 y 1594. El sepulcro se inserta en el muro
derecho de la capilla, cuyo frente está ocupado por un elegante retablo
renacentista, dedicado a San Juan
Evangelista, elaborado en 1575 por Francisco Barahona, que aparece
enmarcado por espectaculares pinturas murales con grandes alegorías de la Pureza y la Prudencia realizadas por Antonio Villamor y Jerónimo de Balbás en
1696.
La que fuera capilla del tesoro fue adquirida a
comienzos del XVI por el doctor Juan de Grado para convertirla en panteón
personal. Este bachiller por Salamanca y doctor en Decretos por Roma fue abad
seglar del monasterio de Valparaiso y canónigo del Cabildo zamorano. Personaje extremadamente
ambicioso, llegó a enriquecerse con numerosas rentas y propiedades, ejerciendo
como mecenas de diversos templos zamoranos y excomulgado tras su enfrentamiento
con fray Pedro de León, abad reformador de Valparaiso.
El sepulcro, considerado como uno de los mejores
realizados en España en el último gótico, sigue la tipología implantada en la
escuela burgalesa por Gil de Siloé, siendo elaborado en su círculo hacia 1505 por
un virtuoso y desconocido escultor que comparte las mismas reminiscencias
flamencas y germánicas, aunque con un estilo propio definido por las finas
aristas y los dedos de las figuras finos y alargados.
Tiene forma de arcosolio flanqueado por pináculos
rematados con las figuras de cuatro profetas y está compuesto por un arco de
medio punto recorrido por una cenefa trepanada decorada con figuras de niños,
animales, ramas y frutos, incluyendo las figuras de San Pedro y San Pablo, así
como caireles de los que penden dos ángeles portando el martillo y los clavos,
atributos de la Pasión. Dentro se cobija el nicho sepulcral, ocupado por la
cama dispuesta en tres niveles, el inferior con figuras de niños y animales, el
intermedio con pajes tenantes sujetando escudos con las armas del doctor Grado
y las alegorías de la Iglesia y la Eucaristía a los lados, representadas por
jóvenes sedentes que portan un cáliz y un haz de espigas respectivamente, y el
superior trabajado como un friso en cuyo centro aparece la Virgen con el Niño
coronada por dos ángeles y a sus lados otros dos ángeles músicos junto a dos
representaciones del doctor Grado arrodillado y protegido por San Juan Bautista
y San Juan Evangelista, que actúan como intercesores colocados en los extremos.
Sobre la cama se extiende el doctor Grado yacente, vestido
con casulla y birrete, con la cabeza reposando sobre dos cojines ornamentados,
sujetando un cáliz en las manos y un criado a los pies sujetando un libro. En
el fondo del nicho está representado el árbol de Jesé, con el anciano recostado
y un árbol brotando de su costado en cuyas ramas, a modo de frutos, aparecen
doce bustos de los reyes de Judá y la Virgen con el Niño en la cúspide,
convirtiéndose el conjunto en una genealogía visual del Mesías.
Se completa con una representación del Calvario en
la parte superior sobre un fondo de escamas. Junto al sereno crucificado se
hallan las figuras retorcidas de los ladrones y a los lados la Virgen y San
Juan colocados sobre ménsulas y bajo doseletes, mientras en la parte inferior
dos ángeles recogen en cálices la sangre de Cristo.
Todo el conjunto ofrece una exquisita calidad de
talla plagada de pequeños detalles, con el frente superior, la cama y la figura
del yacente esculpido en alabastro y el resto del conjunto sepulcral en piedra
arenisca de tono muy blanco.
La Sillería del Coro
Otro conjunto imprescindible de visitar es la
sillería del coro, elaborada en madera de nogal entre 1502 y 1505 por el taller
de Juan de Bruselas, que coordinó un ingente número de oficiales y ayudantes,
entre ellos Gil de Ronza. Está compuesta por treinta y seis sitiales bajos,
cuarenta y nueve altos y un nutrido repertorio decorativo que fue incorporado
entre 1613 y 1659. En los relieves de los tableros de los respaldos aparecen
tanto personajes del Antiguo Testamento como del Nuevo, sin que falten otros de
tipo pagano y figuras de santos y santas de órdenes monásticas.
Realmente curiosa es la colección de misericordias,
con atrevidas escenas de tipo moralizante en las que los escultores trabajaron
con una inusitada libertad y creatividad. Suntuosas son también las dos puertas
talladas que se abren al trascoro y que están ornamentadas con figuras de
cuatro sibilas cada una de ellas.
