5 de septiembre de 2022

Visita virtual: LA CAMPANA DE HUESCA, el estremecedor escarmiento de un rey aragonés


 



LA CAMPANA DE HUESCA o LA LEYENDA DEL REY MONJE

José Casado del Alisal (Villada, Palencia, 1832 - Madrid, 1886)

1880

Óleo sobre lienzo, 356 x 474 cm

Salón del Justicia, Ayuntamiento de Huesca (depósito del Museo del Prado)

Pintura de historia del siglo XIX

 

 


Ubicación del cuadro en el Ayuntamiento de Huesca

     Esta pintura conocida como La campana de Huesca, en la que se plasma una leyenda atribuida al rey Ramiro II de Aragón, seguramente sea una de las obras más truculentas e impactantes de toda la pintura española del género de historia del siglo XIX. Con un formato considerable —3,56 x 4,74 m— constituye la última gran obra maestra del pintor palentino José Casado del Alisal, que la realizó en 1880, cuando a sus cuarenta y ocho años gozaba de la plenitud y sabiduría de su oficio, siendo uno de los pintores más prestigiosos de su tiempo y el primer director de la Academia de Bellas Artes de Roma, ciudad donde remató el cuadro en el taller que tenía instalado en San Pietro in Montorio, desde donde lo envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de España celebrada en 1881. 

LA LEYENDA DEL REY MONJE 

Ramiro II, rey de Aragón desde 1134 a 1157, fue conocido por el sobrenombre de “el rey monje” por haber sido eclesiástico en su juventud, primero como monje del monasterio francés de Saint-Pons de Thomières, donde le ingresó su padre, Sancho Ramírez de Aragón, y después por ocupar el puesto de abad en el monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca y llegar a ser obispo de Roda-Barbastro. La pintura de Casado del Alisal plasma una leyenda atribuida a este rey que fue recogida en la Crónica de San Juan de la Peña, redactada entre 1369 y 1372 —en tiempos de Pedro IV de Aragón— y recreada en el siglo XIX por diversos escritores españoles, como el drama “El rey monje” de Antonio García Gutiérrez, estrenado en 1837, o la famosa novela histórica que en 1854 publicara Antonio Cánovas del Castillo con el título de “La campana de Huesca”, que seguramente fue la que inspiró la composición del pintor dada la amistad entre ellos.

     El contexto histórico hay que situarle tras la muerte de Alfonso I de Aragón, que murió sin descendencia, heredando la corona su hermano Ramiro II, por entonces obispo de Roda-Barbastro. Rey sabio, lector de las obras de Virgilio, Platón, Homero y Plinio, calígrafo, meditador y recolector de setas y plantas, era un hombre de talante tranquilo, aunque con fuerte carácter. Siendo casi anciano, estando retirado en el tranquilo monasterio benedictino de Thomières, en 1134 recibió la visita de un abad que le comunicó la situación en el reino de Aragón tras haber fallecido su hermano el rey Alfonso I el Batallador, que en sus últimas voluntades legó sus reinos a las órdenes militares del Temple, Hospital y Santo Sepulcro. Pero, a pesar de las presiones del papa Inocencio II, aquel testamento fue ignorado por la nobleza, que consideraba que podía atentar contra la integridad territorial del reino, siendo elegido por las ciudades y los nobles aragoneses su hermano Ramiro II como rey de Aragón y por pamploneses y navarros García Ramírez como rey de Navarra, lo que suponía la división del reino.

Ante las noticias recibidas, Ramiro II acompañado de su escolta y el informante se dirigieron al castillo de su hermano, donde, formalizada su sucesión, el recién entronizado monarca llegó a enterase de que una serie de nobles sublevados no respetaban la autoridad del monarca y que además no entregaban el diezmo real, abusaban de los labriegos, raptaban a sus hijas y se enfrentaban entre sí por cosas insignificantes, lo que degradaba el reino dividido en una especie de taifas. Ante esta situación, el recién coronado rey envió a un mensajero para pedir consejo al abad del monasterio de Saint-Pons de Thomières, el que fuera su maestro y buen amigo durante su vida monástica. Escuchado el problema, el abad condujo al mensajero a la huerta de la abadía y con una hoz rebanó las coles más sobresalientes, diciéndole que comunicara al rey lo que había visto en la huerta.

