Pedro de Ávila (Valladolid, 1678-1755)
1721
Madera policromada
Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana
Imagen de la Inmaculada en su retablo de San Felipe Neri |
Una de las principales aportaciones del genial maestro Gregorio Fernández al arte escultórico del primer tercio del siglo XVII fue la creación de una copiosa serie de arquetipos barrocos que establecieron un modo invariable de representar a ciertos santos, vírgenes o pasajes pasionales. Entre ellos la representación de la Inmaculada Concepción fue una de las más difundidas, cuyo modelo, perfectamente definido y codificado por el gallego en Valladolid, tuvo una enorme repercusión en el ámbito castellano y su zona de influencia. Este modelo tan aceptado presentaba una iconografía completamente opuesta a la que creara en Andalucía en la misma época Juan Martínez Montañés y a la que establecieran Alonso Cano y Pedro de Mena en la segunda mitad del siglo.El modelo fernandino tuvo tanta aceptación y gozó de tal estima que no sólo fue repetido reiteradamente por el propio artista, sino también por una buena pléyade de discípulos y seguidores a los que los comitentes exigían que las imágenes solicitadas, en diferentes formatos, se ajustaran con la mayor fidelidad posible al modelo vallisoletano. El arquetipo tuvo vigencia durante todo el siglo XVII, si bien en las postrimerías de este siglo, cuando la escultura barroca vallisoletana conoce una segunda etapa de esplendor, con los escultores Juan de Ávila, Juan Antonio de la Peña y José de Rozas a la cabeza, por la influencia de la profusión de pinturas inmaculadistas de los grandes maestros andaluces se comienzan a aplicar nuevos recursos plásticos sobre el arquetipo de Gregorio Fernández, lo que supondría la evolución de tan consolidada iconografía.
En efecto, esta Inmaculada de Pedro de Ávila abandona definitivamente el arquetipo fernandino para decantarse por las aportaciones pictóricas de las numerosas versiones que en Sevilla hicieran durante el siglo XVII pintores como Pacheco, Velázquez, Roelas, Herrera el Viejo, Murillo o Zurbarán, cuyos modelos presentan a María como adolescente con el perfil ondulado, flotando sobre nubes pobladas por angelitos, con las manos en actitud de oración desplazadas hacia un lado y cubierta de paños ingrávidos y etéreos, aunque tampoco son ajenas las influencias de las versiones escultóricas de Montañés en la mirada dirigida hacia abajo y la colocación de la pierna izquierda adelantada, así como de Cano y Mena en el ensanchamiento volumétrico de las mantos a la altura de la cintura. Por todo ello, el innovador modelo creado por Pedro de Ávila establecería el punto de partida en la nueva visión de la Inmaculada, modelo que en el ámbito vallisoletano sería continuado por escultores con talleres próximos, como es el caso del riosecano Pedro de Sierra (1702-1760).
EL RETABLO DE LA INMACULADA DEL ORATORIO DE SAN FELIPE NERI
En 1720 Pedro de Ávila concertaba con la Congregación de Sacerdotes de San Felipe Neri la talla de cinco esculturas, dos destinadas al retablo mayor y otras tres para presidir los retablos de otras tantas capillas de la iglesia, trabajo que ya estaba iniciado en febrero de ese año, según se desprende de un acta de dicha Congregación1. Las dos primeras representarían a San Pedro y San Pablo, mientras que las tres aisladas serían una Magdalena penitente, un Cristo crucificado y una Inmaculada Concepción, cada una de ellas estipuladas en el módico precio de 600 reales2. El conjunto fue rematado a finales de 1721, siendo contratadas en enero de 1722 las labores de policromía de las esculturas con un desconocido pintor.
Los retablos que las acogerían habían sido contratados el 27 de junio de 1719 con el ensamblador Francisco Billota, en cuya decoración contó con la colaboración de los tallistas José Barroso de Ribera y Alonso Carnicero, que ejecutaron una abigarrado repertorio decorativo que fue terminado de dorar por Manuel Barreda y Lombera el 15 de junio de 1725.