Tabla de Cristo Salvador del
Mundo
En el centro del trascoro se abre un altar que está
presidido por una pintura hispano-flamenca sobre tabla del primer tercio del
siglo XVI, realizada por un pintor desconocido, siendo atribuida por distintos
autores a un discípulo de Juan de Flandes, a Juan Rodríguez de Solís o al
conocido como "Maestro de Zamora". En la tabla aparece Cristo en
majestad bendiciendo y sentado sobre un trono decorado con las alegorías de la
Iglesia y la Sinagoga, colocándose a su pies el arcángel San Miguel y a los
lados tríos de ángeles músicos. Junto a Cristo aparece la Virgen y a los lados
del trono una muchedumbre de santos y santas, a derecha e izquierda
respectivamente, entre la que se identifica a San Juan Bautista, San Pedro, San
Juan Evangelista, San Pablo, San Esteban, San Agustín, Santa Catalina, Santa
Inés, Santa María Magdalena y Santa Clara.
EL MUSEO CATEDRALICIO Y SU COLECCIÓN DE TAPICES
El Museo Catedralicio fue inaugurado el 30 de mayo
de 1926 ocupando algunas dependencias del claustro clasicista que fue
finalizado en 1612 sustituyendo al primitivo destruido por un incendio.
En las salas del piso inferior se expone una
interesante colección de pinturas, esculturas, grabados, indumentaria
litúrgica, suntuosas piezas de orfebrería, fragmentos rescatados en las
remodelaciones y curiosos objetos catedralicios ya en desuso. El piso superior,
donde antaño estuvo instalada la contaduría, se ha acondicionado para la
presentación de la importante colección de obras textiles. A continuación
destacamos algunas de las obras de mayor calidad.
Aparición de
Cristo a la Magdalena
Esta tabla, que fue pintada en el taller del
salmantino Fernando Gallego hacia 1495, formó parte del antiguo retablo mayor
de la catedral, al igual que la del Pentecostés que la acompaña. Esta pintura
confirma su consideración como uno de los mejores representantes de la pintura
hispano-flamenca en España, caracterizado por un estilo duro de gran fuerza y
realismo e intensos colores. Esta es una muestra de las originales pinturas que
realizaba para retablos de grandes dimensiones, donde el paisaje del fondo
adquiere una gran importancia. En la escena se representa la visita de las
santas mujeres al sepulcro, desconsoladas por encontrarle vacío, colocando en
primer plano el episodio en que Cristo se aparece a María Magdalena, al que se
acerca para comprobar si su visión era real, ante lo que Cristo responde Noli me tangere (no me toques). El tema
persigue tanto la exaltación de la Resurrección como de la Magdalena,
privilegiada por ser la primera persona que pudo ver a Cristo resucitado.
La pintura, como todas las que integraban el resto
del retablo, cuando se colocó otro nuevo neoclásico se dispersaron y se
perdieron. Al cabo del tiempo, las dos que permanecen en el museo fueron
donadas al obispo de Zamora por Ángeles Gómez de Villavedón y Justo Santos con
la intención de que volvieran a su lugar de origen.
Virgen con el Niño y San Juanito
Exquisita escultura labrada en mármol de Carrara en
1520 por Bartolomé Ordóñez para ser colocada en el sepulcro de don Juan
Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, en la iglesia de Santa María de Coca
(Segovia). Sin embargo, por motivos desconocidos, la imagen no se colocó en el
sepulcro destinatario y fue a parar a la iglesia del monasterio de los
Jerónimos de Zamora, desde donde pasó a la catedral tras el proceso
desamortizador.
Es una imagen impecable de ejecución y de evidente
estilo italianizante, fruto de la formación del escultor en contacto con los
grandes maestros renacentistas italianos. Representa a la Virgen de pie, como
una elegante y bella madonna con un
sensacional trabajo de la cabeza y las manos, sujetando sobre su brazo
izquierdo la delicada figura del Niño Jesús desnudo, que en su mano derecha
sostiene un racimo de cerezas y con gesto naturalista parece lloriquear porque
su primo San Juanito, que aparece de pie y colocado a la derecha de la Virgen,
se ha apropiado y oculta un pajarito que Jesús tiene sujeto con un cordón rojo
parcialmente desaparecido. En la base se coloca la cabeza de un querubín
sonriente.
Virgen de Belén
A principios del siglo XVII se desarrolló en Toro
una importante escuela escultórica en la que, bajo la influencia de la escuela
vallisoletana encabezada por Gregorio Fernández, destacaron una serie de
escultores que contribuyeron a la génesis del Barroco realizando una depurada
obra de considerable calidad. Entre los nombres con más personalidad se
encuentran Sebastián Ducete y Esteban de Rueda, que entre 1609 y 1620
trabajaron asociados. Si el primero se ajusta más al dramatismo de Juan de Juni
que a la obra de Gregorio Fernández, el segundo se caracteriza por impregnar a
su obra un carácter místico e intimista.
