14 de febrero de 2014

Theatrum: SANTA ISABEL Y EL POBRE, la caridad de "la madre buena"












GRUPO DE SANTA ISABEL DE HUNGRÍA Y EL POBRE
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo 1576 - Valladolid 1636)
1621
Madera policromada
Iglesia del convento de Santa Isabel, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana














Iglesia del convento de Santa Isabel, Valladolid
El convento de Santa Isabel, enclavado en pleno centro histórico de Valladolid, tiene su origen en un beaterio de monjas franciscanas fundado en 1472. Doce años después, en 1484, el papa Inocencio VIII otorgaba la oportuna licencia para que fuera ocupado por una comunidad de monjas clarisas que, a principios del siglo XVI, tuvo como especial benefactora a doña Isabel de Solórzano, viuda del contador de los Reyes Católicos don Diego de la Muela, que llegó a ocupar el cargo de abadesa. De acuerdo con el espíritu franciscano, se levantó una iglesia conventual de sencilla traza gótica y dotada de una sola y espaciosa nave que facilitara la predicación, obra del arquitecto palentino Bartolomé de Solórzano. A ella se abre la capilla de San Francisco, adquirida en 1550 por el doctor Francisco de Espinosa y su esposa doña Juana de Herrera, que como patronos del convento la convirtieron en su panteón familiar.

El 21 de junio de 1613 fue suscrito un contrato entre la abadesa de Santa Isabel y el ensamblador Francisco Velázquez para realizar el preceptivo retablo mayor de acuerdo a los nuevos tiempos —expansión de los postulados de la Contrarreforma—, especificándose en él las medidas, materiales y la iconografía a incluir. El 5 de noviembre del mismo año el ensamblador delegaba parte de la estructura del retablo en el ensamblador Melchor de Beya y todo el trabajo de escultura en el escultor segoviano Juan Imberto1, que, antes de su traslado definitivo a Segovia, tenía un obrador abierto en la calle Francos (actual Juan Mambrilla).

A pesar de imitar los modos de trabajo de Pedro de la Cuadra y de copiar los modelos de Gregorio Fernández, Juan Imberto conseguiría impregnar un sello personal a su obra, tomando con frecuencia como motivo de inspiración una iconografía basada en estampas y grabados llegados de Europa —algo común a todos los escultores—, entre ellos del maestro grabador Hieronymus Wierix, con taller en Amberes.

     Ello se patentiza en el retablo de Santa Isabel, de elegante traza clasicista, formado por banco, dos cuerpos y ático, con una organización vertical en cinco calles, las interiores con cuatro altorrelieves relieves historiados, dedicados a la Virgen, que representan la Anunciación, la Visitación, la Aparición de Cristo resucitado a María y la Asunción, y las exteriores con un santoral de bulto integrado por San Juan Bautista, San Juan Evangelista y los franciscanos San Antonio de Padua y San Bernardino de Siena, con relieves de Virtudes sobre ellos. En el ático, a los lados del Calvario, aparecen San Luis de Francia y San Buenaventura. Se acompaña con bellos relieves en el banco que representan a la Magdalena, San Jerónimo, la Adoración de los Pastores y la Epifanía, complementándose con relieves en los netos que muestran a San Pedro, San Pablo, San Agustín, San Ambrosio, San Buenaventura y los santos franciscanos San Diego de Alcalá, Santa Clara y Santa Rosa de Viterbo, así como un Ecce Homo colocado sobre el tabernáculo y las figuras de San Miguel y el Santo Ángel de la Guarda colocados a los lados del presbiterio, en principio pensadas para ocupar las hornacinas del segundo cuerpo.

