10 de julio de 2023

Theatrum: VERÓNICA CON LA SANTA FAZ TRIPLE, un ejercicio de fidelidad iconográfica




VERÓNICA CON LA SANTA FAZ TRIPLE

Felipe Gil de Mena (Antigüedad de Cerrato, Palencia, 1603 – Valladolid, 1673)

Hacia 1650

Óleo sobre lienzo

Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid

Pintura barroca

 




     Contemplar el rostro de Dios fue un deseo de algunos personajes del Antiguo Testamento, también compartido por los cristianos en base a citas literarias, como la declaración del propio Jesús al apóstol Felipe: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14, 9) o la cita de San Pablo: “Cristo es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1, 15). Desde muy antiguo, se difundió la creencia de que existían supuestos retratos de Jesús plasmados sobre paños en los que las facciones se habrían impreso milagrosamente, lo que habría producido una imagen acheiropoieta, término griego que define “no estar hecho por la mano del hombre”. Estos primeros “iconos” adquirieron mucha importancia en la tradición bizantina, siendo los ejemplos más notables el Mandylion de Edesa en la iglesia de Oriente y el paño de la Verónica en la de Occidente, en ambos casos difundidos como reliquias sagradas, cuyas copias tuvieron una enorme difusión y repercusión.

La historia del Mandylion de Edesa se basa en los relatos recogidos, a principios del siglo IV, en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, donde se narra que Abgaro V, rey de la ciudad siria de Edesa, escribió a Jesús rogándole que acudiera a la ciudad para curarle de una grave enfermedad. Cristo le respondió que no podía ir pero que le enviaría a un discípulo suyo. En el relato no se menciona ninguna imagen de Jesús, que fue añadida a la historia en el siglo VII, en la llamada Doctrina de Addai o Actas de Tadeo, donde se puede leer que un retrato de Cristo prodigiosamente impreso en un lienzo curó milagrosamente a Abgaro cuando se lo presentaron. La trascendencia de esta leyenda queda reflejada en el retablo de Santa Clara que pintara Lluis Borrassà en 1414 para el convento de la misma advocación en Vic, actualmente en el Museo Episcopal de esa población, donde se incluye el momento en que el rey Abgaro sana al recibir la reliquia.

     Respecto al personaje de la Verónica hay que reseñar que no aparece en el Nuevo Testamento y que carece de fundamento histórico. Su nombre deriva de la palabra “vera icona”, en la que se combina el término latino vera (verdadera) con el griego ikon (imagen), siendo, en opinión de algunos autores, un atributo que inspiró una figuración humana en forma de mujer santa. Por el contrario, otros estudiosos como los grandes bolandistas, identifican a la mujer con la hemorroísa curada milagrosamente por Jesús, citada en versiones antiguas con el nombre de Berenice (en griego triunfadora), según aparece en remotos escritos cristianos conocidos como Evangelios apócrifos.

La representación plástica de la Verónica ya aparece en el arte paleocristiano, como en las catacumbas de los Santos Marcelino y Pedro de Roma. En el popular Evangelio de Nicodemo, conocido también como las Actas de Pilatos (c. 320-380), aparece el nombre de Berenice (Verónica) relacionado con la hemorroísa de los tres primeros evangelios (Mateo 9, 20-22; Marcos 5, 25-34; Lucas 8, 43-48). Otro tanto ocurre en el texto apócrifo de la Venganza del Salvador (c. 700-720), donde se cuenta que la Verónica tenía en su casa una milagrosa “faz del Señor” y que el emperador Tiberio, enfermo de lepra, mandó un emisario a Jerusalén para que le trajera un retrato de Jesús. La Verónica quiso ir a Roma con la efigie que poseía, sanando el emperador de todas sus enfermedades cuando la contempló, apareciendo un relato semejante en la Muerte de Pilatos.  

     Este conjunto de leyendas de la Verónica, de enorme difusión, fue recogido en el siglo XIII por Santiago de la Vorágine en su Leyenda dorada, donde cuenta el milagro precisando que se trata de “una historia apócrifa”. Este famoso libro sería fuente de inspiración tanto para los pintores mediterráneos como para los artistas flamencos.