     Ramiro II comprendió el mensaje y, aunque por sus principios religiosos pretendía un reinado de paz, decidió afrontar una solución radical mediante una original artimaña. Para ello convocó a los principales nobles aragoneses, incluidos los levantiscos, en su palacio de Huesca y les preparó un copioso banquete, tras el cual les invitó a contemplar en el sótano, uno por uno, lo que consideraba su obra magna: la mayor campana jamás realizada, que se escucharía en todo el reino de Aragón. Cada uno fue bajando acompañado de seis escoltas, que tras cerrarse la puerta les degollaban y decapitaban, encontrándose entre ellos los caballeros Ferriz de Lizana, Roldán, García de Vidaura y Gil Atronillo. Terminada la severa purga, hizo bajar al resto de los comensales, todos ellos nobles leales, que quedaron horrorizados al contemplar las cabezas cortadas de los nobles formando un círculo en el suelo, mientras la cabeza del arzobispo Pedro de Lucria, máximo responsable de la conspiración, colgaba de una gruesa cuerda simulando el badajo de una metafórica campana.       

     Y, según parece, tras esta drástica purga en el palacio oscense y del retiro del rey en el monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca, donde falleció en 1157, el reino de Aragón conoció un periodo de paz y tranquilidad, pasando aquellos hechos a formar parte de la memoria colectiva aragonesa. 

La composición de la pintura de Casado del Alisal es aparentemente simple para escenificar de forma comprensible la leyenda. Con una impecable ejecución, la arquitectura monumental del escenario adquiere un fuerte protagonismo, ofreciendo un ambiente lóbrego y húmedo sugerido por los elementos arquitectónicos que reproducen la textura en piedra granítica de diversos elementos de la estancia, como una puerta flanqueada por columnas con capiteles románicos, una maciza escalera con piezas de sillería, un espacio profundo y abovedado en el que se amontonan los cuerpos de los nobles decapitados, una pequeña ventana abocinada, el enlosado pétreo del pavimento, una gruesa aldaba colgando del muro, etc.

     Para la recreación de este ambiente el pintor pudo inspirarse en algunos grabados publicados por las revistas ilustradas de la época o bien visitando directamente en el Palacio de los Reyes de Aragón la mítica estancia que se ha conservado hasta nuestros días como Sala de la Campana, hoy integrada al Museo de Huesca, creado en 1873 por iniciativa de Valentín Carderera con su colección particular y fondos pictóricos depositados por el Museo de la Trinidad de Madrid, actual Museo del Prado. Desde 1967 este museo ocupa el edificio de la Universidad Sertoriana y el edificio anejo del Palacio de los Reyes de Aragón, edificio civil románico de finales del siglo XII del que se conservan tres salas.

La escena aparece bañada por una luz que penetra desde la izquierda de la parte superior produciendo dos ambientes dispares, uno con mayor claridad en la parte derecha, donde se halla la escalera en cuyos cuatro peldaños se concentran más de una docena de nobles horrorizados, de diferentes edades, que parecen no atreverse a bajar al sótano al descubrir tan espectral carnicería, unos con gesto meditativo, otros mostrando sorpresa con los ojos desorbitados, todos conmovidos. En opinión de algunos autores, el personaje que aparece en primer plano entre los nobles, con indumentaria de tonos amarillentos, aspecto indignado y cerrando los puños como gesto de cólera, podría ser el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, yerno de Ramiro II por estar casado con su hija Petronila de Aragón, sucesora en el trono. En este espacio iluminado, sobre una losa situada en el ángulo inferior derecho el pintor deja su obra firmada y fechada: “Roma 1880 Casado”.

     En el otro ambiente lumínico, simbólicamente más oscurecido y situado en la parte izquierda, se colocan los elementos más tétricos de la escena dispuestos en torno a la frágil figura del rey Monje, que con rica indumentaria oscura, cubierto por un birrete y sujetando un mastín del Pirineo aparece mostrando el resultado de su artimaña, con las cabezas de los nobles rebeldes en primer término formando un círculo sobre el enlosado, delineado por los regueros de sangre, así como la cabeza del obispo colgando de un gancho que pende atado con una cuerda simulando un badajo. La oscuridad se acentúa más en el espacio abovedado del fondo, donde se amontonan los despojos de los nobles ajusticiados.  

