PROCLAMACIÓN DE FELIPE II COMO
REY DE CASTILLA Y VISITA A LA CIUDAD
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel
(actual Diputación Provincial), Valladolid.
El 25 de octubre de 1555 el emperador Carlos V,
padeciendo un delicado estado físico y anímico, congregó en Bruselas a los
Consejos y personajes más importantes de la Corte, y allí, vestido de negro y
luciendo al pecho la orden del Toisón de
Oro, protagonizó con emoción el acto de su abdicación, dejando el gobierno
imperial a su hermano Fernando, Rey de Romanos, y el de España, Sicilia y las
Indias a su hijo Felipe, allí presente. Poco después emprendía un viaje en
barco desde Flandes a Laredo y tras dos meses de traslados llegaba a Jarandilla
de la Vera, al palacio que se había hecho construir junto al monasterio de
Yuste, donde vivió retirado hasta su fallecimiento el 21 de septiembre de 1558.
La renuncia efectiva de los reinos de Castilla,
León y Aragón en favor del príncipe Felipe tuvo lugar el 16 de enero de 1556,
siendo conocida esta resolución por la princesa Juana de Portugal, que ejercía
en la Corte de Valladolid el cargo de gobernadora de los reinos, que
inmediatamente dispuso que se levantaran los pendones de Valladolid y se
organizase una ceremonia con la solemnidad acostumbrada.
Para ello se levantó un suntuoso estrado en la Plaza
Mayor, junto a la fachada del convento de San Francisco, y en él se llevó a
cabo el 28 de marzo de aquel año el acto oficial de proclamación de Felipe II
como rey de Castilla en presencia del príncipe Carlos, hijo del nuevo monarca,
encargado de levantar el estandarte. En el solemne acto, al que asistieron
todas las fuerzas vivas del reino y representaciones civiles y eclesiásticas de
la ciudad, don Antonio Rojas, mayordomo del Príncipe, entregó el estandarte al
heredero y voceó la formulación oficial: "Castilla por el Rey don Felipe nuestro señor", palabras que después, acompañado por un cortejo precedido por heraldos, repitió a viva voz en la plaza del
Ochavo, en la plaza del Almirante, en la plaza de Santa María, en la Plazuela
Vieja y ante la Chancillería.
Nobles de Castilla y León en las exequias de Carlos V Jerome Cock, 1559, Amberes |
En septiembre de 1559 Felipe II regresaba a su
ciudad natal ya en calidad de rey, acto que produjo el engalanamiento de la
ciudad y una multitudinaria bienvenida, viviendo Valladolid unos momentos de
euforia que culminaron en 1561, cuando, por razones geopolíticas, el rey fijó
oficialmente la capitalidad en Madrid, hecho que supuso el camino hacia la
decadencia de la actividad desplegada a orillas del Pisuerga.
Estos episodios, tan relevantes en la Historia de
España, fueron recogidos en dos escenas ornamentales que decoran el zócalo
cerámico que en 1939 hiciera Juan Ruiz de Luna recubriendo todo el perímetro
del zaguán del palacio Pimentel de Valladolid, el primero de los cuales, el de
la solemne proclamación pública en la Plaza Mayor, todavía subyace en la
celebración anual del Sermón de las Siete Palabras, acto público y religioso
englobado en las celebraciones de Semana Santa.
PRESENTACIÓN OFICIAL DE DON JUAN
DE AUSTRIA EN LA CORTE
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel
(actual Diputación Provincial), Valladolid.
Don Juan de Austria era hijo natural del emperador
Carlos V y de la dama alemana Bárbara Blomberg, por tanto hermanastro de Felipe
II, aunque veinte años menor de edad. Nació en Ratisbona el 24 de febrero de
1547 y poco después su madre contrajo matrimonio con Jerónimo Píramo Kegell,
posible motivo por el que fue conocido como Jeromín. En un plan urdido por su padre para ocultar
su existencia (de origen pecaminoso) y con el deseo de que se criara en España,
cuando tenía tres años fue encomendada su crianza a Francisco Massy, violinista
de la corte imperial, y a su mujer, la española Ana de Medina, según un acuerdo
con el músico firmado por don Luis de Quijada, mayordomo del emperador, siempre
bajo la orden de no hacer pública la ilustre paternidad del niño. A mediados de
1551 este matrimonio y el niño se desplazaban a Leganés, donde Ana de Medina
poseía unas tierras y donde fue educado en un ambiente de normalidad.
