28 de marzo de 2014

Theatrum: SANTA ANA, la mujer madura y la sensibilidad del artista












BUSTO RELICARIO DE SANTA ANA
Juan de Juni (Joigny, Borgoña 1506-Valladolid 1577)
Hacia 1540
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura renacentista española. Escuela castellana















Si buena parte de las creaciones de Juan de Juni sorprenden e impactan por su monumentalidad y su exacerbado sentido dramático —recuérdense en este mismo Museo Nacional de Escultura el grupo del Santo Entierro procedente del convento de San Francisco de Valladolid y el grupo del Calvario procedente del convento de San Francisco de Ciudad Rodrigo como casos paradigmáticos— no faltan en la producción del escultor exquisitos ejemplos de un tipo de escultura de discreto formato que manteniendo el virtuosismo de ejecución aparece impregnada de un halo intimista y seductor, figurando entre ellos esta obra maestra que representa a Santa Ana en la modalidad de busto relicario, una talla que justifica la consideración de Juan de Juni, por parte de Camón Aznar, como "el intérprete más grave y pleno del dolor humano" en el panorama de la escultura renacentista española.


Aunque tanto su procedencia como el lugar al que originariamente estuvo destinada todavía es una cuestión sin resolver, es fácil de comprender que para tan preciada reliquia de la madre de la Virgen se concibiese un relicario de notable calidad, acertando plenamente el desconocido comitente al elegir a Juan de Juni para tal cometido.


Juan de Juni. María Salomé, grupo del Santo Entierro, 1541. MNE
Son las similitudes estilísticas con ciertas obras documentadas del maestro borgoñón las que permiten establecer una cronología aproximada para esta talla, cuyos rasgos se mueven dentro del universo formal de las creaciones realizadas al iniciarse la década de 1540, ofreciendo un evidente parentesco estético con la imagen de María Salomé que forma parte del grupo del Santo Entierro, documentado en 1541 como encargo del franciscano Fray Antonio de Guevara, cronista de Carlos V y en ese momento obispo de Mondoñedo, para su capilla funeraria ubicada en el claustro del desaparecido convento de San Francisco de Valladolid.


Si Juan de Juni estuvo trabajando en la que hoy consideramos obra cumbre del Renacimiento español entre 1541 y 1544, tanto el busto del Ecce Homo (Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid) como el busto relicario de Santa Ana podrían datarse en esos mismos años, posiblemente en fecha inmediatamente posterior a la terminación del célebre grupo si consideramos la aplicación de veladuras transparentes que en este caso incorpora, a modo de experimentación, en la policromía de su indumentaria, un efecto que no aparece en aquel impresionante grupo funerario.


En este caso Santa Ana aparece representada con edad avanzada, casi anciana, justamente hasta el pecho, lo que no impide que Juan de Juni evite el envaramiento tan común en este tipo de bustos-relicario al dotar a la figura de un magistral movimiento mediante una suave inclinación de la cabeza hacia la izquierda, la colocación del busto ligeramente abalanzado al frente y una equilibrada composición de tocas superpuestas y agitadas cuyos pliegues crean tensión y dinamismo en el intento de desmaterializar la madera.

Cuando Juni elabora esta imagen hace muy poco tiempo que se ha instalado en Valladolid, tras una problemática estancia en Salamanca en que el escultor sufrió una grave enfermedad tras llegar procedente de León, ciudad en la que había recalado en 1533 y donde abrió un taller en el que trabajó por igual en piedra, madera y barro cocido, siendo el único escultor que acomete en Castilla grandes grupos modelados en terracota, como son los magistrales ejemplos conservados en Medina de Rioseco. La blandura del modelado del barro, que permite recrear con fuerte naturalismo detalles mórbidos de la anatomía y establecer aristas redondeadas y muy suavizadas en los pliegues de la indumentaria, fue una experiencia después aplicada por Juan de Juni a sus obras en madera, constituyendo una buena muestra este busto de Santa Ana, donde tanto las calidades del rostro como los sutiles detalles de la vestimenta parecen responder más a un modelado sobre arcilla que a la talla sobre madera a golpes de gubia.