Toda la escena, resuelta con pinceladas muy sueltas, supone una lección magistral del arte de pintar, especialmente en el grupo de nobles asombrados, donde se reúne un amplio repertorio de expresiones gestuales, indumentarias ricamente ornamentadas, una buena muestra de zapatos, cotas de malla, espadas, diademas, etc., dejando patente la superioridad artística de Casado del Alisal, que en este cuadro deja una de las obras plásticamente más ricas de toda la pintura española del género de historia del siglo XIX. 

     Para la preparación de la pintura, el autor realizó una serie de bocetos a lápiz y algunas cabezas al óleo, conociéndose que en el estudio del pintor se guardaban telas y objetos incorporados al cuadro, como el birrete y la túnica con que Ramiro II aparece representado. De los bocetos preparativos se conservan tres ejemplares, uno en el Palacio del Senado, donado por Asterio Mañanós Martínez en 1921, el segundo en la Diputación Provincial de Palencia y el tercero en el Museo de Huesca.

Satisfecho de su obra, Casado del Alisal afirmaba en una carta enviada en 1881 al ministro de Estado español: “He intentado dar toda la pasión dramática que el sangriento suceso exige y en cuya obra, que me ha impuesto un esfuerzo inusitado, he querido dar a nuestros artistas el ejemplo de las altas aspiraciones de arte que sostengo en mis consejos, habiendo deseado, además, probar a V.E. y al país que aquí represento, en mi modesta esfera, que, si no he logrado el resultado, he aspirado por lo menos a hacerme digno del puesto que ocupo en Roma”. 

     No obstante, en la presentación del cuadro en la Exposición Nacional de Bellas Artes de España de 1881, donde el autor pretendía una medalla de honor como colofón a su carrera artística, la obra fue duramente criticada por un sector por su excesiva teatralidad, entre ellos el catedrático Carlos Montes Serrano, de la Universidad de Valladolid, que encontraba una excesiva ampulosidad y efectismo, mientras por los admiradores del pintor la pintura fue muy elogiada. En aquella exposición el cuadro recibió solamente una mención honorífica, pues la medalla de honor fue entregada al arquitecto Juan de Madrazo por su proyecto para la restauración de la catedral de León. Tal vez como gesto de compensación, el 26 de septiembre de 1881 el Gobierno español concedió a Casado del Alisal la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.

Un año después, según una propuesta presentada en el Congreso de Diputados por una serie de políticos admiradores del pintor, el cuadro fue adquirido por el Estado en 1882, tras lo cual fue recogido en el Museo del Prado, desde donde viajó a exposiciones estatales de Múnich y Viena y presentado con gran éxito en la Exposición Universal de París de 1889. 

     En 1896 la pintura fue entregada al Museo de Arte Moderno y en 1921 depositada en el Palacio del Senado de Madrid. Finalmente, en 1950 la célebre pintura fue entregada al Ayuntamiento de Huesca, en calidad de depósito del Museo del Prado, siendo colocada en el llamado Salón del Justicia, donde permanece en la actualidad.
 


BREVES PINCELADAS SOBRE EL VIRTUOSO JOSÉ CASADO DEL ALISAL 

      El pintor José Casado del Alisal nació en la población palentina de Villada en 1832. Siendo joven comenzó como discípulo de Federico Madrazo en la madrileña Academia de San Fernando, llegando a obtener por oposición, en 1855, una pensión para completar su aprendizaje en Roma. Desde allí remitió sus primeros trabajos importantes, fuertemente influidos por el purismo académico.

Desde la Ciudad Eterna comenzó a presentar sus obras en las Exposiciones Nacionales, siendo su primera gran pintura de historia Los últimos momentos de Fernando IV el Emplazado, con la que obtuvo una primera medalla en la Exposición Nacional de 1860. El éxito conseguido con esta obra le sirvió para que su pensión fuese prorrogada y para trasladarse a París para continuar sus estudios, al tiempo que recibió el importante encargo de un lienzo de gran tamaño que representara El juramento de las Cortes de Cádiz de 1810 para decorar el testero del hemiciclo de la Cámara Baja, actualmente en el Congreso de Diputados, pintura que presentó en la Exposición Nacional de 1862 fuera de concurso y por la que recibió el nombramiento de comendador de la Orden de Isabel la Católica.

