LA CAMPANA DE HUESCA o LA LEYENDA
DEL REY MONJE
José Casado del Alisal (Villada,
Palencia, 1832 - Madrid, 1886)
1880
Óleo sobre lienzo, 356 x 474 cm
Salón del Justicia, Ayuntamiento de
Huesca (depósito del Museo del Prado)
Pintura de historia del siglo XIX
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Ubicación del cuadro en el Ayuntamiento de Huesca |
Esta pintura conocida como La campana de Huesca, en la que se plasma
una leyenda atribuida al rey Ramiro II de Aragón, seguramente sea una de las
obras más truculentas e impactantes de toda la pintura española del género de
historia del siglo XIX. Con un formato considerable —3,56 x 4,74 m— constituye
la última gran obra maestra del pintor palentino José Casado del Alisal, que la
realizó en 1880, cuando a sus cuarenta y ocho años gozaba de la plenitud y
sabiduría de su oficio, siendo uno de los pintores más prestigiosos de su
tiempo y el primer director de la Academia de Bellas Artes de Roma, ciudad donde
remató el cuadro en el taller que tenía instalado en San Pietro in Montorio,
desde donde lo envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de España
celebrada en 1881.
LA LEYENDA DEL
REY MONJE
Ramiro II, rey de Aragón desde 1134 a 1157, fue conocido por el
sobrenombre de “el rey monje” por haber sido eclesiástico en su juventud, primero
como monje del monasterio francés de Saint-Pons de Thomières, donde le ingresó
su padre, Sancho Ramírez de Aragón, y después por ocupar el puesto de abad en el
monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca y llegar a ser obispo de Roda-Barbastro.
La pintura de Casado del Alisal plasma una leyenda atribuida a este rey que fue
recogida en la Crónica de San Juan de la Peña, redactada entre 1369 y
1372 —en tiempos de Pedro IV de Aragón— y recreada en el siglo XIX por diversos
escritores españoles, como el drama “El rey monje” de Antonio García Gutiérrez,
estrenado en 1837, o la famosa novela histórica que en 1854 publicara Antonio
Cánovas del Castillo con el título de “La campana de Huesca”, que
seguramente fue la que inspiró la composición del pintor dada la amistad entre
ellos.
El contexto histórico hay que situarle tras la muerte de Alfonso I de
Aragón, que murió sin descendencia, heredando la corona su hermano Ramiro II, por
entonces obispo de Roda-Barbastro. Rey sabio, lector de las obras de Virgilio,
Platón, Homero y Plinio, calígrafo, meditador y recolector de setas y plantas,
era un hombre de talante tranquilo, aunque con fuerte carácter. Siendo casi
anciano, estando retirado en el tranquilo monasterio benedictino de Thomières, en
1134 recibió la visita de un abad que le comunicó la situación en el reino de
Aragón tras haber fallecido su hermano el rey Alfonso I el Batallador, que en sus
últimas voluntades legó sus reinos a las órdenes militares del Temple, Hospital
y Santo Sepulcro. Pero, a pesar de las presiones del papa Inocencio II, aquel
testamento fue ignorado por la nobleza, que consideraba que podía atentar contra
la integridad territorial del reino, siendo elegido por las ciudades y los nobles
aragoneses su hermano Ramiro II como rey de Aragón y por pamploneses y navarros
García Ramírez como rey de Navarra, lo que suponía la división del reino.
Ante las noticias recibidas, Ramiro II acompañado de su escolta y el
informante se dirigieron al castillo de su hermano, donde, formalizada su
sucesión, el recién entronizado monarca llegó a enterase de que una serie de
nobles sublevados no respetaban la autoridad del monarca y que además no
entregaban el diezmo real, abusaban de los labriegos, raptaban a sus hijas y se
enfrentaban entre sí por cosas insignificantes, lo que degradaba el reino
dividido en una especie de taifas. Ante esta situación, el recién coronado rey
envió a un mensajero para pedir consejo al abad del monasterio de Saint-Pons de
Thomières, el que fuera su maestro y buen amigo durante su vida monástica. Escuchado
el problema, el abad condujo al mensajero a la huerta de la abadía y con una hoz
rebanó las coles más sobresalientes, diciéndole que comunicara al rey lo que
había visto en la huerta.
