25 de noviembre de 2020

Pie memoriae: LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, una historia de bandoleros en La Mota del Marqués












VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS
Iglesia de San Martín
La Mota del Marqués (Valladolid)












La comarca de los Montes Torozos fue definida metafóricamente por Justo González Garrido (Los Montes de Torozos, Valladolid, 1955) como la espina dorsal de la provincia de Valladolid. Se extiende entre la Tierra de Campos y la campiña de Valladolid, arrancando del suroeste de Palencia para cruzar el noroeste de Valladolid y llegar casi a Zamora. Es un territorio mesetario, en el que los páramos adoptan la forma de espolones, de hidrografía muy escasa —limitada a algunos arroyos— y eminentemente cerealístico, que separa los valles del Sequillo y del Pisuerga. Los Montes Torozos abarcan 5 poblaciones palentinas y 39 vallisoletanas, siendo ya citados algunos de los lugares enclavados en este territorio en el Libro Becerro de las Behetrías del siglo XIV, mandado hacer por Pedro I de Castilla.

La escasa densidad de población y las grandes extensiones sin habitar siempre han producido en sus habitantes cierta sensación de aislamiento, siendo los parajes ásperos y los cerrados bosques de encinas los que a lo largo de la historia han infundido cierto temor en el territorio, pues desde muy antiguo circularon leyendas de bandoleros que realizaban sus asaltos y fechorías por aquellos parajes deshabitados, perviviendo aún en la memoria la denominada Senda del Ladrón. 
De aquellos grupos dedicados al batir de armas en emboscadas, como vasallos rebeldes al pago de tributos al correspondiente señor y monarca, se tienen noticias especialmente a partir del siglo XVIII, cuando el bandolerismo fue una práctica común en España y algunos de sus cabecillas mitificados, como ocurrió en Andalucía con Diego Corrientes (1757-1778), la cuadrilla de los Siete Niños de Écija (activos entre 1814 y 1818) o José María Hinojosa, el Tempranillo (1805-1833).

Sirvan estas pinceladas para centrarnos en un suceso protagonizado por bandoleros asentados en Torozos, en uno de cuyos asaltos, realizado en 1724, tuvo que intervenir nada menos que la Virgen.

La historia aparece citada en una pintura que se conserva en la iglesia de San Martín de la Mota del Marqués, municipio de la provincia de Valladolid enclavado en la comarca de Torozos. En dicha iglesia recibe culto una imagen de la Virgen de las Angustias que es una talla realizada hacia 1596 por el escultor palentino Adrián Álvarez. La imagen siempre tuvo en esta población una devoción especial, como lo demuestra el hecho de que en el siglo XVIII fuese renovado su retablo como gesto de exaltación y agradecimiento a los muchos favores recibidos entre los devotos de la población motana.

La escultura, destacada entre el patrimonio artístico de la iglesia, sigue la tipología iconográfica de la Piedad, representando a la Virgen arrodillada sobre un peñasco y contemplando con gesto sufriente el cuerpo de Cristo muerto, que aparece colocado sobre un sudario y al que sujeta su mano izquierda con gesto de desamparo. La talla presenta una estética relacionada con el romanismo implantado por Gaspar Becerra, con un meritorio tratamiento de los paños, un elegante manierismo y destacados valores cromáticos conseguidos con la policromía. Es comprensible que tanto por su atractivo aspecto como por sus valores dramáticos se convirtiera en un icono devocional de la Mota del Marqués, cuyas calles todavía recorre cada Viernes Santo durante las celebraciones de Semana Santa.            

Pero esta devoción viene de muy lejos, como lo demuestra la pintura que ya hemos citado, donde a modo de exvoto, de considerable formato, se relata una intervención milagrosa de la Virgen de las Angustias en defensa de un devoto que fue víctima de un asalto de bandoleros en el Monte Torozos. A los pies del cuadro figura una cartela que detalla lo que en la pintura se representa: "Pedro Fernández, vecino de esta villa de la Mota, viniendo de la ciudad de Palencia, salieron del Monte de Torozos a robarle dos ladrones; y viéndose en grande aprieto se encomendó a Nuestra Señora de las Angustias y no le maltrataron. Año 1724".

En el centro se encuentra el susodicho Pedro Fernández, que por su atavío podría deducirse su buena posición social —botas, calzas, ropilla y jubón con mangas acuchilladas—, en el momento en que es asaltado por dos bandoleros que le amenazan, uno de ellos colocado a su lado y esgrimiendo con malas intenciones un gran puñal, y otro a caballo en el lado opuesto apuntándole con un fusil. En ese momento la víctima se encomienda a la Virgen de las Angustias, cuya imagen, ajustada a la escultura de Adrián Álvarez de la iglesia de San Martín, aparece entre resplandores en el cielo, reforzando el momento de tensión la agitación de las caballerías y los cuerpos a tierra de los acompañantes, tal vez sirvientes, del asaltado. El resultado ya queda especificado en la inscripción: los ladrones no le maltrataron y pudo regresar sano y salvo a la Mota del Marqués. Se deduce que el trauma debió ser considerable ante lo que acostumbraban los bandoleros, pues la víctima hizo pintar la escena, en acción de gracias, en un considerable formato que no pasa desapercibido y con profusión de detalles que perpetúan en la memoria motana lo que fue considerado un "milagro" de la Virgen de las Angustias, que se suma a las devociones milagreras vallisoletanas.

Más que por sus valores plásticos, pues su ejecución técnica apenas supera el carácter popular, la  pintura ofrece un gran interés por sus valores testimoniales. Por un lado, como reflejo de la religiosidad dieciochesca en la Mota del Marqués, respecto a una arraigada devoción mariana que solía ser frecuente en la mayor parte de las poblaciones del ámbito rural. Por otro, como constatación histórica de la presencia de cuadrillas de bandoleros en las tierras vallisoletanas del Monte Torozos ya durante el primer cuarto del siglo XVIII, más aún cuando no abundan las representaciones gráficas de este fenómeno en tierras castellanas.

No obstante, sería en el último cuarto del siglo XVIII, y especialmente a partir del reinado de Carlos IV, cuando en España se extendió una oleada bandolera de considerable intensidad, incluyendo ambas mesetas, lo que supuso un desafío en materia de orden público que condujo a la militarización, desde la década de 1780, para atajar la actividad de los salteadores de caminos. Las causas se encontrarían en el significativo incremento de la riqueza y del flujo del dinero y las mercancías durante el siglo XVIII, lo que originó un creciente tráfico de personas que ofrecía a los bandoleros la posibilidad de conseguir un botín a todas horas.

Por otra parte, el deterioro de las condiciones de vida en la Castilla rural, como consecuencia del endeudamiento, el empobrecimiento y la polarización social, hizo que los algunos integrantes de los sectores más frágiles, principales víctimas de la degradación de las condiciones de vida, se incorporasen a las cuadrillas de salteadores. Su presencia, controlando los caminos más estratégicos, llegaban a intimidar a los pueblos cortando parte del comercio interior por temor a los asaltos. Como declaraban los corregidores de Palencia y Zamora en 1793, "por tan notorios excesos no se atreve nadie a circular con mantenimientos, comercio ni otras cosas y se siguen otros prejuicios".


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


Iglesia de San Martín, Mota del Marqués (Valladolid)
















Paisaje de Torozos, Urueña (valladolid)
















Salteadores españoles. Litografía de Charles Gosselin, h. 1840
Museo Etnografico de Castilla y León, Zamora
(Foto Revista de Folklore 375, Fundación Joaquín Díaz)














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