30 de enero de 2023

Excellentiam: RETABLO DE LOS SANTOS JUANES, concordancia de dos devociones










RETABLO MAYOR DE LOS SANTOS JUANES

Ensamblador: Francisco Velázquez
Escultura: Gregorio Fernández y taller
Policromía: Francisco Martínez

1612-1626

Madera de pino policromada

Iglesia de los Santos Juanes, Nava del Rey (Valladolid)

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 






     La iglesia de los Santos Juanes fue iniciada en el primer tercio del siglo XVI por Juan Campero, que, como ocurriera en otros lugares de España, mantuvo las soluciones constructivas tardogóticas en estructura y decoración. A mediados de siglo se decide continuar la edificación, siendo elegido en 1560 el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, que junto a los aparejadores Juan de Casares y Ruiz de Chartudi levantó el edificio con la forma actual, con tres naves a la misma altura, separadas por gruesas columnas cilíndricas, y cinco tramos que determinan una espaciosa planta de salón, con una cabecera plana, ábside poligonal y torre a los pies. En 1592 el presbiterio se derrumbó destruyendo el retablo mayor, siendo el maestro Felipe de la Cajiga quien presentó un proyecto clasicista para reconstruir la cabecera, formalizando el contrato en 1598 y realizando la obra del cerramiento de las bóvedas con un planteamiento clasicista distinto al proyectado por Rodrigo Gil de Hontañón, que ya había fallecido. Las obras se terminaron en 1602.

     Después se producirían otros incidentes, como el hundimiento de la torre en 1663, que afectó a los pies de la iglesia, el coro y el archivo, obligando a su reconstrucción, siendo la nueva torre terminada en 1702 por Juan de Revilla. Al edificio se incorporaría en 1733 una nueva y espaciosa sacristía, obra del arquitecto Alberto Churriguera.

Terminada la iglesia, se publicaron edictos por ciudades y villas de la comarca para la elaboración del retablo mayor con el deseo que lo fabricasen los mejores maestros del momento. La traza se encargó en Valladolid, en agosto de 1608, al arquitecto Francisco de Mora, por entonces maestro mayor de las obras reales, que siguió un modelo clasicista derivado del retablo de El Escorial, como ya había hecho para los retablos de Montserrat y Guadalupe.

Para su realización pujaron seis ensambladores, siendo la parroquia y el Ayuntamiento de Nava del Rey quienes eligieron como autor de la enorme maquinaria arquitectónica al ensamblador Francisco Velázquez, que el 8 de junio de 1612 firmaba el contrato por el que cobraría 1.980 ducados por el magno proyecto, estipulándose que la escultura sería llevada a cabo por Gregorio Fernández en su taller de Valladolid y que deberían figurar veinte esculturas en bulto redondo y talladas en pino de Cuéllar (cuatro apóstoles, cuatro padres de la Iglesia, los Santos Juanes, un Calvario compuesto por cuatro figuras, Santo Domingo y San Francisco, San Miguel y San Rafael, y las virtudes de la Fe y la Esperanza), así como cuatro grandes relieves con historias del Bautista y del Apocalipsis de San Juan.

Banco: Adoración de los Pastores y Adoración de los Reyes

     Las obras comenzaron en 1612, aunque en 1616, tras la muerte de Francisco Velázquez, fue su hermano Juan Velázquez quien se ocupó de culminarlo, hecho que ocurrió en enero de 1620, acordándose que la tasación la hicieran el ensamblador Gregorio Pérez, el escultor salmantino Jerónimo Pérez de Lorenzana y el escultor toresano Esteban de Rueda.  

El retablo está compuesto de banco, dos altos cuerpos con tres calles y cuatro entrecalles y un colosal ático coronado con un gran templete rematado por un frontón triangular. En su estética prima un acentuado clasicismo, destacando el uso de grandes columnas corintias, de fustes estriados, para marcar el ritmo de las calles y entrecalles y soportar entablamentos clásicos que, decorados con frisos con relieves vegetales, separan las alturas. En los intercolumnios de las entrecalles se colocan diez hornacinas que cobijan un santoral de esculturas de bulto, apareciendo en el ático remates de bolas como elemento decorativo muy común en ese momento. En su conjunto, el retablo muestra una sólida arquitectura muy bien ordenada y equilibrada, permitiendo una gran claridad compositiva en su repertorio iconográfico.    