En 1554, cuando Jeromín tenía 7 años, don Luis de
Quijada decide ocuparse personalmente de su formación cortesana, por lo que
después de ser recogido en Leganés por el caballero flamenco Charles de
Provost, fue conducido hasta el palacio que en Villagarcía de Campos
(Valladolid) disponían don Luis de Quijada y su esposa doña Magdalena de Ulloa.
Esta mujer se dedicó en secreto a su formación, contando con Guillén Prieto
como maestro de latín, el capellán García de Morales y el escudero Juan
Galarza.
La existencia de Jeromín fue desconocida hasta que
el 6 de junio de 1554 el emperador Carlos V, con el deseo de que fuera
reconocido como uno más de sus hijos, firmaba un codicilo afirmando el haber
tenido en Alemania un hijo natural de nombre Jerónimo, extendiéndose un deseo
generalizado en la corte de conocer personalmente al hijo oculto del emperador.
El año 1557 al propio Carlos V le fue presentado personalmente en su palacio
del monasterio de Yuste, tras ser conducido ante su presencia, en un acto
privado, por don Luis de Quijada, que también fijó su residencia en Cuacos de
Yuste.
Sin embargo, la presentación pública de Jeromín tuvo
lugar en la Plaza Mayor de Valladolid el 21 de mayo de 1559, cuando el infante
tenía 12 años, aunque en unas circunstancias
dramáticas: durante la celebración de un Auto de Fe protagonizado por el
Doctor Cazalla y sus seguidores.
Agustín Cazalla, capellán del emperador Carlos y
predicador en la corte, después de tomar contacto en Alemania con grupos
luteranos asumió su ideología, llegando a convertir su casa de Valladolid en un
foco de proselitismo. Considerando el emperador a los luteranos como un
movimiento de rebeldía tanto política como religiosa, incitó la actuación
implacable de la Inquisición, siendo el del Doctor Cazalla uno de los procesos
más severos y rápidos de cuantos se produjeron, en el que estuvieron implicadas
élites intelectuales y religiosas. Tras el Auto de Fe fueron quemados vivos
junto a la Puerta del Campo aquellos que se mostraron firmes en sus
convicciones, mientras que a los que mostraron arrepentimiento, entre ellos el
Doctor Cazalla, se les concedió el privilegio del garrote vil antes de ser
pasto de las llamas.
En aquellos días hacía menos de un año que el
emperador Carlos había fallecido, después de abdicar en Bruselas el 16 de enero
de 1556 en favor de su hijo Felipe II, que ocupaba el trono en el momento que
se producía el Auto de Fe en Valladolid. Sin embargo el rey no se hallaba en
España durante el acontecimiento, que fue presidido por la princesa regente
Juana de Austria, hermana de Felipe II y muy influenciada por su padre Carlos,
que aprovechó su estancia en Valladolid y la cercanía de Villagarcía de Campos
para reclamar un deseo personal: que le fuera presentado a su hermanastro
Jeromín, como así ocurrió.
Presentación de Juan de Austria a Carlos V Eduardo Rosales, 1869. Museo del Prado |
Ese es el momento que ofrece la escena cerámica de
Juan Ruiz de Luna, con una Plaza Mayor abarrotada, incluyendo balcones, para
contemplar el juicio sumarísimo del Santo Oficio contra el Doctor Cazalla,
mientras en la tribuna real, colocada en primer plano, doña Magdalena de Ulloa
hace una reverencia ante Juana de Austria, después de que su esposo, don Luis
de Quijada, que junto a las mujeres porta en la mano su sombrero después de
descubrirse ante la regente, haya presentado oficialmente a Jeromín, que
aparece colocado delante de uno de los tronos. A los lados miembros de la corte,
maceros y representantes del clero.
Conviene recordar que Felipe II conocería a Jeromín
tres meses más tarde de este hecho, reconociéndole, según el codicilo paterno,
como miembro de la familia, pasando a otorgarle Casa propia, al frente de la
cual continuó figurando don Luis de Quijada, y cambiando su nombre por el de
don Juan de Austria. Al niño la historia le tenía reservado, durante su mayoría
de edad, un importante futuro como militar y diplomático español, especialmente
glorioso como vencedor en la mítica batalla de Lepanto.
EL INCENDIO DE VALLADOLID EN
1561 Y SU RECONSTRUCCIÓN
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel
(actual Diputación Provincial), Valladolid.
El 21 de septiembre de 1561, día de San Mateo, el
centro neurálgico de Valladolid fue pasto de un pavoroso incendio que quedaría
grabado en la memoria colectiva, especialmente porque tras los trabajos de
reconstrucción el ámbito afectado fue reconstruido con novedosos criterios
urbanísticos renacentistas que convirtieron la ciudad en la más avanzada de su
tiempo en España, ofreciendo un modelo después imitado en otros lugares,
incluidas ciudades americanas, que prácticamente es el que ha llegado a
nuestros días, con dos elementos fundamentales: el trazado rectilíneo de la
calle Platerías, con casas homogéneas y separadas por cortafuegos de piedra, y
la Plaza Mayor convertida en ágora de encuentro ciudadano.