Siguiendo la costumbre del momento, el fondo de la hornacina destinada a la Inmaculada está ocupado por un tablero pintado, en este caso con una gloria abierta sobrevolada por el Espíritu Santo en forma de paloma, cabezas de querubines entre nubes, dos ángeles sujetando palmas a los lados y un repertorio de elementos simbólicos de exaltación mariana que se inspiran en las letanías lauretanas, como un pozo, un árbol, una torre, una fuente, la Civitas Dei, etc.
El estilo de Pedro de Ávila se manifiesta con toda su intensidad en el tratamiento de los pliegues de los paños en forma de cortantes aristas —pliegues a cuchillo— y en la reducción de los bordes a finísimas capas, en la misma línea que Pedro de Mena, lo que proporciona a la figura altos valores pictóricos.
La Inmaculada presenta unos rasgos faciales que caracterizan la última etapa del escultor y definen el arquetipo femenino por él creado, con un cuello largo, rostro ovalado con tendencia rectangular en las mandíbulas, frente muy alargada y despejada, globos oculares remarcados con ojos rasgados o almendrados en su parte inferior, un perfilado surco nasolabial bajo la nariz recta y boca entreabierta, con las comisuras muy perfiladas, que permite contemplar la lengua y los dientes superiores, así como un mentón muy pronunciado en cuyo centro se forma un discreto hoyuelo, bien remarcado en este caso. Luce una larga melena de tonos caoba con raya al medio y afilados mechones ondulados, minuciosamente descritos, que se deslizan hasta el pecho y por la espalda. Este arquetipo femenino fue repetido por el escultor con los mismos estilemas, incluyendo el despliegue del manto a la altura de la cintura, en la figura de la Magdalena que hiciera en este mismo lote para otro altar del Oratorio de San Felipe Neri, escultura actualmente recogida en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid.
La imagen incorpora como postizos los ojos de cristal, elemento común en esta época, y una corona de plata con doce estrellas en alusión a la mujer apocalíptica de las visiones de San Juan, aunque prescinde de la media luna habitual a los pies en las representaciones de la Inmaculada como "Tota Pulchra".
Como resumen, diremos que en esta escultura Pedro de Ávila aplica una nueva sensibilidad acorde con los principios y gustos vigentes en el siglo XVIII como consecuencia de la influencia de los escultores foráneos que acudieron a trabajar para los palacios cortesanos, hecho que se traduce en un refinamiento superior al de años precedentes y en un barroquismo que, liberado de convencionalismos anteriores, se caracteriza por las gesticulaciones teatrales, actitudes afectadas y elegancia de formas para ofrecer imágenes grandilocuentes, que en las gubias de este escultor vallisoletano alcanzan un extraordinario dinamismo por el animado perfil de sus figuras, por el trazado de múltiples diagonales y por el uso de los "pliegues a cuchillo", siguiendo la senda establecida por Bernini, rasgos que confieren a la escultura marcados valores pictóricos. Por todo ello, esta innovadora escultura siempre ha gozado de las alabanzas de la crítica.
Pedro de Ávila. Magdalena penitente, 1721 Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos; Universidad de Valladolid, 2016, p. 913.
2 Ibídem, p. 913.
Pedro de Ávila. Detalle de la Magdalena penitente, 1721 Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
Gregorio Fernández. Arquetipo de Inmaculada, 1627 Catedral de Astorga |
Martínez Montañés. Arquetipo de Inmaculada, 1628-1631 "La Cieguecita", Catedral de Sevilla |
José de Rozas (atrib). Inmaculada, h. 1692 Iglesia del monasterio de las Descalzas Reales, Valladolid |
Pedro de Ávila. Inmaculada, 1721 Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid |
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Como siempre, un placer leerte J.M. Travieso. Muchas gracias por tu trabajo
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