27 de mayo de 2016

Theatrum: BELÉN NAPOLITANO, un sorprendente divertimento multidisciplinar (y IV)








BELÉN NAPOLITANO
Varios autores y artesanos
Siglo XVIII
Madera y terracota policromada, textiles, cera, metales y vidrio
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca y rococó. Escuela napolitana









(Continuación del artículo publicado el 20 de mayo 2016)

CONSIDERACIONES GENERALES

En los tres capítulos anteriores se han presentado los principales componentes y temas concretos que integran el belén napolitano. Toca ahora referirse a la colección en su conjunto para seguir desvelando ciertas claves que ayuden a ser mejor interpretada y así poderla disfrutar de forma más intensa. Como punto de partida, nos referiremos a ciertas consideraciones sobre este tipo de manifestación artística, que tantos admiradores tiene en todo el mundo, a partir del relato que nos ofrece.

Relato de un mito
A pesar de lo determinante que es el componente profano en el belén y la condición de divertimento laico que suponía para los propietarios napolitanos, que lo exhibían en sus salones como un alarde de lujo y riqueza, en él se materializa el relato de un mito que nació vinculado al solsticio de invierno y que representaba un sentimiento natural de renovación permanente que tiene su origen en el culto a Mitra, en cuyo honor sus seguidores romanos celebraban anualmente la fiesta del Natalis Solis Invicti. La Iglesia haría coincidir el nacimiento de Cristo con esta misma fiesta, siendo la fecha del 25 de diciembre confirmada oficialmente por el papa Liberio el año 354 para que el misterio cristiano de la Natividad fuese conmemorado y celebrado en todo el mundo.

Pero a pesar de que la celebración del Nacimiento de Jesús es el hecho que rememora y da origen a la representación, el tipo de representación napolitano nada tiene que ver con el rito litúrgico habitual en iglesias y conventos, sino que responde a una nueva orientación que se materializaba en Nápoles en el siglo XVIII, donde los artistas se implicaron en la creación de un mundo de ensoñación en el que todo es posible, como ocurre en una representación teatral. Para ello, la realidad cotidiana es trastocada y reconvertida en clave de fiesta, de modo que la propia ciudad se convierte en un escenario ideal en el que ocurren acontecimientos fantásticos de los que todos se benefician. De esta manera, el mito religioso se funde con el profano para que tanto el cuerpo como el espíritu queden saciados en la representación, el primero con la abundancia de manjares y el segundo con el nacimiento de Cristo.

La significación del belén napolitano es compleja por la variedad de elementos que en él concurren. Algunos le interpretan, al hilo de las ideas de la Ilustración, como una reflexión sobre la mítica Arcadia, de cuyo ideal se participa al hacer coincidir naturaleza y ciudad, belleza tangible y espiritualidad, sentidos e intelecto, hecho que le confiere un significado completamente diferente al belén devocional.

Relato de un símbolo
El belén napolitano también se puede interpretar en clave simbólica si se tiene en cuenta que en la trama representada subyace de forma alegórica el triunfo del bien sobre el mal y de la virtud sobre el vicio. Pero no sólo eso, pues la sociedad dieciochesca, que con tanta fidelidad se reproduce en el belén, estaba férreamente jerarquizada según el orden implantado por las monarquías absolutistas, quedando también esta circunstancia de poder reflejada en la presencia dual de unos reyes terrenales y del Rey celestial, ambos amparados por el poder de sus ejércitos, en un caso con legiones armadas y en otro por huestes sobrenaturales de ángeles.
Simbólica es también la contraposición explícita entre las clases dominantes y el pueblo llano. En las primeras se patentiza la acumulación de riquezas como sinónimo de una vida de opulencia y refinamiento cortesano, mientras que los personajes de las capas más populares se muestran ocupados en conseguir lo más inmediato para su  subsistencia al borde de lo grotesco, en algunos casos con evidentes signos de insalubridad.

De igual manera, si atendemos al significado de la presencia callejera de mendigos y ciegos, considerados en los montajes napolitanos como ánimas errantes retornadas temporalmente al mundo real, el belén adquiere el valor simbólico de una puerta ritual, a modo de exorcismo, que temporalmente permitía la comunicación entre dos mundos antitéticos: el de los vivos y el de los muertos.

Relato de una tradición
El belén napolitano constituye el relato de la tradición religiosa que implantara el santo de Asís en 1223, según lo describe su primer biógrafo Tomasso di Celano, fraile franciscano autor en 1228 de la obra Sanctus Francisci Assissiensis, vita et miracula, si bien interpretada en clave bien distinta mediante la incorporación de motivos laicos, totalmente novedosos, reflejo de la sociedad ilustrada del momento.