Imagen de Santa Isabel de Juan Imberto reconvertida en Santa Teresa
Iglesia de San Benito el Real, Valladolid
     El principal espacio del retablo originariamente estuvo ocupado por un altorrelieve que mostraba a Santa Isabel de Hungría, titular del convento, pero tras el encargo realizado el 26 de agosto de 1621 por la comunidad de «Isabeles» al pintor Marcelo Martínez de dorar, estofar y encarnar el retablo, ese mismo año decidieron encargar otra imagen de Santa Isabel a Gregorio Fernández, en este caso en bulto redondo. Esto dio lugar a un curioso caso de reciclaje artístico, pues el relieve inicial de Santa Isabel, de Juan Imberto, fue reconvertido en la imagen de Santa Teresa a raíz de su canonización el 24 de abril de 1622 por Gregorio XV, siendo adquirido por los Carmelitas Descalzos y colocado en la vecina iglesia de San Benito el Real, donde todavía permanece al culto en uno de sus muros con el pan como atributo de Santa Isabel en la mano que sujeta un libro.

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

Cuando Gregorio Fernández asumió el encargo de la figura aislada de Santa Isabel, sin duda recibiría de la comunidad de monjas franciscanas algunos datos orientativos sobre el tipo de atributos a representar, corriendo todo lo demás a cargo del talento del escultor, obligado a estudiar la hagiografía del santo de turno, como en este caso, para resaltar sus principales virtudes y presentarle como modelo a imitar.

Santa Isabel de Hungría (1207-1231) nació en Presburgo y era hija del rey Andrés II de Hungría y su esposa la reina Gertrudis de Andech-Meran. Con tan sólo cuatro años fue prometida en matrimonio a Luis, landgrave (príncipe soberano) de Turingia, con el que celebró el enlace a los trece años y con el que llegaría a tener tres hijos: el príncipe Herman, Sofía, futura duquesa de Brabante, y la beata Gertrudis de Aldenburg. Tras la muerte prematura de su esposo el 11 de septiembre de 1227 en la ciudad de Otranto, ejerció como regente durante la minoría de edad de su hijo, siendo acusada por su cuñado Enrique de dilapidar su fortuna al orientar su vida a ejercer la caridad socorriendo a enfermos y necesitados, llegando a costear el hospital de Marburgo, ciudad a la que se retiró, donde ella misma atendía a los enfermos de tiña, lepra, etc.

Abandonando su cargo de princesa de Turingia, una vez traspasados sus títulos y derechos a su hijo Herman, tomó el hábito en la Venerable Orden Tercera, corriendo por Alemania el rumor de los prodigiosos sucesos que protagonizaba, siempre en su dedicación a los más necesitados y enfermos. Uno de los más conocidos relata el auxilio a un leproso que acudió a su castillo en busca de ayuda, al que atendió y acomodó en su propio lecho matrimonial. Cuando su esposo Luis se enteró de lo ocurrido llegó furioso a la alcoba con la intención de increpar a su esposa, pero lo que encontró en la cama fue un crucifijo ensangrentado que le llegó a conmover.  

Murió el 17 de noviembre de 1231 a la temprana edad de 24 años, siendo velada durante tres días en la capilla del hospital por ella fundado por una muchedumbre que la apodaba "la madre buena". A sus funerales asistió el emperador Federico II y gente de todas las condiciones sociales, que proclamaron su figura como modelo de caridad cristiana. Sólo cuatro años después era canonizada en la ciudad de Perusa por el papa Gregorio IX, extendiéndose su culto con rapidez por toda Europa y multiplicándose los relatos de milagros y prodigios a ella atribuidos. Sus restos fueron retirados en 1539 de la iglesia de Santa Isabel de Marburgo y trasladados a un lugar desconocido, a pesar de lo cual fue venerada como patrona de los pobres y de la Venerable Orden Tercera.

LA IMAGEN DE SANTA ISABEL DE GREGORIO FERNÁNDEZ

Todas las pinceladas que ofrece la hagiografía de la santa aparecen sintetizadas en el grupo ideado por Gregorio Fernández, especialista, por su enorme talento, en la creación de modelos arquetípicos que después eran copiados hasta la saciedad. En este caso dispuso dos figuras, Santa Isabel y un pobre o enfermo, en bulto redondo y con tamaño ligeramente superior al natural, ambos colocados sobre una larga peana decorada con piedras y gallones, lo mismo que las molduras que enmarcan su posición en el retablo, todo ello también policromado por el pintor Marcelo Martínez.

