21 de febrero de 2014

Theatrum: LA ANUNCIACIÓN, el arte de narrar con el lenguaje de la belleza











ANUNCIACIÓN
Gregorio Martínez de Espinosa (Valladolid, 1547-ca 1598)
1596
Óleo sobre tabla (3,15 x 2,16 m.)
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente de la iglesia de San Agustín (Agustinos Calzados), Valladolid
Pintura renacentista española. Escuela castellana














PERIPECIAS DE LA PINTURA

Comenzaremos diciendo que esta Anunciación de Gregorio Martínez es posiblemente la obra pictórica más bella de cuantas se pintaron en Valladolid a lo largo de su historia —a pesar de que para gustos están los colores—, estando considerada al mismo tiempo como la obra capital del pintor vallisoletano.  
Fue realizada en 1596 para presidir el retablo de una capilla de la iglesia del convento de San Agustín (actual Archivo Municipal), que el pujante banquero Fabio Nelli de Espinosa había adquirido en 1591 para convertirla en panteón familiar, eligiendo, para tal cometido, al mejor pintor de cuantos estaban en activo en el panorama vallisoletano de las postrimerías del siglo XVI.

Fue José Martí y Monsó, pintor y director de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, quien publicó las condiciones del contrato firmado el 14 de mayo de 1596, por el que sabemos que, además de las seis tablas que debían integrar el retablo, con esta de la Anunciación como escena principal, el pintor se ocuparía de otras pinturas que serían distribuidas por los muros de la capilla, tal y como las conocieron los viajeros Antonio Ponz e Isidoro Bosarte a finales del siglo XVIII, que ensalzaron el notable conjunto pictórico reunido en la capilla de Fabio Nelli, destacando especialmente los desnudos de Adán y Eva en una de las pinturas parietales, obras realizadas al temple que se dan por perdidas.

El retablo, de traza clasicista muy depurada según las pautas del momento, estaba compuesto de un banco en el que figuraban cuatro escenas de la infancia de Jesús, la tabla de la Anunciación como único cuerpo y otra representando a la Trinidad coronando el ático. Así permaneció hasta la Desamortización de Mendizábal, momento en que la capilla fue desmantelada y sus pinturas dispersadas, ingresando esta obra maestra en la institución museística que en 1933 se convertiría en el Museo Nacional de Escultura, donde actualmente es una de las obras más destacadas de su colección de pintura.

TABLA DE LA ANUNCIACIÓN       

La monumental pintura condensa, con el consiguiente retardo, toda una serie de influencias procedentes del Renacimiento italiano, siendo apreciable sin dificultad la huella de la Asunción veneciana de Tiziano en la organización de un doble espacio, uno inferior o terrenal, en el que se ubican la Virgen y el arcángel San Gabriel, con elementos tangibles y realistas, y otro superior o celestial, con la figura etérea de Dios Padre, rodeado de ángeles y querubines, configurando una gloria abierta cuya luminosidad brillante y dorada asimila la misma experiencia de Tiziano en Santa María dei Frari de Venecia, en este caso con la figura del Espíritu Santo como nexo de unión entre ellas. Del mismo modo, mientras que en las figuras celestes es evidente la influencia de los frescos miguelangelescos de la Capilla Sixtina, en la parte terrenal, sobre todo en la Virgen, los modelos se ajustan a la delicadeza rafaelesca, con sus ademanes, movimiento cadencioso y tonos brillantes. En un ejercicio de manierismo, a los colores cálidos de la parte superior se contraponen los tonos fríos de la parte inferior, estableciendo una potente luz cenital que produce fuertes contrastes lumínicos, especialmente apreciables en la inmensa gama de tonalidades que muestran las vestiduras, una constante en la pintura de Gregorio Martínez.

Algunos autores, como Angulo, han apuntado que la escena puede estar inspirada en una estampa del veneciano Giovanni Battista Franco (1498-1561), en la que la disposición de la figura de la Virgen ofrece un gran parecido. No obstante, a pesar de aplicar todos estos ingredientes de procedencia italiana, Gregorio Martínez compone, en clave clasicista, una escena muy personal y equilibrada en la que define su propio estilo, en este caso con grandes valores narrativos para facilitar la comprensión catequética en torno al tema de la Encarnación.

La Virgen y su entorno
María aparece interrumpiendo su lectura arrodillada sobre un reclinatorio, mueble de madera que simula estar decorado, en un costado, con la virtud de la Caridad en relieve y en cuyo basamento el pintor encuentra el espacio idóneo para firmar la obra. Sobre el mueble reposa un libro de oraciones abierto, colocado en escorzo, del que pende una cinta marcapáginas. A su vez, el reclinatorio reposa sobre un estrado de madera, elemento habitual en la época en las estancias domésticas reservadas a las mujeres, en este caso con una perspectiva convincente que permite adivinar al fondo un espacio en penumbra en el que se halla un gran jarrón con flores y grandes lirios, símbolo de virginidad que habitualmente los pintores suelen colocar en primer plano y que aquí toma un aspecto abocetado.
La Virgen cubre su potente y al tiempo delicada anatomía con una fina saya blanca interior, sólo perceptible en el cuello; una túnica de tonos violáceos con un ribete dorado en el cuello y botonaduras en los puños; una toca de gasa transparente que le rodea la cabeza y se desliza hasta el pecho; y un manto azul que le cubre el cabello y se cruza por el frente, a la altura de la cintura, formando sugestivos pliegues.
El delicado gesto de sumisión remite a los modelos de Rafael, sobre todo su cabeza inclinada, la disposición de la mano sobre el pecho y los rasgos faciales, que aparecen sombreados al modo leonardesco. Toda la figura aparece bañada por la potente luz de los rayos que irradia el Espíritu Santo, con tonalidades frías que le proporcionan un gran misticismo.

