5 de agosto de 2016

Theatrum: BÓVEDAS MUDÉJARES DE LA CAPILLA DE SAN LLORENTE, yeserías con refinamiento andalusí








BÓVEDAS DE LA CAPILLA DE SAN LLORENTE
Yeseros mudéjares anónimos
Entre 1415 y 1425
Yesería ornamental policromada
Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Estilo mudéjar










MUDÉJAR Y MUDÉJARES

Hablar del arte mudéjar conlleva el riesgo de caer en imprecisiones o divagar sobre conceptos sobre los que los historiadores no se han puesto de acuerdo. No obstante, intentaremos aproximarnos a este tipo de expresión artística a partir de aquellos presupuestos que son aceptados mayoritariamente, en este caso ciñéndonos estrictamente a su faceta ornamental.

Para entender la aparición en España de este estilo auténticamente autóctono, vigente desde finales del siglo XII hasta el XVI, hemos de considerar el propio significado del término mudéjar, que proviene del árabe al-mudayyan y se traduce como "aquel al que se le permite quedarse". Aquellos a los que se les permitía quedarse eran los musulmanes andalusíes que permanecieron en territorios que fueron reconquistados por los cristianos hispanos, donde obtuvieron permiso para conservar sus propiedades, tradiciones, oficios y religión, en definitiva, su cultura. Esta integración cultural de raigambre islámica daría lugar a una actividad ecléctica entre lo islámico y lo cristiano, pues parte de la población mudéjar se incorporó, aplicando sus propias formas y técnicas, a la elaboración de objetos artísticos y a los proyectos constructivos de los reinos cristianos hispánicos.

Las manifestaciones mudéjares más antiguas son intervenciones en edificios románicos de alarifes, carpinteros, ceramistas, yeseros y artesanos emigrados desde el territorio andalusí a tierras cristianas, aunque a partir del siglo XII muchos permanecieron trabajando en sus poblaciones tras ser estas conquistadas por los reyes castellanos y aragoneses. En el caso de la corona de Castilla, serían buena parte de los monarcas quienes estimularan esta integración debido a la admiración que profesaban al lujo y la decoración de las construcciones andalusíes.

Por este mismo motivo, una de las características del arte mudéjar es su diversidad territorial, materializada en una gran variedad de focos peninsulares y cada uno con sus propias peculiaridades tras fusionarse en el devenir del tiempo el lenguaje del románico y el gótico con el califal, almohade o nazarí, en la mayoría de los casos en edificios levantados según las pautas del románico y gótico occidental a los que se incorporan elementos decorativos andalusíes y, en numerosos casos, sofisticadas cubiertas de madera en las modalidades apeinazada y ataurejada. De modo que el mudéjar, concebido como estilo persistente y vital, se acomodaría a cada una de las regiones españolas con diferentes matices, incluyendo su exportación a la América latina.

YESERÍAS MUDÉJARES EN CASTILLA Y LEÓN   

Uno de los materiales que mayor protagonismo alcanza en las artes aplicadas es el yeso, con el que los mudéjares establecen un nuevo lenguaje arquitectónico al aplicarle como elemento decorativo en marcos, alfices, murales, frisos y arrocabes, donde con gran naturalidad se fusionan las formas geométricas de lacerías con temas epigráficos, heráldicos y figurativos, aportando un novedoso y vital repertorio hispanomusulmán definido por los efectos de luz, el volumen y la proporción.

En Castilla y León, el yeso fue uno de los materiales ornamentales por excelencia del mudéjar debido a la abundancia de yacimientos yesíferos a lo largo del valle del Duero y en los altozanos del Cerrato, cuya accesibilidad potenció no sólo su uso en el repertorio decorativo, sino también como material constructivo en forma de estucos —yeso mezclado con polvo de mármol— de gran dureza o como material resistente para pavimentos cuando era cocido a temperaturas próximas a los mil grados, motivo por el que también, en ocasiones, era utilizado en la elaboración de púlpitos.

