PORTADA DEL
JUICIO FINAL
Anónimo
1180-1190
Piedra labrada
y fustes romanos reaprovechados
Iglesia de
San Trófimo, Arlés
Escultura románica.
Escuela provenzal
CONSIDERACIONES GENERALES
El arte Románico dejó diseminado por distintas
regiones francesas un impresionante legado escultórico cuyo variadísimo
repertorio siempre aparece supeditado a los elementos arquitectónicos de los
majestuosos edificios. El fenómeno de creación escultórica en Francia, fiel
reflejo de la "Iglesia dominante", representa un proceso de creación
que se integra en la esencia de la cultura medieval creando un universo
original y peculiar que se convierte en uno de sus mejores exponentes, siempre
alentado por la religión concebida como un misterio y la idea de Dios como un
ser omnipotente y omnipresente, explicado como la única esperanza para no sucumbir en un mundo
incierto y oscuro.
El punto de partida se encuentra en los tímidos
ensayos prerrománicos ejercitados por los pueblos bárbaros —ostrogodos,
francos, lombardos y visigodos— que apenas cultivaron la escultura monumental
tan característica del legado grecorromano, limitándose a realizar, junto a
sofisticados trabajos de orfebrería, obras de pequeño formato de carácter
ornamental que recogían algunas influencias del lejano Bizancio, imperio que
fuera depositario del legado clásico.
De modo que, después de las experiencias griegas y
romanas, se diría que se hizo la noche en el campo de la escultura,
desapareciendo por completo en el mundo occidental el tipo de obras monumentales
que caracterizaron a aquellas culturas mediterráneas. Esto se mantuvo hasta que
con el arte Románico, especialmente en territorio francés, comenzó en el siglo
XI un proceso evolutivo que culminó en el XII y que abrió la senda a la
progresiva eclosión escultórica del arte Gótico.
En los inicios de este proceso las figuras ofrecían
un rudo tratamiento dominado por un esquematismo simplista y un fuerte sentido
geométrico, con anatomías toscas y desproporcionadas y las vestiduras pegadas
al cuerpo, siempre ajenas a la búsqueda de un mínimo naturalismo. A lo largo
del siglo XII se aprecia una evolución hacia formas más libres, sin perder su
carácter esquemático, en el que las vestiduras se van despegando de los cuerpos
para adquirir un marcado relieve en el que los escultores más avezados
incorporan una gran profusión de pliegues menudos y repetitivos en un intento
de emular la realidad, así como unas anatomías potentes, generalmente repetitivas
y de canon poco esbelto, que destacan de los fondos para producir un fuerte
contraste de luces y sombras.
Es entonces cuando quedan consolidadas las
características que definen la escultura románica monumental, entre las que se
encuentran su finalidad decorativa, su supeditación al marco arquitectónico, su
concepción eminentemente frontal y su carácter simbólico y alegórico para
representar ideas concretas de carácter catequético, ajenas a cualquier tipo de
naturalismo o modo de percibir la realidad a través de los sentidos,
enfatizando el mensaje ideológico de una determinada visión de la ética y las
creencias, en suma, ajustadas a la predicación de la ortodoxia religiosa. En
las representaciones escultóricas las figuras humanas, animales, vegetales y
objetos presentan una realidad ingenua y sistemáticamente deformada para
expresar un trasfondo ideológico, ajeno a la belleza natural, cuyos matices
configuran un tipo de estética cuyas imperfecciones formales paradójicamente se
convierten en su mayor atractivo, en algunos casos con resultados sorprendentes
y fascinantes, no exentos de expresionismo.
El repertorio escultórico románico persigue la
belleza espiritual, no la corporal, incidiendo en la idea del pecado y de la
salvación, motivo por el que se prescinde de la representación del cuerpo
desnudo y de todo lo que pueda resultar sensitivo o sensual, pues el cuerpo es
concebido como prisión del alma que, a través de la práctica de la virtud,
puede alcanzar la vida eterna. Para ello se recurre a la representación de
aquellos pasajes bíblicos y evangélicos de los que emanan enseñanzas
moralizantes, en ocasiones entremezclados con personajes mitológicos que
simbolizan los mismos valores —Sansón y Hércules— y acompañados de todo un
repertorio de figuras humanas y animales reales o fantásticos con los que se
simbolizan determinados vicios o pecados que se han de combatir, como la
avaricia, la lujuria, la pereza, la envidia, etc., o mostrando directamente el
castigo de los pecadores.
Ángeles apocalípticos |
El lugar preferido para presentar estas prédicas
visuales son los capiteles de portadas, ventanales y claustros, alcanzando su
máxima expresión en las portadas de las iglesias, que adquieren el valor de un
auténtico "escaparate" público y permanente en el que la acumulación
decorativa se muestra como toda una declaración de los principios religiosos
imperantes en la época, determinados por el temor a un Dios vigilante e
implacable, según un programa iconográfico meticulosamente calculado para
atemorizar y aleccionar a los fieles.
