ÁBSIDE DE SAN CLEMENTE DE TAÜLL
Anónimo, conocido como Maestro de
Taüll
Hacia 1123
Pintura al fresco (traspasada a lienzo)
Museo Nacional de Arte de
Cataluña, Barcelona
Procedente de la iglesia de Sant Climent
de Taüll (La Vall de Boí, Alta Ribagorça, Lérida)
Pintura románica
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Recreación virtual del ábside en San Clemente de Taüll |
Las pinturas del ábside de la iglesia de San Clemente de Taüll, población
ubicada en el Valle de Bohí, constituyen una de las obras maestras del arte románico
europeo. Fueron realizadas por un desconocido pintor, hoy denominado Maestro
de Taüll, que realizó su obra en el siglo XII, siéndole también atribuidas
las pinturas del ábside de la Catedral de Roda de Isábena (Huesca). De tan
deslumbrante obra realizada en la sencilla iglesia ilerdense, cuya airosa torre
presenta influencias de la arquitectura románica lombarda, se conservan importantes
restos del ábside que entre 1919 y 1923 fueron arrancados, trasladados, restaurados
tras ser traspasados a lienzo y recolocados en 1924, bajo la dirección del
profesor Franco Steffanoni de Bérgamo, en el Museo de la Ciudadela de Barcelona
(futuro Museo Nacional de Arte de Cataluña), donde se recrearon las características
de las superficies originales del ábside para reproducir el ambiente original.
Este proceso, que afectó a otros conjuntos pictóricos de la zona,
comenzó cuando en la década de 1920 un grupo de financieros y anticuarios
extranjeros compraron en bloque un buen número de ellas para ser trasladadas a
Estados Unidos, aplicándose novedosas técnicas italianas para su arranque de
los muros. Afortunadamente, pudieron librarse de este negocio parte de los
frescos de San Clemente de Taüll, cosa que no ocurrió, por ejemplo, con las
pinturas del ábside de la colegiata de Santa María de Mur, hoy en el Museum of
Fine Arts de Boston.
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Actual montaje en el Museo Nacional de Arte de Cataluña |
Las pinturas salvadas de la por entonces destartalada
iglesia de San Clemente de Taüll, corresponden al ábside central y su cascarón
—el conjunto más espectacular—, al intradós de los arcos triunfales del presbiterio,
a un fragmento colocado en una columna de la nave con una inscripción que
informa de la consagración de la iglesia y al conjunto fragmentado de las
pinturas del ábside del lado del Evangelio, donde se representa un coro celestial
de ángeles. En la iglesia original quedaron las improntas de las pinturas junto
a los restos deteriorados del conjunto, que cubrían la totalidad de los muros
del presbiterio y su embocadura.
El
impresionante ábside
Las pinturas murales del ábside central, que se debieron realizar en
1123 con motivo de la consagración de la iglesia, están realizadas al fresco,
con retoques al temple, sobre una superficie lisa y mate. Los restos se
estructuran en tres registros superpuestos. El inferior, del que en el Museo
Nacional de Arte de Cataluña apenas se conservan vestigios, representaba la parte
más terrenal y estaba decorado con una simulación de cortinajes de carácter un
tanto abstracto.
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Sobre ellos, un friso decorado con medallones y cruces
esvásticas servía de base a una arquería que conforma el segundo registro, en el
que se representan seis personajes sagrados, tres a cada lado de una pequeña ventana
decorada con sencillez, que son parte del apostolado completo que figuraba en
origen y que en el conjunto venían a simbolizar a la Iglesia Universal dando fe
de Cristo, con función de intercesores entre la humanidad y la divinidad. Bajo
los arcos, separadas por un fingimiento de columnas con el fuste decorado con
ondas, caprichosos capiteles rematados con formas vegetales y sobre un fondo
configurado por bandas verdes, azules y rojas —al modo de los beatos—, se
colocan seis figuras de gran tamaño, tres a cada lado del ventanal, que
aparecen identificadas en las inscripciones del friso que sobre sus cabezas las
separa del registro superior. En la parte izquierda aparecen Santo Tomás,
San Bartolomé y la Virgen María, mientras en la derecha se
encuentran San Juan, Santiago y San Felipe (cuya figura se
ha perdido en buena parte).
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Todas estas figuras presentan influencias italobizantinas, sobre todo en
su colorido, bastante comunes en el ámbito catalán, caracterizándose por su
frontalidad, por el predominio de un dibujo que le confiere un carácter lineal,
con los contornos delimitados por gruesos trazos de tonos oscuros y el interior
rellenado por colores planos, sin preocupación por la profundidad espacial,
limitándose la sugerencia de volumen a una serie de líneas paralelas junto a
las líneas maestras del dibujo. En el trazado de las figuras —anatomía,
indumentaria y objetos— predominan las formas geométricas, con esquemas fijos
para los rostros, con larga nariz unida a las cejas, boca con comisuras, mentón
marcado, ojos grandes de mirada fija y mejillas coloreadas, así como manos muy alargadas
configuradas por una geometría muy elemental. Todas las figuras presentan
nimbos que proclaman su santidad y aparecen colocadas ante un fondo espacial
reducido a tres bandas paralelas de colores planos en el que se emplea la misma
paleta de colores: verde, azul y rojo. En las enjutas de los arcos se dibujan
una serie de sillares, en tonos amarillentos, que sugieren un alzado arquitectónico.
