GRUPO DE SANTA
ISABEL DE HUNGRÍA Y EL POBRE
Gregorio
Fernández (Sarria, Lugo 1576 - Valladolid 1636)
1621
Madera
policromada
Iglesia del
convento de Santa Isabel, Valladolid
Escultura barroca.
Escuela castellana
Iglesia del convento de Santa Isabel, Valladolid |
El convento de Santa Isabel, enclavado en pleno
centro histórico de Valladolid, tiene su origen en un beaterio de monjas
franciscanas fundado en 1472. Doce años después, en 1484, el papa Inocencio
VIII otorgaba la oportuna licencia para que fuera ocupado por una comunidad de
monjas clarisas que, a principios del siglo XVI, tuvo como especial benefactora
a doña Isabel de Solórzano, viuda del contador de los Reyes Católicos don Diego
de la Muela, que llegó a ocupar el cargo de abadesa. De acuerdo con el espíritu
franciscano, se levantó una iglesia conventual de sencilla traza gótica y
dotada de una sola y espaciosa nave que facilitara la predicación, obra del
arquitecto palentino Bartolomé de Solórzano. A ella se abre la capilla de San
Francisco, adquirida en 1550 por el doctor Francisco de Espinosa y su esposa
doña Juana de Herrera, que como patronos del convento la convirtieron en su
panteón familiar.
El 21 de junio de 1613 fue suscrito un contrato
entre la abadesa de Santa Isabel y el ensamblador Francisco Velázquez para
realizar el preceptivo retablo mayor de acuerdo a los nuevos tiempos —expansión
de los postulados de la Contrarreforma—, especificándose en él las medidas,
materiales y la iconografía a incluir. El 5 de noviembre del mismo año el
ensamblador delegaba parte de la estructura del retablo en el ensamblador
Melchor de Beya y todo el trabajo de escultura en el escultor segoviano Juan
Imberto1, que, antes de su traslado definitivo a Segovia, tenía un
obrador abierto en la calle Francos (actual Juan Mambrilla).
A pesar de imitar los modos de trabajo de Pedro de
la Cuadra y de copiar los modelos de Gregorio Fernández, Juan Imberto
conseguiría impregnar un sello personal a su obra, tomando con frecuencia como
motivo de inspiración una iconografía basada en estampas y grabados llegados de
Europa —algo común a todos los escultores—, entre ellos del maestro grabador
Hieronymus Wierix, con taller en Amberes.
Ello se patentiza en el retablo de Santa Isabel, de elegante
traza clasicista, formado por banco, dos cuerpos y ático, con una organización
vertical en cinco calles, las interiores con cuatro altorrelieves relieves historiados,
dedicados a la Virgen, que representan la Anunciación,
la Visitación, la Aparición de Cristo resucitado a María y
la Asunción, y las exteriores con un
santoral de bulto integrado por San Juan
Bautista, San Juan Evangelista y
los franciscanos San Antonio de Padua
y San Bernardino de Siena, con
relieves de Virtudes sobre ellos. En
el ático, a los lados del Calvario,
aparecen San Luis de Francia y San Buenaventura. Se acompaña con bellos
relieves en el banco que representan a la Magdalena,
San Jerónimo, la Adoración de los Pastores y la Epifanía,
complementándose con relieves en los netos que muestran a San Pedro, San Pablo, San Agustín, San Ambrosio, San
Buenaventura y los santos franciscanos San
Diego de Alcalá, Santa Clara y Santa Rosa de Viterbo, así como un Ecce Homo colocado sobre el tabernáculo
y las figuras de San Miguel y el Santo Ángel de la Guarda colocados a los
lados del presbiterio, en principio pensadas para ocupar las hornacinas del
segundo cuerpo.