El personaje de la Verónica, tal y como hoy lo conocemos, es una variante de leyendas de época medieval basadas en textos apócrifos y popularizadas en los Misterios.  La idea del rostro de Cristo grabado en el paño de la Verónica aparece en la Edad Media, cuando nace la tradición del encuentro de esta santa mujer de Jerusalén con Cristo mientras caminaba hacia el Calvario. El testimonio más antiguo de la Santa Faz impresa milagrosamente aparece en la Historia basilicae Vaticanae antiquae de Petrus Mallius, escrita hacia 1160.

El paño de la Verónica o Santo Volto se custodiaba desde finales del siglo VI en la basílica de San Pedro de Roma, donde era exhibida como reliquia ante la multitud de peregrinos que acudían para adorarla en los años santos. La referencia que incluye Dante en el canto XXXI del “Paraíso” de la Divina Comedia inspiró una enorme devoción y que a partir de 1300 se hiciesen múltiples reproducciones, pues se consideraba que su dolorosa expresión y las gotas de sangre convertían al milagroso lienzo en la síntesis de la Pasión completa. Siguiendo este criterio Rogier van der Weyden en 1440 incluyó una bellísima figura de la Verónica en el magnífico Tríptico de la Crucifixion, hoy en el Kunsthistorisches Museum de Viena.

     Desde el siglo XV también en España se rendía culto a dos reliquias de la Santa Faz, una en la catedral de Jaén, muy popular, y otra en el monasterio de la Santa Faz de Alicante, que se venían a sumar a los retratos milagrosos conservados en Roma.

Las tradiciones cristianas recogieron el gesto piadoso de la Verónica enjugando el rostro de Cristo camino del Calvario como un acto ejemplar, siendo oficialmente incorporado por la Iglesia, hacia los siglos XIV y XV, como Sexta Estación del Vía Crucis. Estas representaciones de la impresión milagrosa de las facciones de Cristo fueron alentadas por la Contrarreforma, que fue favorable al uso de imágenes para reforzar el adoctrinamiento católico, basando su idoneidad en que las imágenes de la Santa Faz las había proporcionado el propio Cristo, convirtiéndose en un alegato para la defensa de las imágenes sagradas atacadas por los protestantes.

A pesar de que se produjeron casos en que la existencia de la Verónica fue negada y su fiesta suprimida, como establecería San Carlos Borromeo en su diócesis en 1620, su inclusión en el Martirologio Romano de Pietro Gelasini (Milán, 1578) favoreció las representaciones de la Santa Faz impresa en el paño de la Verónica, que tuvieron un gran éxito tanto en grabados como en pinturas y esculturas, planteándose que fuera una imagen de Cristo lo más verosímil y convincente posible. Sirvan como referencia las obras de El Greco, que mantiene el rostro frontal de origen bizantino.

     En el siglo XVII la Iglesia católica contribuyó a propagar la certeza del milagro estimulando la representación de la Verónica en el arte. Para la propia basílica de San Pedro del Vaticano se encargó en 1629 al escultor Francesco Mochi una colosal escultura de mármol que fue colocada en el crucero, donde permanece.

En España los primeros fueron los jesuitas, quienes, como medio de instrucción religiosa, favorecieron de manera significativa aquella iconografía cristiana postridentina. En ello tuvieron un gran influjo los escritos del padre Jerónimo Nadal (1507-1580), erudito jesuita mallorquín, que en su obra Evangelicae historiae imagines incluyó ciento cincuenta y tres ilustraciones grabadas de la vida de Jesucristo, después comentadas en su segunda obra Adnotationes et meditationes in Evangelia para favorecer la composición de lugar del método ignaciano de oración. Estas estampas comentadas tuvieron una gran utilidad para los pintores en su búsqueda de la verdad que debían representar. En la imagen 126, con un grabado de Hieronymus Wierix a partir de un dibujo del manierista italiano Bernardino Passeri, aparece la Verónica junto a Cristo con el comentario “refert in linteo eius effigiem” (en el velo quedó impresa la imagen de Jesús).