Banco: Evangelistas San Juan y San Lucas

     En la realización de las esculturas y relieves estuvo ocupado Gregorio Fernández ocho años, desde 1612 hasta 1620, aportando sus personales modelos a la iconografía solicitada, en la que junto a un nutrido santoral prevalecen las figuras y los episodios dedicados a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, titulares del templo, apareciendo en el retablo un total de 20 esculturas en bulto redondo, de tamaño superior al natural, y 19 altorrelieves de distintos formatos.


Banco: Evangelistas San Mateo y San Marcos

     Para tan magna obra, por cuya labor escultórica cobró unos 1.356 ducados, el gran maestro se vio obligado a contar con la participación de oficiales y colaboradores de su taller —entre ellos Manuel Rincón—, dejando en Nava del Rey uno de los trabajos más importantes y creativos de su primera época, consolidando algunos de sus tipos y aportando en los relieves novedosas iconografías inspiradas en grabados. Al realce del conjunto contribuyó la rica policromía aplicada entre 1623 y 1626 por el gran pintor Francisco Martínez, residente en Nava del Rey, que moría en Medina del Campo en 1626, recién terminada la obra. 

Primer cuerpo: San Pedro y San Pablo
LA ICONOGRAFÍA DEL RETABLO 

Banco

La calle central del banco está ocupada por un gran tabernáculo que adopta la forma de un templete circular recorrido al exterior por columnas corintias y coronado de cúpula, todo él con un simbólico acabado dorado. Este fue colocado en 1782 sustituyendo al original realizado por Francisco Martínez, como donación del navarrés Manuel Luengo, muerto en las Indias. Por su altura ocupa también la totalidad de la calle central del primer cuerpo, presentando en la base el Agnus Dei y en el remate la paloma del Espíritu Santo.

Bajo las calles laterales aparecen dos relieves con escenas de la infancia de Cristo: La Adoración de los Pastores en la izquierda y La Adoración de los Reyes en la derecha, cada uno de ellos compuesto con seis figuras y una tipología humana variada.   

Bajo las entrecalles se colocan los altorrelieves de los Cuatro Evangelistas, que simbólicamente vienen a sustentar todo el relato catequético que se expone en la parte superior. De izquierda a derecha aparecen San Juan, San Lucas, San Mateo y San Marcos, los cuatro recostados en un paisaje, en el momento de recibir la inspiración de sus textos, caracterizados de forma individualizada y acompañados del correspondiente símbolo del Tetramorfos. En su disposición corporal ofrecen claras reminiscencias miguelangelescas, repitiendo Gregorio Fernández esta iconografía en el retablo mayor del monasterio la Huelgas Reales de Valladolid que realizara en 1613. A los costados de los Evangelistas, en los netos aparecen los relieves de ocho santas mártires, apenas perceptibles, que son obra del taller. 

Primer cuerpo: Santiago y San Andrés
Primer cuerpo

El primer cuerpo está dedicado a San Juan Bautista, con dos grandes altorrelieves colocados en las calles laterales, en la izquierda el Bautismo de Cristo —que en 1624 repetiría el escultor para los Carmelitas Descalzos de Valladolid, hoy en el Museo Nacional de Escultura— y en la derecha San Juan Bautista en el desierto acompañado de animales, obras en las que Gregorio Fernández ya establece su modo de trabajar este tipo de escenas con grandes contrastes de volúmenes, oscilando desde el primer plano, casi trabajado en bulto redondo, a un segundo plano más rebajado y un fondo carente de volumen que es ocupado por una ambientación pintada, iniciando un proceso evolutivo en la búsqueda del mayor naturalismo. Para la iconografía de estos relieves el escultor tomó su inspiración de grabados de Cornelis Cort y Juan de Jáuregui.

En las hornacinas de los intercolumnios que establecen las entrecalles aparecen bajo guirnaldas cuatro apóstoles, de izquierda a derecha Santiago, San Pedro, San Pablo y San Andrés, figuras de bulto que superan el tamaño natural y que están impregnadas de un fuerte clasicismo, con un excelente trabajo en cabezas y manos, anatomías envueltas en voluminosos paños con pliegues redondeados —característicos de la primera etapa del escultor— y una policromía preciosista aplicada por Francisco Martínez. 