Ramiro II comprendió el mensaje y, aunque por sus principios religiosos
pretendía un reinado de paz, decidió afrontar una solución radical mediante una
original artimaña. Para ello convocó a los principales nobles aragoneses,
incluidos los levantiscos, en su palacio de Huesca y les preparó un copioso
banquete, tras el cual les invitó a contemplar en el sótano, uno por uno, lo
que consideraba su obra magna: la mayor campana jamás realizada, que se
escucharía en todo el reino de Aragón. Cada uno fue bajando acompañado de seis
escoltas, que tras cerrarse la puerta les degollaban y decapitaban,
encontrándose entre ellos los caballeros Ferriz de Lizana, Roldán, García de
Vidaura y Gil Atronillo. Terminada la severa purga, hizo bajar al resto de los
comensales, todos ellos nobles leales, que quedaron horrorizados al contemplar
las cabezas cortadas de los nobles formando un círculo en el suelo, mientras la
cabeza del arzobispo Pedro de Lucria, máximo responsable de la conspiración,
colgaba de una gruesa cuerda simulando el badajo de una metafórica campana.
Y, según parece, tras esta drástica purga en el palacio oscense y del
retiro del rey en el monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca, donde falleció
en 1157, el reino de Aragón conoció un periodo de paz y tranquilidad, pasando aquellos
hechos a formar parte de la memoria colectiva aragonesa.
La composición de la pintura de Casado del Alisal es aparentemente simple
para escenificar de forma comprensible la leyenda. Con una impecable ejecución,
la arquitectura monumental del escenario adquiere un fuerte protagonismo,
ofreciendo un ambiente lóbrego y húmedo sugerido por los elementos arquitectónicos
que reproducen la textura en piedra granítica de diversos elementos de la
estancia, como una puerta flanqueada por columnas con capiteles románicos, una
maciza escalera con piezas de sillería, un espacio profundo y abovedado en el
que se amontonan los cuerpos de los nobles decapitados, una pequeña ventana
abocinada, el enlosado pétreo del pavimento, una gruesa aldaba colgando del
muro, etc.
Para la recreación de este ambiente el pintor pudo inspirarse en algunos
grabados publicados por las revistas ilustradas de la época o bien visitando directamente
en el Palacio de los Reyes de Aragón la mítica estancia que se ha conservado
hasta nuestros días como Sala de la Campana, hoy integrada al Museo de Huesca,
creado en 1873 por iniciativa de Valentín Carderera con su colección particular
y fondos pictóricos depositados por el Museo de la Trinidad de Madrid, actual
Museo del Prado. Desde 1967 este museo ocupa el edificio de la Universidad Sertoriana
y el edificio anejo del Palacio de los Reyes de Aragón, edificio civil románico
de finales del siglo XII del que se conservan tres salas.
La escena aparece bañada por una luz que penetra desde la izquierda de
la parte superior produciendo dos ambientes dispares, uno con mayor claridad en
la parte derecha, donde se halla la escalera en cuyos cuatro peldaños se
concentran más de una docena de nobles horrorizados, de diferentes edades, que
parecen no atreverse a bajar al sótano al descubrir tan espectral carnicería, unos
con gesto meditativo, otros mostrando sorpresa con los ojos desorbitados, todos
conmovidos. En opinión de algunos autores, el personaje que aparece en primer
plano entre los nobles, con indumentaria de tonos amarillentos, aspecto indignado
y cerrando los puños como gesto de cólera, podría ser el conde Ramón Berenguer
IV de Barcelona, yerno de Ramiro II por estar casado con su hija Petronila de
Aragón, sucesora en el trono. En este espacio iluminado, sobre una losa situada
en el ángulo inferior derecho el pintor deja su obra firmada y fechada: “Roma
1880 Casado”.
En el otro ambiente lumínico, simbólicamente más oscurecido y situado en
la parte izquierda, se colocan los elementos más tétricos de la escena dispuestos
en torno a la frágil figura del rey Monje, que con rica indumentaria oscura, cubierto
por un birrete y sujetando un mastín del Pirineo aparece mostrando el resultado
de su artimaña, con las cabezas de los nobles rebeldes en primer término formando
un círculo sobre el enlosado, delineado por los regueros de sangre, así como la
cabeza del obispo colgando de un gancho que pende atado con una cuerda
simulando un badajo. La oscuridad se acentúa más en el espacio abovedado del
fondo, donde se amontonan los despojos de los nobles ajusticiados.