     Otro escritor ascético influyente fue el jesuita toledano Pedro de Ribadeneyra (1526-1611), que escribió las biografías de los tres primeros generales jesuitas: Ignacio de Loyola, Diego Laínez y Francisco de Borja. Su obra más difundida fue Flos Sanctorum, que llegó a ser traducida a diversos idiomas. En esta obra, en los relatos referidos a la Pasión, refiere que cuando Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén camino del Calvario, “entre estas devotas mugeres avia una que se llamaba Berenice, o Veronica, la cual diò el velo, ò toca, que traía sobre su cabeça, al Señor, para que enjugasse el sudor, y sangre de su rostro; y él lo hizo, dexando en el velo impressa la figura, y sangre del mismo rostro, el qual por el nombre de la muger se llama Veronica, y en Roma el Bulto Santo, donde se muestra en la Iglesia de San Pedro con gran veneración, y entre los lugares de la Tierra Santa, se muestra la casa de esta muger Veronica”.

Del mismo modo, el cartujo alemán Laurentius Surius había publicado su monumental De probatis Sanctorum historiis (Colonia, 1570-1577), seis volúmenes dedicados a las vidas de santos, traducidos a numerosos idiomas, cuyas narraciones eran admitidas en tiempos de la Reforma Católica. El pintor y tratadista andaluz Francisco Pacheco, en su obra Arte de la pintura, su antigüedad y su grandeza, publicada en Sevilla en 1649, hace referencia a la obra de Laurentius Surius comentando la existencia del Sacro Volto enviado al rey de Edesa, del que él mismo hizo una copia de una tabla llegada desde Roma.

     Asimismo, Francisco Pacheco también reconoce otro retrato milagroso de Jesús: el paño de la Verónica, aportando una serie de datos que tendrían una gran importancia en la iconografía de su tiempo. Escribe Pacheco:

“La segunda ocasión en que nuestro Redentor hizo otra imagen suya, fue el día de su pasión, yendo al Calvario a morir por nosotros, agravado con el peso de la Cruz y de nuestras culpas. Seguíale infinita gente, y muchas piadosas mujeres que derramaban abundantes lágrimas de compasión. Entre la cuales se halló una llamada Verónica, que dio el velo de su cabeza al Señor para que enxugase el sudor y sangre de su rostro. Y porque obra de tanta piedad no careciese de premio, imprimió Cristo nuestro bien, por segunda vez milagrosamente su rostro en tres dobleces que tenía la toca, que fue figurar tres imágenes suyas. No sin causa hizo el Señor este doloroso retrato, para que no se aparte de nuestra memoria el soberano beneficio de nuestra redención, pues el ser de la imagen es traernos a conocimiento de su original. Esta historia ha sido en todos tiempos predicada por autoridad de la Iglesia romana, que tiene una de las tres imágenes de la Santa Verónica [...] en la capilla que edificó el papa Juan VII en la iglesia de San Pedro en Vaticano, como afirma Pedro Galesiano, donde se muestra esta santa imagen con universal devoción”.

Anónimo. La Verónica, pintura colonial s. XVIII
Iglesia de la Virgen del Pilar, Lima (Perú)

     En el barroco español del siglo XVII el pintor que demostró mayor interés por el tema de la Santa Faz fue Francisco de Zurbarán, que realizó al menos hasta diez versiones en las que el paño aparece aislado, colgado con cordones, fijado con alfileres y colocado junto a un muro produciendo un juego realista de “trampantojo a lo divino”, siguiendo la definición de María Luisa Caturla. 

LA REPRESENTACIÓN DE LA VERÓNICA DE FELIPE GIL DE MENA 

A primera vista resulta chocante la inclusión de una triple Santa Faz en la representación de la Verónica realizada hacia 1650 por Felipe Gil de Mena. Sin embargo, según lo expuesto anteriormente, queda patente que el pintor ha tomado para su composición diversas fuentes de inspiración, tanto plásticas como literarias.