En el belén napolitano, aunque subyace aquella tradición religiosa que fue su razón de ser, se mueve en otro ámbito de intenciones hasta convertirse en una creación desacralizada, en una expresión de arte popular que roza lo irreverente y que se regocija con la inclusión de anacronismos lúdicos, de carácter profano, que se fusionan con naturalidad con el relato religioso, de modo que, mezclados convenientemente, el pueblo napolitano podía reconocerse en ellos. En este sentido, el belén refleja la comicidad también presente en los escenarios teatrales, participando del mismo espíritu mordaz que animaba la ópera bufa y la Comedia del Arte, cuyos protagonistas, Arlequín y el criado Pulcinella, eran incorporados a los belenes.

Por este motivo, el belén napolitano no sólo adquiría significado en tiempo de Navidad, sino que sus propietarios, alentados por la fiebre del coleccionismo, tendieron a convertirle en una exhibición permanente, en una tradición lúdica que llenaba sus ratos de ocio durante muchos días del año, en un divertimento culto y creativo que permitía mostrar su inventiva, sensibilidad, preparación cultural y riqueza, cuyo fin último era el prestigio social en el ambiente de "napoletanità".

APARICIÓN DE LOS "PRESEPI NAPOLETANI" DIECIOCHESCOS  

El fenómeno tiene su origen cuando en el siglo XVII en Nápoles se abandonan las pautas escultóricas tradicionales, en piedra o madera, para comenzar la elaboración en terracota de figuras de pequeño formato, lo que permitía a personajes de la realeza, la aristocracia y la burguesía satisfacer su deseo de colocar en sus residencias belenes similares a los que recibían culto en iglesias y conventos. Esto queda demostrado en la obra Il Presepe architettato in nove ragionamienti historicicomorali, publicada en 1689 por el sacerdote Andrea Mastellone y considerada como el primer tratado sobre el arte del belén.

A partir de entonces se inicia un proceso de transformación hacia el prototipo que hoy conocemos. En los primeros años del siglo XVIII se recurre a figuras de vestir a partir de maniquíes de madera, con la cabeza y el tronco tallados en una sola pieza y los brazos y piernas articulados, con el mismo tratamiento que las bambolas para niños de la época y con una medida oscilante entre los 35 y 45 centímetros de altura. En una segunda fase las figuras, igualmente concebidas para vestir con telas reales, pasarían a elaborarse mediante el original sistema de ensamblaje que ya se ha explicado, con el cuerpo en forma de maniquí, formado por estopa enrollada en alambre maleable, y las cabezas, brazos y piernas talladas por separado para cumplir un papel determinado. 
Estéticamente era un momento en que la exaltación barroca confluye en las depuradas formas del Rococó, estilo nacido en Francia en 1700 y en el que las dinámicas formas barrocas aparecen interpretadas en clave de refinada ligereza y sutil elegancia.

El fenómeno es contemporáneo al auge popular del teatro y la ópera por parte de una burguesía entregada con pasión a los espectáculos, hecho que favoreció la construcción en Nápoles de grandes teatros concebidos como nuevos templos de ocio y cultura. Paralelamente, se generalizó el gusto por los bailes, las mascaradas, las cabalgatas y todas aquellas actividades relacionadas con los espectáculos. Esta afición por el espectáculo es la que va a proporcionar las claves para la definición del novedoso belén napolitano.

Una obra teatral de carácter poético, relacionada con las representaciones en los teatros de la ciudad en tiempo de Navidad, proporcionaría a los artistas napolitanos los arquetipos que aparecen invariables en el belén, que junto a las producciones teatrales se convertiría en expresión fundamental de la cultura artística de la ciudad de Nápoles en el Settecento. Se trata de La Cantata dei Pastori, obra compuesta en 1698 por el dramaturgo Andrea Perrucci (1651-1704), nacido en Palermo y napolitano de adopción, que narra en verso las vicisitudes de María y José durante su viaje a Belén a partir de pasajes tomados de los evangelios apócrifos. En clave de farsa, el relato incorpora personajes bufonescos para la distensión del drama, como Razzullo, escribano de hambre feroz y gran torpeza, de acentuada comicidad, que despertaba pasiones entre los espectadores. Al cabo de un tiempo también se incluyó el personaje de Sarchiapone, un barbero chiflado cuyas excentricidades se relacionaban con la Comedia del Arte.

El éxito de este novedoso recurso de libertad literaria y teatral de utilizar personajes subversivos en una composición religiosa, provocaría que las compañías teatrales, de forma paulatina —La Cantata dei Pastori se representó a lo largo de todo el siglo XVIII—, tendieran a dilatar las escenas cómicas en detrimento del contenido sacro del drama, hecho que resultaría trascendental para la creación del repertorio iconográfico de las figuras de los belenes, cuya dicotomía entre lo sagrado y lo profano recoge la influencia de la célebre Cantata.    

