Casona de los Mata Linares. Foto Carvajal, hacia 1950 |
Estampas y
recuerdos de Valladolid
Lo que fuera la Corredera de San Pablo, o por
decirlo de otro modo, el tramo de la calle de las Angustias comprendido entre
la plaza de San Pablo y el cruce con las calles Bao y San Martín, es el
paradigma de cómo fueron maltratados algunos de los espacios vallisoletanos más
emblemáticos, no sólo durante la época del desarrollismo, sino a lo largo de
todo el siglo XX.
El único palacio superviviente de todos los que
conformaron tan importante arteria urbana es el palacio de Pimentel o palacio
del Conde de Rivadavia, sede de la Diputación Provincial y escenario de
importantes acontecimientos históricos. El resto es deprimente, pues palacios y
casonas fueron cayendo inexorablemente en aras de una pretendida modernidad,
comenzando por el palacio de los López de Mendoza, situado justo enfrente, que,
tras sucumbir, fue sustituido a comienzos del siglo XX por un nuevo edificio en
el que se instaló Correos, después el colegio La Providencia y finalmente, en 1934, los Juzgados Municipales.
Localización de la casona de los Mata Linares |
El proceso continuó hasta finales de siglo, momento
en que desaparecieron las antiguas casonas contiguas al palacio Pimentel para
ser el espacio ocupado, en 1995, por el edificio de los Nuevos Juzgados, obra
del arquitecto Primitivo González, que con un diseño supuestamente vanguardista
contribuyó al tótum revolútum que
caracteriza lo que antaño fuera tan emblemático espacio viario.
LA CASONA DE LOS MATA LINARES
Es justamente enfrente de estos Nuevos Juzgados
donde se halla un deplorable testimonio de lo que fue una época de especulación
despiadada que arrasó, con más ferocidad que cualquier bombardeo, importantes
casonas y palacios que configuraban la identidad de lo que fue la ciudad en
tiempos pasados. Nos referimos al edificio conocido como la casona de los Mata
Linares, frontera a los antiguos Juzgados.
Aspecto actual |
La documentación accesible sobre la historia de
dicha casona es prácticamente nula, pues ni siquiera aparece recogida por Jesús
Urrea en su publicación Arquitectura y Nobleza. Casas y palacios de
Valladolid (1996), una de las obras más documentadas sobre esta materia.
De
modo que sólo hemos podido indagar que la casa seguramente perteneciera a don
Fernando Ventura de la Mata Linares, oidor decano de la Audiencia de
Valladolid, y a su esposa doña Fausta Jacinta González Calderón de la Barca,
señora de Vallecillo. Estos tuvieron un hijo llamado Francisco Manuel, señor de
Vallecillo, que nació en Valladolid y llegó a ser caballero de la Orden de Alcántara
y de los Consejos de Castilla y Guerra. Casó con doña Ana Tomasa Vázquez
Dávila, natural de Tordesillas y señora de Carpio y Quintanilla, siendo posible
que este matrimonio fuera el último morador de la casa, pues su hijo Benito
María de la Mata Linares y Vázquez Dávila ya nació en Madrid en 1752 (datos
extraídos del Catálogo de la colección Mata Linares, publicado en Madrid por
Remedios Contreras y Carmen Cortés en 1970).
Se trataba de un edificio de dos plantas, con un gran portalón en el centro, posiblemente un antiguo zaguán, con la fachada pintada en color
mostaza y recorrida por un soportal sustentado sobre trece soportes, diez
columnas y tres en forma de pilares cuadrangulares, todos ellos sin las
tradicionales zapatas. El interior estaba organizado en torno a un patio central columnado, que quedó enmascarado entre tabiques posteriores, pues, a juzgar por los últimos inquilinos del edificio, este
había sido reconvertido en el siglo XIX en viviendas similares a las de la
Plaza Mayor y adyacentes. Poco antes de su derribo, en él estaba asentada la
Escuela de Esperanto de Valladolid, lo que no deja de ser un dato curioso.
A pesar de ser un edificio significativo, fue
derribado sin contemplaciones en los años setenta para construir en su lugar un
bloque de viviendas de siete pisos, eso sí, ajustándose a las sarcásticas
exigencias oficiales para la conservación del patrimonio en aquella época. La
primera, que el edificio acusara ruina, lo que se conseguía vaciándolo de
inquilinos y dejándolo abierto para que cuadrillas arrasaran las instalaciones
llevándose tuberías y otros elementos produciendo escapes de agua. Al poco
tiempo era una ruina efectiva sin contratiempos para cumplir el expediente.
El resto de la exigencias fueron estrambóticas:
Había que preservar las columnas de los soportales en la fachada, todos los
balcones debían ser de forja, igual a los existentes, la fachada debía ser de
ladrillo caravista y en la parte
colindante al edificio del Juzgado las alturas debían ser reducidas a tres, para no
producir un brusco contraste en altura con la vecina construcción.
El constructor, A. V., cumplió todos los requisitos.
Encargó los 21 balcones de forja siguiendo el modelo de los 6 existentes,
adjuntó las columnas a la fachada de ladrillo una vez construido el edificio
—sin función estructural ni manteniendo la misma disposición— y se ajustó a las
alturas exigidas. Ningún problema. Nadie controlaba el proceso. Los elementos
tallados en piedra aparecidos en el patio fueron solapadamente vendidos a
constructores de chalés (en urbanizaciones cuyo nombre preferimos omitir), lo
mismo que las viejas vigas, azulejos y ladrillos, que fueron tratados con sumo cuidado
por convertirse en mercancía reaprovechable. ¡Así eran las cosas!
Hoy el ciudadano observador puede encontrar este tipo de preservación del patrimonio como una burla, pero el caso es extrapolable a
decenas de casonas de la misma zona y del casco histórico en general, a
las que sólo se exigió mantener la portada pétrea en la fachada e incluso ni
eso. Ese fue el triste destino, mal que nos pese, de la gran mayoría de
palacios y casonas diseminadas por el antiguo entramado urbano. Afortunadamente la
sensibilidad y la reglamentación en algo ha cambiado, aunque las pérdidas son irrecuperables.
* * * * *
El mayor problema era que no había dinero para restaurar. Y, si, además los constructores hicieron el agosto
ResponderEliminar