En Castilla y León fueron abundantes los casos —no todos conservados— de capillas o espacios cuadrangulares recubiertos con yeserías ornamentales, siendo las más antiguas las realizadas entre 1230 y 1260 en el claustro de San Fernando del monasterio de las Huelgas de Burgos, que muestran temas de fauna al modo de los tejidos orientales. En el siglo XIII aparecerían los motivos florales y en el XIV fueron frecuentes los motivos geométricos mezclados con otros heráldicos y epigráficos, sobre todo en las capillas funerarias de los nobles.

A la condición del yeso como material dúctil, lo que permite una exuberante riqueza ornamental, se suma su posibilidad de admitir un acabado dorado o policromado, utilizándose tanto los sistemas de talla tradicionales como el uso de moldes para determinados casos, como en la repetición de frisos, inscripciones o motivos ornamentales, técnica que se aprecia en los frentes de los sepulcros, en los revestimientos de capillas y en algunos púlpitos.

Un tema recurrente en las yeserías es la ornamentación de lazo resaltada que imita las formas de una techumbre cupular, al estilo de las cúpulas sevillanas en ladrillo y de las bóvedas granadinas. En Castilla aparece el tipo de bóveda con lacería de dieciséis en dos o tres círculos, como ocurre en la Capilla Dorada del monasterio de Santa Clara de Tordesillas, del siglo XIV, o en La Mejorada de Olmedo, algunos años posterior.

No es frecuente que se conozca el nombre del artesano yesero mudéjar, aunque existen casos en que este aparece escrito en algún friso, lo que permite establecer su ámbito de trabajo en un territorio concreto.

LAS YESERÍAS DE LA CAPILLA DE SAN LLORENTE

Entre los siglos XI y XVI el principal templo vallisoletano fue la Colegiata de Santa María la Mayor, cuya construcción fue llevada a cabo a instancias del conde Pedro Ansúrez, repoblador de la ciudad en 1074. Aquel edificio románico iniciado hacia 1080, que en 1095 ya había adquirido el rango de iglesia colegial dependiente del obispado de Palencia y con vinculación directa con la Santa Sede, en el siglo XII se quedó pequeño debido al auge experimentado por la villa medieval, de modo que se decidió levantar un nuevo edificio para suplir estas carencias.

La nueva colegiata, levantada entre 1219 y 1230 en estilo protogótico, disponía de tres naves cubiertas con bóvedas de crucería apeadas sobre pilares de núcleo cruciforme y columnillas adosadas, con el crucero marcado en planta y una triple cabecera rematada con ábsides semicirculares. El templo disponía de tres puertas, dos laterales que comunicaban con el exterior y con el claustro y otra a los pies debajo de una torre pórtico que se ha conservado fragmentariamente.

A partir del siglo XIV, como ocurriera en otros muchos templos, se comenzaron a levantar por todo el perímetro colegial capillas funerarias góticas financiadas por las grandes familias, además de un nuevo claustro, quedando inutilizada la entrada situada bajo la torre. Entre ellas se encuentra la espaciosa capilla de San Llorente, situada a los pies de la colegiata y fundada por los hermanos Pedro Fernández y Juan Gutiérrez para albergar los sepulcros familiares de estos pujantes personajes del momento.

Pedro Fernández, que era escribano de cámara del Rey, Maestre de la Orden de Santiago y Canciller del infante don Fadrique, y Juan Gutiérrez, escribano de don Fadrique, en 1345 solicitaban licencia al prior y al Cabildo de la Colegiata de Santa María para levantar una capilla que pusieron bajo la advocación de San Llorente y del Corpus Christi1.

Construida en cantería con forma rectangular y gran altura, espacialmente se organiza a dos niveles, uno inferior y otro superior separados por una imposta. En el inferior sus muros aparecen recorridos por profundos arcosolios, con embocaduras de arcos apuntados, destinados a albergar los enterramientos. Este espacio, de trazado unitario, se duplica en altura con el nivel superior, en el que grandes arcos diafragmáticos, con el arranque a la altura de la imposta, dividen en dos tramos el abovedado, que adopta la forma de dos cúpulas diferentes, una circular y otra ochavada, iluminándose con un amplio ventanal de arco apuntado y un gran rosetón.