Imagen de Santa Isabel de Juan Imberto reconvertida en Santa Teresa Iglesia de San Benito el Real, Valladolid |
El principal espacio del retablo originariamente estuvo ocupado por un altorrelieve que mostraba a Santa Isabel de Hungría, titular del convento, pero tras el encargo realizado el 26 de agosto de 1621 por la comunidad de «Isabeles» al pintor Marcelo Martínez de dorar, estofar y encarnar el retablo, ese mismo año decidieron encargar otra imagen de Santa Isabel a Gregorio Fernández, en este caso en bulto redondo. Esto dio lugar a un curioso caso de reciclaje artístico, pues el relieve inicial de Santa Isabel, de Juan Imberto, fue reconvertido en la imagen de Santa Teresa a raíz de su canonización el 24 de abril de 1622 por Gregorio XV, siendo adquirido por los Carmelitas Descalzos y colocado en la vecina iglesia de San Benito el Real, donde todavía permanece al culto en uno de sus muros con el pan como atributo de Santa Isabel en la mano que sujeta un libro.
SANTA ISABEL DE HUNGRÍA
Cuando Gregorio Fernández asumió el encargo de la
figura aislada de Santa Isabel, sin duda recibiría de la comunidad de monjas franciscanas
algunos datos orientativos sobre el tipo de atributos a representar, corriendo
todo lo demás a cargo del talento del escultor, obligado a estudiar la
hagiografía del santo de turno, como en este caso, para resaltar sus
principales virtudes y presentarle como modelo a imitar.
Santa Isabel de Hungría (1207-1231) nació en
Presburgo y era hija del rey Andrés II de Hungría y su esposa la reina Gertrudis
de Andech-Meran. Con tan sólo cuatro años fue prometida en matrimonio a Luis,
landgrave (príncipe soberano) de Turingia, con el que celebró el enlace a los
trece años y con el que llegaría a tener tres hijos: el príncipe Herman, Sofía,
futura duquesa de Brabante, y la beata Gertrudis de Aldenburg. Tras la muerte prematura
de su esposo el 11 de septiembre de 1227 en la ciudad de Otranto, ejerció como
regente durante la minoría de edad de su hijo, siendo acusada por su cuñado
Enrique de dilapidar su fortuna al orientar su vida a ejercer la caridad
socorriendo a enfermos y necesitados, llegando a costear el hospital de
Marburgo, ciudad a la que se retiró, donde ella misma atendía a los enfermos de
tiña, lepra, etc.
Abandonando su cargo de princesa de Turingia, una
vez traspasados sus títulos y derechos a su hijo Herman, tomó el hábito en la
Venerable Orden Tercera, corriendo por Alemania el rumor de los prodigiosos
sucesos que protagonizaba, siempre en su dedicación a los más necesitados y
enfermos. Uno de los más conocidos relata el auxilio a un leproso que acudió a
su castillo en busca de ayuda, al que atendió y acomodó en su propio lecho
matrimonial. Cuando su esposo Luis se enteró de lo ocurrido llegó furioso a la
alcoba con la intención de increpar a su esposa, pero lo que encontró en la
cama fue un crucifijo ensangrentado que le llegó a conmover.
Murió el 17 de noviembre de 1231 a la temprana edad
de 24 años, siendo velada durante tres días en la capilla del hospital por ella
fundado por una muchedumbre que la apodaba "la madre buena". A sus
funerales asistió el emperador Federico II y gente de todas las condiciones
sociales, que proclamaron su figura como modelo de caridad cristiana. Sólo cuatro
años después era canonizada en la ciudad de Perusa por el papa Gregorio IX,
extendiéndose su culto con rapidez por toda Europa y multiplicándose los
relatos de milagros y prodigios a ella atribuidos. Sus restos fueron retirados
en 1539 de la iglesia de Santa Isabel de Marburgo y trasladados a un lugar
desconocido, a pesar de lo cual fue venerada como patrona de los pobres y de la
Venerable Orden Tercera.