La parte más espectacular se encuentra en el registro superior, correspondiente
al cascarón, que aparece dividido en tres grandes franjas superpuestas en
colores planos, azul la inferior, amarilla la intermedia y azul oscuro la
superior. Ocupando la parte central, con unas dimensiones monumentales que
responden a la jerarquización de tamaños, siguiendo el convencionalismo
medieval por el que se representa a las figuras de diferentes tamaños según su
importancia, se encuentra dentro de una mandorla decorada con ovas, que
simboliza el universo, la monumental figura sedente de Cristo en Majestad o
Maiestas Domini, que, en posición frontal, sentado sobre una forma
arqueada que rememora un arco iris celestial y con los pies apoyados sobre el globo
terráqueo, que a modo de escabel simboliza la universalidad del mensaje por el
que Cristo legislador viene a juzgar al pueblo al final de los tiempos. Este hace
el ademán de bendecir con su mano derecha, a la manera griega, mientras con la
izquierda sujeta un libro abierto sobre su rodilla en el que figura la
inscripción “Ego sum lux mundi (Yo soy la luz del mundo)” tomada del
evangelio de San Juan: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue de ninguna
manera andará en la oscuridad, sino que poseerá la luz de la vida» (Jn
8:12). De modo que la luz adquiere el simbolismo de la verdad absoluta, del
camino para conseguir la salvación.
El rostro de Cristo es alargado y trazado de forma simétrica con un
dibujo realizado con marcadas líneas. Muestra una mirada penetrante con ojos
grandes, cejas arqueadas unidas a la nariz, boca con barba y el surco
nasolabial marcado, mentón prolongado con perilla y el cabello en forma de
melena formando ondulaciones a cada lado con líneas paralelas. Sobre un fondo
de pintura plana, el pintor aplica en el rostro y el cuello tonalidades más
oscuras para conseguir un cierto modelado, recurso que se repite en los amplios
pliegues de las vestiduras. La estilización facial también aparece en las
manos, que presentan dedos muy alargados. En el afán de dignificar la figura,
la túnica blanquecina aparece ornamentada con pequeños círculos de color ocre y
una orla a los pies con figuras geométricas sobre fondo azul, mientras los
bordes del manto azul están recorridos por otra orla de similares características
sobre fondo rojo.
La majestuosa figura de Cristo entronizado en el Pantocrátor es solemne
y poderosa, máxima expresión de un arquetipo cuyas características
tradicionalmente son asociadas al estilo románico, como el antinaturalismo, la
tendencia a las formas geométricas, la monumentalidad, la exuberancia
ornamental y el carácter abstracto de la representación, que más que una escena
concreta pretende mostrar una idea con fines didácticos. Realzando la
mayestática figura, dentro de la mandorla y a los lados de la cabeza penden, a
modo de coronas votivas sujetas por cadenas, dos simbólicas letras —alfa y
omega—, la primera y la última del alfabeto griego que, simbolizando el
principio y el final, aluden a Dios como creador y destructor al mismo tiempo.
En torno a la mandorla se coloca el Tetramorfos o símbolos
de los Cuatro Evangelistas distribuidos de forma simétrica. Ocupando las dos
franjas superiores en la parte izquierda aparece un ángel sujetando el Evangelio
de San Mateo, representado por el hombre, y en la parte derecha otro ángel
sujetando en su regazo el águila de San Juan. En la franja inferior, dentro de
círculos enlazados entre sí, a la izquierda aparece un ángel que sujeta por las
patas el león alado de San Marcos, cuyo cuerpo está recorrido por ojos,
mientras en la parte derecha otro ángel sujeta por el rabo al toro de San
Lucas, en cuyo lomo también aparecen ojos. Sirviendo de nexo de unión entre
ellos, en los laterales se colocan dos serafines representados con tres pares
de alas recorridas por numerosos ojos, que también aparecen en las manos,
elementos tomados de las visiones del Libro de Ezequiel.
En el registro intermedio, adaptándose a la forma semicircular del
ábside, dentro de arquerías con finas columnas y capiteles, aparecen restos del
antiguo apostolado, todos ellos identificados por inscripciones
sobre el friso colocado por encima de los arcos. Como ya se ha dicho, a la izquierda del pequeño ventanal central se encuentran Santo Tomás, San Bartolomé y la
Virgen María, que tienen su correspondencia al otro lado de la ventana
con San Juan, Santiago y restos de la figura de San Felipe,
todos ellos como transmisores de la fe e intercesores ante la divinidad. Los
apóstoles portan libros —de perspectiva no resuelta— y la Virgen un recipiente
del que brotan resplandores que simboliza su propia misión como receptáculo del
cuerpo divino, así como una referencia al salmo 116: «Levantaré el cáliz de
la salvación e invocaré el nombre de Yahvé».