En unas ocasiones el programa escultórico se
distribuye por toda la fachada, como ocurre en Notre Dame la Grande de Poitiers
o en la catedral de Saint Pierre de Angulema, aunque lo más habitual en el
siglo XII es que se concentre en las portadas, donde se generaliza la
colocación de un tímpano en el que aparece el Pantócrator o Cristo en
majestad, sedente en el interior de una mandorla, coronado como rey, sujetando
las Sagradas Escrituras, en actitud de bendecir y rodeado de los símbolos del Tetramorfos —el águila, el león, el toro
y el hombre— que aluden a los Cuatro Evangelistas.
En unas ocasiones los tímpanos muestran pasajes
evangélicos que glorifican a Cristo, como en el caso de Saint Sernin de
Toulouse con el tema de la Ascensión
o el Pentecostés representado en Sainte
Marie-Madeleine de Vézelay, aunque se convertiría en un tema recurrente el Juicio Final, cuyo contenido
apocalíptico cobraría una especial dimensión desde la incertidumbre creada por
el cambio de milenio, alcanzando una especial expresividad en Sainte Foy de
Conques, en Saint Pierre de Moissac, en Saint Lazare de Autun (con estilizadas
figuras labradas en el siglo XII por Gislebertus) y en San Trófimo de Arlés, en
todos los casos con el tamaño de las figuras jerarquizado según su importancia
dentro de la narración.
EL ROMÁNICO PROVENZAL
Sabido es que el Románico es concebido en el siglo
XII como un movimiento artístico unitario, es decir, que las pautas estéticas
de la pintura y escultura eran seguidas por igual en todos los territorios
europeos, del mismo modo que en todos los países de edificaba de la misma
manera, se cantaba de igual forma (canto gregoriano) y se escribía en latín utilizando
la misma letra para la escritura (letra carolingia). Sin embargo, dentro de
esta uniformidad, el románico provenzal presenta unas características especiales
que encuentran su justificación en dos motivos fundamentales: su relación, por
razones de proximidad, con la simplicidad del románico lombardo, de cuyas
influencias no fue capaz de sustraerse, y la inspiración escultórica en los numerosos
vestigios romanos y paleocristianos diseminados por la región provenzal.
Cortejo de los elegidos (anterior) y de los condenados |
Por este motivo, el románico provenzal acoge
elementos tratados de forma diferente al de otros lugares, cuyo denominador
común es un fuerte sustrato clásico. Si en lo decorativo es frecuente encontrar
columnas de tipo romano, con capiteles corintios o compuestos, en ocasiones con
fustes marmóreos reaprovechados de ruinas romanas, en la elaboración de frisos
y tímpanos se toman como fuente de inspiración los trabajos escultóricos que
pervivieron en las ruinas romanas y especialmente en la masiva y variada muestra de
sarcófagos paleocristianos, en ocasiones reconvertidos en mesas de altar.
Ello explica que frisos y tímpanos presenten una
gran acumulación de figuras humanas en las que subyace un fuerte clasicismo
inexistente en otros lugares, que el repertorio decorativo recurra a motivos
clásicos romanos, como grecas, palmetas, ovas, rosetas, roleos, etc., y que tengan
presencia personajes y animales mitológicos —leones, centauros, etc.— en
detrimento de los animales fantásticos relacionados con los bestiarios
medievales, tan comunes en otras manifestaciones del románico europeo. Sirvan a
título ilustrativo los trabajos de exquisita finura y pervivencia clásica que
presentan las portadas de Saint Gilles du Gard y de Saint Trophime de Arles, ambas
del siglo XII.
San Trófimo |
SAN TRÓFIMO
Trófimo era un gentil procedente de Éfeso que
acompañó a San Pablo en su tercer viaje, siendo el causante de las iras
desatadas por los judíos contra el apóstol en Jerusalén por haber mancillado el
templo al permitir entrar en él a un gentil. Su nombre también es mencionado en
la segunda Epístola a Timoteo, donde se menciona que Trófimo permaneció enfermo
en Mileto.
Una leyenda cuenta que este discípulo de San Pablo,
tras pasar por Roma, llegó a Arlés el año 46, encabezando una comunidad
cristiana asentada en la necrópolis de Alyscamps de la ciudad. En esta idea
abundaba el papa san Zósimo cuando en 417 escribió a los obispos de las Galias
manifestando que la Santa Sede1 había enviado a aquellas tierras a
Trófimo, cuyas predicaciones en Arlés extendieron la fe cristiana por toda la
comarca. Con el deseo de prestigiar los orígenes de las sedes episcopales, se
identificaba erróneamente a Trófimo con el discípulo de San Pablo.