Toda la escena, resuelta con pinceladas muy sueltas, supone una lección
magistral del arte de pintar, especialmente en el grupo de nobles asombrados,
donde se reúne un amplio repertorio de expresiones gestuales, indumentarias
ricamente ornamentadas, una buena muestra de zapatos, cotas de malla, espadas,
diademas, etc., dejando patente la superioridad artística de Casado del Alisal,
que en este cuadro deja una de las obras plásticamente más ricas de toda la pintura
española del género de historia del siglo XIX.
Para la preparación de la pintura, el autor realizó una serie de bocetos
a lápiz y algunas cabezas al óleo, conociéndose que en el estudio del pintor se
guardaban telas y objetos incorporados al cuadro, como el birrete y la túnica
con que Ramiro II aparece representado. De los bocetos preparativos se
conservan tres ejemplares, uno en el Palacio del Senado, donado por Asterio
Mañanós Martínez en 1921, el segundo en la Diputación Provincial de Palencia y
el tercero en el Museo de Huesca.
Satisfecho de su obra, Casado del Alisal afirmaba en una carta enviada
en 1881 al ministro de Estado español: “He intentado dar toda la pasión
dramática que el sangriento suceso exige y en cuya obra, que me ha impuesto un
esfuerzo inusitado, he querido dar a nuestros artistas el ejemplo de las altas
aspiraciones de arte que sostengo en mis consejos, habiendo deseado, además,
probar a V.E. y al país que aquí represento, en mi modesta esfera, que, si no
he logrado el resultado, he aspirado por lo menos a hacerme digno del puesto
que ocupo en Roma”.
No obstante, en la presentación del cuadro en la Exposición Nacional de Bellas Artes de
España de 1881, donde el autor pretendía una medalla de honor como colofón a su
carrera artística, la obra fue duramente criticada por un sector por su
excesiva teatralidad, entre ellos el catedrático Carlos Montes Serrano, de la
Universidad de Valladolid, que encontraba una excesiva ampulosidad y efectismo,
mientras por los admiradores del pintor la pintura fue muy elogiada. En aquella
exposición el cuadro recibió solamente una mención honorífica, pues la medalla
de honor fue entregada al arquitecto Juan de Madrazo por su proyecto para la
restauración de la catedral de León. Tal vez como gesto de compensación, el 26
de septiembre de 1881 el Gobierno español concedió a Casado del Alisal la Gran
Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
Un año después, según una propuesta presentada en el Congreso de Diputados
por una serie de políticos admiradores del pintor, el cuadro fue adquirido por
el Estado en 1882, tras lo cual fue recogido en el Museo del Prado, desde donde
viajó a exposiciones estatales de Múnich y Viena y presentado con gran éxito en
la Exposición Universal de París de 1889.
En 1896 la pintura fue entregada al Museo
de Arte Moderno y en 1921 depositada en el Palacio del Senado de Madrid.
Finalmente, en 1950 la célebre pintura fue entregada al Ayuntamiento de Huesca,
en calidad de depósito del Museo del Prado, siendo colocada en el llamado Salón
del Justicia, donde permanece en la actualidad.
BREVES
PINCELADAS SOBRE EL VIRTUOSO JOSÉ CASADO DEL ALISAL
El pintor José Casado del Alisal nació en la población palentina de
Villada en 1832. Siendo joven comenzó como discípulo de Federico Madrazo en la
madrileña Academia de San Fernando, llegando a obtener por oposición, en 1855, una
pensión para completar su aprendizaje en Roma. Desde allí remitió sus primeros
trabajos importantes, fuertemente influidos por el purismo académico.
Desde la Ciudad Eterna comenzó a presentar sus obras en las Exposiciones
Nacionales, siendo su primera gran pintura de historia Los últimos momentos
de Fernando IV el Emplazado, con la que obtuvo una primera medalla en la
Exposición Nacional de 1860. El éxito conseguido con esta obra le sirvió para
que su pensión fuese prorrogada y para trasladarse a París para continuar sus
estudios, al tiempo que recibió el importante encargo de un lienzo de gran
tamaño que representara El juramento de las Cortes de Cádiz de 1810 para
decorar el testero del hemiciclo de la Cámara Baja, actualmente en el Congreso
de Diputados, pintura que presentó en la Exposición Nacional de 1862 fuera de
concurso y por la que recibió el nombramiento de comendador de la Orden de
Isabel la Católica.