Todas las figuras aparecen en posición frontal, ofreciendo influencias bizantinas
en el hieratismo, la simetría, la falta de relación entre ellas, la severidad o
carencia de sentimiento y la concepción plana de la composición, sugiriendo un
elemental modelado volumétrico mediante gruesos trazos en las indumentarias y
haces de líneas paralelas más oscuras para simular los plegados.
La influencia
mozárabe, que otorga expresividad, se manifiesta en los rostros, donde el autor
enfatiza los ojos —con círculos negros muy expresivos— y el colorido, con la
nariz unida a las cejas, bigotes muy verticales junto a las bocas, barbas como
prolongación del cabello, labios con el surco nasolabial y pequeños matices de
color en párpados y mejillas. Del mismo modo, se pueden encontrar influencias
árabes en la forma de arabescos sinuosos que presentan las recreaciones de las
indumentarias y los cabellos, recurso que proporciona movimiento y dinamismo a las figuras.
En el conjunto es destacable la amplitud de tonalidades que conforman el
rico colorido del fresco, supeditándose a las líneas oscuras que marcan los
contornos de las figuraciones representadas con un sentido monumental. La
mayoría de los pigmentos están obtenidos de tierras naturales y minerales autóctonos,
como los azules obtenidos de la aerinita, aunque también en los rojos se ha detectado cinabrio procedente del sur peninsular, así como azules extraídos de azurita importada de
Italia.
Otras
pinturas del ábside
Junto a las pinturas de la cuenca absidial de San Clemente de Taüll y
relacionadas con esta, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña también se
conservan pinturas que decoraron el intradós de los dos arcos pre-absidiales. Perteneciente
al más externo o arco triunfal de la embocadura es el Agnus Dei
(Cordero de Dios) dentro de un medallón que ocupaba el centro y donde,
siguiendo la narración del Apocalipsis de San Juan, aparece con siete ojos como
atributos de poder, riqueza, sabiduría, fortaleza, honor, gloria y bendición. Con
el cuerpo arqueado, sus patas delanteras se apoyan sobre el Libro de los Siete
Sellos y sobre su cabeza aparece un nimbo crucífero. El medallón estaba
sujetado por dos parejas de ángeles. Perteneciente al mismo arco también se
conserva la expresiva escena del pobre Lázaro ante la puerta del
rico Epulón, según la parábola tomada del Evangelio de San Lucas.
Perteneciente al arco más interno es la representación de la Dextera
Domini (mano derecha de Dios), que ocupaba la parte central del arco,
con la mano esquemática que representa al Padre Todopoderoso, inscrita en un
medallón del que sobresale, simbolizando la protección divina y el poder
absoluto. Los lados del mismo arco estaban ocupadas por escenas dedicadas a
Caín y Abel, conservándose la escena del arrepentimiento de Caín,
que aparece pesaroso con la cabeza apoyada sobre su mano derecha.
De vital importancia informativa es la inscripción conservada en una cartela,
originariamente colocada sobre una de las columnas de la nave, que informa de
la consagración de la iglesia por el obispo de Roda en 1123, fecha que
justifica la realización de las pinturas para tal ocasión.
Asimismo, de una absidiola lateral del lado del Evangelio se conservan
restos de un coro de seis ángeles colocados a los lados de una pequeña ventana
central. Se atribuyen a otro maestro de inferior calidad que el Maestro de
Taüll, que también pudo trabajar en la vecina iglesia de Santa María de Taüll.
La genialidad de las pinturas murales del ábside de San Clemente de
Taüll radica en la combinación de diferentes fuentes literarias —Apocalipsis, y
libros de Isaías y Ezequiel— para mostrar a Cristo con toda su gloria presidiendo
el Juicio Final. En ellas se reconoce la mano de un pintor genial que hace gala
de un dibujo preciso, constituyendo una obra maestra del románico europeo cuya
influencia llegó a Castilla, como se patentiza en la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo
(Segovia), cuyas pinturas se custodian en el Museo del Prado.
La iglesia de San Clemente de Taúll fue declarada Monumento Histórico-Artístico
en 1931 y en el año 2000 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco como
perteneciente el conjunto de iglesias románicas del valle de Bohí.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías de las pinturas:
MNAC
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Detalle de la mano de San Juan |
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Primer arco del presbiterio: Agnus Dei y parábola del pobre Lázaro |
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Segundo arco del presbiterio: Arrepentimiento de Caín y Dextera Domini |
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Cartela de la consagración de San Clemente de Taüll en 1123 |
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Iglesia de San Clemente de Taüll |
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