Una buena muestra de ello es la bella imagen de la Virgen de Belén realizada por ambos
alrededor de 1610 para una capilla de la desaparecida iglesia toresana de San
Marcos, desde donde pasó al convento de Santa Clara. Finalmente fue donada a la
catedral por el arcipreste Bartolomé Chillón en 1946.
La Virgen está representada en busto, en actitud de
oración y con la cabeza ligeramente inclinada hacia la figura del Niño, que
aparece reposando horizontalmente bajo sus brazos configurando una escena
intimista. La Virgen aparece ataviada con una túnica, un manto muy ligero
superpuesto y un elegante juego de tocas que dejan al descubierto una melena
rizada entre la que son visibles las orejas. Su rostro es de gran belleza, con
gesto de ensimismamiento al tener la mirada clavada en el Niño, ante el que
insinúa orar al colocar las manos
juntas, ligeramente levantadas y desplazadas con elegancia hacia su
izquierda, cruzando por el frente su brazo derecho. A la serenidad de la Virgen
se contrapone el dinamismo del Niño, que aparece tumbado, revolviéndose y
mirando a su Madre.
La talla, que se complementa con una refinada
policromía en la que afloran los tonos dorados, es una buena muestra del
virtuosismo técnico alcanzado por estos dos escultores en época protobarroca.
Custodia procesional
En una de las salas del museo se expone el carro
triunfante, con palio incluido, que porta la fantástica custodia elaborada en
1515 en plata por Pedro de Ávila, una de las obras de orfebrería renacentista
más destacadas de España.
El aspecto actual de la pieza incluye posteriores
añadidos que realzaron su riqueza y su altura, como el basamento inferior, con seis
leones alados, realizados en 1800 por el platero Narciso Sánchez y el pedestal de
la base con niños atlantes y cartelas con escenas bíblicas incorporado en 1598
por el orfebre Antonio Rodríguez de Carbajal, también autor en 1590 de los
varales que sujetan el palio.
La custodia original está compuesta por un zócalo
inferior calado y recorrido por un friso con nichos, dispuestos entre columnillas,
que contienen relieves en plata sobredorada con escenas de la Pasión, así como
figuras alegóricas y los evangelistas. Un zócalo superior, de menor tamaño,
repite un esquema similar, en este caso con escenas de la vida de la Virgen y
la infancia de Jesús. Sobre él se asienta la escena en bulto redondo de la
Sagrada Cena, en alusión a la institución de la Eucarístia, con una mesa
expresada con todo lujo de detalles, como mantel, cuchillos, copas, panes y
platos con aves y cordero, así como los apóstoles y Cristo sentados alrededor,
todo ello en plata sobredorada.
En el centro de la mesa, sujetado por dos
ángeles, se coloca un viril renovado en el siglo XVIII sobre el que se extiende
una bóveda estrellada con figurillas en las claves que representan el Sol, la
Luna y los planetas conocidos hasta entonces. Se rodea con seis pináculos en
cuyos arbotantes y bajo chambranas reposan figuras de profetas y otros
interiores de los que penden campanitas con la inscripción "Venite
adoremus".
Se remata en la parte superior con un abigarrado
doselete en el que se colocan las figuras de Moisés, David, San Juan Bautista,
San Pablo, Santiago y San Roque en torno a una representación del Árbol de Jesé
que contiene figuras de los reyes de Judá en su ramas y se corona con la Virgen
y el Niño. El cuerpo superior encierra la imagen de San Ildefonso, patrón de
Zamora, y rematando el conjunto se coloca la imagen de Cristo Salvador. En la
misma sala se exponen los faroles que acompañaban el monumento, que
originariamente portaban los molineros de las aceñas del Cabildo en la
procesión del Corpus Christi.
En plata está también cincelado el Altar del monumento, que consta de un
frontal central de gran tamaño y dos frontales laterales, realizados en 1723
por el prestigioso platero salmantino José Gabriel Zapata, un sagrario del
mismo autor de 1730 y ocho gradas repletas de candeleros en las que trabajaron
Manuel García Crespo en 1733 y Manuel Flores Herrera en 1760.
La colección de tapices
Una de las joyas que guarda el museo es la colección
de veinte tapices de grandes dimensiones donados en 1608 a la catedral zamorana
por el Conde de Alba y Aliste, agrupados en seis series de diferente temática.