Sala de la Campana, s. XII, Museo de Huesca

     Desde entonces quedó consolidado su prestigio artístico, basado en una plástica de dibujo firme y ejecución esmerada y fluida, relacionada tanto con el realismo burgués del Segundo Imperio en Francia como por su acercamiento a la obra de Velázquez. Aún durante su estancia parisina, obtendría su consagración definitiva en el género de historia con la pintura de gran formato —3,38 x 5 m— realizada en 1864 para el Congreso con el tema de La Rendición de Bailén, actualmente en el Museo del Prado, una obra basada en la guerra de Independencia en la que trata de recuperar la tradición velazqueña desde una óptica internacional, aunque en cierto modo todavía deudora del purismo académico.

A partir del éxito de esa pintura se estableció en Madrid, donde realizó numerosos retratos para particulares y algunos de carácter oficial, como el Retrato de Isabel II de 1865 para el Palacio Real de Madrid. Siendo profesor de Estudios Elementales en la Academia de San Fernando, en 1866 realizó la pintura de Los dos caudillos (Museo del Prado), ambientada en la batalla librada por el Gran Capitán por el control del reino de Nápoles en tiempos de los Reyes Católicos, que presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de aquel año.    

Izda: Lope de Vega, La Campana de Aragón, 1623
Dcha: Antonio Cánovas del Castillo. La Campana de Huesca, 1854, Ed. 1903

     Con una ideología identificada con los sectores más conservadores de su tiempo, protagonizó cierta rivalidad con el alicantino Antonio Gisbert, representante de la ideología liberal en la pintura de historia de la época. Dedicado preferentemente a esta modalidad y al retrato, también realizó una buena colección de pintura de género, sobre todo a partir de 1874, después de su nombramiento como director de la Academia de España en Roma, en sustitución del malogrado Eduardo Rosales. Buen ejemplo son los retratos realizados hacia 1875 de Señora con mantilla y de La Tirana que se conservan en el Museo del Prado. En 1880 realizaba en Roma una de sus obras capitales, La Campana de Huesca o Leyenda del rey Monje, según su propia confesión concebida para marcar la senda que debían seguir los pintores jóvenes pensionados en Roma, pintura que, como ya se ha dicho, presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de España de 1881, en la que tan sólo recibió una mención honorífica, lo que motivó que dimitiera de su cargo de director en Roma.

En su última etapa recibió el encargo de realizar pinturas para el gran proyecto de Restauración borbónica de la decoración de una capilla de la basílica de San Francisco el Grande de Madrid, para la que pintó en gran formato La aparición de Santiago en la batalla de Clavijo. Sin embargo, cuando en 1886 comenzaba a esbozar La consagración de la Orden de Santiago por el papa Alejandro III en Roma, le sorprendió la muerte en Madrid. Con su incomparable legado, José Casado del Alisal pasaría a ser valorado como uno de los grandes pintores de historia del siglo XIX español. 

Informe: J. M. Travieso.


   
Últimos momentos de Fernando IV el Emplazado
1860, Museo del Prado

OTRAS  PINTURAS  DE  JOSÉ  CASADO  DEL  ALISAL



 










Juramento de las Cortes de Cádiz en 1810, 1863
Congreso de los Diputados, Madrid












Rendición de Bailén, 1864, Museo del Prado










Retrato de Isabel II, 1865, Palacio Real, Madrid














Los dos caudillos, 1866, Museo del Prado










Izda: Retrato de Joaquín Baldomero Fernández Álvarez, 1872
Congreso de los Diputados, Madrid
Dcha: Retrato de dama francesa, 1864, Museo del Prado 











Izda: La Tirana, h. 1875, Museo del Prado
Dcha: Señora con mantilla, h. 1875, Museo del Prado










Aparición de Santiago en la batalla de Clavijo, 1885
Basílica de San Francisco el Grande, Madrid 












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