Sin embargo, ciento cincuenta años después san
Gregorio de Tours aclaraba que san Trófimo fue uno de los siete apóstoles de la
Galia que en tiempos de Daciano, a mediados del siglo III, habían sido enviados
desde Roma para evangelizar aquellas tierras: Dionisio (París), Gaciano
(Tours), Saturnino (Toulouse), Pablo (Narbona), Marcial (Limoges), Austremonio
(Auvernia) y Trófimo (Arlés), que está considerado como el primer obispo de
Arlés, no conociéndose nada más de su biografía.
EL PÓRTICO DEL JUICIO FINAL DE SAN TRÓFIMO DE ARLÉS
La primitiva catedral de Arlés se comenzó a levantar
en el siglo V en el lugar en que se encuentra, siendo mencionada en tiempos del
obispo san Hilario (429-449) bajo la advocación de San Esteban. En el año 972
fueron trasladadas a ella las reliquias de San Trófimo, que había sido
enterrado en el cementerio de Les Alyscamps, cuya devoción popular originó el
cambio de advocación del templo por la del santo obispo de Arlés. Entre los
siglos X y XI la iglesia fue paulatinamente renovada, realizándose en 1152 la
solemne colocación de las reliquias de San Trófimo en su interior y el cambio oficial de advocación.
Tiempo
después la fachada se decoró con la suntuosa portada del Juicio Final, en cuya
composición la figura del santo ocupa un lugar destacado, y se levantó un nuevo
claustro decorado con numerosas esculturas del mismo taller que trabajó en la
portada. Ya en el siglo XV se levantaría una nueva cabecera gótica en la que
convergen las naves románicas. Conviene recordar que Arlés era el punto de
partida del ramal de la Ruta Jacobea que partía de Provenza.
La portada del Juicio Final es una de las más bellas
creaciones del arte románico europeo, que, como ya se ha dicho, se aleja del
expresionismo imperante en el siglo XII en Borgoña y el Languedoc para mostrar
una impecable factura, imbuida de una serenidad clásica que se traduce en una
belleza majestuosa relacionada con los vestigios romanos.
En primer lugar hay
que destacar que la portada aparece añadida y destacada del muro de la fachada,
como ocurre en muchas iglesias lombardas, y que su estructura se inspira en un
arco de triunfo romano, posiblemente por influencia del existente en la cercana
población de Saint Remy. En su composición son utilizadas columnas despegadas
del muro para sustentar grandes frisos, cuyos fustes, incluido el del parteluz,
proceden del teatro romano de Arlés, predominando en ellas los capiteles
corintios clásicos. De inspiración clásica es también el variado repertorio
decorativo que se despliega en arquivoltas, pilastras adosadas, cornisas, molduras
que recorren los frisos y bajos de las formas adinteladas.
En su dispar programa iconográfico destaca el tema
del Juicio Final, al que se dedica la
mitad superior de la portada aludiendo a la Parusía
o segunda venida de Cristo para juzgar a vivos y muertos. En el tímpano aparece
un Pantocrator con la figura
monumental de Cristo en Majestad
dentro de una mandorla que evoca la esfera celeste. Está sentado, coronado como
rey de reyes, sujetando el libro de la Ley y bendiciendo. Su estilizada figura
aparece revestida por una túnica y un manto que forman menudos y abundantes
pliegues, incluidos los bordes, que le impregnan de un fuerte clasicismo.
La
fina factura se repite en los símbolos del Tetramorfos
que le flanquean, tradicional representación de los cuatro Evangelistas. Esta
escena celestial se completa con un juego de arquivoltas decoradas con motivos
clásicos y un coro de 34 ángeles que alineados ocupan el intradós del arco que
cobija el tímpano, en cuyo centro otros tres ángeles hacen sonar las trompetas
apocalípticas.
Completando la composición del tímpano aparecen las
figuras de los Doce Apóstoles que,
sedentes, portando libros a modo de jueces y con las cabezas ligeramente
giradas insinuando una conversación entre ellos, ocupan el dintel colocado
sobre la puerta en entrada, creando un ritmo armónico que huye del hieratismo.
En los extremos del dintel aparecen dos relieves: uno que representa al
patriarca Jacob y otro con el castigo del avaro, que con una bolsa de dinero al
cuello sirve de asiento a otro patriarca.