La Guerra y Destrucción
de Troya: está formada por cuatro tapices góticos, de los once originales, tejidos
en lana y seda en Tournai en el siglo XV en el taller de Pasquier Grenier.
Representan el Desembarco en Troya y el rapto de Elena; la Tienda de Aquiles;
Batallas con la muerte de Troilo, la Muerte de Aquiles por Paris y la Muerte de
Paris por Ayax; Los griegos dejando el gran caballo de bronce a las puertas de
Troya. En todos ellos figuran inscripciones que relatan la historia, así como
la identificación de los personajes.
Tapiz de
Tarquino Prisco: Elaborado en lana y seda en los célebres talleres de Arrás
hacia 1475, está considerado uno de los mejores tapices europeos del siglo XV.
Inspirado en la "Historia de Roma" de Tito Livio, es una exaltación
de Lucino, llamado por los romanos Tarquino Prisco, cuya vida se relata en
cuatro pasajes compuestos por innumerables figuras de gran delicadeza y
expresividad, ocupando el centro la ceremonia de su coronación.
Detalle del tapiz La Tienda de Aquiles |
Historia de la
Viña: Estos dos tapices fueron elaborados en lana y seda en Bruselas hacia
1500 y narran la conocida parábola evangélica en dos partes, El envío de los operarios y La distribución del denario. Se
incorporan a la narración otras escenas bíblicas, como la embriaguez de Noé, el
sacrificio de Isaac, Esaú vendiendo su primogenitura, la lucha de Jacob y el
ángel y el Lagar Místico, donde la sangre de Cristo es recogida por un papa, un
cardenal y un obispo.
Historia de
Aníbal: Consta de cinco tapices de los ocho de la serie original que fue
confeccionada en lana y seda en Bruselas en 1570. Su estilo ya es renacentista,
sobre cartones de Michel Coxcie, y las escenas se acompañan de grandes orlas
con figuras humanas, amorcillos, aves, flores y frutos. Representan El juramento de Aníbal, El paso de los Alpes, La llegada a Italia, El botín de Cannas y La embajada a Cartago. Llevan la doble B
y el escudete que identifica al taller, así como la marca del maestro licero
François Geubels.
Serie del rey
David: Son dos tapices de calidad sensiblemente inferior a los anteriores
que fueron elaborados en lana a finales del siglo XVI en un taller secundario,
posiblemente en Audenarde. Representan las escenas de La lucha de David y Goliat, inspirada en el Libro I de los Reyes, y
David tocando el arpa ante Saúl, una
escena de tipo cortesano en el interior de un palacio renacentista. Ambos se
acompañan de anchas orlas con frutos y flores.
Detalle del tapiz Tarquino Prisco |
Serie de las
Artes: Está compuesta por seis tapices elaborados en lana y seda en algún
taller de Bruselas en 1654, con una estética en orlas y escenas de estilo
barroco. Representan Las Artes, una escena
con personificaciones alegóricas de la Gramática, la Dialéctica y la Retórica (Trivium),
acompañadas de la Astronomía, la Música y la Aritmética (del Cuadrivium); La Música, con dos mujeres y un hombre
tañendo instrumentos de cuerda en un jardín; La Historia, personificada en una matrona que conversa con Cronos
(el Tiempo); El Comercio, con
Mercurio, dios de los mercaderes, como protagonista, que aparece sentado junto
a una lonja; La Riqueza, una elegante
mujer rodeada de cofres llenos de alhajas, de mercaderes que cuentan el dinero
y de un geniecillo que simboliza la ambición; El Arte Militar, con alegorías de la Geometría y la Arquitectura
junto a una fortaleza y un cañón.
HORARIO DE VISITAS:
Del 1 de marzo al 30 de septiembre
Mañana: De 10 a 14 h. / Tarde: De 16,30 a 18,30 h.
Mañana: De 10 a 14 h. / Tarde: De 17 a 20 h.
Abierto todos los días.
TARIFA:
Entrada general: 3 €.
Entrada Reducida: 1,50 € (jubilados, estudiantes acreditados y grupos
de más de 25 personas.
Muy interesante todo. Sólo me gustaría hacer una puntualización, aunque añado que no soy un experto, sino sólo un aficionado. La cúpula de la catedral de Zamora "no repite el mismo tipo de experiencias practicadas" en las catedrales de Salamanca (vieja), Plasencia, y en la Colegiata de Toro, sino que es al contrario. Son estos tres últimos casos los que repiten, imitan o siguen la experiencia marcada por el cimborrio o cúpula de la catedral de Zamora que es, sin duda, el primero en el tiempo de todos ellos.
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