El incendio, que comenzó a las dos de la madrugada
en el taller del platero Juan de Granada, situado en la Costanilla (actual calle
Platerías, junto a la iglesia de la Vera Cruz), fue reavivado por las ráfagas
de un fuerte viento, de modo que al cabo de tres horas ya era pasto de las
llamas toda la calle de la Costanilla (Platerías), buena parte de la calle
Cantarranas (Macías Picavea), hasta la Bajada de la Libertad, y parte de la
plaza de la Gallinería (Fuente Dorada), debido a la preponderancia de la madera
en las construcciones.
La imposibilidad de contar con recursos para
combatirlo, a pesar de entregarse a la tarea la ciudadanía de forma masiva, a
las ocho de la mañana el fuego alcanzaba del Ochavo a la Rinconada, después el
Sitio de Juan Morillo (plaza del Ochavo) y todas las calles limítrofes, como
Roperos, Jubeteros, Sombrereros (hoy inexistentes) y Lencería. Por esta vía el fuego
invadió la Plaza Mayor, parándose por un lado en el convento de San Francisco
(Teatro Zorrilla) y continuando por el otro hasta la Panadería Vieja,
soportales de Mantería, Ayuntamiento y calle de Jerez (Jesús), siendo detenidas
las llamas, después de treinta y seis horas de desesperación, cuando llegaban a
la calle Empedrada (calle Correos), siendo afectadas un total de 600 casas del
principal distrito mercantil.
Aquel suceso, germen de la remodelación urbanística,
fue plasmado en 1939 por Juan Ruiz de Luna en uno de los paneles cerámicos del
zaguán del Palacio Pimentel como un hito en la historia de la ciudad, con una
vista de ciudadanos desesperados ante la humareda y la ruina que invade la
plaza y los soportales, algunos atendiendo heridos o poniendo a salvo sus
enseres más valiosos, una escena que recuerda la tragedia de Pompeya, pues se
tiene constancia que los plateros arrojaron el oro, la plata y piedras
preciosas a los pozos. Cerca de tres mil personas intentaron combatir el fuego
inútilmente alertados por el sonido de las campanas, entre ellos los frailes de
San Benito, que abandonaron la clausura y colaboraron con los vecinos con
medios tan rudimentarios como los que ofrece la imagen, los recipientes y
cántaros utilizados por los aguadores. Las pérdidas de productos de consumo y
artesanales fueron cuantiosas, cifradas en 600.000 ducados por el corregidor
Luis de Osorio, aunque las víctimas mortales
tan sólo fueron seis, a pesar de la magnitud y circunstancias del
suceso.
El dramático acontecimiento plasmado en la pintura
de los azulejos se complementa con otro panel bien distinto. En él aparece el
interior de un sala palaciega (posiblemente de El Escorial) en cuyo centro está
el rey Felipe II sentado y despachando con una serie de arquitectos dispuestos
a su alrededor que portan planos desplegados o enrollados con las ideas
propuestas para la reconstrucción de Valladolid, todo ello en presencia de dos
asesores eclesiásticos.
Esta escena reproduce un hecho debidamente
documentado, pues cuando el Ayuntamiento de Valladolid recurrió al rey (nacido
en esta ciudad el 21 de mayo de 1527) pidiendo ayuda ante la catástrofe, Felipe
II se implicó personalmente en las tareas de reconstrucción dictando con
prontitud hasta 63 cédulas y provisiones, llegando a controlar todos los
detalles del proyecto, incluidas las valoraciones, expropiaciones e
indemnizaciones, así como la aprobación de la propuesta arquitectónica y la
financiación de las obras, que serían llevadas a cabo entre 1562 y 1576 por
Francisco de Salamanca, como maestro de obras, bajo la supervisión de los
arquitectos reales.
La reconstrucción proporcionó una nueva imagen del
centro de Valladolid, vanguardista en términos actuales, con trazados
rectilíneos, fachadas uniformes, cortafuegos pétreos, fustes de piedra en las
columnas de los soportales y pisos bajos a dos niveles para facilitar el
despacho comercial a ras de calle y encima el taller artesanal. Además se creó
un servicio de vigilancia nocturno dotado de trompetas, antecedentes de los futuros
serenos.
(Continuará)
Informe: J.
M. Travieso.
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