Relacionados con el Juicio Final aparecen a los lados dos grandes frisos que se apean
sobre las columnas exentas y siguen una forma escalonada. En la parte izquierda
se representa el cortejo de los Elegidos,
en el que desfilan mujeres cubiertas con tocas y hombres con amplios mantos,
apareciendo al frente del mismo un ángel que entrega sus almas, con forma de
niños, a los patriarcas Isaías, Jacob y Abraham, que aparecen sedentes y con
las almas en su regazo en el Paraíso, según se deduce de los árboles colocados
a sus espaldas.
En el lado opuesto el gran friso representa el
impactante cortejo de los Condenados,
hombres y mujeres desnudos que amarrados por gruesas cadenas caminan entre
llamas, destacando el trabajo minucioso de las cabezas, con las pupilas
perforadas. La secuencia se inicia en la jamba, donde un ángel portando un
bastón de mando y una espada cierra la puerta del Paraíso a los condenados, que
manifiestan su desesperación llevándose las manos a la cabeza. También
relacionados con el Juicio Final
están dos relieves colocados en el lateral izquierdo, uno que representa el Pecado Original como origen de todos los
males y otro con San Miguel pesando las
almas, a los que se suma otro en el lateral derecho con El demonio castigando la lujuria.
La Anunciación |
A partir de la imposta inferior de los frisos cambia
el significado de las escenas para mostrar un contenido de carácter terrenal,
comenzando por los capiteles que rematan las pilastras estriadas de la puerta y
el capitel del parteluz. En éste aparece un bello ángel cuyo relieve bien puede
estar inspirado en un sarcófago romano. En el capitel de la parte izquierda se
representa El sueño de José y la Anunciación, mientras que en el de la
derecha aparecen el Nacimiento y el Bautismo de Cristo.
Estos episodios referidos a la infancia de Cristo
tienen continuidad en los frisos que, a un lado y a otro, coronan el cuerpo
medio de la fachada. En la derecha se muestra el Anuncio a los pastores con rebaños de ovejas y cabras, El sueño de los Reyes, con los tres
Magos compartiendo la misma cama mientras son avisados por un ángel, y La Adoración de los Reyes Magos, con las
figuras de los caballos, los Reyes y la Virgen con el Niño bajo arquerías. En
el lado opuesto aparecen Los Reyes Magos
ante Herodes, igualmente bajo arquerías, la Matanza de los inocentes y la Huída
a Egipto.
El Nacimiento |
En el frente de la parte izquierda, entre pilastras
adosadas decoradas con roleos en relieve, aparecen en disposición frontal las
figuras monumentales de San Bartolomé,
Santiago el Mayor y San Trófimo, titular de la iglesia, que es coronado por ángeles. El apostolado se acompaña en las jambas sin derrame con
las figuras de San Juan y San Pedro. Repitiendo el mismo esquema,
en la parte derecha aparecen en las jambas San
Pablo y San Andrés y en el frente
La lapidación de San Esteban, antigua
advocación de la iglesia, junto a Santiago
el Menor y San Felipe. Todos
ellos ofrecen cabezas personalizadas y la talla de los atributos y vestiduras
realizados con una gran finura de inspiración clásica.
En el nivel inferior un conjunto de escenas y
animales hacen referencia al inframundo o estado de la humanidad antes de la
llegada del mensaje cristiano. En el espacio de las jambas aparecen grandes
leones devorando hombres como símbolos de la derrota bajo el pecado y las
fuerzas infernales, mientras que en las basas de las columnas se recrean
grandes cabezas de leones junto a pasajes bíblicos y mitológicos en los que
estos animales también tuvieron protagonismo, como la historia de Hércules y el león de Nemea, Sansón y Dadila y Sansón luchando contra un león, ambos en la parte izquierda, y Daniel entre los leones y el Combate de una cabra y un león en la
derecha.
Detalle de San Juan y San Pedro |
A estas escenas simbólicas y moralizantes se suman relieves colocados
en los laterales de inspiración mitológica, como Hércules y los Cercopes y Hércules
con la piel de toro en el muro izquierdo y Leones con un centauro en el derecho.
Los trabajos escultóricos se completan con los
canecillos que sustentando el frontón representan cabezas de animales, figuras
humanas y formas vegetales, que, al igual que los capiteles de las columnas y
los múltiples motivos florales y geométricos que decoran el alero y toda la
portada, presentan un exquisito tratamiento en su ejecución.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Detalle de San Pablo y San Andrés |
NOTAS
1 La
identificación con el Trófimo que menciona san Pablo es una de las invenciones
características del martirólogio de Adón, según consta en «Martyrologes Historiques» de Quentin, pp.
303 y 603, y en «Fastes Episcopaux» de Duchesne, vol. I, pp. 253-254.
León devorando a un hombre como símbolo del pecado |
Daniel entre los leones como símbolo de la protección divina |
Sansón y Dalila y Sansón luchando con el león, símbolo del combate contra el mal |
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