Es sorprendente el rostro de Santa Ana, recortado entre un juego de tocas de tejidos livianos, que presenta una blandura y una sorprendente morbidez en la representación de una mujer con aspecto de matrona que acusa el paso de los años, con el rostro enjuto y recorrido por arrugas, con sutiles efectos de flacidez en los párpados y comisuras, con ojos caídos y la boca entreabierta como queriendo balbucear un mensaje en su condición de busto parlante, sin que falte el característico ceño fruncido tan habitual en el escultor. Todo estos recursos proporcionan a la imagen un fuerte naturalismo al que contribuye una encarnación a pulimento con tonos rosados que aumenta su aspecto veraz, repitiendo el mismo tipo de trabajo aplicado a los rostros del grupo del Santo Entierro.

Especialmente próximo a la figura de María Salomé del Santo Entierro se halla el diseño de la indumentaria, igualmente organizada por un juego de triple toca en torno a la cabeza, sustituyendo el trabajo de las botonaduras frontales de aquella por unas aberturas laterales en el vestido, a la altura de los hombros, que aparecen sujetas con minuciosas cintas entrelazadas, estableciendo de forma asimétrica la caída frontal del manto desde la izquierda para dejar visible a la altura del pecho una cartela con aspecto de cuero en cuyo centro se alberga una teca circular que, con aspecto de broche decorativo, albergaría la reliquia bajo cristal (actualmente vacía). Todo este estudiado juego de paños ennoblece a la figura y contribuye a definir el drama interior que, fruto de una enorme sensibilidad creativa y una impecable sutileza técnica, transmite la imagen.

Los detalles magistrales de la indumentaria y la naturalidad en el gesto se complementan con una sorprendente policromía en la que contrastan los paños blancos y los esgrafiados de los estofados, todos ellos dejando aflorar una capa de oro subyacente a través de rayados, pequeños círculos, formas escamadas, etc., con una delicada decoración de orlas en los ribetes de los paños. Una aplicación poco frecuente en la escultura policromada de ese momento son las veladuras transparentes aplicadas en tonos carmesís y verdes en el remate de la toca y en las aberturas del vestido, a las que el fondo dorado proporciona un aspecto metálico. A este respecto María Ángeles Polo Herrador1 interpreta la inclusión del color verde en la vestimenta como una alusión a Santa Ana como mujer portadora en su vientre de la esperanza del mundo: la Virgen. Un valor simbólico adscrito a la genealogía mariana que, junto a su madurez, son rasgos iconográficos que apoyan la identificación del personaje.

La imagen demuestra el permanente afán de Juan de Juni por renovar la iconografía tradicional de algunos de los santos más representados en el arte cristiano, fruto de un ejercicio de profundización sobre los valores más representativos de cada hagiografía, en esta ocasión legando en esta figura aislada una visión innovadora de la abuela de Jesús de Nazaret en su condición de matriarca de la Sagrada Familia, haciendo recordar con su rictus sufriente y anhelante el sufrimiento padecido en su matrimonio estéril con San Joaquín, hasta que un ángel le anunciara que sus ruegos habían sido escuchados y que concebirían un hijo, motivo por el que Santa Ana fue venerada en aquellos tiempos como patrona benefactora durante los partos.

Tras el proceso desamortizador, el busto de Santa Ana fue recogido en el antiguo Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, donde ya figuraba en el inventario realizado en 1843 formando parte de los fondos que posteriormente serían transferidos al Museo Nacional de Escultura, creado como tal en 1933, donde en la actualidad se muestra como una de las joyas imprescindibles del repertorio juniano.    

Informe y fotografías: J. M. Travieso.




NOTAS


1 POLO HERRADOR, Mª Ángeles. Santa Ana. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009, p. 130.







































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