El hecho de que la Verónica aparezca de rodillas mostrando el paño permite sugerir el uso de estampas como fuente de inspiración en su taller, algo común en la época y muy frecuente en el pintor, encontrándose entre los más difundidos con el tema de la Verónica los grabados de los flamencos Hieronymus Wierix y de su discípulo Abraham van Merlen, cuyos modelos también presentan analogías en el modo de sujetar el paño.

Por otro lado, la inclusión del triple rostro en el paño responde a la narración detallada de Francisco Pacheco en el Arte de la Pintura, donde especifica, como hemos visto, que la impresión milagrosa del rostro de Cristo se plasmó en los tres dobleces que tenía la toca, paño que en esta pintura Felipe Gil de Mena presenta extendido y con la sutil huella de haber estado doblado en tres partes, lo que informa que no responde a una fantasía del pintor, sino a su afán por ajustarse a los relatos piadosos de la forma más estricta posible para componer una imagen verosímil en ellos basada, lo que implica mostrar el rostro grabado milagrosamente tres veces en aquel velo.

Grabados de la Verónica. Rijksmuseum, Amsterdam 
Izda.  Hieronymus Wierix, 1615-1660;
Dcha. Abraham van Merlen, h 1660.

     Además, el triple rostro llega a adquirir un nuevo significado, pues como ha señalado Jesús Urrea, los tres rostros vienen a simbolizar “las tres personas distintas de la Santísima Trinidad”, cuya intención se ajusta a los postulados contrarreformistas.

Como es frecuente en el prolífico pintor, la figura femenina alcanza una volumetría escultórica y rotunda mediante el recurso de aparecer colocada ante un fondo neutro y oscuro para concentrar la atención en el paño que se muestra, con la Verónica mirando fijamente al espectador intentando hacer comprender el milagro de las imágenes grabadas, las cuales, al contrario que en los modelos de Zurbarán, donde predominan los rostros difuminados, aparecen perfectamente detalladas y dispuestas simétricamente, con la cabeza de Cristo coronada por una gruesa corona de espinas de tallos entrelazados que produce heridas sobre la frente y la mirada ligeramente desviada con un gesto severo e indoloro. La pintura, que se puede datar entre 1650 y 1655, fue realizada por Felipe Gil de Mena en plena madurez, justo en el momento en que iniciaba una etapa de plenitud que definiría el estilo tardío que mantuvo hasta su muerte en 1673.   

Aunque no es una iconografía frecuente en las representaciones de la Santa Faz, el triple rostro también fue aplicado por otros pintores, e incluso llegó al arte colonial del Nuevo Mundo, como se aprecia en la obra de un pintor anónimo del siglo XVIII que se conserva en la iglesia de la Virgen del Pilar de Lima. 

Lluis Borrassà. Milagro del rey Abgaro de Edesa,1414
Retablo de Santa Clara, Museo de Vic (foto del museo)

Informe y fotografías: J. M. Travieso. 



Bibliografía

DELENDA, Odile: El paño llamado “de la Verónica” en la obra de Zurbarán. Museo de Bellas Artes de Bilbao, Boletín nº 7, 2013.

PACHECO, Francisco: Arte de la pintura: su antigüedad y grandeza. Ed. Cátedra, Madrid, 1990 (1.ª ed., Sevilla, 1649).

URREA, Jesús y VALDIVIESO, Enrique: Pintura barroca vallisoletana. Ed. Universidad de Valladolid y Ed. Universidad de Sevilla, Sevilla, 2017, pp. 273-306.





Rogier van der Weyden. Tríptico de la Crucifixión, 1440
Kunsthistorisches Museum, Viena (Foto de este museo)

















El Greco. La Verónica, h. 1580. Museo de Santa Cruz, Toledo
(Foto Santiago Abella)























Representaciones de la Verónica
Izda. Hans Memling, 1480, National Gallery of Art, Washington
Dcha: Bernardo Strozzi, 1620-1625, Museo del Prado
(Fotos de las webs de los museos)














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