El arcángel San Gabriel como divino mensajero  
A la serenidad de la figura de la Virgen se contrapone el movimiento del arcángel, que con grandes alas desplegadas y la indumentaria agitada irrumpe en tan íntimo espacio para comunicar el mensaje divino. Estos detalles, junto a que apoye su figura en un sólo pie viene a insinuar su descenso por los aires, al tiempo que con su mano derecha señala el origen de la buena nueva y en la izquierda porta un gran ramo de azucenas, símbolo de pureza, en el que el pintor hace gala de sus grandes dotes para reproducir aspectos de la naturaleza, anticipándose en la pintura de flores al virtuosismo logrado pocos años después en Valladolid por Diego Valentín Díaz.

San Gabriel, de aspecto juvenil y anatomía vigorosa, aparece con una larga melena rubia cuyos mechones forman tirabuzones. Luce una indumentaria cuyos patrones siguieron fielmente los pintores y escultores de su tiempo hasta convertirse en un prototipo, con una saya blanca interior de anchas mangas que asoma bajo el cuello, un juego de tres túnicas superpuestas modeladas por los efectos de la luz y calzando sandalias. A una túnica de tonos anaranjados, que llega hasta los pies, se superpone otra de tonos rosáceos, con el revés en blanco, que llega hasta las rodillas y presenta aberturas laterales para facilitar el movimiento, con un broche decorando el corte; por encima, cubriendo el torso, una túnica corta del mismo color con cuello vuelto, anchas mangas y ceñida a la cintura mediante un cordón dorado que origina un faldellín de gran vuelo en torno a la cintura, destacando en el pecho una medalla de oro ovalada con una pequeña figura en su interior. La figura del arcángel es, sin duda, la creación más personal de Gregorio Martínez en esta pintura.
Tanto San Gabriel como la Virgen, adquieren matices escultóricos por los magistrales efectos de la luz, permitiendo adivinar en los paños diferentes texturas y que la escena presente un alto valor escenográfico en el que la comedida gesticulación y la belleza formal de las figuras se traduce en una exquisita elegancia.

La gloria abierta  
En este espacio Gregorio Martínez muestra una admiración tanto por las rotundas formas miguelangelescas como por la luz y el color manierista de origen veneciano, elementos presentes en el ambiente escurialense que pudo conocer el pintor vallisoletano. Ángeles de grandes alas desplegadas y pequeñas cabezas de querubines custodian la figura de Dios Padre, representado como un venerable anciano de barbas blancas y gravitando en el firmamento, una figura directamente emparentada, en forma y color, con las creaciones de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, como también sucede con los ángeles de potente anatomía, cuya gesticulación recuerda los modelos presentes en el Juicio Final de la capilla vaticana.
En esta gloria abierta todo se torna luminoso y simbólico, especialmente la figura del Espíritu Santo, que en forma de paloma rodeada de un fuerte resplandor se convierte en un foco de potente luz que ilumina la composición escénica y resalta la abundancia de pliegues voluminosos, una constante en la obra del pintor.   


El italianismo de Gregorio Martínez
Es curioso que Gregorio Martínez, un pintor del que no se tiene constancia que viajase a Italia, realizase una obra que condensa los mejores modos de los grandes maestros manieristas de aquellas tierras. La explicación se ha querido encontrar en un hecho circunstancial que sería determinante para marcar el rumbo de la pintura del pintor vallisoletano, como fue el establecimiento en Valladolid del pintor florentino, retratista y comerciante de arte Benedetto Rabuyate, amigo personal de Juan de Juni, que permaneció en la ciudad hasta su muerte en 1591. Su presencia influyó decisivamente en los modos de pintar en Valladolid durante la segunda mitad del siglo XVI, pues hay constancia, según lo acredita su testamento, de que en su estudio almacenaba copias de maestros italianos de la talla de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Salviati, Andrea del Sarto, Sebastiano del Piombo, Correggio y Parmiggianino, así como una abundante colección de estampas y grabados que convirtieron su taller en una auténtica academia pictórica y en un centro de difusión de la pintura italiana del momento.

Desvela Manuel Arias Martínez1 que en el taller de Rabuyate inició su formación pictórica Gregorio Martínez, cuyo estilo se fue depurando al contacto con las copias y las estampas, impregnándose de un elegante clasicismo basado en el dominio escrupuloso del dibujo, en la captación de las rotundas anatomías de Miguel Ángel, la dulzura de los rostros de Rafael y el uso artificioso del colorido y la luz de los manieristas, unos recursos técnicos que fueron configurando su estilo personal hasta hacerle perfectamente identificable. Por otra parte, Gregorio Martínez fue forjando su carrera en relación con los pintores que trabajaron en El Escorial, ejerciendo en 1589, como tasador de la pintura italiana realizada para el monasterio.

El pintor vallisoletano Gregorio Martínez de Espinosa, desconocido por el gran público, aún no ocupa el lugar que merece en el panorama de la pintura renacentista española, a pesar de que su obra le sitúa como uno de los pintores más destacados, no sólo de la escuela castellana, sino de toda la pintura hispana de la segunda mitad del siglo XVI.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Anunciación de María. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: Colección/Collection. Madrid: 2009. pp. 170-171.


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