VIRGEN DE
LAS ANGUSTIAS
Iglesia de
San Martín
La Mota del
Marqués (Valladolid)
La comarca de los Montes Torozos fue definida
metafóricamente por Justo González Garrido (Los
Montes de Torozos, Valladolid, 1955) como la espina dorsal de la provincia
de Valladolid. Se extiende entre la Tierra de Campos y la campiña de Valladolid,
arrancando del suroeste de Palencia para cruzar el noroeste de Valladolid y
llegar casi a Zamora. Es un territorio mesetario, en el que los páramos adoptan
la forma de espolones, de hidrografía muy escasa —limitada a algunos arroyos— y
eminentemente cerealístico, que separa los valles del Sequillo y del Pisuerga. Los
Montes Torozos abarcan 5 poblaciones palentinas y 39 vallisoletanas, siendo ya
citados algunos de los lugares enclavados en este territorio en el Libro
Becerro de las Behetrías del siglo XIV, mandado hacer por Pedro I de Castilla.
La escasa densidad de población y las grandes extensiones
sin habitar siempre han producido en sus habitantes cierta sensación de
aislamiento, siendo los parajes ásperos y los cerrados bosques de encinas los
que a lo largo de la historia han infundido cierto temor en el territorio, pues
desde muy antiguo circularon leyendas de bandoleros que realizaban sus asaltos
y fechorías por aquellos parajes deshabitados, perviviendo aún en la memoria la
denominada Senda del Ladrón.
De aquellos grupos dedicados al batir de armas en
emboscadas, como vasallos rebeldes al pago de tributos al correspondiente señor
y monarca, se tienen noticias especialmente a partir del siglo XVIII, cuando el
bandolerismo fue una práctica común en España y algunos de sus cabecillas
mitificados, como ocurrió en Andalucía con Diego Corrientes (1757-1778), la
cuadrilla de los Siete Niños de Écija (activos entre 1814 y 1818) o José María
Hinojosa, el Tempranillo (1805-1833).
Sirvan estas pinceladas para centrarnos en un suceso
protagonizado por bandoleros asentados en Torozos, en uno de cuyos asaltos,
realizado en 1724, tuvo que intervenir nada menos que la Virgen.
La historia aparece citada en una pintura que se
conserva en la iglesia de San Martín de la Mota del Marqués, municipio de la
provincia de Valladolid enclavado en la comarca de Torozos. En dicha iglesia
recibe culto una imagen de la Virgen de las Angustias que es una talla realizada hacia 1596 por el escultor
palentino Adrián Álvarez. La imagen siempre tuvo en esta población una devoción
especial, como lo demuestra el hecho de que en el siglo XVIII fuese renovado su
retablo como gesto de exaltación y agradecimiento a los muchos favores
recibidos entre los devotos de la población motana.
La escultura, destacada entre el patrimonio
artístico de la iglesia, sigue la tipología iconográfica de la Piedad,
representando a la Virgen arrodillada sobre un peñasco y contemplando con gesto
sufriente el cuerpo de Cristo muerto, que aparece colocado sobre un sudario y
al que sujeta su mano izquierda con gesto de desamparo. La talla presenta una
estética relacionada con el romanismo implantado por Gaspar Becerra, con un
meritorio tratamiento de los paños, un elegante manierismo y destacados valores
cromáticos conseguidos con la policromía. Es comprensible que tanto por su
atractivo aspecto como por sus valores dramáticos se convirtiera en un icono
devocional de la Mota del Marqués, cuyas calles todavía recorre cada Viernes
Santo durante las celebraciones de Semana Santa.