Por este motivo es difícil dar solución a la tradicional polémica acerca del origen de la tradición belenista napolitana, para unos de origen aristocrático por el carácter de sus comitentes iniciales, para otros de origen popular por el fervor con que era recibida la grandiosidad de los montajes y la diversión que producía observar la presencia de personajes populares en escenas que reproducían la vida cotidiana, mezclando, con inusitada normalidad, unas escenas anacrónicas, cargadas de humor e ironía, con otras de contenido estrictamente religioso.

El montaje del belén napolitano gozaría de una especial atención por parte de los monarcas, como Carlos VI, para el que en 1707 realizó un célebre montaje el arquitecto Gian Battista Nauclerio que dio lugar a la emulación de esta afición por parte de las clases aristocráticas de la ciudad. No obstante, más decisiva fue la afición mostrada por Calos VII (futuro Carlos III de España), que para la elaboración de figuras recurrió a los prestigiosos artistas que trabajaban en la Real Fábrica de Porcelana de Capodimonte, por él fundada en 1738 con motivo de su matrimonio con María Amalia de Sajonia, que también compartía la afición, y a los telares de la Real Fábrica de Tejidos de San Leucio, fundada por el monarca en las proximidades de Caserta en 1750.   

Entre los principales autores de pastori se encuentran el gran escultor Guiseppe Sanmartino (1720-1793), Francesco Celebrano (1729-1814), Lorenzo Mosca (1720-1793), Angelo Viva (1748-1837, Salvatore di Franco (activo 1770-1815) y Guiseppe Gori (activo 1770-1820), a los que se suman los especialistas en animales Francesco Gallo (activo 1770-1829), Giuseppe da Lucca (activo 1785-1827), Francesco y Nicola Vassallo, Francesco di Nardo (activo 1710-1758), Domenico Punziano (activo 1727-1735) y Carlo Amatucci, así como Antonio Venaccia, refinado autor de instrumentos, y Leopoldo Amoroso, orfebre de sofisticados recipientes.

Antigua instalación en el Palacio de Villena
EL BELÉN NAPOLITANO DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA

El Belén napolitano del Museo Nacional de Escultura responde a un arduo y prolongado proceso, a lo largo de veinte años, de compra de piezas en el mercado de antigüedades por parte de los coleccionistas madrileños Emilio y Carmelo García de Castro Márquez, que lograron reunir una colección que ofrece todos los elementos y escenas preceptivas de todo belén napolitano al completo, con 620 piezas elaboradas entre 1725 y 1790 de las que 184 son pastori elaborados por destacados escultores y artesanos, aunque en gran parte desconocidos por no estar firmados, todas con una gran unidad estilística que encajan como una maquinaria de precisión. Entre las piezas se encuentran 26 figuras atribuidas a Francesco Celebrano, que representan parejas con el traje típico de diferentes provincias napolitanas, y un grupo de verduras en barro policromado firmado en su base por Eduardo Ingaldi.

En 1996 la colección, que incluía el decorado para el montaje trazado por los propios coleccionistas, fue adquirida por el Estado, que la destinó al museo vallisoletano. Desde entonces y hasta diciembre de 2015 fue expuesta, tal y como lo habían concebido sus antiguos propietarios, a modo de gran diorama dentro de una larga vitrina que ocupaba una sala del Palacio de Villena1.

Actual instalación en el Palacio de Villena
Desde el 22 de diciembre de 2015 pasó a ocupar en el mismo edificio la sala concebida inicialmente como biblioteca, de mayores dimensiones y con diferente planteamiento expositivo. El diseño corresponde a Ignasi Cristià, especializado en Escenografía y Dramaturgia, que ha concebido el espacio como una "caja mágica", de tonos oscuros en la que destaca una gran vitrina que ampara el belén, en el que se ha prescindido del plastico anterior para crear dos profundas perspectivas que confluyen en una panorámica con una vista del Vesubio. El espacio escénico consta de un pavimento de aspecto pizarroso y organizado en terrazas, junto a la evocación de una serie de arquitecturas que en forma de paneles con fotomontajes reproducen en tonos neutros algunos edificios existentes en Nápoles.

La nueva sala incorpora una serie de vitrinas que, a modo de rito iniciático, explican al visitante las características de los componentes del belén napolitano, así como una vitrina en la que se expone el Misterio perteneciente al Belén Pérez de Olaguer, que conserva como decorado ilustrativo un templo de mediados del siglo XIX. En los muros aparecen paneles explicativos, de carácter didáctico, referidos al belén como fenómeno artístico genuino de la ciudad de Nápoles y al fondo un pequeño espacio en el que se proyecta un audiovisual sobre la actual ciudad italiana, su historia y su gente.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 Otro fantástico belén napolitano reunido por Emilio y Carmelo García de Castro, hermano y de igual categoría a la colección de Valladolid, fue adquirido en 2014 por la Fundación Católica San Antonio para ser depositado y expuesto en la colección permanente del Museo Salzillo de Murcia.

Bibliografía

TRAVIESO ALONSO, José Miguel. Presepium. En torno al Belén Napolitano del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. Domus Pucelae. Valladolid, 2008.


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