LA IMAGEN DE SANTA ISABEL DE GREGORIO FERNÁNDEZ
Todas las pinceladas que ofrece la hagiografía de la
santa aparecen sintetizadas en el grupo ideado por Gregorio Fernández,
especialista, por su enorme talento, en la creación de modelos arquetípicos que
después eran copiados hasta la saciedad. En este caso dispuso dos figuras,
Santa Isabel y un pobre o enfermo, en bulto redondo y con tamaño ligeramente
superior al natural, ambos colocados sobre una larga peana decorada con piedras
y gallones, lo mismo que las molduras que enmarcan su posición en el retablo,
todo ello también policromado por el pintor Marcelo Martínez.
Santa Isabel aparece vestida con el hábito
franciscano, coronada en su condición de reina de Turingia, sujetando en su
mano izquierda un libro sobre el que reposa una corona, aludiendo a su faceta
de fundadora de un centro hospitalario bajo patrocinio real, y ofreciendo un
trozo de pan (desaparecido) al pobre situado a su lado, que arrodillado mira a
la santa con gesto suplicante y extiende su mano derecha para recibirlo.
Santa Teresa. Gregorio Fernández, 1624 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
En efecto, en la figura del pobre vuelve a retomar
el modelo que utilizara en 1606 en el grupo de San Martín y el pobre (Museo Diocesano y Catedralicio de
Valladolid), encargado por don Agustín Costilla para ser colocado en la iglesia
de San Martín. Aunque en aquel grupo la figura permanece de pie y la policromía
ha sufrido repintes, la caracterización del pordiosero ofrece significativas
similitudes, como las ropas humildes, piernas descubiertas, descalzo, sujetando
un bastón en forma de «Tau» y con una escudilla colgando del cinturón,
ofreciendo especiales semejanzas en el diseño de la cabeza, como los rasgos
enjutos, el estar recubierta por un turbante realizado con vendas que deja
visible a los lados abultados mechones del cabello que remontan la oreja, así
como idéntico bigote, perilla de dos puntas y simulando una barba descuidada en
la policromía, en ambos casos con el rostro elevado en gesto de súplica. Al
igual que ocurriera con las figuras de los sayones de los pasos procesionales,
Gregorio Fernández deja establecido en esta figura, realizada en plena madurez,
un arquetipo aplicable a pobres desvalidos.
Por el contrario, en la figura de Santa Isabel inaugura
otro arquetipo fernandino que aplicaría a otras santas revestidas de hábito,
especialmente a Santa Teresa, como el brazo derecho abalanzado al frente, el
izquierdo replegado y con la mano extendida sujetando un libro a modo de
bandeja, el cuerpo en posición de contrapposto
para definir una línea sinuosa que proporciona un movimiento que le hace desenvolverse
con naturalidad y elegancia en el espacio, efectos completados con la
disposición equilibrada de los pliegues del hábito, un elaborado trabajo en las
tocas y, como toque personal e inconfundible, el manto sujeto al escapulario
mediante un alfiler que origina al frente un pliegue triangular muy airoso. A
todo ello hay que sumar la encarnación mate de la policromía y la ornamentación
del manto y el escapulario con bellísimas orlas que simulan pedrería, adornos
que eran exigidos en el contrato2.
El conjunto presenta la característica envoltura de
las figuras en ropajes voluminosos, el uso de pliegues angulosos que producen
fuertes contrastes lumínicos y la incorporación de pequeños detalles
magistrales, como los pequeños fruncidos en la doble toca que rodea el rostro, resueltas
en finísimas láminas. Todo ello muestra la búsqueda de naturalismo que se hizo
obsesiva en el escultor a partir de 1621, año en que realiza esta verdadera
obra maestra, recurriendo, con la misma intención, al uso de sutiles postizos,
como el trabajo de orfebrería de la corona que permite la fácil identificación
de la santa franciscana.
Detalle de San Martín y el pobre. Gregorio Fernández, 1606 Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 LÓPEZ BARRIENTOS, Mª del Pilar. El
retablo mayor del convento de Santa Isabel de Valladolid. Boletín del
Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 8, Valladolid, 1941,
p. 243.
2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. El
escultor Gregorio Fernández. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, p. 260.
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