En el primer cuarto del siglo XV Pedro Fernández, hijo de uno de los fundadores de la capilla, con el fin de honrar a sus ancestros encomendaba a un taller de yeseros mudéjares la decoración de los sepulcros, así como de las dos bóvedas que cubren el recinto, en el que él mismo fue enterrado cuando murió en 1429. De la decoración mudéjar de los sepulcros, entre los que figuraban los lucillos pertenecientes a Juan Manso y su esposa Leonor Vázquez, tenemos únicamente referencias escritas de sus fastuosas lacerías de yeso, puesto que se han perdido por completo, a pesar de que de uno de ellos aún se conservaban restos en 1970.

Afortunadamente se ha conservado en buenas condiciones la decoración de yeserías de las bóvedas, cuyo trazado constituye un caso peculiar en el conjunto de las bóvedas castellanas ornamentadas, con una estética de cánones góticos que rehúye del horror vacui. Tanto la bóveda circular como la ochavada se decoran con lacería anular que se combina, por el deseo de Pedro Fernández de ensalzar su linaje, con grandes emblemas del reino de Castilla y León alternados con escudos con cruces blancas flordelisadas sobre fondo almagre que proclaman la gloria de la familia.

En ambos casos la composición decorativa establece un espacio celeste organizado en torno al número ocho. En el arranque presentan un pronunciado anillo, uno circular y otro ochavado, constituido por un friso con lacerías polícromas en relieve ajustadas con precisión al espacio. Le siguen, dispuestos en forma de corona, ocho grandes motivos heráldicos resaltados, con el escudo de armas de los Fernández, que en la bóveda ochavada remontan el friso, y ocho grandes emblemas de Castilla y León insertados en formas lobuladas octogonales en que los castillos y leones se recortan sobre un fondo perforado con formas vegetales. En ambos casos la parte central está ocupada por bellas labores de lacerías polícromas —realmente sofisticadas en la bóveda circular— que configuran coronas ochavadas con adiciones en los bordes que le confieren el aspecto de una estrella, rematándose con un gran mocárabe policromado, elemento introducido en la península por los almohades, que con base ochavada pende en el centro.

Estética y estilísticamente, las labores de yeserías presentan evidentes relaciones con los trabajos decorativos de la capilla de los Villagómez en la iglesia de Santa María de Arbás de Mayorga de Campos (Valadolid) y con los de la capilla de Diego Gómez de Sandoval en la iglesia de la Peregrina de Sahagún (León), lo que induce a pensar que pudieran pertenecer al mismo taller o cuadrilla de artesanos2.

La capilla de San Llorente, utilizada en algún tiempo como sala capitular, junto a las de Santo Tomás, San Blas y Santa Inés constituyen un testimonio de las capillas perimetrales levantadas en la colegiata en el siglo XIV y desde 1965 fueron adaptadas como parte del espacio expositivo del Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid.
La Colegiata de Santa María la Mayor conoció en el siglo XVI el inicio de una remodelación que seguía un proyecto de Rodrigo Gil de Hontañón, aunque acabaría desapareciendo en buena parte al convertirse en una cantera para realizar el pretencioso e inacabado proyecto catedralicio de Juan de Herrera.       

Izda: Detalle decorativo de la iglesia de la Peregrina de Sahagún
Dcha: Detalle de la iglesia de Santa María de Arbás de Mayorga de Campos

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 CASTÁN LANASPA, Javier: Arquitectura gótica religiosa en Valladolid y su provincia (siglos XIII-XVI). Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1999.

2 LACARRA DUCAY, Mª del Carmen (coordinadora): Arte mudéjar en Aragón, León, Castilla, Extremadura y Andalucía. Institución «Fernando el Católico», Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 2006, p. 136.


Restos de la Colegiata de Santa María la Mayor

BIBLIOGRAFÍA

REGUERAS GRANDE, Fernando y SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio: Arte mudéjar en la provincia de Valladolid. Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 2007.














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