Primer cuerpo: Bautismo de Cristo y San Juan Bautista en el desierto
Segundo cuerpo

La misma secuencia se repite en el segundo cuerpo, dedicado a San Juan Evangelista, que aparece presidido en la caja central por los santos patronos del templo: San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Se trata de dos magníficas esculturas exentas que superan el tamaño natural y que están acompañadas por los símbolos que les identifican, un cordero descansando sobre las Sagradas Escrituras, que reposan sobre un tronco, en el caso del Bautista, y el águila del tetramorfos junto al Evangelista, ambos también exentos. Las figuras quedan unificadas por la figura de un ángel que tallado en bulto redondo desciende de cabeza desde el cielo y derrama sobre ellos rayos sobrenaturales pintados sobre el tablero, en cuyo fondo aparece un escueto paisaje.

En estas esculturas ya aflora la mejor creatividad de Gregorio Fernández, especialmente apreciable tras su reciente restauración en 2016. En la figura de San Juan Bautista el escultor consolida un arquetipo que repetirá invariablemente en otros retablos en su condición de precursor, con barba y larga melena oscura, revestido con piel de camello en alusión a su estancia en el desierto, cubierto por un manto rojo alusivo a su futuro martirio, sujetando una cruz como cayado y señalando a un cordero que prefigura el sacrificio de Cristo. 

Segundo cuerpo: San Juan Bautista y San Juan Evangelista

     Su desnudez contrasta con la joven figura de San Juan Evangelista, que aparece barbilampiño y con larga melena rubia, revestido con túnica y un ampuloso manto de pliegues redondeados, compartiendo con su homólogo la caracterización individualizada de la cabeza. Junto al águila que aparece a sus pies, el santo porta el tradicional atributo de un cáliz coronado por un dragón, elemento que alude al episodio sucedido en Éfeso, cuando el sacerdote Aristodemo, sacerdote de Diana, le desafió a destruir el templo de la diosa si era capaz de beber de una copa con veneno de serpiente y resucitar a dos condenados a muerte que Aristodemo había utilizado para demostrar que el veneno era efectivo, prueba de la que salió indemne tras bendecirlo con la señal de la cruz.

Respecto a los Santos Juanes, tan significativos en la piedad cristiana, hay que recordar que su hagiografía llegó a provocar algunas disensiones medievales y durante el Siglo de Oro, enfrentando a bautistas y evangelistas por determinar cuál de los dos fue más santo y tiene mayor poder de intercesión, una contienda en la que se enfrentaron teólogos y literatos. 

Segundo cuerpo: San Juan Bautista y San Juan Evangelista

     No obstante, a principios del siglo XVII y relacionado con el especial culto a la Inmaculada Concepción fomentado por la Contrarreforma, se impuso la costumbre de colocar altares dedicados a los Santos Juanes, de modo que, junto al simbolismo de la Virgen como intercesora, se venía a sumar el simbolismo de dos vías para ganar la santidad: San Juan Bautista como personificación de la predicación y San Juan Evangelista como referente de la oración y la inspiración divina, lo que les convierte en alegorías de la vida activa y contemplativa respectivamente, consideradas eficaces en la religiosidad católica, que en este caso se funden integrando la iconografía del retablo.   

En las calles laterales del segundo cuerpo los dos grandes relieves de las calles laterales están dedicados a San Juan Evangelista, presentando una iconografía poco frecuente en la retablística española que está relacionada con los relatos del Apocalipsis escrito por el santo.  

Detalles de San Juan Bautista y San Juan Evangelista 

     En la parte izquierda se encuentra la Visión de Dios y los siete candelabros, cuya composición se inspira directamente en grabados de Alberto Durero. La escena plantea la visión explícita de San Juan, que en el Apocalipsis escribe: "Me volví para ver de quién era la voz que me hablaba y, al volverme, vi siete candelabros de oro. En medio de los candelabros estaba alguien «semejante al Hijo del hombre», vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro a la altura del pecho" (Apocalipsis 1: 12-13). La figura de Dios ciñe en su cinturón una espada como símbolo de su verbo justiciero. En torno suyo, gravitando, aparecen los siete candelabros de oro que representan a las siete iglesias a las que San Juan debía escribir alentando su fe y recomendando el arrepentimiento de sus pecados, localizadas en Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
 

Segundo cuerpo: Visiones del Apocalipsis
Los siete candelabros y la Mujer Apocalíptica

     Más compleja es la composición del relieve de la Visión de la Mujer Apocalíptica que aparece en la parte derecha, inspirado directamente en el grabado realizado por Juan de Jáuregui para el libro Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi, publicado por el jesuita y teólogo Luis del Alcázar en 1614. A partir de este modelo, Gregorio Fernández representa a la mujer alada como una prefiguración de la Inmaculada a través de una bellísima mujer joven con los pies sobre la luna, las manos juntas en actitud de oración y una ampulosa túnica decorada con "primaveras". A su lado se encuentra el dragón de siete cabezas que vomita una masa de agua, mientras San Miguel y sus ángeles descienden combativos. Domina la escena en el alto la figura del Padre Eterno colocado entre nubes. De este mensaje apocalíptico del triunfo sobre el mal, se deduce que la Virgen pasa a ser un elemento clave en la salvación del género humano junto a Cristo, su hijo.