Pero esta devoción viene de muy lejos, como lo
demuestra la pintura que ya hemos citado, donde a modo de exvoto, de
considerable formato, se relata una intervención milagrosa de la Virgen de las Angustias en defensa de un
devoto que fue víctima de un asalto de bandoleros en el Monte Torozos. A los
pies del cuadro figura una cartela que detalla lo que en la pintura se
representa: "Pedro Fernández, vecino
de esta villa de la Mota, viniendo de la ciudad de Palencia, salieron del Monte
de Torozos a robarle dos ladrones; y viéndose en grande aprieto se encomendó a
Nuestra Señora de las Angustias y no le maltrataron. Año 1724".
En el centro se encuentra el susodicho Pedro
Fernández, que por su atavío podría deducirse su buena
posición social —botas, calzas, ropilla y jubón con mangas acuchilladas—, en el
momento en que es asaltado por dos bandoleros que le amenazan, uno de ellos
colocado a su lado y esgrimiendo con malas intenciones un gran puñal, y otro a
caballo en el lado opuesto apuntándole con un fusil. En ese momento la víctima
se encomienda a la Virgen de las
Angustias, cuya imagen, ajustada a la escultura de Adrián Álvarez de la
iglesia de San Martín, aparece entre resplandores en el cielo, reforzando el
momento de tensión la agitación de las caballerías y los cuerpos a tierra de
los acompañantes, tal vez sirvientes, del asaltado. El resultado ya queda
especificado en la inscripción: los ladrones no le maltrataron y pudo regresar sano
y salvo a la Mota del Marqués. Se deduce que el trauma debió ser considerable
ante lo que acostumbraban los bandoleros, pues la víctima hizo pintar la escena,
en acción de gracias, en un considerable formato que no pasa desapercibido y
con profusión de detalles que perpetúan en la memoria motana lo que fue
considerado un "milagro" de la Virgen
de las Angustias, que se suma a las devociones milagreras vallisoletanas.
Más que por sus valores plásticos, pues su ejecución
técnica apenas supera el carácter popular, la
pintura ofrece un gran interés por sus valores testimoniales. Por un
lado, como reflejo de la religiosidad dieciochesca en la Mota del Marqués,
respecto a una arraigada devoción mariana que solía ser frecuente en la mayor
parte de las poblaciones del ámbito rural. Por otro, como constatación
histórica de la presencia de cuadrillas de bandoleros en las tierras vallisoletanas
del Monte Torozos ya durante el primer cuarto del siglo XVIII, más aún cuando
no abundan las representaciones gráficas de este fenómeno en tierras
castellanas.
No obstante, sería en el último cuarto del siglo
XVIII, y especialmente a partir del reinado de Carlos IV, cuando en España se
extendió una oleada bandolera de considerable intensidad, incluyendo ambas
mesetas, lo que supuso un desafío en materia de orden público que condujo a la
militarización, desde la década de 1780, para atajar la actividad de los
salteadores de caminos. Las causas se encontrarían en el significativo
incremento de la riqueza y del flujo del dinero y las mercancías durante el
siglo XVIII, lo que originó un creciente tráfico de personas que ofrecía a los
bandoleros la posibilidad de conseguir un botín a todas horas.
Por otra parte, el deterioro de las condiciones de
vida en la Castilla rural, como consecuencia del endeudamiento, el
empobrecimiento y la polarización social, hizo que los algunos integrantes de
los sectores más frágiles, principales víctimas de la degradación de las
condiciones de vida, se incorporasen a las cuadrillas de salteadores. Su
presencia, controlando los caminos más estratégicos, llegaban a intimidar a los
pueblos cortando parte del comercio interior por temor a los asaltos. Como
declaraban los corregidores de Palencia y Zamora en 1793, "por tan notorios excesos no se atreve nadie
a circular con mantenimientos, comercio ni otras cosas y se siguen otros
prejuicios".
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Iglesia de San Martín, Mota del Marqués (Valladolid) |
Paisaje de Torozos, Urueña (valladolid) |
Salteadores españoles. Litografía de Charles Gosselin, h. 1840 Museo Etnografico de Castilla y León, Zamora (Foto Revista de Folklore 375, Fundación Joaquín Díaz) |
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