Santa Isabel aparece vestida con el hábito franciscano, coronada en su condición de reina de Turingia, sujetando en su mano izquierda un libro sobre el que reposa una corona, aludiendo a su faceta de fundadora de un centro hospitalario bajo patrocinio real, y ofreciendo un trozo de pan (desaparecido) al pobre situado a su lado, que arrodillado mira a la santa con gesto suplicante y extiende su mano derecha para recibirlo.
 En estas figuras Gregorio Fernández consolida dos prototipos personales. En primer lugar en la figura del pobre, en la que retoma una tipología ya utilizada previamente. En segundo lugar en Santa Isabel, donde consolida lo que se convertiría en prototipo personal en la representación de santas religiosas.

Santa Teresa. Gregorio Fernández, 1624
Museo Nacional de Escultura, Valladolid

En efecto, en la figura del pobre vuelve a retomar el modelo que utilizara en 1606 en el grupo de San Martín y el pobre (Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid), encargado por don Agustín Costilla para ser colocado en la iglesia de San Martín. Aunque en aquel grupo la figura permanece de pie y la policromía ha sufrido repintes, la caracterización del pordiosero ofrece significativas similitudes, como las ropas humildes, piernas descubiertas, descalzo, sujetando un bastón en forma de «Tau» y con una escudilla colgando del cinturón, ofreciendo especiales semejanzas en el diseño de la cabeza, como los rasgos enjutos, el estar recubierta por un turbante realizado con vendas que deja visible a los lados abultados mechones del cabello que remontan la oreja, así como idéntico bigote, perilla de dos puntas y simulando una barba descuidada en la policromía, en ambos casos con el rostro elevado en gesto de súplica. Al igual que ocurriera con las figuras de los sayones de los pasos procesionales, Gregorio Fernández deja establecido en esta figura, realizada en plena madurez, un arquetipo aplicable a pobres desvalidos.


Por el contrario, en la figura de Santa Isabel inaugura otro arquetipo fernandino que aplicaría a otras santas revestidas de hábito, especialmente a Santa Teresa, como el brazo derecho abalanzado al frente, el izquierdo replegado y con la mano extendida sujetando un libro a modo de bandeja, el cuerpo en posición de contrapposto para definir una línea sinuosa que proporciona un movimiento que le hace desenvolverse con naturalidad y elegancia en el espacio, efectos completados con la disposición equilibrada de los pliegues del hábito, un elaborado trabajo en las tocas y, como toque personal e inconfundible, el manto sujeto al escapulario mediante un alfiler que origina al frente un pliegue triangular muy airoso. A todo ello hay que sumar la encarnación mate de la policromía y la ornamentación del manto y el escapulario con bellísimas orlas que simulan pedrería, adornos que eran exigidos en el contrato2.

El conjunto presenta la característica envoltura de las figuras en ropajes voluminosos, el uso de pliegues angulosos que producen fuertes contrastes lumínicos y la incorporación de pequeños detalles magistrales, como los pequeños fruncidos en la doble toca que rodea el rostro, resueltas en finísimas láminas. Todo ello muestra la búsqueda de naturalismo que se hizo obsesiva en el escultor a partir de 1621, año en que realiza esta verdadera obra maestra, recurriendo, con la misma intención, al uso de sutiles postizos, como el trabajo de orfebrería de la corona que permite la fácil identificación de la santa franciscana.       

Detalle de San Martín y el pobre. Gregorio Fernández, 1606
Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid
Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 LÓPEZ BARRIENTOS, Mª del Pilar. El retablo mayor del convento de Santa Isabel de Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 8, Valladolid, 1941, p. 243.

2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. El escultor Gregorio Fernández. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, p. 260.





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