Las hornacinas de los intercolumnios acogen bajo guirnaldas y con los atributos tradicionales, a los cuatro Doctores de la Iglesia: San Ambrosio, obispo de Milán; San Gregorio Magno, coronado por la mitra papal de tres coronas; San Jerónimo de Estridón, revestido de cardenal, acompañado del tradicional atributo del león que curó en el desierto y portando un libro que recuerda su traducción de la Biblia del griego y el hebreo al latín (la Vulgata); finalmente San Agustín, obispo de Hipona y autor prolífico de escritos, como Confesiones y La ciudad de Dios. Todos ellos portan distintos tipos de báculos mientras dirigen sus miradas a los Santos Juanes. 

Grabados en que se inspiran los relieves apocalípticos
Izda: Alberto Durero, Los siete candelabros, 1498
Dcha: Juan de Jaúregui, Mujer Apocalíptica, edición de Luis
del Alcázar en 1614
Ático

El ático adopta la forma de un templete clásico rematado por un frontón en cuyo interior se coloca la figura de Dios Padre, que bendiciendo y sujetando el orbe en la mano, como indicador de la universalidad del mensaje redentor. domina el conjunto. En su interior aparece un colosal Calvario, compuesto por cuatro figuras de bulto y un fondo pintado con un celaje con nubarrones en el que destacan el sol y la luna. Junto a las monumentales figuras de Cristo crucificado, la Virgen y San Juan, el escultor incluye la figura de la Magdalena arrodillada a los pies de la cruz.

En las hornacinas de las entrecalles, rematadas con formas de volutas, se encuentran Santo Domingo, acompañado a sus pies por un perro que sujeta una antorcha, símbolo de la fe, y San Francisco sujetando una sencilla cruz, representantes de los santos fundadores de las órdenes mendicantes, cuyos hábitos lucen.

En los extremos del ático, sobre la cornisa que remata las calles y entrecalles laterales se colocan dos figuras de virtudes recostadas sobre los aletones y dos figuras de arcángeles. En la parte izquierda se encuentra la Fe y a su lado el arcángel San Miguel con Satanás vencido a sus pies, mientras en la parte derecha aparece la Fortaleza y el arcángel San Rafael, protector de los peregrinos, al que acompaña la figura de un niño en alusión al Libro de Tobías. Destaca la elegancia en los ademanes de las virtudes, serenas y clásicas, que contrastan con los artificiosos movimientos abiertos y teatrales —brazos levantados, alas desplegadas, indumentaria agitada— de los arcángeles, concebidos para ser contemplados a larga distancia desde abajo. 

Segundo cuerpo: Padres de la Iglesia
San Ambrosio, San Gregorio, San Jerónimo y San Agustín

     Este retablo de la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey (1612-1620) presenta en su traza y disposición escultórica unas características que se repetirían, con ligeras variantes en la disposición de calles y entrecalles, en el retablo de la iglesia de San Miguel de Vitoria (1624-1632), llegando a alcanzar el paroxismo en el retablo mayor de la catedral de Plasencia (1625-1630), en el que en las calles laterales se incluyen pinturas de Francisco Rizzi. En todos ellos Gregorio Fernández aportó un mensaje teológico, ajustado a los ideales contrarreformistas, que convirtieron las enormes maquinarias barrocas en una atractiva y armónica exposición catequética que sigue sorprendiendo en nuestros días.

 

Ático: Calvario, Santo Domingo y San Francisco
Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 








Ático: Calvario, Santo Domingo y San Francisco









Extremos del ático: San Miguel, la Fe y la Fortaleza y San Rafael








Iglesia de los Santos Juanes, Nava del Rey (Valladolid)










Gregorio Fernández
Izda: Retablo de los Santos Juanes, 1612-1620, Nava del Rey
Dcha: Retablo iglesia de San Miguel, 1624-1632, Vitoria











Gregorio Fernández
Retablo de la catedral de Plasencia, 1625-1630








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