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Sala de la Campana, s. XII, Museo de Huesca |
Desde entonces quedó consolidado su prestigio artístico, basado en una
plástica de dibujo firme y ejecución esmerada y fluida, relacionada tanto con
el realismo burgués del Segundo Imperio en Francia como por su acercamiento a
la obra de Velázquez. Aún durante su estancia parisina, obtendría su
consagración definitiva en el género de historia con la pintura de gran formato
—3,38 x 5 m— realizada en 1864 para el Congreso con el tema de La Rendición
de Bailén, actualmente en el Museo del Prado, una obra basada en la guerra
de Independencia en la que trata de recuperar la tradición velazqueña desde una
óptica internacional, aunque en cierto modo todavía deudora del purismo
académico.
A partir del éxito de esa pintura se estableció en Madrid, donde realizó
numerosos retratos para particulares y algunos de carácter oficial, como el Retrato
de Isabel II de 1865 para el Palacio Real de Madrid. Siendo profesor de
Estudios Elementales en la Academia de San Fernando, en 1866 realizó la pintura
de Los dos caudillos (Museo del Prado), ambientada en la batalla librada
por el Gran Capitán por el control del reino de Nápoles en tiempos de los Reyes
Católicos, que presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de aquel año.
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Izda: Lope de Vega, La Campana de Aragón, 1623 Dcha: Antonio Cánovas del Castillo. La Campana de Huesca, 1854, Ed. 1903 |
Con una ideología identificada con los sectores más conservadores de su
tiempo, protagonizó cierta rivalidad con el alicantino Antonio Gisbert,
representante de la ideología liberal en la pintura de historia de la época.
Dedicado preferentemente a esta modalidad y al retrato, también realizó una
buena colección de pintura de género, sobre todo a partir de 1874, después de
su nombramiento como director de la Academia de España en Roma, en sustitución
del malogrado Eduardo Rosales. Buen ejemplo son los retratos realizados hacia
1875 de Señora con mantilla y de La Tirana que se conservan en el
Museo del Prado. En 1880 realizaba en Roma una de sus obras capitales, La
Campana de Huesca o Leyenda del rey Monje, según su propia confesión
concebida para marcar la senda que debían seguir los pintores jóvenes
pensionados en Roma, pintura que, como ya se ha dicho, presentó en la Exposición
Nacional de Bellas Artes de España de 1881, en la que tan sólo recibió una
mención honorífica, lo que motivó que dimitiera de su cargo de director en Roma.
En su última etapa recibió el encargo de realizar pinturas para el gran
proyecto de Restauración borbónica de la decoración de una capilla de la basílica
de San Francisco el Grande de Madrid, para la que pintó en gran formato La
aparición de Santiago en la batalla de Clavijo. Sin embargo, cuando en 1886
comenzaba a esbozar La consagración de la Orden de Santiago por el papa Alejandro
III en Roma, le sorprendió la muerte en Madrid. Con su incomparable legado,
José Casado del Alisal pasaría a ser valorado como uno de los grandes pintores
de historia del siglo XIX español.
Informe: J. M.
Travieso.
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Últimos momentos de Fernando IV el Emplazado 1860, Museo del Prado |
OTRAS PINTURAS DE JOSÉ CASADO DEL ALISAL
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Juramento de las Cortes de Cádiz en 1810, 1863 Congreso de los Diputados, Madrid |
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Rendición de Bailén, 1864, Museo del Prado |
|
Retrato de Isabel II, 1865, Palacio Real, Madrid |
|
Los dos caudillos, 1866, Museo del Prado |
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Izda: Retrato de Joaquín Baldomero Fernández Álvarez, 1872 Congreso de los Diputados, Madrid Dcha: Retrato de dama francesa, 1864, Museo del Prado |
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Izda: La Tirana, h. 1875, Museo del Prado Dcha: Señora con mantilla, h. 1875, Museo del Prado |
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Aparición de Santiago en la batalla de Clavijo, 1885 Basílica de San Francisco el Grande, Madrid |
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